Existen varias maneras de evaluar una Iglesia local. En esta conferencia discutimos tres maneras distintas de clasificar una congregación cristiana. Esperamos que esta conferencia le ayude a comprender mejor su Iglesia.
Esta meditación sobre lo que significa ser santo, basada en Mateo 12.1-7, define la santidad como la imitación del carácter de Dios en la vida cotidiana.
En esta ocasión hablaremos sobre la preocupación. En especial, hablaremos del lugar que tiene la preocupación en la vida de un creyente. Este tema puede parecer algo extraño para una reflexión. ¿Acaso no venimos a la Iglesia buscando la forma de enfrentarnos más eficazmente a nuestros problemas y preocupaciones? ¿Porqué, pues, hablar de algo que todos deseamos evitar? Hermanos y hermanas, en esta ocasión hablaremos de la preocupación porque tiene tres áreas que requieren que siempre nos mantengamos alertas.
En primer lugar, todos debemos preocuparnos por los eventos que ocurren en el mundo y, muy en especial, en nuestro país. La persona cristiana debe estar alerta; debe estar informada; debe estar pendiente a estos sucesos. Ahora bien, ¿por qué el creyente debe preocuparse por estas cosas? Es necesario preocuparse porque Dios le ha dado a los seres humanos la tarea de ser mayordomos del mundo. Al crear al ser humano, Dios le dio la orden de llenar la tierra y “sojuzgarla” (Gen. 1:28). Es decir, Dios puso al hombre y a la mujer como guardianes y administradores del planeta. De este modo, sabemos que Dios nos pedirá cuentas de cómo hemos administrado su mundo.
Además, debemos estar pendientes de los eventos que ocurren en nuestro mundo porque Dios nos ha dado su Espíritu Santo para juzgar entre lo bueno y lo malo. Si nosotros no velamos por la ética, por la moral y el buen juicio; si la Iglesia no vela por la honestidad y por el derecho a disfrutar la vida, entonces, ¿quién lo hará?
En segundo lugar, los creyentes debemos vivir preocupados por la Iglesia. Esto es necesario porque la Iglesia no sólo es una institución divina, sino que es, además, una organización humana. Como la Iglesia es una organización humana hay que velar porque en ella haya orden, honestidad, decencia y decoro. Hay que evitar las riñas, los deseos malvados, el abuso de confianza y la manipulación. En una palabra, hay que cuidar de que el pecado y la maldad humana no entorpezcan las relaciones en la Iglesia. Es necesario evitar que lo negativo y lo malo se enseñoreen de la Iglesia de Cristo
En tercer y último lugar, hay una preocupación que todos debemos tener. Una preocupación que debe tener cada persona cristiana. Cada creyente debe preocuparse por su vida espiritual. Cada cual debe preocuparse por mantener una buena relación con Dios.
Quiera Dios que siempre podamos estar preocupados por vivir en forma agradable a Dios.
En esta hora hablaremos acerca de la comunidad. Al hablar de la comunidad no nos referiremos al pueblo, al país o al lugar donde vivimos. Por el contrario, hablaremos de la Iglesia como una comunidad; como un grupo de personas unidas por la cruz de Cristo que se reúnen para adorar a Dios y servir a los demás en amor.
En primer lugar, debemos decir que la comunidad cristiana es creada por la Palabra de Dios. La Iglesia surge cuando diversas personas responden a la predicación del Evangelio y se unen para adorar a Dios. En cierto sentido, la comunidad cristiana se forma en base al testimonio de los escritores bíblicos y se convierte en una comunidad de nuevos testigos que continúan la tarea de la evangelización.
En este punto pudiéramos preguntar, ¿cómo es que la comunidad de fe puede llevar a cabo su tarea evangelística? ¿Cómo es que la Iglesia “habla” la palabra divina? En fin, ¿cómo es que la Iglesia da testimonio de Jesucristo?
La respuesta más sencilla a esta pregunta es que la Iglesia da testimonio por medio de la predicación y la enseñanza. Es decir, la Iglesia “habla” a través de las palabras, habladas y escritas, que enuncian sus miembros cuando predican, cuando ofrecen clase de Escuela Bíblica, cuando conducen talleres, conferencias, dinámicas y cualquier otra actividad parecida en la Iglesia.
Pero debemos tener claro que la Iglesia no habla sólo con sus palabras. La mera existencia de una comunidad cristiana en un lugar determinado es un testimonio vivo del poder de Dios. El que un grupo se reúna a adorar a Dios ya es un testimonio firme de la misericordia divina.
Por otro lado, la comunidad de fe da testimonio de Jesucristo al servir al prójimo. Cuando la Iglesia sirve a los necesitados, los incapacitados y los débiles, está “hablando” elocuentemente; también está dando testimonio de Jesucristo.
En segundo lugar, encontramos que la misma Palabra que crea la comunidad, la confronta y la desafía. La Palabra de Dios siempre le está preguntando a la Iglesia si su testimonio es verdadero, si está mostrando el amor de Dios en forma clara, si está proclamando el mensaje del Evangelio en forma sencilla y pura.
Pero debemos tener claro que, si nosotros formamos parte de la comunidad cristiana, ese reto, esa confrontación que hace la Palabra de Dios es también para nosotros al nivel individual. En esta hora Dios nos pregunta si estamos siendo una comunidad de testigos; una comunidad viva, santa donde cada persona refleje claramente el amor de Dios. Dios quiere que cada uno de nosotros demuestre en su vida lo que cree.
Tom Bandy presenta dos modelos de iglesia. El primero es el de la Iglesia tradicional que va en deterioro constante. Estas congregaciones están destinadas a cerrar en el futuro cercano. El segundo es el de la Iglesia que crece de manera firme y constante. Nuestro deseo es ofrecer pautas que lleven a nuestras congregaciones a ser Iglesias en crecimiento.
I. La Iglesia en Deterioro
La congregación en deterioro valora, sobre todas las cosas, el sentido de pertenencia; quieren que la feligresía desarrolle un sentido de «familia», que cada persona se sienta parte del grupo. Aquí el proceso de «crecimiento en la fe» pasa por cinco etapas, a saber:
A. Miembro
Estas congregaciones recalcan la importancia de convertirse en miembro «activo» de la feligresía. Sin embargo, rara vez ofrecen clases para nuevos creyentes. Establecen requisitos mínimos para mantener la membresía, tales como asistir a la Iglesia una vez al mes (o menos, en algunas ocasiones). Lo importante es que las visitas «se sientan en familia» y acepten formar parte de la lista oficial de miembros.
B. Amigo
Estas congregaciones prestan gran importancia a la amistad. Allí es más importante entablar amistad con el liderazgo establecido que asistir a las actividades de la Iglesia. Los líderes establecidos informan a los nuevos miembros de las tradiciones y de la historia de la congregación, de manera que las personas «nuevas» sepan como actuar correctamente. En este tipo de congregación, la tradición tiene un peso muy grande.
C. Compañero
El liderazgo establecido nomina a los puestos directivos a aquellas personas que ven como sus «compañeras», compartiendo sus valores, su nivel social, o su trasfondo étnico. Por esta razón, los cuerpos directivos tienden a ser homogéneos étnica y culturalmente, aunque la congregación sea diversa. Las amistades de los líderes tradicionales pueden ser nominadas a puestos directivos aunque lleven pocos meses asistiendo a la Iglesia.
D. Director
El «premio» a la madurez espiritual es formar parte del cuerpo directivo de la congregación. Los miembros de estos cuerpos directivos entienden que su labor principal es «supervisar» tanto el funcionamiento general de la Iglesia como el trabajo específico del pastor o la pastora.
E. Guardián
El nivel más alto de liderazgo laico en este tipo de Iglesia se alcanza cuando un miembro es visto como uno de los baluartes o pilares de la congregación. En ocasiones, los guardianes ocupan los puestos más altos por varios años corridos; en otras, toman turnos. De todos modos, los guardianes entienden que su misión es «mantener» la tradición de la Iglesia.
El Rol del Ministro
En la «congregación en deterioro», el pastor se ve como un empleado de la congregación cuya responsabilidad principal es llevar a cabo la misión de la Iglesia. Es al pastor a quien le toca buscar «almas» (es decir, nuevos miembros) y relacionarse con la comunidad en general.
II. La Iglesia en crecimiento
La Iglesia en crecimiento valora, sobre todas las cosas, la misión de la Iglesia. Por esta razón, crece en términos espirituales y numéricos. Al igual que el modelo anterior, entiende que el crecimiento en la fe pasa por cinco etapas, pero muy distintos a los anteriores:
A. Misión
Cada congregación debe buscar cuál es su propósito o misión específica en la comunidad a la cual desea servir. Esta misión debe enunciarse en forma breve, tanto que pueda resumirse en una oración que pueda escribirse en un afiche o en una pancarta. Otra manera de ver este punto es afirmando que cada congregación debe buscar la «canción» que Dios ha puesto en su «corazón».
B. Membresía
La congregación en crecimiento recalca que no todo el mundo puede ser miembro. Por eso, ofrece clases de discipulado para nuevos creyentes y para personas que desean trasladarse de otras congregaciones. Queda claro que la membresía implica responsabilidades, tales como colaborar en alguno de los ministerios de la Iglesia, asistir regularmente, y ofrendar a cierto nivel.
C. Madurez
La Iglesia recalca que cada creyente debe buscar alcanzar madurez en la fe, por medio del ejercicio de las disciplinas espirituales. Por esto, ofrece diversas oportunidades para que cada persona crezca en la fe, discerniendo los dones y las capacidades que Dios la ha concedido.
D. Capacitación
Este tipo de congregación ofrece una amplia gama de oportunidades de adoración, estudio, y servicio. Ofrece, pues, servicios de adoración dirigidos a los distintos «públicos» que desea alcanzar, desde personas no-creyentes a creyentes maduros. Cultiva distintos estilos de adoración, ofreciendo servicios tradicionales, contemporáneos y hasta experimentales.
E. Ministerio
Cada creyente es responsable de discernir el «ministerio» al cual Dios le ha llamado. El liderazgo congregacional es responsable de facilitar el cumplimiento de esos ministerios, capacitando a cada creyente para hacer un trabajo de excelencia. En este sentido, la señal de la madurez espiritual es que el creyente es «enviado» a llevar a cabo su ministerio en beneficio de la comunidad donde se encuentra la congregación.
El Rol de la figura pastoral
Nótese, pues, que en este sistema el pastor o la pastora tiene un rol educativo o magisterial. El equipo ministerial le ofrece cuidado pastoral a la feligresía, mientras le enseña cómo crecer en la fe y como ser un agente activo en el desempeño de la misión de la Iglesia Cristiana. Cumplir la misión cristiana y relacionarse con la comunidad es labor de toda la membresía de la congregación.
La Iglesia en crecimiento tiene cuerpos directivos pequeños, que delegan autoridad y recursos económicos para que los grupos de trabajo puedan llevar a cabo su trabajo. Por ejemplo, sugiere que el grupo de adoración de la Iglesia puede tener una cantidad designada en el presupuesto anual de la congregación, de modo que puedan comprar los materiales que necesitan para llevar a cabo su ministerio.
III. Conclusión
Ofrecemos el modelo de la Iglesia en crecimiento con la esperanza de que sea de bendición para todas nuestras congregaciones.
Bibliografía
Thomas G. Bandy, Kicking Habits: Welcome Relief for Addicted Congregations (Nashville: Abingdon Press, 1997).
¿Qué está buscando la gente que viene por primera vez a nuestras Iglesias?
Y si digo “por primera vez”, es porque los estudios sociológicos nos indican que dos de cada tres personas menores de 38 años se criaron fuera de la fe.
Nunca han visitado una iglesia con regularidad.
Nunca han leído la Biblia en detalle.
Nunca han tenido una tradición religiosa.
Aún así se acercan a la iglesia, buscando algo. La pregunta es: ¿Qué están buscando?
Las Generaciones del Milenio, aquellas personas nacidas a partir del 1982, tienen un profundo interés en la espiritualidad. A diferencia de sus padres y de sus abuelos, saben que el racionalismo no es la respuesta a los misterios de la vida.
Por esta razón, están abiertas a explorar prácticas espirituales que puedan enriquecer su vida. Nótese que dije “prácticas espirituales”, porque la mayoría de las personas que pertenecen a estas generaciones no se criaron en la fe de Jesucristo. Por eso, están abiertas a explorar el budismo, la astrología y hasta el wiccanismo.
Claro está, con el tiempo se dan cuenta que esas formas alternas de espiritualidad no pueden responder a los problemas fundamentales de sus vidas. Así que eventualmente llegan a la iglesia, buscando la respuesta definitiva a su inquietud espiritual.
Así que pregunto por tercera vez: ¿Qué está buscando la gente inquieta espiritualmente que visita nuestras Iglesias por primera vez?
La respuesta es muy sencilla: Poder.
Están buscando una fuente de poder que les ayude a enfrentar los problemas de la vida.
Están buscando una fuente de poder que les conduzca a una transformación espiritual.
Están buscando una fuerza espiritual superior que les dé poder para vivir.
La Iglesia es la comunidad que vive entre la venida del Señor Jesucristo en carne, y la venida del Señor Jesucristo en gloria. Es la comunidad que vive en el «todavía otro poco de tiempo» del cual habla Jesús en el Evangelio según San Juan (Juan 7.33). Es comunidad que vive en la espera de un Mesías que ya vino, pero que vendrá y nos tomará a sí mismo para él (Juan 14.3). ¡Esta es la Iglesia del Señor!
La Iglesia espera. Espera ser redimida de la vida en el mundo. Espera la renovación del tiempo antiguo (Isaías 37.26), viviendo con su Señor. Espera la manifestación de las últimas cosas (Romanos 8.19), cuando Jesucristo vendrá en gloria.
La Iglesia ha sido redimida del mundo, porque vive en una historia que sufre «dolores de parto» a causa de la maldad humana (Romanos 8.22). Un mundo donde reina «el principe de la potestad del aire» (Efesios 2.2), trayendo a su paso daño y destrucción. Como dijo Jesús: «el ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir» ( Jn. 10.10).
Vivimos en cautiverio. Del mismo modo que el pueblo de Israel estuvo en cautiverio en tierra extraña (Salmo 137.4), nosotros, el pueblo de Dios, vivimos en la tierra extraña del pecado. Somos peregrinos. Nuestro hogar se encuentra en «lugares celestiales» (Efesios 1.3, 20 y 2.6), «escondido con Cristo en Dios» (Colosenses 3.3). Y como pueblo que no tiene donde «recostar su cabeza» (Mateo 8.20), a veces nos sentamos a las orillas del río sin deseos de continuar viviendo (Salmo 137.1-2), mientras las personas del mundo que nos oprime nos piden que les cantemos algunos de los cánticos de Sión (Salmo 137.3); que les mostremos la alegría del Evangelio mientras vivimos en la pena del exilio.
La Iglesia aguarda. Aguarda ser redimida de un mundo de pecado en el cual se siente extraña y no encuentra lugar.
Pero la Iglesia no sólo aguarda. También recuerda. Recuerda que fue llamada por Dios a predicar un mensaje de salvación a un mundo en crisis. Recuerda que fue llamada a ser sal para preservar al mundo de la destrucción (Mateo 5.13). Recuerda que fue llamada a ser luz para alumbrar a un mundo en tinieblas (Mateo 5.14-16). Recuerda que fue llamada a ser el heraldo que se levanta sobre un monte alto y anuncie que se ha cumplido el tiempo de castigo y que los pecados son perdonados (Isaías 40.9-10).
La Iglesia es heredera del llamamiento de Isaías, que Cristo hace suyo en el libro de Lucas cuando toma el rollo de la sinagoga y dice:
El Espíritu del Señor está sobre mí,
Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres;
Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón;
A pregonar libertad a los cautivos,
Y vista a los ciegos;
A poner en libertad a los oprimidos;
A predicar el año agradable del Señor.
Lucas 4.18-19
La Iglesia lleva en su memoria colectiva la encomienda del Señor Jesús de ir a predicar el Evangelio (Marcos 16.15), de ir a hacer discípulos (Mateo 28.19), de ser testigos en Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra (Hechos 1.8).
La Iglesia recuerda el rostro del Señor Jesús diciendo: «No temáis, manada pequeña, porque a vuestro padre le ha placido daros el reino» (Lucas 12.32).
La presencia de nuestro Señor Jesucristo corta la pena de nuestros corazones. Es sal que quema la herida y cura el dolor. Cristo es camino (Juan 14.6) que nos lleva por la vida, dirigiendo nuestros pasos hasta la presencia misma de Dios (Hebreos 2.10). Espera que nos resucita de la muerte con que nos pagó el pecado (Romanos 6.23). Es verdad, es novedad de vida ante las mentiras del mundo.
Empero, aún así nos preguntamos qué debemos hacer. ¿Qué será de nosotros como pueblo peregrino? ¿Pasaremos el resto de nuestras vidas entre el bien el mal, entre la bendición y la maldición? ¿Soportaremos la vida en un mundo oscuro siendo nosotros hijos e hijas de luz? ¿Venceremos los embates del pecado, que quieren destruir nuestras casas?
La respuesta es positiva: ¡Venceremos! Porque la Iglesia es la comunidad de la esperanza. Porque si la Iglesia aguarda y recuerda es porque el Señor misericordioso ha derramado su amor en nuestros corazones (Romanos 5.5) en forma de promesa. La promesa de que «este mismo Jesús…así vendrá como le habéis visto ir al cielo» (Hechos 1.11), según le dijeron los ángeles a los varones galileos.
Tenemos promesa de labios de Señor Jesús, registrada en Juan 14.1-3.
No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.
Tenemos la certeza de ser «más que vencedores por medio de aquel que nos amó» (Romanos 8.37). Sabemos que nada «nos podrá separar del amor de Cristo» (Romanos 8.39). Ni tribulación, ni angustia, ni persecución, ni hambre, ni peligros, ni espada o desnudez (Romanos 8.38-39). Sabemos que la victoria es nuestra porque «esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe» (1 Juan 5.4).
¡Venceremos! No por nuestra fuerza, porque no es con espada ni con ejércitos ni con carros de a caballo que se gana la batalla, sino con el Espíritu de Dios (Oseas 1.7).
¡Venceremos! Porque «más son los que están con nosotros los que están» contra nosotros (2 Reyes 6.16).
¡Venceremos! Porque «las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas» (2 Corintios 10.4).
¡Venceremos! Porque Jesús dijo: «En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo» (Juan 16.33).
¡Venceremos! Porque «pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque él es Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con él son llamados y elegidos y fieles» (Apocalipsis 17.14).
La Iglesia vive en fe, con la certeza de que el Señor es fiel; con la esperanza de que cumplirá sus promesas.
Por eso la Iglesia guarda muy cerca de su corazón la expresión del salmista:
Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sion,
Seremos como los que sueñan.
Entonces nuestra boca se llenará de risa,
Y nuestra lengua de alabanza;
Entonces dirán entre las naciones:
Grandes cosas ha hecho Jehová con éstos.
Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros;
Estaremos alegres.
Haz volver nuestra cautividad, oh Jehová,
Como los arroyos del Neguev.
Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán.
Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla;
Mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas.