Un mandamiento nuevo – Un sermón para la Semana Santa

Texto: Juan 13:31-35

Tema: La presencia de Jesús se manifiesta a través del amor de la comunidad de discípulos y discípulas que es la Iglesia.

Área: Pastoral.

Propósito: Que la audiencia comience a entender el amor en términos prácticos.

Lógica: Inductiva.

Tipo: Expositivo (Preferiblemente para ser usado en la Semana Santa)

Para establecer el tono

Decir adiós no es fácil. Los momentos de despedida siempre tienen un tanto de tensión. Se sabe que después del adiós vendrá la separación, y procesar eso no es fácil.

Decir adiós es particularmente difícil cuando nos despedimos de personas que amamos. ¿Cuántos no hemos llorado alguna vez en la vida diciendo “adiós”? Más aún, ¿cuántos hemos tenido que decir adiós con señas, porque la tristeza nos impide la palabra?

Ahora bien, si decir adiós a un ser querido es difícil, decir adiós en forma definitiva a un ser querido es doloroso. Decir un último adiós quema el alma y nos deja un sabor amargo en la boca. Decir adiós cuando no se desea la separación nos deja pintados en negro, en medio de una profunda soledad.

El problema

Pero esos últimos “adiós” llegan –a veces sin pedir permiso– a la vida de todos. Y hasta en la vida de Jesús, llegó el momento de la despedida final.

Era el día antes de la Pascua (13:1) cuando Jesús se reunió con sus discípulos a cenar. En medio de esa cena, Jesús dio una última lección a sus seguidores al lavar los pies de sus discípulos, como si fuera un esclavo (13:2-20). Después, Jesús anunció la presencia de un traidor en medio del grupo selecto (13:21-30). Oportunidad que Judas aprovecho para abandonar el grupo.

Así llegamos a Juan 13:31. “Entonces, cuando hubo salido, dijo Jesús…” Este era el comienzo del fin. Jesús se sabía traicionado por uno de sus discípulos amados. La muerte no se haría esperar. Por lo tanto, era el momento de dar el paso dilatado hasta hoy. Era el momento de preparar a los discípulos para su ausencia. Era momento para el último adiós.

Hijitos, aún estaré con vosotros un poco. Me buscaréis; pero como dije a los judíos, así os digo ahora a vosotros: A donde yo voy, vosotros no podéis ir.

Juan 13:33

Así se planteaba el problema de manera clara y definitiva: Jesús se iría. Su partida era inminente. Entonces:

•¿Dónde quedaban los discípulos?

•¿Cuál sería el futuro de la comunidad fiel?

•¿Que pasaría con la misión que los discípulos debían realizar?

Preguntas como éstas azotaron la mente y el corazón de los discípulos. Sin embargo, ninguna de estas dudas era la principal. La pregunta básica de los discípulos era aún más sencilla: ¿Cómo vivir sin ti, Señor? ¿Cómo vivir sin tu presencia? ¿Cómo vivir sin tu guía y dirección?

Los discípulos recordaban el pasado y reconocían la diferencia. Vivir sin Jesús era como vivir en la oscuridad; Jesús era la luz misma del mundo. Los discípulos habían aprendido a vivir en luz. El cambio ocurrido en sus vidas había sido tan radical, que era como haber nacido de nuevo (Jn 3:6).

La posibilidad de la ausencia de Jesús no era agradable. Ya en el 6:67-69 los discípulos se habían expresado sobre el asunto. En ese pasaje bíblico Jesús les pregunta a los discípulos si deseaban renunciar a su discipulado y volver atrás. Entonces Simón Pedro le respondió:

Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.

Juan 6:68b-69

Pero hoy era el mismo Jesús quien anunciaba la mala noticia de su partida. Al parecer, el grupo de discípulos y la comunidad cristiana había llegado a su final.

La solución

Sin embargo, el temor de los discípulos carecía de fundamento. Jesús conocía la necesidad de dirección de sus discípulos. Jesús sabía que nunca debía abandonarlos. Por eso les dice:

Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.

Juan 13:34-35

Ahora bien, ¿cómo el mandamiento del amor mitigaría el dolor de la ausencia de Jesús? El nuevo mandamiento funcionaría de diversas maneras.

A. Un mandamiento nuevo.

En primer lugar, este mandamiento no era una repetición de los llamados al amor del Antiguo Testamento. ¡No! Este mandamiento era nuevo en diversas maneras. Por un lado, era nuevo porque sería la norma por la cual los discípulos se dejarían llevar durante el período de separación. Así que era un nuevo mandamiento otorgado para la nueva situación en que se vería la comunidad cristiana.

Por otro lado, el mandamiento era nuevo porque era la base del “nuevo pacto”. ¿Qué queremos decir con esto? Queremos decir que la Iglesia cristiana siempre se ha visto a sí misma como una comunidad que vive en relación con Dios. Podemos describir esa relación como un acuerdo, un convenio, una alianza, un pacto entre Dios y los demás seres humanos. Pero todo acuerdo tiene condiciones y nuestro pacto no es la excepción. ¿Cuáles son las condiciones que Dios nos presenta para formar parte de la comunidad del pacto? Dios sólo nos pide una condición: Que nos amemos los unos a los otros.

B. Pero, ¿qué es el amor?

Ahora bien, ese amor que Dios requiere no es un sentimiento amorfo, bobo e indefinido. ¡No! El amor que Dios exige tiene una base y un modelo claro. Por eso nuestro texto nos indica lo siguiente:

Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.

Juan 13:34b

La base de nuestro amor no es otra que el sacrificio de Jesús en la cruz. Es el testarudo y obstinado amor de Dios lo que nos da pie para amar a los demás. Otra forma de afirmar este principio es el siguiente: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Jn 4:19).

El modelo de nuestro amor no es otro que Jesús mismo. Es la práctica de Jesús lo que nos enseña qué es el amor. Amar es demostrar cuidados y afectos con nuestros hechos, con nuestras acciones. Aquí la palabra y el sentimiento toman un segundo puesto ante la acción. Amar es un verbo. Y por lo tanto, se ama verdaderamente cuando demostramos el amor. Sólo se ama cuando hacemos algo en bien de las personas amadas.

El ejemplo no puede ser más claro. Jesús pudo haberles dicho a sus discípulos: “Les amo”. Sin embargo, escogió una acción concreta para demostrar su amor.

Se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido.

Juan 13:4-5

Así llegamos a la conclusión de que el amor cristiano se vive, se practica, se demuestra con acciones en beneficio de los demás.

C. La marca del cristianismo

Este tipo de amor es tan importante que Juan lo presenta como la marca distintiva de los seguidores de Jesús.

En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.

Juan 13:35

Al vivir en amor, la Iglesia vive como Jesús vivió. Es decir, al vivir en amor la presencia de Jesús se hace patente en medio nuestro.
Esta es la clave, la solución, la respuesta al temor de los discípulos. Jesús nos ordena amarnos los unos a los otros, porque su presencia se haría sentir por medio de ese amor.

•Ese amor nos libera de un pasado de oscuridad y muerte, llevándonos a la vida y a la luz.

•Ese amor nos guía en nuestro caminar, conduciéndonos por sendas de luz.

•Ese amor nos marca, en lo más profundo, convirtiéndose así en señal definitiva de que somos “hijos e hijas de luz”.

Conclusión

Sí, mis hermanos y hermanas, el amor es la marca del cristianismo. La señal de nuestra fe se encuentra en nuestra forma de tratar a los demás.

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