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¡Admiración!
Ciertamente «Admiración» es un nombre muy extraño para una meditación sobre la fe. Por lo regular, nos admiramos ante lo sorpresivo, lo extraordinariamente hermoso o lo que causa temor. Sentimos admiración ante lo desconocido o ante lo que representa una amenaza para nuestra seguridad. Entonces, ¿de qué modo se relaciona la fe con esta sensación de temor? ¿Qué relación hay entre la vida cristiana y la admiración? En esta hora presentaremos la importancia que tiene la admiración para el creyente y daremos cuatro ejemplos concretos dónde se manifiesta esa sensación en la vida cristiana.
En primer lugar, debemos afirmar que la admiración es el punto de partida para toda búsqueda; es el comienzo de toda jornada. En la vida, cada ser humano encuentra diversas cosas que le atraen, que le interesan y, entonces, procede a estudiarlas de más cerca. La vida cristiana no es diferente. El caminar de fe comienza cuando nos quedamos maravillados ante la realidad del Dios que nos llama y respondemos con fe a su Palabra santa. De este modo, es imposible interesarse por las cosas de Dios si no hay una sensación de amor y respeto que nos lleve a buscar la presencia de Dios.
En segundo lugar, y a diferencia de la admiración que nos lleva al estudio de otras materias, esa sensación de admiración no puede cesar después de un tiempo. Es imposible que un creyente fiel pierda esa capacidad de maravillarse. Esto es así, porque no estamos estudiando una materia que pueda ser comprendida a cabalidad, en todas sus partes. No amados míos. Nos hemos acercado al Dios infinito, sabio, poderoso, insondable y profundo. A aquél que es «Alfa y Omega» (Ap. 1:8), el principio y el fin del discurso (Ecl. 12:13). Nos hemos encontrado con un Dios poderoso cuyo conocimiento siempre nos sorprende, cuyo poder siempre nos maravilla, cuya fidelidad siempre causa admiración. De esta manera, podemos afirmar que es imposible que una persona pueda llegar al conocimiento de Dios sin maravillarse, o que pueda mantenerse en la fe sin experimentar una profunda admiración por el Dios que le ha dado la vida.
Quizás, en este punto, sería provechoso presentar algunos ejemplos donde esa sensación de admiración se manifiesta en nosotros. El primero de ellos, lo encontramos en la Biblia, la Palabra de Dios. La Biblia contiene varios relatos que causan admiración. Relatos como el Éxodo, la conquista de Canaan, las historias de David, el Exilio y restauración de Judá, la historia del Bautista, el nacimiento de Jesús, la cruz, la resurrección, los milagros y las conversiones de distintas personas al Evangelio de Jesucristo. Esas historias nos hacen maravillar; nos hacen sentir admiración.
Otro ejemplo lo tenemos en la maravilla de la conversión. ¿Quién no encuentra maravilloso el cambio que puede ocurrir en una vida? ¿Qué se puede pasar de muerte a vida; ir del pecado a la gracia de Dios? O, ¿dejar atrás una vida oscura por la luz del Evangelio de Jesucristo?
Jesucristo mismo es nuestro tercer ejemplo. Él es el evento definitivo de Dios. Él es la persona en quien Dios ha revelado su amor, sus cuidados y su preocupación por cada uno de nosotros.
Y, precisamente, nuestro cuarto ejemplo es el más sorprendente de todos, el más maravilloso, el más admirable. Lo que más admiración debe causarnos es nuestra propia experiencia. ¿Se imaginan ustedes a un Dios santo que recibe a criaturas pecadoras como hijas suyas? ¿Se imaginan que cada uno de nosotros ha experimentado la más grande de las maravillas? ¿Comprenden ustedes que cada uno de nosotros puede mirar al futuro y enfrentarlo sin temor porque podemos decir «Dios me ama; Dios me ama, a mi»? Permita Dios que cada uno pueda admirarse ante la profundidad de tal milagro.
¡ASÍ NOS AYUDE DIOS!
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