Una brevísima reflexión sobre la #gracia de Dios.

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Una ilustración es una anécdota o una historia que desarrolla, aclara o apoya una de las ideas presentadas en un sermón. También se consideran como “ilustraciones” el uso de símiles, metáforas, analogías, alegorías, ejemplos, poemas, y testimonios, entre otros recursos literarios y figuras de construcción.
Una ilustración efectiva debe ser tan clara que no necesite mayores explicaciones. Las ilustraciones demasiado complejas o complicadas no tienen utilidad alguna. No emplee ilustraciones que hablen de asuntos científicos o técnicos, tales como la electricidad o la medicina. Una buena ilustración debe aclarar una idea; una mala ilustración confunde, aburre o distrae.
Todo sermón debe tener, por lo menos, una ilustración, anécdota o una historia que aclare o ejemplifique su mensaje. Es común encontrar libros que recogen cientos de ilustraciones para sermones. En términos generales, estos libros son de poca utilidad por dos razones fundamentales. Por un lado, estas historias, anécdotas y citas son tan conocidas que la mayor parte de nuestra feligresía ya las ha escuchado anteriormente. Por otro lado, muchas de estas historias hacen referencia a la historia y la literatura europea o estadounidense. Por esta razón, gran parte de nuestra feligresía no las puede comprender a cabalidad.
En el pasado, era común usar escenas de la literatura universal como ilustraciones para sermones. Por ejemplo, quienes predicaban citaban las obras de Cervantes, Shakespeare o de Calderón de la Barca. Sin embargo, es difícil hacer este tipo de referencias literarias en la actualidad sin darle al predicador un aire de superioridad, pues la mayor parte de la gente no conoce las novelas y las obras de teatro que hoy se consideran como “clásicos” de la literatura.
Podemos encontrar una nueva fuente de ilustraciones para la predicación en las películas de cine y los programas de televisión. Sin embargo, es necesario evitar referencias a los productos culturales que puedan distraer a la audiencia, sobre todo a películas y a programas de televisión no tienen la dignidad que merece el púlpito cristiano..
En conclusión, la mejor opción es que la persona que predica escriba sus propias ilustraciones, haciendo referencias claras que sean comprensibles para la congregación. En el proceso, evite el error de hablar de su vida privada, publicando las interioridades de su vida familiar. Busque historias, anécdotas y citas que ayuden a su congregación a recordar los puntos principales de su sermón.
Dios te acepta es una versión libre de un sermón de Paul Tillich, titulado “You Are Accepted”, basado en Romanos 5.20.
Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia (Romanos 5.20)
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Estas palabras del Apóstol Pablo resumen su experiencia, su mensaje y su visión de la vida. Nunca me he atrevido a predicar antes sobre este texto. Pero algo me ha impulsado a considerarlo durante los últimos meses. Es un deseo de dar testimonio de los dos hechos que, en las horas cuando nadie me ve, me parecen determinantes en nuestra vida: la abundancia del pecado y la sobre abundancia de la gracia.
Existen pocas palabras más extrañas que “pecado” y “gracia”. Son extrañas, aunque son bien conocidas. Hoy, estas palabras han perdido gran parte de su poder, al punto que es necesario preguntarnos seriamente si debemos usarlas o descartarlas como herramientas inútiles.
Empero, hay un hecho misterioso en las grandes palabras de nuestra tradición religiosa: no pueden ser reemplazadas. No hay sustitutos para palabras como “pecado” y “gracia”. Estas palabras nacieron en lo profundo de la existencia humana. Allí ganaron su poder para todas las edades, y allí cada generación puede reencontrar su poder. Acerquémonos, pues, a los niveles más profundos de nuestra vida, con el propósito de redescubrir el significado del pecado y de la gracia.
¿Qué significa el pecado en nuestros tiempos? ¿Acaso la gente todavía puede sentirse en pecado? ¿Están conscientes de que el pecado no es un mero acto inmoral? ¿Comprenden que el pecado es el mayor problema de la vida? ¿Sabemos que es un error dividir los seres humanos, llamando a algunos “pecadores” y otros “justos”?
Me gustaría sugerir una palabra, no como un sustituto de la palabra “pecado”, sino como una idea útil en su interpretación de la palabra “pecado”: “separación”. El pecado es separación. Estar en pecado es estar en un estado de separación. Y la separación es triple: separación de Dios, de uno mismo y de los demás.
Nosotras, las personas que nos sabemos separadas, sufrimos las consecuencias destructivas de nuestra separación, pero también sabemos por qué sufrimos.
Sabemos que estamos alejados de Aquel a quien realmente pertenecemos, y con quien debemos estar unidos.
Sabemos que experimentamos esa separación por culpa nuestra. Eso es el pecado: separación y culpa.
Así vivimos toda nuestra existencia, desde que nacemos hasta que morimos. Esa separación se prepara en el vientre de la madre y hasta mucho antes, en cada generación anterior. Alcanza más allá de nuestras tumbas, afectando a todas las generaciones venideras. ¡La existencia es la separación! Por eso, más que un acto o un error, el pecado es un estado de separación.
Podemos decir algo similar sobre la gracia, ya que los conceptos “pecado” y “gracia” están unidos entre sí. Ni siquiera conocemos el pecado hasta que experimentamos la unidad de la vida, que es la gracia. Del mismo modo, no podemos comprender el significado de la gracia hasta que experimentamos la separación de la vida, que es el pecado.
La gracia es tan difícil de describir como el pecado.
Pero la gracia es más que regalos.
La gracia transforma nuestros caminos de muerte en caminos de vida; cambia la culpa en confianza y amor. Hay algo triunfante en la palabra gracia.
Cuando nos examinamos a nosotros mismos, descubrimos una lucha entre la separación y el reencuentro, entre el pecado y la gracia. Encontramos esa lucha en nuestra relación con los demás, en nuestra relación con nosotros mismos y en nuestra relación con Dios.
Si esta breve descripción del pecado y de la gracia resuenan en nuestros corazones, quizás podemos encontrar nuevos significados de estos conceptos. Pero en este proceso las palabras no son tan importantes. Lo más importante es cómo resuenan estos conceptos en los niveles más profundos de nuestro ser. Podemos decir que llegamos a conocer verdaderamente la gracia cuando logramos comprender esta lucha entre la separación y la reconciliación.
¿Quién no ha sentido soledad aún en medio de una multitud? El sentimiento de separación es más agudo cuando estamos rodeados por mucha gente y de mucho ruido, pero aun así no podemos conectarnos con los demás. Esa soledad nos hace sentir distanciados de la vida. Ni siquiera el amor puede ayudarnos a romper las paredes nos separan del prójimo. Cuando estamos en pecado podemos sentirnos separados de nuestra pareja, de nuestras amistades y hasta de nuestros hijos y de nuestras hijas.
La expresión más clara de separación en el mundo actual es la rivalidad entre los grupos sociales dentro de una misma nación. Si no podemos relacionarnos con alguien que vive en nuestra propia tierra, ¿cómo vamos a relacionarnos con gente de otros países? Cuando leemos, escuchamos o vemos partes de prensa sobre guerras, genocidios y ataques terroristas, tenemos que aceptar que en nuestro mundo abunda el pecado.
Recalco que no solo estamos separados de los demás: también estamos separados de nosotros mismos. El ser humano está dividido dentro de sí mismo. Esa separación se manifiesta cuando nos odiamos a nosotros mismos, permitiendo que la desesperación nos arrope. Es un círculo vicioso, pues quien se odia a sí mismo es incapaz de amar a los demás.
El pecado crea en nosotros un instinto de autodestrucción. Nuestra tendencia a destruir a otras personas esconde una tendencia encubierta para destruirnos a nosotros mismos. La crueldad hacia los demás nace de la crueldad hacia nosotros mismos.
Pablo expresó este hecho en sus famosas palabras: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (Romanos 7.19).Y luego continuó con otras palabras que bien podrían ser el lema de toda la psicología profunda: “Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí” (Romanos 7.20). Como vemos, el Apóstol detectó en su propio ser esta lucha entre el pecado y la gracia, entre la separación y la reconciliación.
“Más cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia”, dice Pablo en la misma carta en la que describe el poder inimaginable de la separación y la autodestrucción tanto en el alma como en la sociedad. Pablo vivió esta experiencia en carne propia, quien recibió gracia divina a pesar de haber perseguido la Iglesia. La recibió tal como Jesucristo, quien experimentó la resurrección después de sufrir la cruz, su mayor momento de separación.
Así es la gracia de Dios. En nuestro momento más oscuro, cuando nos sentimos más lejos de Dios, tenemos un momento de gracia. Es como si una ola de luz irrumpiera en nuestra oscuridad y es como si una voz celestial nos dijera: “Dios te acepta. Dios te acepta. Dios te acepta.”
Te acepta uno más grande, más poderoso y más fuerte que tú.
Te acepta uno más alto, más sublime y más excelso que tú.
No tienes de hacer nada ahora;
Ni tienes que buscar nada más.
Lo único que debes hacer es aceptar el hecho de que Dios te acepta. Cuando te sucede esto, estás experimentando la gracia de Dios.
El momento de gracia es corto, pues sólo toma un momento de nuestras vidas. Sin embargo, todo se transforma a partir de ese momento de gracia. ¿Por qué? Porque saber que Dios te acepta te capacita para vencer la separación del pecado y reconciliarte con Dios, contigo mismo y con los demás.
Esa gracia también transforma nuestra relación con los demás. Nos capacita para mirar a los ojos aún de nuestros enemigos y aceptarlos sin esperar nada a cambio, tal como Dios nos acepta a nosotros.
“Pecado” y “gracia” son dos palabras extrañas; pero no son cosas extrañas. Encontramos el pecado y la gracia cada vez que nos miramos al espejo y examinamos nuestra mirada, la ventana a la mente y al corazón. El pecado y la gracia determinan nuestras vidas. El pecado abunda en el mundo y en la sociedad, pero la gracia sobreabunda en nosotros.
por Daniel Rodríguez Figueroa
Curso: Liderazgo pastoral en el Siglo XXI
Sin duda alguna, en los tiempos que estamos viviendo notamos que el tema del liderazgo ha menguado o se le ha dado otro tipo de sentido. Al momento de hablar de tipos de líderes, en los últimos tiempos hemos observado que la formación correcta de los/as mismos/as ha ido de mal en peor. Desde líderes comunitarios hasta líderes políticos han dado un giro incorrecto o a su forma de lo que es ser un verdadero líder. En la mayoría por la atracción al poder.
De acuerdo a diversas fuentes existen varios acercamientos hacia este tema. Algunos al momento de hablar sobre el tema de liderazgo se enfocan en la persona que dirige. Es decir, su formación, sus valores, sus experiencias, su conocimiento, etc. Otros se enfocan en la posición que el mismo o la misma ocupan. Como por ejemplo, cómo se debe referir hacia la gente, cómo debe actuar, cómo debe administrar, entre otras. Por el contrario, otros como John Maxwell comentan que un líder es líder por su influencia. Por aquello que inspira a los demás. Y por último otros miden o definen el tema de liderazgo por la efectividad o los resultados que produce un o una líder.
En total acuerdo, tal y como dice el Profesor Pablo A. Jiménez Rojas el liderazgo es el proceso por medio del cual una persona un grupo o una organización marca la pauta en un área de la vida influenciando y capacitando a tantas personas que puede provocar un cambio en el área.
Dicha definición es una mezcla de las diferentes posturas o modos de pensamientos. La cual nos invita a observar el liderazgo como proceso no un puesto, invita a reconocer que el/la verdadero/a líder capacita a otros/as líderes y muy importante una persona que no crea líderes, no es un/a líder.
Indiscutiblemente, un/a líder hace que otras personas empiecen a cambiar su manera de actuar o pensar.
Cuando hablamos de liderazgo siempre me ha llamado la atención dos puntos importantes las cuales el profesor hace referencia en su presentación. Una de ellas es el líder formal. Es aquel o aquella que está a cargo de una posición importante, le añadiría, el típico líder que todos desean ver. Pero a esto se le suma el líder informal. Yo le llamaría el líder anónimo. Es aquella persona que no ocupa puestos pero su propia vida da testimonio de su buen modelaje hacia los demás.
No obstante, siempre se necesita de ambos tipos de liderazgo.
En mi humilde opinión, un/a líder es aquel o aquella cuyo propósito es servir de ejemplo para las personas, inspirándolas a mejorar su modo de vida. Un ser humano que se da por los demás sin importar los riesgos que esto implique. Capaz de dirigir y modelar algo de tal forma que los demás traten de imitarlo/la. Y esto es posible, demostrando en todo tiempo algunas cualidades sumamente importantes tales como: presencia, solidaridad, servicio, acompañamiento, integridad, compromiso, etc.
La persona de Jesús nos dejó un gran ejemplo a seguir. Él nos demostró que un líder, aconseja y guía, inspira entusiasmo, dice nosotros, se preocupa por las personas, comparte éxitos, trabaja en equipo y reparte el trabajo. En fin, ser una persona que esté dispuesto/a a meter las manos en la necesidad. Invitados/as a amar al prójimo como a nosotros/as mismos/as.
Referencias
Calderón, Wilfredo. Liderazgo Cristiano. Miami, Florida: Gospel Press/Senda De Vida, 1999.
Maxwell, John C. Desarrolle los líderes que están alrededor de usted. Nashville, EE.UU.: Editorial Caribe, 1996.
Warren, Rick. Liderazgo con propósito. Miami, Florida: Editorial Vida, 2008.
por Maria de los A. Pérez Pérez
Curso: Liderazgo pastoral en el Siglo 21
De acuerdo con las conferencias en clase, para poder definir que es liderazgo, debemos tener en consideración cuatro vertientes o modalidades que la literatura sobre el tema toma en consideración en su acercamiento. Primeramente, la modalidad que se enfoca en la persona que funge como líder, como es el carácter de esta, sus valores y características. Como segunda modalidad, la que se enfocan en la posición, cuales son las características que debe tener la persona que ocupe tal puesto en específico. Una tercera modalidad lo es la influencia, que tiene una persona sobre otras. Uno de los autores que utiliza esta modalidad en sus escritos es John Maxwell, este afirma que la influencia define quien es un líder, recalcando a su vez, que el liderazgo es influencia. Y como última modalidad se considera la efectividad, esta se enfoca en los resultados, que el o la líder cumpla con su trabajo en beneficio de la organización.
Basándonos en estas cuatro modalidades se puede afirmar que el liderazgo no es un puesto, y por lo tanto lo podemos definir como un proceso por medio del cual una persona, un grupo o una organización marcan la pauta, imponen la tendencia en un área de la vida de otras personas, teniendo como resultados a su vez, que estas otras personas adopten sus juicios y criterios, promoviendo ellos mismo entonces el cambio también. Un verdadero líder o una verdadera líder crea, adiestra y capacita a otras personas como líderes y esas personas así le reconocen.
Ahora bien existen dos tipos de liderazgo, el formal, que ocupa puestos oficiales, y el informal, el cual se manifiesta en que a pesar de que una persona no haya sido nombrada formalmente tiene la capacidad de influenciar a los o las demás y ayudarles a conseguir sus metas en favor de la organización. Un o una líder es reconocido por los o las demás, tenga o no un puesto formal; su opinión es siempre tomada en consideración a la hora de la toma de decisiones.
Quien funciona como líder debe realizar, al menos, tres tareas fundamentales. En primer lugar, debe darle sentido de dirección a la organización, debe conocer cuál es el norte de la organización (hacia donde se dirige) y debe reconocer, descubrir o distinguir los talentos de los demás en favor de la organización. Como segunda tarea, debe desarrollar una visión global y darla a entender claramente a los demás, incluyendo todos sus valores en beneficio de la organización, aunque en ocasiones tenga que presentarla de manera fragmentada para que la puedan entender. Y por último, debe prestar atención e implantar procesos administrativos e interpersonales de la organización.
Y por último, tenemos que acentuar que dentro del liderazgo existen cuatro elementos que siempre se deben tomar en cuenta. Primero el carácter de la persona lidera, sus valores. Segundo, su relación con los que tiene a cargo, esta debe darse dentro de un ambiente de respeto y empatía. Tercero, debe cumplir con toda tarea que beneficie la imagen de la organización. Y por último, la influencia: hay que marcar tendencia, tener creatividad y marcar la diferencia, destacando siempre los valores de la organización.