El debate sobre quién mató a Jesús nos obliga a considerar cuestiones políticas y étnico-raciales, no solo cuestiones teológicas. El hecho es que durante siglos el cristianismo culpó al pueblo judío por matar a Dios en Cristo. Los judíos fueron acusados de «deicidio», vocablo que significa «matar a un dios». Esta falsa acusación legitimó la persecución y el genocidio del pueblo judío. Fue simplemente una estratagema malvada para justificar actitudes racistas contra todo un grupo étnico. Como comunidad cristiana, debemos arrepentirnos de nuestra herencia racista y rechazar cualquier nuevo intento de legitimar la intolerancia contra los judíos.
Habiendo dicho esto, la pregunta persiste: ¿Quién mató a Jesús? En cierto sentido, la respuesta es simple: Jesús de Nazaret fue asesinado por oficiales del Imperio Romano, porque lo vieron como una amenaza para la estabilidad política de Judea. En particular, las fuerzas de seguridad romanas decidieron asesinar a Jesús por tres razones, que lo convirtieron en un hombre marcado:
Su predicación del Reino de Dios (véase Marcos 1.14-15, Mateo 4.12-17 & Lucas 4.1-13).
Su acto profético de dirigir un desfile de personas que lo aclamaban como el «Hijo de David» y, por lo tanto, como heredero al trono de Judea (Marcos 11.1-11, Mateo 21.1-11, Lucas 19.28-40 & Juan 12.12-19).
Y, finalmente, por el alboroto que provocó en el Templo, donde prácticamente lideró un motín, cuando condenó la explotación económica de quienes iban al Templo de Jerusalén para presentar ofrendas y sacrificios. (Marcos 11.15-19, Mateo 21.12-17 & Lucas 19.45-48, compárelo con Juan 2.13-22).
En fin, ¿quienes mataron a Jesús? A Jesús lo mataron oficiales extranjeros de un ejército extranjero de ocupación que servía a un rey extranjero.
Sin embargo, no podemos entender de manera cabal la ejecución de Jesús aparte de ese fenómeno político llamado «colonialismo». Este es el sistema político y económico por medio del cual un estado extranjero domina y explota a un estado más débil. Como cualquiera que haya vivido en una colonia puede testificar, las colonias están gobernadas por dos grupos de personas: Los representantes de la potencia extranjera (generalmente oficiales políticos, financieros y militares); y personas locales que apoyan a los invasores extranjeros. Algunos de estos líderes locales apoyan a los invasores porque los ven como liberadores que traerán progreso y prosperidad. Sin embargo, muchos de los líderes locales que colaboran con las potencias extranjeras lo hacen simplemente porque se lucran de la invasión. Su «oficio» es ser los mediadores entre el imperio y la colonia. Si están en el poder, es porque son los portavoces de los extranjeros.
Durante el primer siglo de la Era Cristiana, Judea era una colonia de Roma. Por lo tanto, Jesús fue asesinado por oficiales judíos que servían a los romanos; por oficiales romanos que consideraban que «solo estaban haciendo su trabajo» y por un Imperio asesino que buscaba mantener la hegemonía sobre una tierra extranjera.
Para decirlo con mayor claridad, Jesús fue asesinado por un sistema político colonialista y racista, que decidió eliminarlo por considerarlo como una amenaza a su hegemonía política, financiera y militar.
A la distancia, es fácil juzgar a quienes participaron en el asesinato de Jesús. La claridad que nos dan los casi dos milenios que han pasado desde su ejecución, nos permitan ver que los enemigos de Jesús de Nazaret tomaron la decisión equivocada.
Lo difícil es ver que usted y yo estamos en una situación similar a la del pueblo judío en el primer siglo de la Era Cristiana. Al igual que ayer, hoy todo ser humano tiene que escoger a quién ha de servir: Al único y verdadero Dios o a los imperios de este mundo. El dilema es claro: Podemos servir al Dios de la Vida o podemos servir a las fuerzas del mal, del pecado y de la muerte. Quienes escogemos servir al Dios revelado en Jesucristo debemos estar preparados para sufrir por la causa del Evangelio. Empero, quienes escojan servir a las fuerzas del mal, seguirán matando gente en nombre de los imperios de este mundo. De forma metafórica, podemos decir que seguirán crucificando a Jesús, quien se solidariza con todas las víctimas de la violencia, del pecado y del mal.
El llamado de Dios es claro:
Hoy pongo a los cielos y a la tierra por testigos contra ustedes, de que he puesto ante ustedes la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge, pues, la vida, para que tú y tu descendencia vivan; y para que ames al Señor tu Dios, y atiendas a su voz, y lo sigas, pues él es para ti vida y prolongación de tus días.
Deuteronomio 30.19-20a (RVC)
¡Escojamos, pues, la Vida, en el nombre del Señor Jesucristo. AMÉN!
Un país de crucificados es un breve ensayo de teología pastoral enfocado en la situación social de Puerto Rico.
La violencia que arropa a Puerto Rico continúa rampante. Y no podemos esperar otra cosa. Vivimos en un país inmerso en una grave crisis de valores y no hay un plan ciudadano para lidiar con este problema. En una cultura donde mucha gente entiende que no hay nada inherentemente bueno o malo, es imposible hablar de valores de manera coherente.
Hace unos años una periodista le preguntó al entonces Superintendente de la Policía, José Figueroa Sancha, qué planeaba hacer para detener el crimen durante la Semana Santa. El funcionario contestó como pudo, diciendo que había suspendido las vacaciones de sus agentes y que iban a vigilar las playas. Sin embargo, lo que debió responder es que la Policía no puede detener el crimen. Si bien puede tomar algunas medidas preventivas, no puede evitar que una persona anide el deseo de hacer el mal.
Pensar que la Policía es quien debe educar al pueblo sobre lo correcto y lo incorrecto es un grave error. El rol de esa entidad es mantener el orden y tratar de atrapar a los criminales. No le toca a la Policía hablar de valores. La enseñanza de valores es parcela del hogar, la escuela, la iglesia y otras organizaciones ciudadanas. Y para esto necesitamos hacer alianzas ciudadanas y frentes amplios, dejando atrás las divisiones que nos impiden trabajar en armonía.
Y esto se hace imperioso porque vivimos en un país lleno de personas crucificadas.
La violencia de género ha alcanzado niveles exorbitantes. Las mujeres están llevando la peor parte, victimizadas hasta por sus propias parejas.
La violencia contra la niñez también nos sorprende, con asesinatos impunes y casos horribles de abuso sexual.
Y a esto añádale otros actos de violencia contra personas de la tercera edad, personas con necesidades especiales y personas homosexuales y transexuales. Lo que es más, hasta los criminales son víctimas de su propia maldad. Los muchachos dedicados al narcotráfico saben que su vida pende de un hilo y que difícilmente llegarán a los 30 años. Viven con la muerte comprada.
Jesús de Nazaret fue asesinado por un imperio opresivo, en una colonia romana, acusado de sedición y blasfemia. La muerte del Inocente por excelencia denuncia todas las muertes. Jesús murió para desenmascarar el pecado y evitar la muerte de otras personas inocentes. La cruz representa la muerte para evitar todas las muertes.
Jesús, pues, se identifica con todas las personas «crucificadas» de nuestra sociedad. En un país de crucificados, la cruz de Jesús es cada día más pertinente. Jesús está «con-crucificado» con las víctimas de la violencia de la sociedad puertorriqueña.
Ya es hora de que las Iglesias de todas las denominaciones tomemos en serio la enseñanza de valores, la educación para la paz y la denuncia del crimen. Tronamos en contra de los juegos de azar, pero callamos ante la violencia. Y nuestro silencio nos convierte en cómplices de la maldad.
Es hora, pues, de seguir el ejemplo de Jesús, en toda su radicalidad. Como dice Hebreos 13:13: «Vayamos, pues, con Jesús, fuera del campamento, y suframos la misma deshonra que él sufrió».