Ovejas sin pastor es un sermón sobre la respuesta desde la fe cristiana a las ansiedades que caracterizan a las sociedades postmodernas.
En el mundo contemporáneo, la ansiedad se ha convertido en una característica predominante de nuestra sociedad. Esta condición, que implica un estado de agitación y zozobra del ánimo, afecta tanto el ámbito emocional como el espiritual.
Según el estudio sociológico de Thomas Bandy sobre las necesidades espirituales de las sociedades postmodernas, existen siete tipos principales de ansiedades que aquejan al ser humano de hoy: el abandono, la soledad, el vacío y la falta de sentido, el destino, la muerte, la culpa, y la victimización.
El abandono es la sensación de desamparo por falta de atención personal. Las personas que sufren de esta ansiedad buscan compasión y encuentran en Jesús, el Buen Pastor, una figura de acogida y rescate.
La soledad surge del distanciamiento de seres queridos y amistades. Aquellos que se sienten solos buscan a Jesús, el amigo y compañero, así como el compañerismo de una comunidad de fe.
El vacío y la falta de sentido representan una carencia de propósito que lleva a las personas a sentirse perdidas. Estas personas buscan dirección en Jesús, el Maestro Galileo, cuya sabiduría ofrece sentido a sus vidas.
El destino está ligado al fatalismo, donde las personas se sienten atrapadas por circunstancias predeterminadas. Jesús, el liberador, ofrece una transformación radical que desafía este sentimiento de impotencia.
La muerte es una ansiedad universal que genera un temor profundo. Frente a esto, Jesús, el Cristo Resucitado, ofrece esperanza de vida eterna.
La culpa produce una angustia que afecta cuerpo, mente y espíritu. Aquí, Jesús, el sanador, ofrece perdón y sanidad integral.
La victimización afecta a aquellos que han sufrido abusos o injusticias. Estas personas encuentran en Jesús, la justicia de Dios, la promesa de redención y juicio justo.
Ovejas sin pastor explica cómo en cada una de estas ansiedades, la figura de Jesús se presenta como la respuesta definitiva, capaz de ofrecer alivio y esperanza a un mundo ansioso.
Bosquejo o manuscrito de un sermón listo para predicar sobre Juan 3.16
Introducción
Hace un tiempo asistí a un taller de capacitación para personas que están organizando nuevas congregaciones. Una de las actividades del taller consistió en una conferencia sobre métodos de evangelización. Como parte de la conferencia, la persona recurso le pidió al grupo de pastores y pastoras que describieran las frases que usan para invitar a personas nuevas a asistir a la iglesia. Las respuestas a tal pregunta fueron muy interesantes.
Algunas personas contestaron que, cuando invitan a alguien a visitar su iglesia local, recalcan el entusiasmo de la congregación, la música movida y la adoración contemporánea.
Otras indicaron que motivaban a la gente a visitar su iglesia porque su pastor era un buen predicador y un excelente maestro de la Palabra de Dios.
Aún otros señalaban el amor y el compañerismo cristiano como la razón principal para visitar su congregación.
Lo que me sorprendió de estas respuestas no fue lo que dijeron, sino lo que callaron. Ninguna de las personas presentes mencionó a Dios en su respuesta. Es decir, nadie motivaba a los demás a asistir a la iglesia para conocer a Dios, para establecer una relación más profunda con Dios, o para vivir más cerca de Dios. En todos estos casos, Dios estaba ausente del discurso de la iglesia local.
El carácter de Dios
Esta experiencia me ha hecho reflexionar sobre el lugar que ocupa Dios en la predicación y la enseñanza de la Iglesia contemporánea. Con tristeza, he llegado a la conclusión de que muchos de nosotros hemos olvidado que el propósito principal de la Iglesia es anunciar quién es Dios y proclamar las grandes cosas que ha hecho en beneficio de la humanidad. Es decir, la Iglesia Cristiana tiene la tarea de proclamar el carácter de Dios.
¿Cómo se comporta Dios?
¿Qué es importante para Dios?
¿Qué es agradable a Dios?
¿Qué desea Dios para humanidad?
En fin, ¿cuál es el carácter del Dios que revela el Evangelio de Jesucristo?
Quizás comprendan mejor lo que estoy tratando de decir si comparamos nuestra relación con Dios con nuestras relaciones humanas. Los seres humanos podemos afirmar que conocemos a otra persona cuando podemos dar fe de su carácter. Si conocemos una persona a profundidad, podemos decir si es paciente o colérica, si es activa o pasiva, si es misericordiosa o egoísta. Del mismo modo, la persona que conoce a Dios puede dar testimonio de su carácter, afirmando que es bueno, paciente, misericordioso, honesto, justo, alegre, y bondadoso.
Algunos se preguntarán, ¿cómo podemos conocer el carácter de Dios? La respuesta es obvia: por medio de la Biblia. Las Sagradas Escrituras nos revelan a este Dios que liberó al pueblo de Israel del cautiverio en Egipto y que envió a su único hijo a salvarnos. De hecho, podemos decir que el texto bíblico que mejor revela el carácter de Dios es Juan 3.16, que dice:
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna
El Dios misionero
Juan 3.16 nos habla del carácter de Dios de manera elocuente.
1. En primer lugar, afirma que Dios ama al mundo, un concepto que reitera la Primera carta de Juan 4.8 cuando declara que «Dios es amor».
2. En segundo lugar, afirma que Dios es misericordioso, dado que ha enviado a su único hijo a salvar a la humanidad que se encuentra esclavizada por las fuerzas de la maldad, el pecado y la muerte.
3. En tercer lugar, afirma que Dios es vida. El Dios revelado en el ministerio, la muerte, pasión y resurrección de Jesucristo es el Dios de la Vida (sí, con «v» mayúscula). Este Dios desea salvarnos de la muerte espiritual y emocional que sufren aquellas personas que viven esclavas de la maldad.
Este corto versículo de la Biblia nos enseña todos estos conceptos acerca de Dios. Creo que esto sería suficiente para comenzar a conocer el carácter divino. Sin embargo, cuando tomamos el texto en su contexto nos damos cuenta que Juan 3.16 tiene un mensaje aún más profundo. Este versículo afirma que el Dios de Jesucristo es el «misionero» por excelencia.
Basta re-leer las primeras líneas del texto para ver que Dios desea salvar a la humanidad perdida. Desea salvarla de la influencia de las fuerzas del pecado y de la muerte. Estas fuerzas malignas nos llevan a la destrucción, tanto de nosotros mismos como de las personas que nos rodean. Existe el mal en el mundo, y los seres humanos necesitamos la ayuda de Dios para superar su influencia.
La buena noticia es que Dios ha enviado a Jesucristo, su hijo, a salvarnos del poder de las fuerzas del mal. Jesús de Nazaret nos enseña a vivir de forma agradable a Dios, sirviendo a los demás y alcanzando plena madurez como seres humanos. Por medio del ministerio del Espíritu Santo, la presencia del Cristo Resucitado continúa en nuestros medios salvando y sanando a la humanidad perdida. Es esta presencia divina lo que nos permite resistir, enfrentar, y hasta desenmascarar tanto a las fuerzas de la muerte como a las personas e instituciones que le sirven de instrumentos.
Notemos, pues, que es Dios quien ha tomado el primer paso.
Dios es quien se ha revelado en la historia de Israel.
Dios es quien ha enviado a Jesucristo, su hijo.
Dios es quien nos capacita con su Espíritu Santo.
Dios es quien llama a la Iglesia a colaborar en la misión de alcanzar al mundo perdido.
En fin, Dios es el «misionero» que salva y libera a la humanidad.
Anunciar al Dios de la Vida
La tarea principal de la Iglesia Cristiana es anunciar el carácter de Dios a un mundo perdido. Tenemos la responsabilidad de proclamar al Dios de la vida en medio de un mundo esclavizado por las fuerzas de la muerte.
Por esto me preocupa tanto nuestro extraño silencio sobre Dios. A veces me pregunto si estamos avergonzados de hablar de Dios en medio de una sociedad que, para todos los efectos prácticos, es atea. Lo que es más, a veces me pregunto si muchos de nosotros también somos funcionalmente ateos, es decir, si vivimos como si Dios no existiera.
Para explicar mi punto, permítanme volver al ejemplo con el cual empecé estas reflexiones.
¿Por qué no le decimos a la gente que deben ir a la Iglesia porque necesitan conocer a Dios?
¿Por qué no le decimos a nuestras amistades, nuestros vecinos y nuestros seres amados que necesitan la presencia de Dios para poder vivir con provecho?
¿Por qué presentamos tantas excusas, tratando de llamarle la atención a la gente con trucos o con técnicas de mercadeo?
Me temo que la respuesta a estas preguntas puede ser que nosotros mismos no estamos dedicando suficiente tiempo a conocer a Dios. Me temo que algunos de nosotros todavía funcionamos con falsos conceptos de Dios, tales como.
«Papá» Dios: Cuando niños, algunos de nuestros familiares nos hablaban de Dios como si éste fuera un ancianito celeste. Nos decían: «Pórtate bien, porque si te portas mal ‘Papá’ Dios llora». Esto fijaba una falsa idea de Dios en nuestras mentes, como un ser débil e impotente.
El Dios violento: Otros aprendimos que Dios era una especie de policía omnisciente que nos castigaba con rudeza cuando hacíamos algo malo. Este tipo de Dios carecía de misericordia, trayendo a la gente al «buen camino» por medio de calamidades y de castigos.
El Dios ausente: Aún otros aprendimos que Dios había creado el mundo para que corriera por sí solo. Una vez terminada la creación, Dios se retiró y desde entonces se mantiene al margen de la actividad humana.
Conclusión
Sí, hay muchas personas que operan con falsos conceptos de Dios, tales como los que acabamos de enumerar. Creo que son más las personas que no dedican tiempo alguno a pensar en Dios, viviendo como si Dios no existiera.
La Iglesia de Jesucristo tiene la tarea de predicar al Dios verdadero en medio de un mundo que tiene tantos conceptos falsos sobre Dios. Tenemos que combatir los «ídolos» que la gente adora, pensando equivocadamente que están adorando al Dios de Jesucristo.
Dios invita a la Iglesia a compartir su ministerio misionero, recalcando su amor por la humanidad perdida. En este sentido, cuando hablamos de la «misión» de la Iglesia, en realidad estamos hablando de la misión de Dios. La misión es de Dios, no es nuestra.
Aceptemos, pues, la invitación y el mandato de Dios a compartir su misión de salvar a un mundo perdido.
Prediquemos a este Dios misionero, paciente y amoroso.
Anunciemos el carácter de Dios, dando a conocer su obra en medio de los tiempos.
Hagamos el esfuerzo de conocer más y mejor a Dios cada día de nuestra vidas.
¡Dediquemos nuestras vidas a anunciar y a conocer al Dios que «de tal manera» nos amó!
Encuentro de adoración y predicación para el 26 de marzo de 2023 del Movimiento LA RED, una Iglesia online, con una predica cristiana sobre Hechos 10, titulada «Visión vs Visión».
Iglesia online – Vídeo
Lectura bíblica – Hechos 10.1-8
En Cesarea vivía un hombre llamado Cornelio; que era centurión del regimiento conocido como «Italiano».2 Cornelio era un hombre piadoso y temeroso de Dios, lo mismo que toda su familia, pues ayudaba mucho a la gente con dinero y siempre oraba a Dios. 3 Un día, como a las tres de la tarde, Cornelio tuvo una visión, en la que claramente vio que un ángel de Dios entraba en donde él estaba y le hablaba por su nombre. 4 Cornelio miró fijamente al ángel y, con mucho temor, le preguntó: «Señor, ¿qué se te ofrece?» Y el ángel le respondió: «Dios ha escuchado tus oraciones, y la ayuda que has dado a otros la ha recibido como una ofrenda. 5 Envía a tus hombres a Jope, y haz que venga Simón, al que también se le conoce como Pedro, 6 que está hospedándose en casa de Simón el curtidor, quien vive junto al mar.» 7 En cuanto se fue el ángel que había hablado con Cornelio, éste llamó a dos de sus criados y a uno de sus asistentes, que era un soldado piadoso, 8 y luego de contarles lo sucedido los envió a Jope.
Únase al Movimiento La Red
El Movimiento LA REDes una comunidad de fe que se reúne a través de las redes sociales. La participación es libre y voluntaria. Está abierta tanto para ser su principal comunidad de fe, como para enriquecer su vida espiritual. LA RED es un movimiento cristiano que no está afiliado a denominación alguna.
El Movimiento LA RED,es una división de la Red Nacional de Iglesias y Ministerios Cristianos (organización conocida como NCCMN por sus siglas en inglés, National Christian Churches and Ministries Network). También está relacionada a la Red Educativa Genesaret.
Sé que estás enferma y que el tratamiento es terrible. Es deshumanizante y doloroso. Te sientes como si fueras invisible, dado que los enfermeros siguen conversando de cosas triviales mientras te conectan a la quimioterapia.
Sé que estás enferma y que la casa te es opresiva. Te sientes desaparecer lentamente en tu sofá, sabiendo que no puedes ir trabajar, porque no puedes salir a la calle. Tu sistema inmunológico está comprometido, por lo que no debes estar rodeada de personas que puedan contagiarte con alguna enfermedad que, aunque sencilla, en tu caso podría ser fatal.
Y sé que te sientes como si fueras un estorbo. Piensas que molestas a todo el mundo. Preferirías ir sola a las terapias, pero no es una buena idea. Te sientes tan débil que no puedes manejar. Y te sientes tan triste que no deseas estar sola.
Pero tú eres mucho más que una mujer enferma. Tu enfermedad no te define.
Eres mujer, esposa, madre y abuela. Eres hija, hermana, tía y sobrina. Eres obrera, profesional, maestra y mentora. Eres todo eso y más.
No permitas que tu enfermedad te defina. Tú eres mucho más que tu enfermedad, porque eres HIJA DE DIOS.
Que Dios te fortalezca y te dé una resonante victoria sobre esta y toda otra enfermedad. En el nombre de Jesús. AMÉN
Bosquejo de un sermón listo para predicar, basado en Marcos 4.35-41, donde Jesús de Nazaret calma las aguas del Mar de Galilea.
Texto: Marcos 4.35-41 RVC
Ese mismo día, al caer la noche, Jesús les dijo a sus discípulos: «Pasemos al otro lado.» 36 Despidió a la multitud, y partieron con él en la barca donde estaba. También otras barcas lo acompañaron. 37 Pero se levantó una gran tempestad con vientos, y de tal manera las olas azotaban la barca, que ésta estaba por inundarse. 38 Jesús estaba en la popa, y dormía sobre una almohada. Lo despertaron y le dijeron: «¡Maestro! ¿Acaso no te importa que estamos por naufragar?» 39 Jesús se levantó y reprendió al viento, y dijo a las aguas: «¡Silencio! ¡A callar!» Y el viento se calmó, y todo quedó en completa calma. 40 A sus discípulos les dijo: «¿Por qué tienen tanto miedo? ¿Cómo es que no tienen fe?» 41 Ellos estaban muy asustados, y se decían unos a otros: «¿Quién es éste, que hasta el viento y las aguas lo obedecen?»
Tema: Jesús nos llama a tener confiar en él, aún en medio de la tormenta.
Área: Cuidado pastoral
Propósito: Dar ánimo a la audiencia, llamándola a tener fe
Había sido un día muy productivo. Jesús de Nazaret, rodeado por sus discípulos, había pasado el día enseñando, por medio de parábolas, a la multitud (Marcos 4.1-34). Llegada la tarde, Jesús decide continuar su marcha, viajando al otro lado del mar de Galilea.
El mar de Galilea, o como se le conoce en hebreo, el «Kinneret», en realidad es un lago que se encuentra al norte del territorio nacional y que, aún hoy, divide a Israel de Siria. El lago tiene unas 33 millas o 53 km de circunferencia, 13 millas o 22 km de largo y 8 millas o 13 km de ancho.
Por lo tanto, caminar no era una opción. Caminar alrededor del lago toma entre 3 a 4 días, mientras cruzarlo en un barco de vela sólo toma algunas horas.
Trama
Aunque caía la tarde, y en el mundo antiguo no había alumbrado eléctrico, Jesús decide cruzar el lago y le dice a sus discípulos «Pasemos al otro lado» (v. 35). Con toda seguridad, el clima debía estar en condiciones óptimas, porque de otra manera el grupo no se hubiera a aventurado a cruzar el lago a esa hora. De todos modos, para mayor seguridad, los discípulos salieron junto con otras barcas, de manera que si alguna tenía problemas las otras podrían socorrerla (v. 36).
En los tiempos de Jesús, una barca promedio tenía unos 27 pies u 8 metros de largo, por 8 pies o 2.5 metros de ancho. Tenía una sola vela, cerca de la proa, es decir, de la parte del frente. La barca promedio acomodaba unas 12 personas. Esto quiere decir que la embarcación donde iban Jesús y sus discípulos probablemente estaba sobrecargada, pues en ella iban Jesús, sus discípulos y la tripulación. Vacía, el borde de la barca podía estar a unos 3 pies o 75 centímetros sobre el agua. Cargada, podía estar tan cerca como 1 pie o 31 centímetros de la superficie.
De repente, como suele ocurrir en el mar de Galilea, sobrevino una tormenta (v. 37). ¿Por qué son tan comunes? Porque el mar de Galilea se encuentra en un hueco, rodeado de montañas. El nivel del agua está entre 705 pies o 215 metros a 686 pies o 209 metros debajo del nivel del mar. Por eso, en algunas ocasiones, el viento que viene del mar Mediterráneo comienza a dar vueltas sobre el lago, formando trombas marinas. Nótese que el texto bíblico solo menciona que la tormenta consistía de vientos fuertes; no menciona lluvia, ni truenos. Así que podemos concluir que la «tormenta» en realidad era una tromba marina, es decir, un tornado sobre las aguas del lago.
Punto culminante
La tormenta era tan fuerte que las olas echaban agua dentro de la barca, lo que podía hundirla (v. 37b). Aterrados, los discípulos despertaron a Jesús, quien se encontraba durmiendo sobre una almohada en la popa, es decir, en la parte de atrás de la barca (v. 38).
Ahora bien, el problema no es que lo despertaron, sino cómo lo despertaron. En lugar de despertarlo para decirle que estuviera alerta ante el peligro que enfrentaban, lo despiertan con un reproche, con una acusación: «¡Maestro! ¿Acaso no te importa que estamos por naufragar?» (v. 38). El texto griego es aún más fuerte, porque dice: «¿No te importa que vamos a ser destruidos?».
Esa es la naturaleza humana. Cuando enfrentamos un problema, en lugar de buscar sus causas reales, le echamos la culpa a Dios.
Para los discípulos,
El problema no era el clima.
El problema no era la topografía.
El problema no era el sobrepeso de la barca.
No. El problema es Dios; el problema es que no le importamos a Dios.
El v. 40 dice: «Jesús se levantó y reprendió al viento, y dijo a las aguas: «¡Silencio! ¡A callar!» Y el viento se calmó, y todo quedó en completa calma.» Noten el verbo «reprender», que es el mismo vocablo que Marcos utiliza cuando Jesús reprende los espíritus inmundos. Por lo tanto, Jesús trata a la tormenta como si fuera un demonio, y la reprende, ordenándole que guardara silencio.
Desenlace
Como es de esperar, la tormenta terminó. Empero, la tormenta puso al descubierto el verdadero problema: Los discípulos de Jesús, a pesar de caminar con él cada día, escuchando sus enseñanzas y atestiguando sus milagros, no tenían fe: «A sus discípulos les dijo: “¿Por qué tienen tanto miedo? ¿Cómo es que no tienen fe?”» (v. 41).
Tenían miedo porque olvidaron que Jesús estaba en la barca.
Olvidaron que Dios está en control del mundo y de la historia.
Olvidaron que Dios tiene poder aun sobre las repentinas tormentas que puedan azotar nuestras vidas.
Olvidaron que Dios está presto a protegernos, respondiendo aún a nuestros reclamos más injustos.
«¿Por qué tienen tanto miedo? ¿Cómo es que no tienen fe?»: Preguntó Jesús a sus discípulos ayer. Y Jesús nos plantea las mismas preguntas hoy. Sí, es cierto que el mundo está enfrentando una pandemia sin precedentes para las generaciones actuales; una emergencia de magnitudes no vistas desde el 1918. Empero, la vida está llena de momentos críticos. Cada uno de nosotros y cada una de nosotras ha enfrentado varias crisis en el pasado. Y, si sobrevivimos esta, enfrentaremos muchas más: «¿Por qué tenemos tanto miedo? ¿Cómo es que no tenemos fe?».
La respuesta comunica la buena noticia que tiene este pasaje bíblico para toda la humanidad: No debemos tener miedo porque:
Aún en medio de la tormenta, ¡Jesús está en la barca!
Aún en medio de la crisis, ¡Jesús está en la barca!
Aún en medio del «valle de la sombra y de la muerte» (cf. Salmo 23.4), ¡Jesús está en la barca!
La memoria herida por la angustia contiene el audio, el video y el manuscrito listo para predicar de un sermón sobre el Salmo 77.
Media
Texto
El dolor es una experiencia común a toda la humanidad. Todos los seres
humanos experimentamos dolor, tanto al nivel físico como al nivel emocional.
El idioma español tiene una palabra que se refiere, específicamente,
al dolor emocional. Esta palabra es sinónimo de la aflicción, la congoja y la
ansiedad. Se define como un temor opresivo que, en muchas ocasiones, no tiene
una causa precisa. Es la sensación de estar en un aprieto, en un apuro. Y ese
dolor emocional es tan intenso que puede provocar síntomas físicos, tales como
la sofocación y la sensación de opresión en el pecho o en el estómago. Ese tipo
de dolor emocional tiene un nombre: angustia.
La Biblia contiene varios textos que describen la angustia que puede
sentir un ser humano. Sin embargo, hoy deseo compartir con ustedes un ejemplo
en particular. Se trata del Salmo 77.
El Salmo 77 es un Salmo de Lamentación. Comienza con
un lamento profundo, donde el poeta expresa toda una serie de dudas sobre su
vida y sobre su relación con Dios. Estas dudas le atormentan. La tensión y la
angustia del salmista son tan grandes que le han quitado el sueño (v. 4); ha
permanecido despierto clamando a Dios y tratando de encontrarle una explicación
a su problema (vv. 1-3).
Los versículos 5 al 9 nos permiten ver el terrible
estado de angustia del salmista. Después de haber examinado su pasado (v. 5) y
de cantar y orar al Señor (v. 6), la duda permanece: ¿Volverá el Señor a
tratarnos con bondad? ¿Se han terminado su amor y su misericordia? ¿Acaso el
Señor ya no es un Dios bueno?
En distintos momentos de la vida, todos dudamos del
amor y la misericordia divina. Se hace difícil mantenerse firme en momentos de
prueba. A veces nos entristecemos pensando que el Señor no escucha nuestra
oración y que ha faltado a sus promesas. Oramos y no escuchamos respuesta a
nuestras plegarias. Aún hay momentos cuando peleamos con Dios, reclamándole que
cumpla las promesas que nos ha hecho. ¿Qué podemos hacer en momentos como esos?
El versículo 10 marca un cambio de dirección en el
poema sagrado. Y esto no debe sorprendernos, porque cuando uno exterioriza sus
dudas puede cambiar su perspectiva de la vida; cuando uno da voz a sus temores,
uno puede encontrar nuevas formas de ver sus problemas. Hablar con una persona
que puede ofrecer un consejo sabio nos permite asimilar las experiencias
pasadas. Por eso, después de expresar sus temores en los primeros nueve
versículos del texto, el salmista recapacita y dice: «Enfermedad mía es ésta;
traeré, pues, a la memoria los años de la diestra del Altísimo.»
Este versículo recoge el momento cuando el salmista
encuentra la clave para salir de la angustia que le aquejaba. «Enfermedad mía
es esta»: Dios no le había fallado al salmista. En realidad, el salmista era
víctima de sus propias dudas y de su propia desesperación. En realidad, el
salmista tenía «la memoria herida».
Los seres humanos tenemos tres tipos de memoria. La
memoria sensorial se refiere a la experiencia de revivir una sensación física
pasada. La mente «archiva» la sensación y, ante el estímulo adecuado, usted
vuelve a experimentarla. Pero esto sólo dura un segundo. La memoria a corto
plazo es la conciencia de los eventos y las sensaciones experimentadas en las
últimas horas. Y la memoria a largo plazo es el recuerdo de eventos y sensaciones
del pasado. Empero, nunca recordamos el ayer de manera perfecta. En realidad,
lo que recordamos es nuestra interpretación del ayer.
Cuando recordamos los eventos pasados, los traemos
de la memoria larga a la corta; del lugar dónde están «archivados» hoy. Y esos
recuerdos del ayer vienen acompañados por sensaciones físicas. Usted no sólo
recuerda ideas o palabras, sino que también recuerda golpes, olores y
temperaturas.
Por eso, cuando uno recuerda eventos dolorosos del
ayer, bien puede experimentar dolor hoy. Y ese dolor es real. Cuando usted
recuerda el grito, la amenaza o el golpe recibido, usted vuelve a experimentar
miedo, aprehensión y dolor.
¿Por qué el salmista siente que Dios lo ha
desechado? Porque tiene la memoria herida. Porque sólo puede recordar el dolor
de ayer. Y porque ese recuerdo le provoca angustia hoy, aquí y ahora.
El poeta comprende que para sanar su memoria herida
debe aprender una nueva manera de recordar. En lugar de evocar el dolor de
ayer, debe recordar de los actos portentosos que, a través de los años, Dios ha
hecho en su vida (vv. 10-12).
Así la oración del salmista es contestada. El Poeta
que comenzó dudando del amor de Dios, termina afirmando la existencia de Dios
(v. 13). Una vez mas, el salmista ha recibido una nueva orientación en su vida,
pasando del lamento a la alabanza.
El Salmo 77 nos enseña que no tenemos que andar en angustias, sufriendo porque tenemos la memoria herida. Dios desea sanar nuestros recuerdos. Dios desea librarnos de la angustia. Dios desea que pasemos del lamento a la alabanza.
La séptima palabra es: “Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Habiendo dicho esto, expiró.” Lucas 23.46
Vídeo
Audio
Texto
Después de haber cumplido su obra en el mundo, ¿qué le resta a Jesús? Sólo queda invocar al Padre para ser restaurado a la gloria que tuvo con él desde “antes que el mundo existiera” (Jn 17.5).
Jesús vuelve a llamar a Dios “Padre”, en forma íntima y personal. Probablemente usó la palabra aramea “abba” para referirse a Dios en esta ocasión. Esta es la misma palabra que aparece en Romanos 8.15 y Gálatas 4.6. Este vocablo se utilizaba sólo en la intimidad del hogar, ya que implica una íntima relación de amor y cariño sentido. En este sentido, es como si Jesús llamara a Dios “papi” o “papito”, como un bebé llama a su padre.
Jesús invoca al Dios “Padre” para volver a él, para entregarle su espíritu. De este modo, se cumple la profecía del Salmo 22.8: “Se encomendó a Jehová: líbrele él; sálvele, puesto que en él se complacía”.
Jesús se entrega a Dios para ser restaurado, para ser reivindicado ante los ojos de los pecadores que le habían llevado a la cruz. En una palabra, Jesús se entrega a Dios para ser levantado de entre los muertos por medio del poder del Espíritu Santo.
El Galileo no quedó colgado en la cruz. Fue sepultado el viernes en la tarde, pero no resucitó hasta el domingo—día del Señor—en la mañana.
El Hijo entrega su espíritu al Padre en esperanza. Con la esperanza de resucitar de entre los muertos a una vida incorruptible. Y con su resurrección, Jesús abre el camino para toda aquella persona que cree. Y con él la iglesia tiene la esperanza gloriosa de vida abundante y eterna con su Señor. Desde ahora, nadie tendrá que morir en desesperanza.
Al leer este relato, una pregunta surge en mi mente. ¿Tendría yo la valentía necesaria para enfrentar la muerte con tanta valentía? ¿Tendría yo la fe necesaria para enfrentar la muerte con tanta paz? ¿Podría yo expirar confiado en quedar en las manos de Dios? ¿Podría yo? ¿Podría usted?
Conclusión
El viernes es el día de la muerte. Temprano en la tarde, el cuerpo de Jesús cuelga del madero. Ha expirado; ha muerto. Ha muerto:
Por mis pecados,
Por tus pecados,
Y por los pecados de toda la humanidad.
En sus palabras finales ha resumido su obra salvífica. Jesús nos perdona, nos ofrece la gloria, nos da una nueva familia, afirma que ahora tenemos libre acceso a Dios, se identifica con nosotros y nos da esperanza de salvación.
Ahora sólo me resta invitarle a aceptar la invitación que Jesús nos hace desde la cruz. Jesús te invita a dejar atrás la vida vieja, a aceptar su perdón y a caminar hacia el futuro con esperanza. Jesús te invita a imaginar un nuevo futuro, dirigido hacia la vida plena que se encuentra cuando se vive en comunión con Dios. Jesús te invita. Jesús te invita.
Dos palabras. Nunca dos palabras habían dicho tanto como éstas. Nunca una frase tan corta había tenido un sentido tan profundo como ésta.
“Consumado es.” Esta es una declaración de victoria. La obra salvífica de Jesús estaba sellada. El mundo perdido ahora tiene oportunidad de salvación. Jesús ha obedecido al Padre hasta lo sumo y éste lo ha declarado “Hijo de Dios con poder”, como dijo el Apóstol Pedro en Hechos 2. Con obediencia perfecta, Jesús ha demostrado que el mal no es absoluto; que es posible vivir en comunión con Dios. Con su obediencia perfecta, Jesús ha llevado la humanidad hasta el seno del Padre. Ahora la humanidad tiene en Jesús un intermediario, un intercesor.
Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, pero alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.
Hebreos 4.14-16
“Consumado es” es la declaración de la derrota del mal. Ya la vida ha triunfado sobre la muerte. Ya la esperanza ha triunfado sobre el dolor. Ya la justicia ha triunfado sobre el pecado. Ya Dios ha triunfado sobre el Adversario y sus huestes del mal. Ahora:
…ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo alto, ni lo bajo, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada podrá separarnos del amor de Dios, que es en Cristo Jesús.
Romanos 8.38-39
Pero, en un sentido más profundo, “consumado es” significa que ya no hay abismo. El grito de Jesús desde la cruz le dice al mundo que el abismo que creó el pecado entre Dios y el ser humano ya no existe. Ahora hay un punto de contacto entre la divinidad y el género humano. La cruz es el puente.
La cruz es el puente que lleva al ser humano hasta la presencia de Dios. La cruz de Jesús ha revelado la justicia divina y ahora es posible ser salvo por gracia. La salvación es, pues, don divino; regalo de vida para todo aquel que cree.
La quinta palabra no puede ilustrar mejor la humanidad de Jesucristo. El crucificado no es un fantasma que aparenta sufrir en la cruz. Jesús no es una aparición que cumple una formalidad en el plan divino. Jesús de Nazaret es un ser humano verdadero. Su dolor fue tan real como el nuestro; su sufrimiento tan duro como el de cualquier otra persona.
Jesús tiene sed. Tiene sed para que se cumplan las profecías: «Y mi lengua se pegó a mi paladar» (Sal 22.15); «Y en mi sed me dieron a beber vinagre» (Sal 69.21).
Su sed es real. Es la sed de un torturado que se levanta en el árbol de la cruz en representación de todo el género humano.
Ahora bien, escondido en este episodio hay un pasaje que considero pertinente para nuestro contexto. El Evangelio de Marcos afirma que el vinagre que le ofrecen a Jesús es la cruz es vino mezclado con mirra (15.23). En el mundo antiguo, esta mezcla se hacía con el propósito de endrogar al penitente. Se le daba el brebaje para que la pena del crucificado no fuera tan amarga. Al parecer, se entendía que el vino podía ayudar al crucificado a olvidar su dolor.
¿No les parece conocido este cuadro? Nuestro país vive momentos tan amargos que muchas personas desean escapar de la realidad. Por eso tantas personas abusan del alcohol, de las drogas ilegales y de los medicamentos recetados. Están buscando medicina que cure el alma; y la están buscando en los lugares equivocados. Por eso tantas personas buscan en la música, en el baile y en el “vacilón”, la felicidad que no encuentran en sus vidas diarias. Lo que es más, por eso tantas personas buscan en la iglesia un escape para sus problemas. Estas quieren una adoración que le ayude a desconectarse del mundo; no una que les ayude a confrontar las situaciones difíciles en el nombre del Señor.
Pero el Crucificado nos enseña otro camino. Jesús no escapó de las situaciones difíciles, al contrario, “afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (Lc. 9.51b). Aun sabiendo que en Jerusalén podría encontrar la muerte; aun sabiendo que en Sión le esperaban sus enemigos, Jesús va a la Ciudad Santa a enfrentar su futuro.
En el momento difícil de Getsemaní enfrenta la copa amarga y enfrenta la turba que viene a arrestarle. Y enfrenta estas situaciones con valentía, sin la violencia de Pedro y sin la cobardía de los discípulos que huyeron.
Después va a la cruz. Y aún allí, en el agudo dolor del madero, se niega a escapar. Se niega a tomar el vino drogado. Se niega a dejarse vencer por la cobardía. Jesús sabe que la única manera de vencer los problemas es dándoles el frente.
La cuarta palabra es: “Y a la hora novena Jesús clamó a gran voz, diciendo: ¡Eloi, Eloi! ¿lama sabactani? (que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?).” Marcos 15.34
En este momento, llegamos al punto más profundo de la cruz: Jesús se siente desamparado por su Dios, su padre.
Este es probablemente el texto más misterioso de los siete que estamos explorando hoy. ¿Cómo es posible que Dios abandone al justo? ¿Cómo es posible que el Padre abandone al Hijo amado en el cual se complace? ¿Cómo es posible que Dios se desampare a sí mismo?
Aquí tocamos el misterio de la encarnación. Jesús, en su vida terrenal, nunca se identificó con los poderosos; nunca se identificó con los grandes de este mundo. ¡Todo lo contrario! Nació humilde, en un establo, hijo de una familia pobre. Vivió en una pequeña aldea galilea, no en la grandeza de Jerusalén. Y en el momento en que Satanás le tienta, ofreciéndole los reinos del mundo, Jesús toma una decisión.
Le dice NO a la riqueza,
Le dice NO al poder,
Le dice NO a los príncipes de este mundo.
Su opción es por otro reino, el de Dios. Entonces se lanza a predicar diciendo: “El tiempo se ha cumplido; arrepentíos y creed en el Evangelio” (Mr. 1.15).
Este nuevo reino se distingue de los reinos de este mundo porque afirma que la justicia y la paz de Dios han comenzado a manifestarse en la tierra. Y en esa manifestación, Dios viene a identificarse con el ser humano pecador y desamparado.
Por eso Jesús sana enfermos;
Por eso echa fuera demonios;
Por eso consuela al triste;
Por eso predica el evangelio a los pobres.
El reino nos llama a identificarnos con la persona perdida y desamparada.
Creo que ahora podemos comenzar a entender el significado de las palabras del Crucificado. Jesús cita el Salmo 21.1 porque vino a identificarse con el ser humano perdido; con la persona pecadora, con aquel que está separado de Dios, con quien se sabe imposibilitado de alcanzar salvación.
En este sentido, el grito de Jesús en la cruz tiene el propósito de señalar el abismo que existe entre Dios y la humanidad. Al clamar en desamparo, Jesús revela que, en el sentido más profundo de la palabra, todos nosotros somos desamparados. Todos estamos necesitados de salvación.
Por lo tanto, Jesús vino a identificarse contigo y conmigo. Su desamparo es nuestro desamparo. Su muerte es el castigo que debimos llevar tú y yo.