El Dios misionero – Juan 3.16

Manuscrito listo para predicar de un sermón temático-doctrinal basado en Juan 3.16, escrito por el Dr. Pablo A. Jiménez.

  • Texto: Juan 3.16
  • Idea central: La iglesia debe proclamar el carácter de Dios, según lo revelan las Sagradas Escrituras
  • Área: Educación Teológica / Formación espiritual
  • Propósito: Que la audiencia reflexione sobre el carácter de Dios.
  • Diseño: Temático-Doctrinal
  • Lógica: Inductiva

El Dios Misionero (Juan 3.16)

Hace un tiempo asistí a un taller de capacitación para personas que están organizando nuevas congregaciones. Una de las actividades del taller consistió en una conferencia sobre métodos de evangelización. Como parte de la conferencia, la persona recurso le pidió al grupo de pastores y pastoras que describieran las frases que usan para invitar a personas nuevas a asistir a la iglesia. Las respuestas a tal pregunta fueron muy interesantes.

  • Algunas personas contestaron que, cuando invitan a alguien a visitar su iglesia local, recalcan el entusiasmo de la congregación, la música movida y la adoración contemporánea.
  • Otras indicaron que motivaban a la gente a visitar su iglesia porque su pastor era un buen predicador y un excelente maestro de la Palabra de Dios.
  • Aún otros señalaban el amor y el compañerismo cristiano como la razón principal para visitar su congregación.

Lo que me sorprendió de estas respuestas no fue lo que dijeron, sino lo que callaron. Ninguna de las personas presentes mencionó a Dios en su respuesta. Es decir, nadie motivaba a los demás a asistir a la iglesia para conocer a Dios, para establecer una relación más profunda con Dios, o para vivir más cerca de Dios. En todos estos casos, Dios estaba ausente del discurso de la iglesia local.

Esta experiencia me ha hecho reflexionar sobre el lugar que ocupa Dios en la predicación y la enseñanza de la Iglesia contemporánea. Con tristeza, he llegado a la conclusión de que muchos de nosotros hemos olvidado que el propósito principal de la Iglesia es anunciar quién es Dios y proclamar las grandes cosas que ha hecho en beneficio de la humanidad. Es decir, la Iglesia Cristiana tiene la tarea de proclamar el carácter de Dios.

  • ¿Cómo se comporta Dios?
  • ¿Qué es importante para Dios?
  • ¿Qué es agradable a Dios?
  • ¿Qué desea Dios para humanidad?
  • En fin, ¿cuál es el carácter del Dios que revela el Evangelio de Jesucristo?

Quizás comprendan mejor lo que estoy tratando de decir si comparamos nuestra relación con Dios con nuestras relaciones humanas. Los seres humanos podemos afirmar que conocemos a otra persona cuando podemos dar fe de su carácter. Si conocemos una persona a profundidad, podemos decir si es paciente o colérica, si es activa o pasiva, si es misericordiosa o egoísta. Del mismo modo, la persona que conoce a Dios puede dar testimonio de su carácter, afirmando que es bueno, paciente, misericordioso, honesto, justo, alegre, y bondadoso.

Algunos se preguntarán, ¿cómo podemos conocer el carácter de Dios? La respuesta es obvia: por medio de la Biblia. Las Sagradas Escrituras nos revelan a este Dios que liberó al pueblo de Israel del cautiverio en Egipto y que envió a su único hijo a salvarnos. De hecho, podemos decir que el texto bíblico que mejor revela el carácter de Dios es Juan 3.16, que dice: 

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna

Juan 3.16
Bosquejo listo para predicar
Juan 3.16

Juan 3.16 nos habla del carácter de Dios de manera elocuente.

1. En primer lugar, afirma que Dios ama al mundo, un concepto que reitera la Primera carta de Juan 4.8 cuando declara que «Dios es amor».

2. En segundo lugar, afirma que Dios es misericordioso, dado que ha enviado a su único hijo a salvar a la humanidad que se encuentra esclavizada por las fuerzas de la maldad, el pecado y la muerte.

3. En tercer lugar, afirma que Dios es vida. El Dios revelado en el ministerio, la muerte, pasión y resurrección de Jesucristo es el Dios de la Vida (sí, con «v» mayúscula). Este Dios desea salvarnos de la muerte espiritual y emocional que sufren aquellas personas que viven esclavas de la maldad.

Este corto versículo de la Biblia nos enseña todos estos conceptos acerca de Dios. Creo que esto sería suficiente para comenzar a conocer el carácter divino. Sin embargo, cuando tomamos el texto en su contexto nos damos cuenta que Juan 3.16 tiene un mensaje aún más profundo. Este versículo afirma que el Dios de Jesucristo es el «misionero» por excelencia.

Basta re-leer las primeras líneas del texto para ver que Dios desea salvar a la humanidad perdida. Desea salvarla de la influencia de las fuerzas del pecado y de la muerte. Estas fuerzas malignas nos llevan a la destrucción, tanto de nosotros mismos como de las personas que nos rodean. Existe el mal en el mundo, y los seres humanos necesitamos la ayuda de Dios para superar su influencia.

La buena noticia es que Dios ha enviado a Jesucristo, su hijo, a salvarnos del poder de las fuerzas del mal. Jesús de Nazaret nos enseña a vivir de forma agradable a Dios, sirviendo a los demás y alcanzando plena madurez como seres humanos. Por medio del ministerio del Espíritu Santo, la presencia del Cristo Resucitado continúa en nuestros medios salvando y sanando a la humanidad perdida. Es esta presencia divina lo que nos permite resistir, enfrentar, y hasta desenmascarar tanto a las fuerzas de la muerte como a las personas e instituciones que le sirven de instrumentos.

Notemos, pues, que es Dios quien ha tomado el primer paso.

  • Dios es quien se ha revelado en la historia de Israel.
  • Dios es quien ha enviado a Jesucristo, su hijo.
  • Dios es quien nos capacita con su Espíritu Santo.
  • Dios es quien llama a la Iglesia a colaborar en la misión de alcanzar al mundo perdido.
  • En fin, Dios es el «misionero» que salva y libera a la humanidad. 

La tarea principal de la Iglesia Cristiana es anunciar el carácter de Dios a un mundo perdido. Tenemos la responsabilidad de proclamar al Dios de la vida en medio de un mundo esclavizado por las fuerzas de la muerte.

Por esto me preocupa tanto nuestro extraño silencio sobre Dios. A veces me pregunto si estamos avergonzados de hablar de Dios en medio de una sociedad que, para todos los efectos prácticos, es atea. Lo que es más, a veces me pregunto si muchos de nosotros también somos funcionalmente ateos, es decir, si vivimos como si Dios no existiera. 

Para explicar mi punto, permítanme volver al ejemplo con el cual empecé estas reflexiones.

  • ¿Por qué no le decimos a la gente que deben ir a la Iglesia porque necesitan conocer a Dios?
  • ¿Por qué no le decimos a nuestras amistades, nuestros vecinos y nuestros seres amados que necesitan la presencia de Dios para poder vivir con provecho?
  • ¿Por qué presentamos tantas excusas, tratando de llamarle la atención a la gente con trucos o con técnicas de mercadeo?

Me temo que la respuesta a estas preguntas puede ser que nosotros mismos no estamos dedicando suficiente tiempo a conocer a Dios. Me temo que algunos de nosotros todavía funcionamos con falsos conceptos de Dios, tales como.

  • «Papá» Dios: Cuando niños, algunos de nuestros familiares nos hablaban de Dios como si éste fuera un ancianito celeste. Nos decían: «Pórtate bien, porque si te portas mal ‘Papá’ Dios llora». Esto fijaba una falsa idea de Dios en nuestras mentes, como un ser débil e impotente.
  • El Dios violento: Otros aprendimos que Dios era una especie de policía omnisciente que nos castigaba con rudeza cuando hacíamos algo malo. Este tipo de Dios carecía de misericordia, trayendo a la gente al «buen camino» por medio de calamidades y de castigos.
  • El Dios ausente: Aún otros aprendimos que Dios había creado el mundo para que corriera por sí solo. Una vez terminada la creación, Dios se retiró y desde entonces se mantiene al margen de la actividad humana.

Sí, hay muchas personas que operan con falsos conceptos de Dios, tales como los que acabamos de enumerar. Creo que son más las personas que no dedican tiempo alguno a pensar en Dios, viviendo como si Dios no existiera.

La Iglesia de Jesucristo tiene la tarea de predicar al Dios verdadero en medio de un mundo que tiene tantos conceptos falsos sobre Dios. Tenemos que combatir los «ídolos» que la gente adora, pensando equivocadamente que están adorando al Dios de Jesucristo.

Dios invita a la Iglesia a compartir su ministerio misionero, recalcando su amor por la humanidad perdida. En este sentido, cuando hablamos de la «misión» de la Iglesia, en realidad estamos hablando de la misión de Dios. La misión es de Dios, no es nuestra.

Aceptemos, pues, la invitación y el mandato de Dios a compartir su misión de salvar a un mundo perdido. 

  • Prediquemos a este Dios misionero, paciente y amoroso. 
  • Anunciemos el carácter de Dios, dando a conocer su obra en medio de los tiempos.
  • Hagamos el esfuerzo de conocer más y mejor a Dios cada día de nuestra vidas.

¡Dediquemos nuestras vidas a anunciar y a conocer al Dios que «de tal manera» nos amó!

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Dios te acepta, versión libre de un sermón de Paul Tillich

Dios te acepta

Versión libre de un sermón de Paul Tillich titulado “You are accepted”

“Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia.”

Romanos 5:20 (RVR 1960)

Introducción

Estas palabras del Apóstol Pablo resumen su experiencia, su mensaje y su visión de la vida. Nunca me he atrevido a predicar antes sobre este texto. Pero algo me ha impulsado a considerarlo durante los últimos meses. Es un deseo de dar testimonio de los dos hechos que, en las horas cuando nadie me ve, me parecen determinantes en nuestra vida: la abundancia del pecado y la sobre abundancia de la gracia.

Existen pocas palabras más extrañas que “pecado” y “gracia”. Son extrañas, aunque son bien conocidas. Hoy, estas palabras han perdido gran parte de su poder, al punto que es necesario preguntarnos seriamente si debemos usarlas o descartarlas como herramientas inútiles.

Empero, hay un hecho misterioso en las grandes palabras de nuestra tradición religiosa: no pueden ser reemplazadas. No hay sustitutos para palabras como “pecado” y “gracia”. Estas palabras nacieron en lo profundo de la existencia humana. Allí ganaron su poder para todas las edades, y allí cada generación puede reencontrar su poder. Acerquémonos, pues, a los niveles más profundos de nuestra vida, con el propósito de redescubrir el significado del pecado y de la gracia.

¿Qué significa el pecado?

¿Qué significa el pecado en nuestros tiempos? ¿Acaso la gente todavía puede sentirse en pecado? ¿Están conscientes de que el pecado no es un mero acto inmoral? ¿Comprenden que el pecado es el mayor problema de la vida? ¿Sabemos que es un error dividir los seres humanos, llamando a algunos “pecadores” y otros “justos”?

Me gustaría sugerir una palabra, no como un sustituto de la palabra “pecado”, sino como una idea útil en su interpretación de la palabra “pecado”: “separación”. El pecado es separación. Estar en pecado es estar en un estado de separación. Y la separación es triple: separación de Dios, de uno mismo y de los demás.

Nosotras, las personas que nos sabemos separadas, sufrimos las consecuencias destructivas de nuestra separación, pero también sabemos por qué sufrimos.

Sabemos que estamos alejados de Aquel a quien realmente pertenecemos, y con quien debemos estar unidos.

Sabemos que experimentamos esa separación por culpa nuestra. Eso es el pecado: separación y culpa.

Así vivimos toda nuestra existencia, desde que nacemos hasta que morimos. Esa separación se prepara en el vientre de la madre y hasta mucho antes, en cada generación anterior. Alcanza más allá de nuestras tumbas, afectando a todas las generaciones venideras. ¡La existencia es la separación! Por eso, más que un acto o un error, el pecado es un estado de separación.

¿Qué es la gracia?

Podemos decir algo similar sobre la gracia, ya que los conceptos “pecado” y “gracia” están unidos entre sí. Ni siquiera conocemos el pecado hasta que experimentamos la unidad de la vida, que es la gracia. Del mismo modo, no podemos comprender el significado de la gracia hasta que experimentamos la separación de la vida, que es el pecado.

La gracia es tan difícil de describir como el pecado.

  • Para algunas personas, la gracia es la voluntad de un padre celestial que perdona una y otra vez la locura y la debilidad de sus niños. Debemos rechazar ese concepto infantil de la gracia y de la dignidad humana.
  • Para otras, la gracia es un poder mágico en los lugares oscuros del alma. El problema es que ese poder mágico no tiene significado alguno para la vida práctica.
  • Para otras personas, la gracia es la bondad que podemos encontrar junto a la crueldad en la vida. Es un regalo recibido de parte de Dios, de la naturaleza o de la sociedad, para hacer cosas buenas.

Pero la gracia es más que regalos.

  • La gracia es un poder que nos ayuda a superar la separación y distanciamiento.
  • La gracia es el reencuentro de la vida con la vida, la reconciliación del ser humano consigo mismo.
  • La gracia es la aceptación de quien antes había sido rechazado.

La gracia transforma nuestros caminos de muerte en caminos de vida; cambia la culpa en confianza y amor. Hay algo triunfante en la palabra gracia.

Cuando nos examinamos a nosotros mismos, descubrimos una lucha entre la separación y el reencuentro, entre el pecado y la gracia. Encontramos esa lucha en nuestra relación con los demás, en nuestra relación con nosotros mismos y en nuestra relación con Dios.

Si esta breve descripción del pecado y de la gracia resuenan en nuestros corazones, quizás podemos encontrar nuevos significados de estos conceptos. Pero en este proceso las palabras no son tan importantes. Lo más importante es cómo resuenan estos conceptos en los niveles más profundos de nuestro ser. Podemos decir que llegamos a conocer verdaderamente la gracia cuando logramos comprender esta lucha entre la separación y la reconciliación.

Separación, soledad y autodestrucción

¿Quién no ha sentido soledad aún en medio de una multitud? El sentimiento de separación es más agudo cuando estamos rodeados por mucha gente y de mucho ruido, pero aun así no podemos conectarnos con los demás. Esa soledad nos hace sentir distanciados de la vida. Ni siquiera el amor puede ayudarnos a romper las paredes nos separan del prójimo. Cuando estamos en pecado podemos sentirnos separados de nuestra pareja, de nuestras amistades y hasta de nuestros hijos y de nuestras hijas.

La expresión más clara de separación en el mundo actual es la rivalidad entre los grupos sociales dentro de una misma nación. Si no podemos relacionarnos con alguien que vive en nuestra propia tierra, ¿cómo vamos a relacionarnos con gente de otros países? Cuando leemos, escuchamos o vemos partes de prensa sobre guerras, genocidios y ataques terroristas, tenemos que aceptar que en nuestro mundo abunda el pecado.

Recalco que no solo estamos separados de los demás: también estamos separados de nosotros mismos. El ser humano está dividido dentro de sí mismo. Esa separación se manifiesta cuando nos odiamos a nosotros mismos, permitiendo que la desesperación nos arrope. Es un círculo vicioso, pues quien se odia a sí mismo es incapaz de amar a los demás.

El pecado crea en nosotros un instinto de autodestrucción. Nuestra tendencia a destruir a otras personas esconde una tendencia encubierta para destruirnos a nosotros mismos. La crueldad hacia los demás nace de la crueldad hacia nosotros mismos.

Pablo expresó este hecho en sus famosas palabras: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (Romanos 7.19).Y luego continuó con otras palabras que bien podrían ser el lema de toda la psicología profunda: “Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí” (Romanos 7.20). Como vemos, el Apóstol detectó en su propio ser esta lucha entre el pecado y la gracia, entre la separación y la reconciliación.

Dios te acepta

“Más cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia”, dice Pablo en la misma carta en la que describe el poder inimaginable de la separación y la autodestrucción tanto en el alma como en la sociedad. Pablo vivió esta experiencia en carne propia, quien recibió gracia divina a pesar de haber perseguido la Iglesia. La recibió tal como Jesucristo, quien experimentó la resurrección después de sufrir la cruz, su mayor momento de separación.

Así es la gracia de Dios. En nuestro momento más oscuro, cuando nos sentimos más lejos de Dios, tenemos un momento de gracia. Es como si una ola de luz irrumpiera en nuestra oscuridad y es como si una voz celestial nos dijera: “Dios te acepta. Dios te acepta. Dios te acepta.”

Te acepta uno más grande, más poderoso y más fuerte que tú.

Te acepta uno más alto, más sublime y más excelso que tú.

No tienes de hacer nada ahora;

Ni tienes que buscar nada más.

Lo único que debes hacer es aceptar el hecho de que Dios te acepta. Cuando te sucede esto, estás experimentando la gracia de Dios.

El momento de gracia es corto, pues sólo toma un momento de nuestras vidas. Sin embargo, todo se transforma a partir de ese momento de gracia. ¿Por qué? Porque saber que Dios te acepta te capacita para vencer la separación del pecado y reconciliarte con Dios, contigo mismo y con los demás.

Esa gracia también transforma nuestra relación con los demás. Nos capacita para mirar a los ojos aún de nuestros enemigos y aceptarlos sin esperar nada a cambio, tal como Dios nos acepta a nosotros.

Conclusión

“Pecado” y “gracia” son dos palabras extrañas; pero no son cosas extrañas. Encontramos el pecado y la gracia cada vez que nos miramos al espejo y examinamos nuestra mirada, la ventana a la mente y al corazón. El pecado y la gracia determinan nuestras vidas. El pecado abunda en el mundo y en la sociedad, pero la gracia sobreabunda en nosotros.

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