¿Por qué Jesús es el salvador del mundo?

“¿Por qué Jesús es el salvador del mundo?” es un breve ensayo sobre cristología y soteriología escrito por el Dr. Jiménez.

Romanos 1:16-17 define el evangelio como la manifestación del poder de Dios para la salvación de todas las personas que creen en él. De este modo, la Biblia afirma que Jesucristo es nuestro salvador; es el redentor de nuestros pecados, por medio del cual podemos establecer una relación con Dios.

Ahora bien, la pregunta que se impone es sencilla: ¿Por qué Jesucristo es el salvador del mundo?

Desde sus primeras páginas, la Biblia declara la intención de Dios para la humanidad. Dios crea el ser humano para que disfrute la vida a plenitud. Eso lo vemos con claridad en Génesis 1:28, donde Dios bendice a la humanidad y le da autoridad para administrar la creación.

Génesis 2 es mas claro, afirmando que Dios creó las relaciones de pareja para procurar que el ser humano tenga compañía y disfrute de su sexualidad. Eso lo vemos en Génesis 2:18, donde Dios dice que no es bueno que el hombre esté solo, y en 2:24, que dice: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.”

También podemos ver las buenas intenciones de Dios en Génesis 3, donde el ser humano cae en pecado. La primera pareja, que nos representa a todos nosotros, decide violar los mandamientos divinos con tal de ser “como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Gen. 3:5). Después de este acto, Dios va en busca de ser humano y le pregunta “¿Dónde estás tú? (Gen. 3:9).

Así vemos que Dios no desecha a la humanidad pecadora. Por el contrario, Dios busca a la humanidad perdida con el propósito de bendecirla y restaurarla. Podemos ver estas buenas intenciones divinas en la historia de Israel, particularmente en episodios tales como el llamamiento de Abraham, la donación de la ley y la proclamación de los profetas.

En cierto modo, Jeremías 29:11 al 14 resume las intenciones de Dios para con la humanidad, cuando dice:

Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón. Y seré hallado por vosotros, dice Jehová, y haré volver vuestra cautividad, y os reuniré de todas las naciones y de todos los lugares adonde os arrojé, dice Jehová; y os haré volver al lugar de donde os hice llevar. 

Con el tiempo, el pueblo de Israel desarrolló una religión basada en las enseñanzas de la ley de Moisés y en la proclamación de los profetas de Israel y Judá. Empero, esa religión no era monolítica. Para el tiempo de Jesús, el judaísmo estaba dividido en distintos grupos que sostenían doctrinas diversas y, en ocasiones, hasta contradictorias.

El judaísmo normativo estaba dominado por dos grupos. Primero, encontramos a los saduceos, quienes eran los custodios del sistema sacerdotal. Los saduceos dominaban el sumo sacerdocio, el templo de Jerusalén y todo el aparato cúltico de Judá. Llevaban a cabo sacrificios de animales y otros rituales que procuraban la comunión entre Dios y la humanidad.

Segundo, estaban los fariseos, quienes dominaban las sinagogas. Afirmaban la importancia de la palabra de Dios, estudiando las sagradas escrituras y las interpretaciones bíblicas de los rabinos. Procuraban la comunión con Dios por medio del estudio bíblico y trataban de cumplir las 633 leyes que los rabinos afirmaban se encontraban en la Biblia Hebrea.

Además del judaísmo normativo, encontramos otros grupos judíos que no se conformaban a las enseñanzas saduceas ni a las fariseas. Me refiero a grupos como los esenios de Qumram, un grupo que acusaba al judaísmo normativo de corrupción y colaboración con el Imperio Romano; los judíos alejandrinos, ejemplificados por Filón de Alejandría, que buscaban armonizar las enseñanzas bíblicas con la filosofía griega; y otros grupos revolucionarios que deseaban liberar al pueblo de Israel por medio de la lucha armada.

Empero, ninguno de estos grupos cumplía a plenitud con la visión profética de Isaías, de Jeremías y de Ezequiel. A pesar de tener líderes religiosos, la masa del pueblo esperaba la llegada de un “Mesías”, de decir, de un líder ungido por Dios de manera especial para cumplir las profecías de liberación, expresadas en textos tales como:

  • Isaías 42:6-7: “Yo, Jehová, te he llamado en justicia y te sostendré por la mano; te guardaré y te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, para que saques de la cárcel a los presos y de casas de prisión a los que moran en tinieblas.”
  • Jeremías 31:31 & 33: “Vienen días, dice Jehová, en los cuales haré un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá” & “Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Pondré mi ley en su mente y la escribiré en su corazón; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”.
  • Ezequiel 36:26-27: “Os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros. Quitaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré dentro de vosotros mi espíritu, y haré que andéis en mis estatutos y que guardéis mis preceptos y los pongáis por obra.”

El Apóstol Pablo, quien había sido un rabino fariseo, tiene un encuentro sobrenatural con Jesús y comprende que el Maestro Galileo era el Mesías enviado por Dios en cumplimiento de las profecías de la Biblia Hebrea (Véase Hch. 9, entre otros pasaje bíblicos pertinentes).

En Romanos 3, Pablo ataca los postulados de la teología farisea, afirmando que “por las obras de la Ley ningún ser humano será justificado delante de” Dios (3:20). Es decir, el otrora rabino fariseo ahora reconoce que la obediencia a la ley y el esfuerzo ético-moral no es suficiente transformar el corazón humano. Para cambia algo hace falta poder y para cambiar el corazón humano hace falta poder de el Dios que viene por medio del evangelio de Jesucristo.

Jesucristo es la manifestación de la justicia de Dios en el mundo. Es el mediador del nuevo pacto prometido por Isaías, Jeremías y Ezequiel. Por medio de la obra de Jesucristo, podemos superar las consecuencias del pecado que nos ha separado de Dios.

Esta es la buena noticia del evangelio: Dios nos declara justos por medio de la obra de Jesucristo, quien dio su vida para que ustedes y yo alcanzáramos salvación. Jesucristo es el “redentor”, es decir, es quien paga la deuda que teníamos con Dios y con la humanidad. Jesucristo es, pues, nuestro salvador.

¿Quién es Jesús? Jesús es:

  • El Mesías
  • El Cristo
  • El Siervo Sufriente
  • El Salvador
  • El Redentor
  • Quien manifiesta justicia de Dios
  • Nuestro Señor

Por lo tanto, concluimos afirmando que Dios ha cumplido su intención de salvar a la humanidad por medio de la obra redentora de Jesucristo. Jesucristo es el salvador enviado por Dios para salvar a toda la humanidad.

Por qué Jesús es el salvador del mundo
Salvador del mundo

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Use el siguiente formato para citar este artículo:

Pablo A. Jiménez, “¿Por qué Jesús es el salvador del mundo?”, DrPabloJimenez.com. Accedido el ** de ** de 20**. Disponible en: https://www.drpablojimenez.com/2016/03/31/por-que-jesus-es-el-salvador-del-mundo/

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Creo en la resurrección

Un sermón apropiado para el Domingo de Resurrección, de la Semana Santa, basado en Lucas 24.28-35, el relato de la caminantes a Emaús.

Sermones para Resurrección y lSemana Santa
Sermones para la Semana Santa
Introducción

El domingo de Pascua de Resurrección es el día de la victoria. Después de una espera callada a la sombra de la derrota, del miedo y las esperanzas rotas, los discípulos experimentan una realidad que no pueden creer: La presencia del crucificado.

Puntos a desarrollar

A. La experiencia de ver al crucificado lleva a los discípulos a concluir que Dios había resucitado a Jesús de Nazaret de entre los muertos.

  1. Ese domingo comenzó como otro día sin esperanzas. La mañana sorprendería a los discípulos escondidos, llenos de miedo, esperando que la gente olvidara los eventos del viernes para volver derrotados cada uno a su hogar. El nuevo día despierta a unas autoridades político-religiosas que dormían plácidamente creyendo que la muerte del Galileo sería el fin de su movimiento. Quizás quedaba en alguno algún tipo de remordimiento o temor. De hecho, la tradición dice que Herodes se ahorcó cuando años después llegó a ser gobernador de una provincia en el sur de Europa. Empero, la desaparición de Jesús de Nazaret indudablemente trajo paz a sus enemigos. Por eso, el domingo se levanta como otro día sin sentido, ya que la esperanza había muerto en la cruz del calvario.
  2. Es por esto que la noticia que se esparce como el fuego es difícil de creer. El rumor de que Jesús esta vivo es lo que se desea, pero lo que no se puede creer. Lo podrán creer las mujeres que fueron a ungir el cuerpo con perfume, pero los discípulos no lo creyeron. La muerte de Jesús era definitiva, pues se pensaba que los muertos no resucitarán hasta el día postrero. Jesús se había llevado con él a la tumba la esperanza de vida y redención.
  3. Vemos claro este cuadro en los relatos de la resurrección. El evangelista cuenta que “el primer día de la semana” que es decir, el domingo, las mujeres vieron a “dos hombres en vestidos resplandecientes” y corrieron adonde se hallaban ocultos los discípulos para decirles que habían hallado la tumba vacía. También Pedro había visto la tumba vacía. Pero otros dos discípulos, confundidos por las noticias, caminaban a un pueblito a unos once kilómetros de Jerusalén.
  4. Es en este momento en el que se aparece el Crucificado en medio de ellos. Jesús los encuentra caminando entristecidos y les conforta, demostrándoles por medio de las Sagradas Escrituras que era necesario que el ungido de Dios padeciera “y entrara así en su Gloria”. Finalmente, los discípulos le piden al personaje que pose con ellos y le reconocen como el Señor cuando comparten la mesa con él. Entonces, al desaparecer Jesús, corren a Jerusalén para compartir con los discípulos la expresión más antigua del mensaje cristiano: “El Señor resucitó y se le apareció a Pedro” (Lc. 24:34).
  5. En este momento debemos entender que los discípulos se vieron invadidos por la poderosa presencia del crucificado. Si bien, por un lado, nadie había visto a Jesús resucitar de entre los muertos, por otro lado era indudable que Jesús estaba apareciendo ante sus discípulos. En una palabra, el Crucificado seguía experimentándose como vivo entre sus discípulos. Es esta presencia eficaz del Crucificado entre sus discípulos la que les lleva a concluir que Jesús de Nazaret había sido resucitado por Dios mediante el poder de su Espíritu Santo. Son estas apariciones de Jesús a Céfas (Pedro), a los doce, a más de quinientos personas a la vez, a Santiago y más tarde a todos los apóstoles (véase I Co. 15:5-8) el elemento que saca a los discípulos de sus escondites y les convierte en “testigos de la resurrección” (Hch. 1:22; 2:32).

B. La certeza de que Jesús había sido resucitado implica un nuevo entendimiento del evento de la cruz y de la persona de Jesús.

  1. Ahora bien, debemos tener presente que la idea de que Jesús ha resucitado tiene implicaciones prácticas para la fe. Si los discípulos pierden el temor y salen a hablarle al mundo, es porque la resurrección provocó un nuevo entendimiento de la muerte del Maestro en la cruz del calvario. Por medio de la fe, la cruz pierde su sentido trágico y final. Si Jesús resucitó es porque la muerte no le retuvo, porque el sepulcro no pudo mantenerlo cautivo. Vista desde la fe, la cruz ya no sólo significa un juicio injusto y una condena indebida. Vista desde la fe, la cruz también marca el momento de nuestra salvación.
  2. La cruz es el evento por medio del cual Dios se identifica con el ser humano perdido. La cruz es un grito que señala nuestro pecado, pero que también señala la voluntad salvífica de Dios. En la cruz vemos la condición del ser humano. La humanidad cree que la salvación puede ser alcanzada por las obras de la ley, por el esfuerzo personal o, en una palabra, por la “religión”. Una religión de obras que en su esfuerzo de llegar a Dios se encuentra de frente con Dios asesina al Mesías enviado a salvarnos. La cruz nos enseña que el esfuerzo personal es inútil; que el deseo de lograr la salvación por nuestro propio esfuerzo ha fallado; que es imposible para el ser humano lograr la salvación por sí mismo. Pero si bien, por un lado, la cruz le grita al mundo que la religión de la Ley no es camino, por otro lado, nos revela que Dios, ha venido a buscar a la humanidad que se pierde; que Dios está en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo (II Co. 5: ).
  3. Por eso es que ahora vemos la cruz como un encuentro salvífico, como el evento por medio del cual se alcanza la salvación. Si ahora celebramos la Semana Santa, si guardamos el día viernes de la Semana Mayor con actitud de recogimiento espiritual, es porque vemos en la muerte de Jesús el sendero, la puerta y el puente que nos lleva a Dios. Este nuevo entendimiento de la cruz cambia la muerte en vida; la maldición en bendición; y la condena en libertad. En la cruz, Dios revela su justicia, esto es, su deseo de relacionarse con nosotros. Su deseo de que la pared que levanta el pecado entre Dios y el ser humano se caiga, de modo que todos podamos decir en unión al apóstol: “Justificados, pues por la fe tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Ro. 5:1).
  4. Pero debemos dar todavía un paso más; el paso que nos da la clave para ver en la cruz el camino de salvación. Si creemos que Jesús de Nazaret fue levantado de entre los muertos “como dice la escritura” (I Co. 15:4) ya no podemos ver en él un joven carpintero de Galileo, un predicador de itinerante, un revolucionario, un místico religioso o un filósofo. Desde la fe no podemos ver en Jesús un hombre muerto injustamente, y nada más. Visto por medio de la fe, aún los títulos “Rabí”, “Maestro” y “Maestro bueno” son insuficientes. La fe del domingo de Pascua proclama la divinidad de Jesús.
  5. Cuando Jesús de Nazaret es visto por la fe y desde la fe, tenemos que confesar que aquel que se levanta victorioso de la muerte es “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn I:29). Aceptar la resurrección de Jesús como un hecho indudable es entender “que Dios ha constituido Señor y Cristo a este a quien vosotros habéis crucificado” (Hch. 2:36). Jesús es el Cristo, declarado hijo de Dios con poder. Es el Señor y salvador del mundo. Es Señor porque es amo, porque es Rey, porque es el único digno (Ap. 5:9,12) de recibir poder, honor, gloria y alabanza. En una palabra, creer en la resurrección nos lleva a aceptar a Jesús el Cristo como dueño y Señor de nuestras vidas.

C. La presencia del Jesús crucificado, ahora entendido como Señor resucitado, se manifiesta en forma efectiva en la comunidad de fe que Dios ha apartado para si.

  1. En el camino a Emaús encontramos a dos desanimados discípulos que van lamentando la muerte de su Maestro. Pero al final de la narrativa, encontramos a los dudosos convertidos en testigos de la resurrección. Testigos a quienes no les importó correr 11 kilómetros de vuelta a Jerusalén para dar testimonio de su fe. Ahora bien, ¿qué les paso a los discípulos en su trayecto a Emaús? ¿Qué provocó semejante cambio?
  2. El encuentro con el Crucificado ocurre en el camino. Es un encuentro que les da ánimo a los entristecidos discípulos, que les abre las Escrituras y les quema el corazón. Los caminantes viajan con Cristo, y eso los llena de una presencia gloriosa, pero aún eso no es suficiente. No es hasta que los discípulos reconocen en el caminante al Crucificado que se renuevan sus entendimientos y que alcanzan por la fe el conocimiento de Jesús como Señor. No es hasta que se reconoce la resurrección del Crucificado que hay conversión, que se cambia nuestra mente, que se renueva nuestro entendimiento (Ro. 12:1). No es hasta que confesamos con nuestros labios la fe en el Señor resucitado que somos salvos, o como dijera el Apóstol Pablo: “Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos serás salvo” (Ro. 10:9).
  3. Del mismo modo, muchos de nosotros caminamos con nuestro Señor, somos consolados por él, somos fortalecidos y bendecidos con su presencia. Empero, no le reconocemos como Señor y dador de vida. Hermanos y hermanas, es necesario algo más que llamarse “discípulo” como lo hacían los caminantes a Emaús. Es necesario tener un encuentro glorioso con el Jesús crucificado, con el Cristo resucitado. Es necesario que tengas un encuentro con aquel que dio su vida por ti. Es momento de que habrás tus ojos y te entregues a los pies del maestro. Ahora bien, ¿donde podemos encontrarle para entregarnos a él?.
  4. Para esto sugiero que contestemos primero dónde los discípulos encontraron al Señor resucitado. Los discípulos no le reconocieron en el camino al poblado. Los discípulos de Emaús encuentran al Señor crucificado en la comunidad de mesa, al compartir la cena, en el partimiento del pan. Las palabras que emplea Lucas para describir la acción de Jesús nos recuerdan la institución de la cena como acto memorial (Lc. 24:30), diciéndonos de este modo que la presencia de Jesús Cristo está en forma efectiva en el acto de la comunión.
  5. Eso tiene implicaciones muy importante para nosotros, en especial porque la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) toma la cena del Señor semanalmente. El Señor Resucitado está en el memorial de la cena y su presencia nos convierte en la comunidad donde se encuentra el Espíritu de Cristo. La resurrección del Señor nos convierte en Iglesia, esto es, en la comunidad que Dios apartó del mundo para andar en comunión con él. De este modo, la Iglesia se convierte en el cuerpo de Cristo, en la encarnación de Dios para un mundo necesitado, en un cuerpo de personas diferentes que están unidas por la experiencia de haberse encontrado con el Señor Resucitado, por medio del Espíritu de Cristo, O como dijera el Apóstol Pablo: “Así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo, porque en un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, tanto judíos como griegos, tanto esclavos como libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (I Co. 12: 12-13).
Conclusión

La Resurrección es victoria, pues en ella Jesús vence la muerte para darnos la vida. La Resurrección nos llama a renovar nuestras mentes, aceptando la salvación que recibimos en la cruz por medio de la muerte del Señor en el Calvario. Pero, sobre todas las cosas, la Resurrección es encuentro. Es encontrarse con el Señor que ha viajado toda la vida con nosotros, consolándonos y enseñándonos en el camino.

Por todas estas razones, creo en la resurrección de Jesús de Nazaret. Creo que Dios le resucitó con poder y hoy vive para siempre. Creo que su resurrección es primicia de nuestra resurrección. Y creo que lo que vivimos hoy, lo vivimos en el poder de la resurrección de Jesucristo.

Hoy es día de abrir los ojos para ver la presencia efectiva de Jesús en medio nuestro. Hoy es día de abrir el corazón, dándole cabida en él al Señor resucitado para recibir la vida que él nos da.

Vea otros sermones para resurrección y la Semana Santa.

La locura de la cruz – Un sermón para la Semana Santa

Un sermón apropiado para la Semana Santa, basado en 1 Corintios 1.21-25, por el Dr. Pablo A. Jiménez.

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Manuscrito del sermón, para el Viernes de la Semana Santa

Rudimentos

Texto: I Corintios 1:21-25

Tema: La cruz es el evento escatológico por medio del cual se invierten todos los criterios y se revela la justicia de Dios.

Área: Educación Cristiana

Propósito: Llevar la congregación a considerar el alcance de la muerte de Jesús.

Diseño: Sermón Doctrinal (Sermón para el Viernes Santo)

Lógica: Inductiva

Texto

I. Introducción

El viernes, es el día de la cruz. Desde que el Señor quedó solo en el jardín de Getsemaní a manos de una tumba furiosa de “pecadores” se conocía el destino del Maestro: Jesús se dirige irremediablemente al sufrimiento y a la muerte. El Señor se dirige solo a enfrentar las consecuencias de su mensaje.

II. Puntos a desarrollar

A. Los alcances de la muerte de Cristo sólo pueden conocerse a la luz de la experiencia de Pascua.

1. Es por esta razón que debemos preguntarnos que hacemos aquí esta mañana, que conmemoramos en este día llamado santo. Y si formulo la pregunta es porque un repaso del orden de los eventos de aquel viernes de pascua nos deja poco que celebrar. El día en que murió el Señor, fue un día oscuro, fue un día de vergüenza, digno de borrarse de todos los libros de historia. Solo basta que nos preguntemos: ¿Que paso aquel día santo en Jerusalén? El evento principal fue un juicio viciado y una muerte injusta. En eso no hay gloria. La muerte en la cruz era la forma más vergonzosa de morir que había en el mundo antiguo. Nunca se utilizaba para ejecutar a un ciudadano, por el contrario, solo se utilizaba para esclavos, extranjeros y sediciosos. La cruz se levantaba por dos razones: a) maldición y b) vergüenza. El condenado, estaba maldito, por eso no toca la tierra, para no mancharla- y se cuelga en un lugar alto para que todo el mundo vea como el “criminal” se asfixiaba cuando el peso de su caja torácica hacía presión contra los pulmones y no le dejaba respirar. Entonces pregunto, ¿conmemoramos eso, la muerte injusta de un ciudadano de segunda clase por sedición y blasfemia, en una pequeña provincia de Roma en el primer siglo?

2. O por el contrario conmemoramos la cobardía de unos discípulos que huyen ante la necesidad del Maestro, y se esconden para no sufrir con él. O acaso celebramos la victoria de los partidos extremistas del judaísmo, los cuales pudieron mandar a matar a Jesús cuando el derecho romano se lo prohibía. En este punto permítanme preguntar otra vez ¿que celebramos, en un día de vergüenza como este; un día que según los criterios del mundo no tiene nada de especial o sagrado.

3. Permítanme contestar la pregunta adelantándome un poco en la semana. La Iglesia no celebra en ese mismo el día del viernes de la semana mayor, sino que la Iglesia celebra la Semana Santa, alrededor de la experiencia de Pascua que tuvieron los discípulos a raíz de los eventos en Jerusalén. Hablando más claro, si celebramos hoy el día santo, es porque lo vemos a la luz de la resurrección.

4. Debemos comprender que los discípulos del Señor no entendieron la muerte de Jesús como una victoria. Ellos vieron en su muerte la derrota, el fin de todo. Al morir Jesús muere con él la esperanza del Reino. Al morir Jesús todo acaba y lo único que resta es esconderse en lo que se calma el ambiente en Jerusalén y podemos volver a casa. Pero debe quedar claro en nuestras mentes, que para los discípulos no había futuro; ellos no tenían esperanza. Y es precisamente eso lo que sorprende de la semana de Pascua. Los deprimidos discípulos son sorprendidos por una realidad que no pueden creer; el Señor crucificado ha sido visto en Jerusalén, aquel que estaba muerto se experimenta como viviendo todavía y se está apareciendo a los discípulos que dejo. O como muchos entienden que comenzó este nuevo mensaje: El Señor resucitó y se le apareció a Pedro.

5. Es esta realidad de experimentar a Jesús entre ellos después de la crucifixión lo que los hace Iglesia. Es esta presencia gloriosa de Cristo lo que saca a los discípulos de sus escondites, de detrás de las redes y de la incredulidad y los convierte en Iglesia. Es esta realidad de ver al Jesús crucificado la que lleva a la Iglesia a reflexionar, a concluir que Jesús de Nazaret ha resucitado de entre los muertos y a predicarle como Señor de todo.

6. En este sentido, podemos ver que los discípulos no comprendieron el cuento de la muerte de Jesús hasta la Pascua. Debemos comprender que la cruz solo puede ser entendida cuando es vista después de haber experimentado la presencia del Señor crucificado en nuestras vidas.

B. La cruz es el evento escatológico por medio del cual se invierten todos los criterios y valores humanos.

1. En este momento –desde la fe– cabe preguntarnos: ¿Que significa la muerte de Jesús en la cruz del calvario? ¿Qué implica su muerte y qué consecuencias tiene para nosotros? Para esto debemos ver que sentido tenía su muerte para Jesús mismo. Con que certeza va Jesús de Nazaret a la muerte en la cruz del calvario.

2. Para contestar esta pregunta debemos remontarnos al momento de Getsemaní, al lugar donde Jesús ora pidiendo fortaleza al Padre, para enfrentar su futuro. Y si leemos en las narrativas de Getsemaní, encontraremos las dos formas básicas con que Jesús ve la experiencia de su muerte: a) la cruz es la “copa” amarga que él debe apurar y b) la muerte es “la hora señalada” por el Padre.

3. Estas frases son sumamente importantes porque eran las formas que usaba el judaísmo para referirse al momento en que Dios establecería su Reino entre los hombres. Por un lado, la palabra ” copa”, hacía referencia al juicio final, al momento en que Dios juzgaría al mundo por su actitud hacía su palabra. Por otro “la hora señalada” se refería al establecimiento del Reino de Dios; al momento en que Dios lo sería todo en todo y se establecería la justicia divina. En este sentido, vemos que Jesús ve su muerte como un momento decisivo en la historia de la salvación; como el momento en que Dios establecería su Reino en medio de los hombres.

4. Por está razón es que Jesús se entrega a la voluntad de Dios y va de la mano de los pecadores hasta la muerte de cruz. Porque Jesús sabía que su muerte sería instrumento en las manos de Dios para el establecimiento del reino divino. Por eso es que Jesús ve la muerte en el calvario como un momento de victoria donde los que le llevaban a la muerte no son mas que instrumentos del plan divino. De este modo los partidos fariseos que veían la muerte de Jesús como el fin, que estaban dispuestos a romper la ley por condenarle, son los que más contribuyen a la revelación de Jesús como el ungido de Dios, como el Señor del Nuevo Reino.

5. En este sentido, es interesante ver el primer significado de la cruz. La muerte de Jesús de Nazaret, significa la derrota del esfuerzo humano por la salvación. La cruz significa la derrota de la religión, donde el hombre en su esfuerzo personal de llegar a Dios le encuentra de frente y lo asesina para establecer su propia justicia. La cruz implica que la religión de las obras ha fallado y que el deseo de llegar a Dios por medio de la ley, nos conduce al pecado y a la muerte. La cruz revela la imposibilidad del hombre para salvarse a si mismo; la imposibilidad de que una religión nos lleve a Dios.

6. Por eso es que Pablo dice que para los judíos el mensaje de un Cristo resucitado es un escándalo, y para los griegos es una necedad. Porque en la cruz se cambian todos los valores humanos por los nuevos criterios del reino divino. Porque en la cruz recibimos vida de la muerte, recibimos la bendición por medio de un maldito, y la libertad por medio de un esclavo. La cruz es el momento decisivo de Dios para mostrarnos la imposibilidad humana y el poder de Dios para solución.

C. La cruz es el lugar cósmico donde se revela la justicia de Dios.

1. Ahora bien, si la cruz es el evento final y decisivo donde se nos muestra la condición del hombre, la cruz es también el lugar donde se revela la justicia de Dios para salvación de todo aquel que cree. Justicia que no se define como hacer lo bueno o lo justo, sino que se define como la disposición de Dios para relacionarse con el hombre. ( Ro. 1:17, 5:1 ; II Co. 5:17-21 ).

2. En este sentido, si bien la cruz por un lado nos revela el pecado humano, por otro nos revela que Dios que ha venido a buscarnos, el Dios que llega al hombre en Cristo Jesús. En la cruz, Dios le grita al mundo que el camino de la ley no tiene salida y que el único camino al Padre es Jesús de Nazaret. La muerte de Jesús nos revela la disposición, el deseo, la acción de Dios para venir a salvar al hombre que no puede llegar a él.

3. Por eso es que predicamos el evangelio de gracia donde somos justificados por la fe, porque el amor de Dios se revela en esto, en que siendo todavía pecadores, Jesús murió por nosotros (Ro. 5:8). Si bien la salvación no puede ser comprada con dinero, puede alcanzarse por la fe en Jesús como el ungido de Dios, el Señor y Salvador del mundo. En Cristo la salvación llega por gracia –no por obras– como un regalo que no se compra, como un don para una humanidad pecadora.

4. Esto es de una importancia crucial para nosotros y para nuestro mensaje. Por un lado, la justificación por la pura gracia de Dios, implica que nuestra salvación es un regalo, esto es, que nuestro valor es dado por Dios. Por la cruz de Cristo, yo no tengo que luchar en el mundo para demostrar lo que valgo –el esfuerzo humano es inútil. Por el contrario, es Jesucristo quien me da valor, quien me da sentido. El es “mi gloria y el que levanta mi cabeza” (Sal 3:3). En Cristo yo no tengo que establecer mi propio valor, porque “ya no vivo yo, mas Cristo vive en mi y la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amo y se entregó así mismo por mí” (Gal. 2:20).

5. Por otro lado, la revelación de la justicia de Dios en la cruz de Cristo, implica un giro nuevo en el mensaje de la causa de Jesús. El mensaje se convierte en buena noticia de que por medio de la fe en Jesús de Nazaret -por medio de la palabra de la cruz- somos justificados sin merecerlo- recibimos la vida cuando todavía merecemos la muerte, ¡Que mayor noticia que esta para gritar al mundo, que por medio de Cristo Dios ha cumplido la profecía del II Isaías que dice: “Consolaos, Consolaos pueblo mío, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén y decidle bien alto que ya ha cumplido su milicia, que ya ha pagado su culpa” (Is. 40: 1-2).

6. En este sentido vemos el profundo sentido del sacrificio de Jesús en la cruz por nosotros, porque la muerte de Jesús, en Pablo, es primordialmente vicaría. Es una muerte en beneficio de; en beneficio de la humanidad imposibilitada de acercarse a Dios, en beneficio del hombre perdido en su pecado, en beneficio tuyo y mío, en beneficio del hombre que necesita salvación.

III. Conclusión

Hoy conmemoramos, el asesinato cruel de Jesús de Nazaret en la cruz del calvario. Predicamos a un crucificado como Señor, predicamos a un condenado como Rey, porque sabemos que por medio de El, la vida ha entrado al mundo, el pecado ha sido descubierto y ha comenzado la posibilidad de la salvación. Por eso decimos que en la cruz todos los valores del mundo se invierten, porque:

Los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, pero nosotros predicamos a un Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura, En cambio, para los llamados Cristo es poder y sabiduría de Dios, porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.

1 Corintios 1.22-25

Vea otros sermones para la Semana Santa

Semana Santa
Creo

El Sermón de las Siete Palabras

Adquiera el libro del Dr. Jiménez sobre Las Siete Palabras.

Las Siete Palabras: Introducción

Primera de las Siete Palabras: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen

Segunda de las Siete Palabras: Hoy estarás conmigo en el paraíso

Tercera de las Siete Palabras: Mujer, he ahí tu hijo

Cuarta de las Siete Palabras: ¿Por qué me has desamparado?

Quinta de las Siete Palabras: ¡Tengo sed!

Sexta de las Siete Palabras: ¡Consumado es!

Séptima de las Siete Palabras: En tus manos encomiendo tu espíritu

Vea otros sermones para la Semana Santa

Prediquemos
Prediquemos

Las Siete Palabras: Introducción

Adquiera el libro del Dr. Jiménez sobre Las Siete Palabras.

Texto

El viernes es el día de la muerte. Temprano en la mañana, Jesús es arrestado y llevado preso ante los líderes religiosos de Jerusalén. Estos le juzgan–ilegalmente, por cierto–por los delitos de sedición y blasfemia. Poco después, el Galileo es llevado ante un gobernante cobarde—Poncio Pilatos—y ante un político corrupto—Herodes Antipas—para ser azotado, golpeado, torturado y condenado a muerte. Entonces, es presentado ante el pueblo junto a Barrabás—un criminal habitual—para que la masa escogiera uno para ser liberado. Y la turba, sedienta de sangre inocente, escoge al justo como la víctima que había de morir en la cruz.

No hay esperanza; el galileo se dirige a la cruenta muerte en la cruz. Allí, entre los clavos y el madero, encontrará la voluntad de Dios para su vida. Allí, dirá las siete “palabras”, siete frases que resumirán su obra, su trabajo, su labor en beneficio de la humanidad.

Vea otros sermones para la Semana Santa.

Creo
Creo

Primera de las Siete Palabras: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen

La primera palabra es:

Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. (Lucas 23.34)

Adquiera Las Siete Palabras.

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La primera frase nos revela la bondad de Jesús. En el momento de agonía y de muerte, su primera palabra es una oración dirigida—en forma personal—al Padre celestial; oración por medio de la cual intercede aún por los asesinos que le crucificaban.

Jesús llama a Dios “Padre”, hablándole en forma íntima y personal. Jesús le llama “padre” para subrayar su profunda comunión con el Creador de todo. Y en su oración al Padre, pide misericordia para sus victimarios.

Jesús intercede por aquellos soldados que se repartían sus vestidos al pie del árbol de la cruz y echaban suertes sobre su manto. Soldados que “no sabían lo que hacían” porque sólo obedecían la férrea disciplina militar del ejército romano. Sólo seguían las órdenes de Pilatos, el gobernador militar. Este había cedido a las presiones políticas de los líderes religiosos que deseaban ver muerto al profeta galileo. Por eso hoy los soldados asesinan a Jesús, considerándolo un reo más; otro condenado a muerte por el regente romano.

Jesús intercede, además, por aquellos que le condenaron. En su oración, el caminante de Nazaret intercede ante Dios por Pilatos, quien le condenó a cruz después de una profunda lucha consigo mismo. Del mismo modo, intercede por Herodes Antipas, el desquiciado gobernante que veía a Jesús como la reencarnación de Juan el Bautista.

Jesús intercede por los fariseos y los saduceos—los líderes religiosos de la época—quienes le mataban pensando que hacían un servicio a Dios. El Maestro pide por aquellos religiosos que en su esfuerzo de salvarse a sí mismos, se encuentran de frente con Dios en la persona de Jesucristo. Lo contradictorio es que una vez encuentran al Dios encarnado, en vez de adorarle deciden asesinarle.

Jesús intercede por la masa del pueblo, por esa muchedumbre que aún hoy es llevada de un lado para otro por cualquier líder hábil que presente lo malo como bueno y lo bueno como malo.

En fin, Jesús intercede desde la cruz por la humanidad perdida, dejando claro que esa será su labor por toda la eternidad: el representar a la humanidad ante el Padre celestial. En este sentido, Jesús intercede por ti, por mí, por todos nosotros delante de Dios. Intercede porque cuando pecamos contra Dios y el prójimo, tú y yo tampoco “sabemos lo que hacemos”.

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Segunda de las Siete Palabras: Hoy estarás conmigo en el paraíso

La segunda palabra es:

Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso. (Lucas 23.43)

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Imaginen el cuadro: el justo, el fiel, el verdadero, el santo de Dios está crucificado entre dos criminales en el monte de la calavera.

Y si digo “criminales” es por una razón justificada. La cruz era el castigo más violento y despiadado que se conocía en el mundo romano. Al crucificado se le colocaba en lo alto de una cruz para morir asfixiado por el peso de sus músculos desgarrados sobre su pecho. En la cruz, el hambre, la sed, la infección y la gangrena carcomían al condenado. Además, los judíos consideraban que cualquier persona crucificada quedaba “maldita” por la ley de Moisés (Dt. 21.22-23). Por eso le crucificaban alto, para que no contaminara la tierra. Por estas razones sólo eran crucificados los extranjeros, los sediciosos y los criminales más despiadados; porque el castigo de la cruz era algo inhumano.

Jesús es colocado en el Gólgota entre dos crucificados; es llevado a lo alto del monte de la cruz entre dos malhechores que padecían justamente, según confiesa uno de ellos (v. 41).

El cuadro es interesante. En el momento en que los tres condenados a padecer fueron elevados en sus cruces, comienza una dolorosa conversación. Uno de los criminales se burla de Jesús, sugiriéndole que se salve a sí mismo y que le salve a él también. El malhechor le pide a Jesús que haga un milagro, que llame a sus discípulos, en fin, que haga algo para detener la ejecución. Entonces entra en escena el otro criminal, quien reprende al primero por equipararse con Jesús. Después de callar a su compañero, se dirige a Jesús, hablando seguramente con gran dificultad. Este otro criminal reconoce la grandeza de Jesús y le pide “posada”; le pide humildemente que se acuerde de él cuando venga en su reino.

Si, lo oyeron bien, el primero en reconocer al Crucificado como Señor fue otro crucificado. Un marginado, desecho por la sociedad, es quien recibe la revelación divina que le permite reconocer en Jesús al Mesías prometido. A este compañero de cruz, Jesús le ofrece la esperanza de vida eterna. Y esta vida no se pospone a un futuro lejano. La vida abundante que Jesús ofrece comienza aquí y ahora.

Esta es una buena noticia para toda aquella persona que ha sufrido en la vida. Todos aquellos que han sido “crucificados” por el dolor, la pobreza, el desamor y el sufrimiento, pueden encontrar la vida plena en Jesús.

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Tercera de las Siete Palabras: Mujer, he ahí tu hijo

La tercera palabra es:

Cuando vio Jesús a su madre y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa. (Juan 19.26-27)

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De todos los discípulos de Jesús, sólo uno estuvo con él durante el proceso judicial. Pero, para ser justos, debemos decir que no tuvo que enfrentarse a las autoridades judías ni a las romanas. La tradición nos dice que entró al patio de la casa del Sumo Sacerdote porque conocía a su familia. Este discípulo fiel es llamado “el discípulo amado” en el evangelio que lleva su nombre. Allí se indica que su relación con Jesús era tan cercana que acostumbraba recostar su cabeza sobre el pecho del Maestro. Este discípulo amado no es otro que Juan, el mismo que recibió a María en su casa después de la muerte de Jesús.

Muchas conjeturas se han hecho sobre por qué Jesús le encomendó el cuidado de su madre a Juan. Algunos dicen que sucedió porque José había muerto, lo cual probable. Otros dicen que sucedió porque Juan era hijo de Zebedeo y Salomé, la hermana de María. Por lo tanto, Juan era primo-hermano de Jesús. Esto también es probable. Pero se me antoja pensar que la razón es aún más profunda. Veamos lo que dice el Evangelio de Juan, capítulo 7, versículo 5: “Porque ni aún sus propios hermanos creían en él [Jesús]”.

María fue encomendada por Jesús a su discípulo Juan porque fue rechazada por su familia a causa de su fe. La madre fue echada a un lado por la falta de fe de sus hijos.

Esto tiene dos ribetes importantes. En primer lugar, vemos una vez más que el Evangelio es un mensaje para aquellas personas que son rechazadas. Es palabra de Dios para quienes no tienen lugar en la sociedad. Es buena noticia para el que está desamparado y necesita consuelo, ayuda, protección y abrigo. Al morir Jesús, María quedaba desamparada. Por eso Jesús le brinda protección.

Sí, escuchó bien, el Crucificado aún en su dolor puede consolar y proteger al desamparado.

En segundo lugar, debemos señalar que la experiencia de María y Juan es la vivencia de muchos de nosotros. Nuestra familia más cercana es la familia de la fe. Al colocar a su propia madre al cuidado de un discípulo suyo, Jesús inaugura una nueva comunidad: la iglesia. Esa iglesia de Cristo es la que ama y cuida al necesitado; la que se preocupa por el desamparado; la que consuela al afligido. Esa es la iglesia donde todos somos hermanos y hermanas, en el nombre del Señor.

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Cuarta de las Siete Palabras: ¿Por qué me has desamparado?

La cuarta palabra es:

Y a la hora novena Jesús clamó a gran voz, diciendo: ¡Eloi, Eloi! ¿lama sabactani? (que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?). (Marcos 15.34)

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En este momento, llegamos al punto más profundo de la cruz: Jesús se siente desamparado por su Dios, su padre.

Este es probablemente el texto más misterioso de los siete que estamos explorando hoy. ¿Cómo es posible que Dios abandone al justo? ¿Cómo es posible que el Padre abandone al Hijo amado en el cual se complace? ¿Cómo es posible que Dios se desampare a sí mismo?

Aquí tocamos el misterio de la encarnación. Jesús, en su vida terrenal, nunca se identificó con los poderosos; nunca se identificó con los grandes de este mundo. ¡Todo lo contrario! Nació humilde, en un establo, hijo de una familia pobre. Vivió en una pequeña aldea galilea, no en la grandeza de Jerusalén. Y en el momento en que Satanás le tienta, ofreciéndole los reinos del mundo, Jesús toma una decisión.

  • Le dice NO a la riqueza,
  • Le dice NO al poder,
  • Le dice NO a los príncipes de este mundo.

Su opción es por otro reino, el de Dios. Entonces se lanza a predicar diciendo: “El tiempo se ha cumplido; arrepentíos y creed en el Evangelio” (Mr. 1.15).

Este nuevo reino se distingue de los reinos de este mundo porque afirma que la justicia y la paz de Dios han comenzado a manifestarse en la tierra. Y en esa manifestación, Dios viene a identificarse con el ser humano pecador y desamparado.

  • Por eso Jesús sana enfermos;
  • Por eso echa fuera demonios;
  • Por eso consuela al triste;
  • Por eso predica el evangelio a los pobres.

El reino nos llama a identificarnos con la persona perdida y desamparada.

Creo que ahora podemos comenzar a entender el significado de las palabras del crucificado. Jesús cita el Salmo 21.1 porque vino a identificarse con el ser humano perdido; con la persona pecadora, con aquel que está separado de Dios, con quien se sabe imposibilitado de alcanzar salvación.

En este sentido, el grito de Jesús en la cruz tiene el propósito de señalar el abismo que existe entre Dios y la humanidad. Al clamar en desamparo, Jesús revela que en el sentido más profundo de la palabra todos nosotros somos desamparados. Todos estamos necesitados de salvación.

Por lo tanto, Jesús vino a identificarse contigo y conmigo. Su desamparo es nuestro desamparo. Su muerte es el castigo que debimos llevar tú y yo.

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Quinta de las Siete Palabras: ¡Tengo sed!

La quinta palabra es:

Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliera: ¡Tengo sed! (Juan 19.28)

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La quinta palabra no puede ilustrar mejor la humanidad de Jesucristo. El crucificado no es un fantasma que aparenta sufrir en la cruz. Jesús no es una aparición que cumple una formalidad en el plan divino. Jesús de Nazaret es un ser humano verdadero. Su dolor fue tan real como el nuestro; su sufrimiento tan duro como el de cualquier otra persona.

Jesús tiene sed. Tiene sed para que se cumplan las profecías: «Y mi lengua se pegó a mi paladar» (Sal 22.15); «Y en mi sed me dieron a beber vinagre» (Sal 69.21).

Su sed es real. Es la sed de un torturado que se levanta en el árbol de la cruz en representación de todo el género humano.

Ahora bien, escondido en este episodio hay un pasaje que considero pertinente para nuestro contexto. El Evangelio de Marcos afirma que el vinagre que le ofrecen a Jesús es la cruz es vino mezclado con mirra (15.23). En el mundo antiguo, esta mezcla se hacía con el propósito de endrogar al penitente. Se le daba el brebaje para que la pena del crucificado no fuera tan amarga. Al parecer, se entendía que el vino podía ayudar al crucificado a olvidar su dolor.

¿No les parece conocido este cuadro? Nuestro país vive momentos tan amargos que muchas personas desean escapar de la realidad. Por eso tantas personas abusan del alcohol, de las drogas ilegales y de los medicamentos recetados. Están buscando medicina que cure el alma; y la están buscando en los lugares equivocados. Por eso tantas personas buscan en la música, en el baile y en el “vacilón”, la felicidad que no encuentran en sus vidas diarias. Lo que es más, por eso tantas personas buscan en la iglesia un escape para sus problemas. Estas quieren una adoración que le ayude a desconectarse del mundo; no una que les ayude a confrontar las situaciones difíciles en el nombre del Señor.

Pero el Crucificado nos enseña otro camino. Jesús no escapó de las situaciones difíciles, al contrario, “afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (Lc. 9.51b). Aun sabiendo que en Jerusalén podría encontrar la muerte; aun sabiendo que en Sión le esperaban sus enemigos, Jesús va a la Ciudad Santa a enfrentar su futuro.

En el momento difícil de Getsemaní enfrenta la copa amarga y enfrenta la turba que viene a arrestarle. Y enfrenta estas situaciones con valentía, sin la violencia de Pedro y sin la cobardía de los discípulos que huyeron.

Después va a la cruz. Y aún allí, en el agudo dolor del madero, se niega a escapar. Se niega a tomar el vino drogado. Se niega a dejarse vencer por la cobardía. Jesús sabe que la única manera de vencer los problemas es dándoles el frente.

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