Encuentro de adoración con una prédica cristiana sobre Jeremías 18.1-6, titulada “En casa del alfarero”.
La buena noticia es que el juicio de Dios no destruye, sino que transforma. Dios no quiere destruirte, sino que quiere darle una vida nueva. Dios no quiere destruir a la iglesia, sino que quiere transformarla en una comunidad de fe vibrante que bendiga a toda nuestra comunidad tanto con sus palabras como con sus obras de misericordia. Dios no quiere destruir a nuestro pueblo, sino que quiere darle un nuevo futuro, en el nombre del Señor.
La palabra del Señor vino a mí, Jeremías, y me dijo: 2 “Levántate y ve a la casa del alfarero. Allí te daré un mensaje.” 3 Yo me dirigí a la casa del alfarero, y lo encontré trabajando sobre el torno. 4 La vasija de barro que él hacía se deshizo en su mano, así que él volvió a hacer otra vasija, tal y como él quería hacerla. 5 Entonces la palabra del Señor vino a mí, y me dijo: 6 «Casa de Israel, ¿acaso no puedo yo hacer con ustedes lo mismo que hace este alfarero? Ustedes, casa de Israel, son en mi mano como el barro en la mano del alfarero. Palabra del Señor.
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Eran días malos; tiempos de crisis donde la tormenta se veía bordeando
el horizonte.
Israel, el Reino del Norte compuesto por diez tribus hebreas, había
caído en las manos de los Asirios. Los ejércitos extranjeros habían arrasado la
ciudad, asesinado a los hombres jóvenes y adultos y violado a las mujeres. De
Israel ya no quedaba nada.
Pasados casi cien años, los ejércitos babilonios acechaban al reino de
Judá. La pregunta era: ¿Pasará aquí lo que pasó allá? ¿Caerá Jerusalén como
cayó Samaria? ¿Será Judá borrada de la faz de la tierra?
El tema del futuro de Jerusalén dividía al liderazgo religioso de Jerusalén.
La mayor parte de los sacerdotes afirmaban que Jerusalén no podía caer en manos
de los ejércitos extranjeros. Afirmaban que Dios intervendría milagrosamente
para garantizar la seguridad de la Ciudad Santa.
Sin embargo, el profeta Jeremías tenía una visión distinta. El profeta
afirmaba que Dios había entregado la ciudad en las manos de los invasores
extranjeros, debido a los muchos pecados de la comunidad. Acusaba a los reyes y
las familias de los poderosos de haber violado el pacto con Dios, robando al
pueblo inocente. También acusaba al pueblo de haber caído en el pecado de la
idolatría, adorando a las divinidades de los pueblos extranjeros. Sus palabras
eran muy duras.
Jeremías anunció que los ejércitos extranjeros
invadirían Jerusalén: «Del norte se soltará el mal sobre todos los moradores de
esta tierra. Porque yo convoco a todas las familias de los reinos del norte,
dice Jehová; vendrán, y pondrá cada uno su campamento a la entrada de las
puertas de Jerusalén, junto a todos sus muros en derredor y contra todas las
ciudades de Judá (Jer. 1:14-15).
Y sobre la idolatría del pueblo, el
Profeta decía: «Cómo te he de perdonar por esto? Tus
hijos me dejaron y juraron por lo que no es Dios. Los sacié y adulteraron, y en
casa de prostitutas se juntaron en compañías. Como caballos bien alimentados,
cada cual relinchaba tras la mujer de su prójimo. ¿No había de castigar esto?,
dice Jehová. De una nación como esta, ¿no se había de vengar mi alma? Escalad
sus muros y destruid, pero no del todo; quitad las almenas de sus muros porque
no son de Jehová. Porque resueltamente se rebelaron contra mí la casa de Israel
y la casa de Judá, dice Jehová» (Jer. 5:7-11).
El pueblo estaba muy confundido. ¿Cómo discernir la verdad entre estos
dos mensajes? Los profetas de la corte del rey decían que Jerusalén no podía
caer en manos extranjeras. Pero Jeremías anunciaba juicio, diciendo: «No
confíen en esos que los engañan diciendo: ¡Aquí está el templo del Señor, aquí
está el templo del Señor!» (Jer. 7:4)
Los profetas acostumbraban acompañar sus mensajes con actos proféticos
que, de alguna manera, ilustraban sus enseñanzas. Jeremías hizo varios actos
proféticos, pero quizás el más memorable es el que hizo en la casa del
alfarero.
Jeremías escuchó la voz de Dios que le decía: «Levántate y desciende a
casa del alfarero, y allí te haré oír mis palabras» (18:2). Al llegar allí, el
profeta vio al alfarero de la vecindad que estaba trabajando en el torno.
El torno de alfarero es una máquina que
tiene una superficie redonda y plana (también llamada la «platina») sobre un
eje que la hace girar. Sobre la platina, el alfarero modela o tornea el barro
con las manos mojadas en una substancia llamada «barbotina» (una pasta con alto
contenido de agua). El artesano moldea el barro por medio de apretones y
estiramientos.
En la
antigüedad, el torno era movido por el pie del alfarero, que actuaba sobre una
pesada rueda de madera. Esto le daba al sistema suficiente inercia para girar
constantemente a pesar de la presión y el freno que ejercía el alfarero sobre
el barro.
Mientras el profeta veía al alfarero trabajar, notó que la vasija le
estaba saliendo mal (v. 4). Entonces, usando el mismo barro, el alfarero unió
la masa y volvió a empezar. Esta vez, la vasija quedó bien y el alfarero pudo
colocarla en el horno (v. 5).
En ese momento, Dios volvió a hablarle al profeta, diciendo: «¿No
podré yo hacer con vosotros como este alfarero, casa de Israel?, dice Jehová.
Como el barro en manos del alfarero, así sois vosotros en mis manos, casa de
Israel.» (v. 6).
Ese día el pueblo de Judá comprendió el mensaje que Dios le había dado
a Jeremías. Dios no deseaba destruir a su pueblo. Del mismo modo que el
alfarero podía hacer otra vasija de la misma masa de barro, Dios quería darle
una nueva forma a su pueblo. Como el alfarero no desecha el barro, Dios no
deseaba desechar a su pueblo.
Dios desea que su pueblo comprenda que ha pecado y que, arrepentido,
regrese a la comunión con Dios. Dios no desea destruir a su pueblo, como
tampoco desea substituirlo por otro pueblo. Dios desea darnos una forma nueva,
un camino nuevo, un futuro nuevo.
Lamentablemente, el pueblo de Judá no
cambió sus caminos y terminó oprimido por los babilonios. El liderazgo político,
cívico y religioso fue deportado a Babilonia, donde fue encarcelado en campos
de concentración. El liderazgo militar fue asesinado. Pasaron varias décadas
antes que el pueblo judío pudiera volver a su tierra.
Lamentablemente, muchas personas hoy
leen este pasaje como una pieza arqueológica. Lo ven como una reliquia del
pasado, que habla de las tribulaciones del antiguo pueblo de Israel. No piensan
que tiene pertinencia alguna para sus vidas.
Yo les propongo otro camino. Leamos este
pasaje bíblico como lo que es: palabra de Dios para nosotros hoy. Dios le dice
hoy a nuestro pueblo que debe mejorar sus caminos y sus obras si quiere un
futuro de paz y prosperidad. Por mucho tiempo nos hemos amparado en la idea de
que «nada malo nos puede pasar». Mientras tanto, el crimen arropa nuestra tierra,
derramando la sangre de personas inocentes.
Basta ya; basta ya de usar el nombre de
Dios en vano para justificar nuestros excesos. La corrupción tiene un precio
muy alto. La crisis de valores que carcome nuestro pueblo nos está matando a
plazos cómodos. Si no cambiamos nuestros caminos, enfrentaremos el juicio de
Dios.
La buena noticia es que el juicio de
Dios no destruye, sino que transforma. Dios no quiere destruirte, sino que
quiere darle una vida nueva.
Dios no quiere destruir a la iglesia, sino que
quiere transformarla en una comunidad de fe vibrante que bendiga a toda nuestra
comunidad tanto con sus palabras como con sus obras de misericordia.
Dios no quiere destruir al pueblo, sino que quiere darle un nuevo futuro, en el nombre del Señor. AMÉN.