Deuterocanónicos y apócrifos son términos usados en los estudios bíblicos, particularmente del Intertestamento. ¿Qué significan?
Los libros deuterocanónicos, incluidos en algunas versiones de la Biblia como parte del Antiguo Testamento, fueron escritos originalmente en griego. Son siete libros—Tobías, Judit, 1 y 2 Macabeos, Baruc, Eclesiástico, Sabiduría—y añadiduras a los libros de Ester y Daniel. Ni el Judaísmo ni la tradición protestante reconocen estos libros como inspirados.
Los «apócrifos», palabra griega que significa «escondidos», son libros antiguos que pretenden ser libros sagrados, escritos por personajes importantes de la Escritura. Sin embargo, ni la Iglesia cristiana ni la tradición judía los reconoce como tales. Algunos de los libros apócrifos del AT son I y II Esdras (este último también conocido como IV Ezra) y Enoc.
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Encuentro de Adoración y Predicación del Movimiento La Red para la semana del 29 de mayo de 2022. La meditación gira en torno al mensaje del libro de Job.
La Iglesia es la comunidad que vive entre la venida del Señor Jesucristo en carne, y la venida del Señor Jesucristo en gloria. Es la comunidad que vive en el «todavía otro poco de tiempo» del cual habla Jesús en el Evangelio según San Juan (Juan 7.33). Es comunidad que vive en la espera de un Mesías que ya vino, pero que vendrá y nos tomará a sí mismo para él (Juan 14.3). ¡Esta es la Iglesia del Señor!
La Iglesia espera. Espera ser redimida de la vida en el mundo. Espera la renovación del tiempo antiguo (Isaías 37.26), viviendo con su Señor. Espera la manifestación de las últimas cosas (Romanos 8.19), cuando Jesucristo vendrá en gloria.
La Iglesia ha sido redimida del mundo, porque vive en una historia que sufre «dolores de parto» a causa de la maldad humana (Romanos 8.22). Un mundo donde reina «el principe de la potestad del aire» (Efesios 2.2), trayendo a su paso daño y destrucción. Como dijo Jesús: «el ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir» ( Jn. 10.10).
Vivimos en cautiverio. Del mismo modo que el pueblo de Israel estuvo en cautiverio en tierra extraña (Salmo 137.4), nosotros, el pueblo de Dios, vivimos en la tierra extraña del pecado. Somos peregrinos. Nuestro hogar se encuentra en «lugares celestiales» (Efesios 1.3, 20 y 2.6), «escondido con Cristo en Dios» (Colosenses 3.3). Y como pueblo que no tiene donde «recostar su cabeza» (Mateo 8.20), a veces nos sentamos a las orillas del río sin deseos de continuar viviendo (Salmo 137.1-2), mientras las personas del mundo que nos oprime nos piden que les cantemos algunos de los cánticos de Sión (Salmo 137.3); que les mostremos la alegría del Evangelio mientras vivimos en la pena del exilio.
La Iglesia aguarda. Aguarda ser redimida de un mundo de pecado en el cual se siente extraña y no encuentra lugar.
Pero la Iglesia no sólo aguarda. También recuerda. Recuerda que fue llamada por Dios a predicar un mensaje de salvación a un mundo en crisis. Recuerda que fue llamada a ser sal para preservar al mundo de la destrucción (Mateo 5.13). Recuerda que fue llamada a ser luz para alumbrar a un mundo en tinieblas (Mateo 5.14-16). Recuerda que fue llamada a ser el heraldo que se levanta sobre un monte alto y anuncie que se ha cumplido el tiempo de castigo y que los pecados son perdonados (Isaías 40.9-10).
La Iglesia es heredera del llamamiento de Isaías, que Cristo hace suyo en el libro de Lucas cuando toma el rollo de la sinagoga y dice:
El Espíritu del Señor está sobre mí,
Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres;
Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón;
A pregonar libertad a los cautivos,
Y vista a los ciegos;
A poner en libertad a los oprimidos;
A predicar el año agradable del Señor.
Lucas 4.18-19
La Iglesia lleva en su memoria colectiva la encomienda del Señor Jesús de ir a predicar el Evangelio (Marcos 16.15), de ir a hacer discípulos (Mateo 28.19), de ser testigos en Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra (Hechos 1.8).
La Iglesia recuerda el rostro del Señor Jesús diciendo: «No temáis, manada pequeña, porque a vuestro padre le ha placido daros el reino» (Lucas 12.32).
La presencia de nuestro Señor Jesucristo corta la pena de nuestros corazones. Es sal que quema la herida y cura el dolor. Cristo es camino (Juan 14.6) que nos lleva por la vida, dirigiendo nuestros pasos hasta la presencia misma de Dios (Hebreos 2.10). Espera que nos resucita de la muerte con que nos pagó el pecado (Romanos 6.23). Es verdad, es novedad de vida ante las mentiras del mundo.
Empero, aún así nos preguntamos qué debemos hacer. ¿Qué será de nosotros como pueblo peregrino? ¿Pasaremos el resto de nuestras vidas entre el bien el mal, entre la bendición y la maldición? ¿Soportaremos la vida en un mundo oscuro siendo nosotros hijos e hijas de luz? ¿Venceremos los embates del pecado, que quieren destruir nuestras casas?
La respuesta es positiva: ¡Venceremos! Porque la Iglesia es la comunidad de la esperanza. Porque si la Iglesia aguarda y recuerda es porque el Señor misericordioso ha derramado su amor en nuestros corazones (Romanos 5.5) en forma de promesa. La promesa de que «este mismo Jesús…así vendrá como le habéis visto ir al cielo» (Hechos 1.11), según le dijeron los ángeles a los varones galileos.
Tenemos promesa de labios de Señor Jesús, registrada en Juan 14.1-3.
No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.
Tenemos la certeza de ser «más que vencedores por medio de aquel que nos amó» (Romanos 8.37). Sabemos que nada «nos podrá separar del amor de Cristo» (Romanos 8.39). Ni tribulación, ni angustia, ni persecución, ni hambre, ni peligros, ni espada o desnudez (Romanos 8.38-39). Sabemos que la victoria es nuestra porque «esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe» (1 Juan 5.4).
¡Venceremos! No por nuestra fuerza, porque no es con espada ni con ejércitos ni con carros de a caballo que se gana la batalla, sino con el Espíritu de Dios (Oseas 1.7).
¡Venceremos! Porque «más son los que están con nosotros los que están» contra nosotros (2 Reyes 6.16).
¡Venceremos! Porque «las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas» (2 Corintios 10.4).
¡Venceremos! Porque Jesús dijo: «En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo» (Juan 16.33).
¡Venceremos! Porque «pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque él es Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con él son llamados y elegidos y fieles» (Apocalipsis 17.14).
La Iglesia vive en fe, con la certeza de que el Señor es fiel; con la esperanza de que cumplirá sus promesas.
Por eso la Iglesia guarda muy cerca de su corazón la expresión del salmista:
Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sion,
Seremos como los que sueñan.
Entonces nuestra boca se llenará de risa,
Y nuestra lengua de alabanza;
Entonces dirán entre las naciones:
Grandes cosas ha hecho Jehová con éstos.
Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros;
Estaremos alegres.
Haz volver nuestra cautividad, oh Jehová,
Como los arroyos del Neguev.
Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán.
Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla;
Mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas.
PREDIQUEMOS es un podcast dedicado a la predicación, el liderazgo cristiano y la teología pastoral, producido por el Dr. Pablo A. Jiménez. Presentamos el episodio inaugural de este podcast, que habla sobre el tema: ¿Qué es la predicación bíblica?
Existen diversos métodos para estudiar la Biblia. En esta ocasión, ofrecemos una breve definición de diez métodos de estudio bíblico. En conjunto, estos métodos se conocen como la «crítica bíblica». Debe quedar claro que la palabra «crítica» aquí no tiene sentido negativo. Por el contrario, significa «estudio detallado o concienzudo».
1. Crítica Textual: Este método intenta determinar cuál es la lectura original del texto bíblico. El método requiere el conocimiento de los lenguajes bíblicos: específicamente del hebreo, el arameo y el griego. También requiere la comparación de manuscritos antiguos, la consideración de variantes ortográficas, el estudio de los aspectos gramaticales del texto y la evaluación de los errores en la transmisión de los escritos por los antiguos escribas. (Véase Hechos 8.26-40 & 1 Juan 5.7)
2. Crítica de las Formas: Estudia la transmisión oral del texto bíblico. Examina el desarrollo y el uso de los documentos bíblicos por las comunidades y las instituciones dónde se originaron. Presupone que muchos textos bíblicos se desarrollaron en contextos muy distintos a los que hoy ocupan. Por ejemplo, un himno de la Iglesia Primitiva pudo haber pasado a formar parte de una epístola, como se entiende es el caso de Filipenses 2.5-11. (Véase, además, Marcos 2.1-11 & 4.1-9 & Gálatas 5.16-26)
3. Crítica Histórica: Examina las condiciones históricas en las cuales se desarrolló el texto bíblico. También se conoce como el «método histórico-crítico» o «histórico gramatical». (Véase Apocalipsis 17)
4. Crítica de las Fuentes o Análisis literario: Intenta determinar cuáles son los componentes básicos del texto bíblico, analiza el estilo, la integridad y el propósito de los escritos. Además, pondera problemas tales como quién escribió el texto; a quién se dirigió originalmente, y cuál fue su fecha y lugar de composición. Finalmente, intenta determinar cómo fue que el texto bíblico llegó a adoptar la forma que tiene hoy. (Véase Génesis 1.1-2.4 & 2.4-3.24)
5. Crítica de la Redacción: Afirma que el texto, en su forma final, es el resultado del arduo trabajo de uno o más redactores. Extrapola la teología de un texto, tomando en cuenta cómo dichos redactores editaron sus fuentes. Presupone el uso de la Crítica Textual, de las Fuentes y de las Formas, desarrollando las conclusiones de dichos estudios. En resumen, explora cómo fueron editados los textos bíblicos. (Véase Marcos 1.40-45, Mateo 8.1-4 & Lucas 5.12-15)
6. Crítica o Análisis Lingüístico: Estudia las relaciones de las palabras y las frases bíblicas. Además, estudia las expresiones idiomáticas que emplean los pasajes bíblicos. (Véase Romanos 1.17 & 5.1)
7. Crítica de las Religiones Comparadas: Presupone que el estudio de la Biblia requiere la comparación de sus ideas y expresiones con las de otras religiones antiguas. Particularmente, compara la religión hebrea con las religiones egipcias, cananeas, babilonias y persas. Considera algunos temas recurrentes en las religiones antiguas, tales como la creación & el diluvio.
8. Crítica o Análisis Estructural: Usa ciertas teorías lingüísticas, particularmente las de Levi-Straus, para examinar las «estructuras profundas» del lenguaje. Distingue dichas estructuras profundas de las superficiales. Presta atención a las oposiciones básicas y los roles de los personajes del texto. (Véase Mateo 15.21-28)
9. Crítica o Análisis Retórico: Examina la composición del texto, analizándolo a la luz de los principios de la retórica grecorromana. Esta dividía la elaboración de un discurso en cinco partes: invención, estructura, estilo, memoria y presentación (o entrega). (Véase Filemón)
10. Crítica Canónica: Es el estudio de las Sagradas Escrituras en el contexto del «Canon» bíblico. En otras palabras, valora la importancia del texto bíblico para la comunidad de fe que afirmó su valor como «Palabra de Dios», sea Israel o la Iglesia Cristiana. (Véase Génesis 1-4)
Puede consultar estos libros para profundizar en el tema. Si desea comprar alguno, haga «click» en la foto de la portada.
«El Nuevo Testamento está oculto en el Antiguo, el Antiguo se hace patente en el Nuevo.»
(San Agustín)
por Julio A. González López
A pesar de que no hay evidencia concreta que nos indique quién es el autor o la autora del libro de Hebreos, podemos inferir que una de sus características es su conocimiento y experiencia extensiva en la exégesis de las escrituras judías. El autor o la autora incluye referencias del AT utilizando la «Septuaginta». La «Septuaginta», también conocida como la «Biblia griega» o «LXX», es una colección de escritos traducidos del hebreo al griego que incorpora todos los libros incluidos en el canon hebreo. El autor o la autora de Hebreos usa de referencia los pasajes de Génesis 14:17-24 y del Salmo 110 principalmente (cf. 1.3, 5.6, 7.17, 7.21, 8.1, 10.12-13 y 12.2) para afirmar el triple oficio de Jesucristo como profeta, sacerdote y rey. Este triple oficio de Jesucristo nos hace libres de la ley del pecado y de la muerte, y nos trae un nuevo Reino con nuevos valores y un nuevo orden. Por esto, algunos autores afirman que Hebreos puede clasificarse como un comentario bíblico escrito o, en hebreo, midrash. Un «midrash» se define como la explicación o ilustración de un pasaje de la Biblia en función del tiempo presente[1]. Por medio de técnicas literarias y hermenéuticas, el autor o la autora hace referencias al AT en el NT como palabra de Dios, viva y actual. Primeramente Hebreos hace uso de una cadena o un compendio de trozos selectos del AT. A esto se le conoce como «florilegio». El autor o autora usa esta técnica, por ejemplo, en la primera sección del libro (1.5-2.18) donde cita y alude a siete pasajes del AT (cf. Salmo 2.7, 2 Samuel 7.14, Deuteronomio 32.43, Salmo 104.4, Salmo 45.6-7, Salmo 102.25-27 y Salmo 110.1) para hacer un llamado a reconocer la superioridad y autoridad de Jesucristo. Hebreos también estudia e interpreta personajes e historias del AT para establecer relación con personajes e historias del NT. Esto se conoce como tipología bíblica. El texto hace referencias a quince personajes bíblicos que no sólo son héroes y heroínas de la fe del AT sino que han pasado a ser parte de nuestra historia en el presente (11.4-40). Hebreos también compara la figura de Cristo con la de Moisés (3.1-6) e interpreta a los creyentes de Jesucristo como el nuevo Israel. A través de diversos capítulos y textos se compara a la iglesia como un pueblo que marcha, como el pueblo hebreo al salir de Egipto (3.7-4.11).
Notas bibliográficas
[1] Jiménez, Pablo A. Hebreos. Minneapolis: Augsburg Fortress, 2006.