Encuentro del Movimiento La Red, una Iglesia online, con una meditación contrastando al Rey Saul con Jesús de Nazaret, basada en 1 S 10.10.
Los líderes en el antiguo Israel eran ungidos, es decir, consagrados echándole aceite por encima por la cabeza. Tanto los reyes como los sumo sacerdotes eran ungidos antes de comenzar sus respectivos ministerios. Saúl, un hombre joven de la tribu de Benjamín, fue consagrado como el primer rey de Israel. Además, intentó ser profeta y hasta sacerdote. Tristemente, fracasó en todas esas empresas. En contraste, Jesús de Nazaret, el mesías tan esperado por Israel, cumplió con su “triple oficio”, dando su vida para cumplir la misión que Dios le encomendó.
El texto base de la reflexión es 1 Samuel 10.9-12:
9 Aconteció luego, que al volver él la espalda para apartarse de Samuel, le mudó Dios su corazón; y todas estas señales acontecieron en aquel día. 10 Y cuando llegaron allá al collado, he aquí la compañía de los profetas que venía a encontrarse con él; y el Espíritu de Dios vino sobre él con poder, y profetizó entre ellos. 11 Y aconteció que cuando todos los que le conocían antes vieron que profetizaba con los profetas, el pueblo decía el uno al otro: ¿Qué le ha sucedido al hijo de Cis? ¿Saúl también entre los profetas? 12 Y alguno de allí respondió diciendo: ¿Y quién es el padre de ellos? Por esta causa se hizo proverbio: ¿También Saúl entre los profetas?
Vídeo: Iglesia Online
Audio: Prediquemos Podcast
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Un sermón sobre la oración de Jesús en Getsemani, basado en Marcos 14:32-42, apropiado para el Jueves Santo, de la Semana Santa.
Rudimentos
Texto: Marcos 14:32-42
Idea Central: En Getsemaní, nos encontramos con Jesús como el hijo obediente hasta la muerte, muerte de cruz por un pueblo que lo deja en la absoluta soledad.
Área: Desafío profético
Propósito: Que la audiencia se identifique con los discípulos de Jesús.
Diseño: Expositivo, apropiado para el Jueves Santo, de la Semana Santa
Lógica: Inductiva
Media
Manuscrito
Introducción
El jueves es el comienzo del fin. Al salir del “aposento alto ya dispuesto” (Mr. 14:15) donde tomaban la cena, Jesús y sus discípulos se enfrentan a la escena final que comienza y que les lleva al sufrimiento de la cruz.
Difícilmente hubieran podido encontrar un sitio más adecuado. Getsemaní, que significaba “molino de aceite”, era un pequeño jardín de olivos donde Jesús acostumbraba a meditar y que hoy se convierte en el lugar de encuentro con la voluntad de Dios.
Puntos a desarrollar
A. En Getsemaní, encontramos al Jesús-Hombre que se enfrenta a la exigencia terrible de Dios.
Al llegar al jardín, el Señor divide a sus discípulos en dos grupos. Por un lado están Pedro, Juan y Jacobo, quienes siempre le acompañaban en los momentos más difíciles, y les insta a orar. Por otro, están el resto de los discípulos.
En esos momentos Jesús hace una revelación que nos parece extraña: Jesús está angustiado y tiene miedo. El Señor se enfrenta—en su carácter de “Dios-ser humano”—con la realidad del futuro. Le espera una muerte terrible a manos de un grupo religioso dispuesto a romper su ley, por prenderle, y de un gobierno impersonal e injusto. Jesús se enfrenta a las consecuencias de su mensaje: Ha predicado la vida y el mundo le depara la muerte.
Esta revelación de la angustia de Jesús debe parecernos extraña. Por lo regular, la historia celebra a aquellas personas que enfrentan la muerte en forma heroica o estoica, es decir, sin mostrar dolor o angustia. La historia recuerda a Sócrates por tomar la cicuta y morir plácidamente, sin mostrar sentimiento alguno. Pero ese no es el caso de Jesús.
Tampoco tenemos en Jesús al místico para quien el cuerpo no importa porque lo importante es lo “espiritual”. El Señor no es un “gurú” que vive en el mundo como si la creación fuera la cárcel del alma.
Mucho menos encontramos en Jesús la actitud de algunos “super espirituales” que se han metido en la Iglesia de Cristo y que ven a todo aquel que sufre, que llora y que está triste como un creyente de segunda categoría, que está enfermo porque no tiene suficiente fe.
No, Jesús no se encuentra en ninguna de estas categorías. Jesús sufre porque es verdadero hombre, porque su humanidad no es un juego. El Señor se enfrenta a una muerte cruel e injusta que le obliga a dejar atrás la compañía y el amor de sus amigos. Jesús sufre porque es hombre, porque es siervo de Dios y porque el ministerio que Dios da en el mundo no evita el sufrimiento, sino que nos lleva a través del valle de la sombra de la muerte (Sal. 23:3).
La humanidad de Cristo es sumamente importante para nosotros, porque no tenemos en él a un “Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Hebreos 4:15).
B. En Getsemaní encontramos a Jesús-siervo el que está dispuesto a obedecer al Padre hasta la muerte.
Ahora bien este siervo que sufre es uno que tiene una relación especial con su amo. Este “siervo” no es esclavo, es hijo. Es uno que tiene una relación más profunda de la que ha tenido ningún otro con Dios. El Siervo que sufre es el Mesías, el Cristo, el Hijo del Dios viviente, el Santo de Israel.
Jesús es el único personaje en la historia de Israel que llamó a Dios “Padre” en forma personal. La palabra “abba ” es una expresión del lenguaje arameo, que era utilizada solamente por los niños pequeños para dirigirse a su padre. En este sentido, Jesús hace lo que sería la herejía frente a los fariseos de su época. Jesús llama a Dios “papa” o “papito”, algo que no había hecho ningún otro personaje en la historia de Israel, donde Dios aparece como el Padre del pueblo en su totalidad.
Es este hombre con una relación especial con Dios el que se enfrenta con la copa amarga. Copa que no era otra cosa que el destino que Dios le tenía deparado para el futuro. Esto es importante, no es un destino preparado por los hombres, por las instituciones o poderes de su época. Nadie le quita la vida a Jesús, él la da voluntariamente (Jn. 10:18). La muerte de Jesús no es una muerte forzada por el pecado, sino que es instrumento de Dios en la revelación su justicia.
En este sentido, es importante el uso de la palabra “copa” y de la frase “la hora señalada”. Los judíos utilizaban estas frases para hablar del tiempo futuro, en el cual el Reino de Dios se haría una realidad para todo el pueblo. Con la palabra “copa” se hablaba del momento en que la salvación llegaría a todo el mundo, en la manifestación del momento de Dios.
En este sentido, vemos claro el motivo de la obediencia del Hijo. Jesús obedecía la exigencia de Dios porque su muerte sería instrumento, camino, puente por el cual llegaría la manifestación poderosa del Reino de Dios para todo el mundo. Su muerte—el tomar la “copa”—marcaría “la hora señalada” por la cual Dios llegaría a la humanidad y todo creyente recibiría el “Espíritu de Adopción” que le capacitaría para decir “abba, Padre” (Ro. 8:15; Gal. 4:16).
C. En Getsemaní vemos a Jesús dispuesto a sufrir por el pueblo pecador que lo deja solo.
En este momento, hemos llegado al punto de preguntar cuál fue el significado para los discípulos de aquella noche de oración. Si para Jesús el jardín de oración es angustia y obediencia, debemos preguntarnos que significó el Monte de los Olivos para aquellos que acompañaban al Señor en aquella noche crucial. Este es el momento de ver qué significa Getsemaní para los discípulos del Señor.
Getsemaní es lugar de llamado, de vocación y de comisión. El monte es el lugar escogido por Dios para asignar a los discípulos una tarea especial: Getsemaní es llamado divino a velar en oración. Velar no solo en el sentido de “romper una noche” sino, de vigilar y estar atento a la voluntad que Dios que nos revela. De este modo, el “velad” que les ordena el Maestro a sus discípulos transciende el tiempo y se convierte en un mandato a seguir la voluntad de Dios en forma inquebrantable.
Pero si bien, por un lado, Getsemaní es lugar de llamado y comisión, por otro, el monte es también lugar de flaqueza. Flaqueza que se expresa en el sueño, en la dejadez, y en la ceguera ante la llegada de los acontecimientos que se temían. La “debilidad” de los discípulos consiste en no tener la sabiduría de Dios y el discernimiento para leer en los signos de los tiempos que el mal estaba a la mano, dispuesto a destruir a su Maestro. La “debilidad de la carne” no consiste sólo en el cansancio físico sino que nos habla principalmente de la condición humana; del pecador que se resiste a hacer la voluntad divina y que siembre busca su propia comodidad.
Es precisamente esa debilidad la que nos lleva al fracaso. Fracaso de no poder velar una hora; fracaso de resistir el Espíritu de Dios—el cual está siempre dispuesto—y seguir la pereza; fracaso de dejar solo al Maestro en la lucha; fracaso de no poder resistir a los pecadores que se llevan a nuestro Señor; fracaso que nos lleva a salir corriendo desnudos (Mr. 14:52) y a negar a nuestro Señor (Mr. 14:66-72).
Getsemaní es el lugar donde todos abandonamos a Jesús—donde todos le fallamos—y le dejamos absolutamente solo, luchando contra el pecado por nosotros.
Conclusión
Como Iglesia, el Señor que se da por nosotros nos llama a velar en oración por un mundo que se pierde. Somos con quien único el Señor cuenta a su lado en esta lucha contra los elementos del mundo. Pudiera usar ángeles, legiones de ángeles, con sólo una palabra suya. Empero, nos ha escogido como mensajeros suyos. El Señor cuenta con nosotros. Sin embargo, hoy le hemos fallado; le hemos dejado solo: “Ahora ya podéis dormir y descansar, Basta ya. Llegó la hora. Mirad que el hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores” (v. 41).
El debate sobre quién mató a Jesús nos obliga a considerar cuestiones políticas y étnico-raciales, no solo cuestiones teológicas. El hecho es que durante siglos el cristianismo culpó al pueblo judío por matar a Dios en Cristo. Los judíos fueron acusados de «deicidio», vocablo que significa «matar a un dios». Esta falsa acusación legitimó la persecución y el genocidio del pueblo judío. Fue simplemente una estratagema malvada para justificar actitudes racistas contra todo un grupo étnico. Como comunidad cristiana, debemos arrepentirnos de nuestra herencia racista y rechazar cualquier nuevo intento de legitimar la intolerancia contra los judíos.
Habiendo dicho esto, la pregunta persiste: ¿Quién mató a Jesús? En cierto sentido, la respuesta es simple: Jesús de Nazaret fue asesinado por oficiales del Imperio Romano, porque lo vieron como una amenaza para la estabilidad política de Judea. En particular, las fuerzas de seguridad romanas decidieron asesinar a Jesús por tres razones, que lo convirtieron en un hombre marcado:
Su predicación del Reino de Dios (véase Marcos 1.14-15, Mateo 4.12-17 & Lucas 4.1-13).
Su acto profético de dirigir un desfile de personas que lo aclamaban como el «Hijo de David» y, por lo tanto, como heredero al trono de Judea (Marcos 11.1-11, Mateo 21.1-11, Lucas 19.28-40 & Juan 12.12-19).
Y, finalmente, por el alboroto que provocó en el Templo, donde prácticamente lideró un motín, cuando condenó la explotación económica de quienes iban al Templo de Jerusalén para presentar ofrendas y sacrificios. (Marcos 11.15-19, Mateo 21.12-17 & Lucas 19.45-48, compárelo con Juan 2.13-22).
En fin, ¿quienes mataron a Jesús? A Jesús lo mataron oficiales extranjeros de un ejército extranjero de ocupación que servía a un rey extranjero.
Sin embargo, no podemos entender de manera cabal la ejecución de Jesús aparte de ese fenómeno político llamado «colonialismo». Este es el sistema político y económico por medio del cual un estado extranjero domina y explota a un estado más débil. Como cualquiera que haya vivido en una colonia puede testificar, las colonias están gobernadas por dos grupos de personas: Los representantes de la potencia extranjera (generalmente oficiales políticos, financieros y militares); y personas locales que apoyan a los invasores extranjeros. Algunos de estos líderes locales apoyan a los invasores porque los ven como liberadores que traerán progreso y prosperidad. Sin embargo, muchos de los líderes locales que colaboran con las potencias extranjeras lo hacen simplemente porque se lucran de la invasión. Su «oficio» es ser los mediadores entre el imperio y la colonia. Si están en el poder, es porque son los portavoces de los extranjeros.
Durante el primer siglo de la Era Cristiana, Judea era una colonia de Roma. Por lo tanto, Jesús fue asesinado por oficiales judíos que servían a los romanos; por oficiales romanos que consideraban que «solo estaban haciendo su trabajo» y por un Imperio asesino que buscaba mantener la hegemonía sobre una tierra extranjera.
Para decirlo con mayor claridad, Jesús fue asesinado por un sistema político colonialista y racista, que decidió eliminarlo por considerarlo como una amenaza a su hegemonía política, financiera y militar.
A la distancia, es fácil juzgar a quienes participaron en el asesinato de Jesús. La claridad que nos dan los casi dos milenios que han pasado desde su ejecución, nos permitan ver que los enemigos de Jesús de Nazaret tomaron la decisión equivocada.
Lo difícil es ver que usted y yo estamos en una situación similar a la del pueblo judío en el primer siglo de la Era Cristiana. Al igual que ayer, hoy todo ser humano tiene que escoger a quién ha de servir: Al único y verdadero Dios o a los imperios de este mundo. El dilema es claro: Podemos servir al Dios de la Vida o podemos servir a las fuerzas del mal, del pecado y de la muerte. Quienes escogemos servir al Dios revelado en Jesucristo debemos estar preparados para sufrir por la causa del Evangelio. Empero, quienes escojan servir a las fuerzas del mal, seguirán matando gente en nombre de los imperios de este mundo. De forma metafórica, podemos decir que seguirán crucificando a Jesús, quien se solidariza con todas las víctimas de la violencia, del pecado y del mal.
El llamado de Dios es claro:
Hoy pongo a los cielos y a la tierra por testigos contra ustedes, de que he puesto ante ustedes la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge, pues, la vida, para que tú y tu descendencia vivan; y para que ames al Señor tu Dios, y atiendas a su voz, y lo sigas, pues él es para ti vida y prolongación de tus días.
Deuteronomio 30.19-20a (RVC)
¡Escojamos, pues, la Vida, en el nombre del Señor Jesucristo. AMÉN!
Un sermón o prédica cristiana apropiada para el Jueves Santo, sobre la negación de Jesús por parte de Pedro, basada en Juan 18.15-18.
Rudimentos
Texto: Juan 18:15-18
Idea Central : Dios llama a la humanidad a demostrar su compromiso con Cristo optando por la luz.
Área: Evangelización
Propósito: Que la audiencia evalúe la seriedad de su compromiso con Dios.
Lógica: Inductiva
Tipo: Expositivo
Manuscrito
Para establecer el tono
Yo no soy una persona temerosa. Digo, por lo menos yo creo que no lo soy. Sin embargo, hay momentos en que el miedo se ha apoderado de mí. Y, en ocasiones, ese temor ha sido tan intenso que me he sentido paralizado ante la amenaza.
De hecho, todavía recuerdo claramente uno de esos momentos. Me dirigía en un “bus” viejo e incómodo hacia la ciudad de Quetzaltenango, en la República de Guatemala. Faltando aún como una hora de viaje, el “bus” se detuvo súbitamente. Miré con curiosidad por la ventana y vi que una cuadrilla de militares eran los responsables del alto. El sargento habló con el chofer. No sé lo que le dijo, pero poco después los militares subieron al bus acompañados por dos jóvenes ensangrentados.
El silencio en aquel bus era sepulcral. Durante ese tiempo la represión en Guatemala era tan grande que casi todo el mundo podía contar historias de horror relacionadas con los militares. Yo estaba paralizado. El miedo cedió un poco cuando los militares bajaron. Sí, cedió, pero sólo un poco. Pasaron varias horas hasta que pude volver a sentirme en paz.
Marco escénico
No, mis hermanas y mis hermanos, no es fácil verse rodeado de militares. Más aún cuando dichos militares están dispuestos a hacerle daño a la gente que amamos.
Por eso pienso que la acción de Simón Pedro y del otro discípulo fue un acto valeroso. Pedro y su anónimo acompañante entraron al palacio de Anás, el Sumo Sacerdote de turno, para estar cerca del lugar donde se llevaba a cabo el viciado juicio del cual Jesús fue víctima.
La acción de entrar al patio de la casa de Anás era muy peligrosa. Poco antes, esa misma noche, estos discípulos habían sido testigos del arresto de Jesús (Jn. 18:1-11). Estando “al otro lado del torrente del Cedrón, donde había un huerto” (18:1) –el huerto de Getsemaní– Judas, el hermano traidor, había llegado acompañado por militares y religiosos. Allí habían arrestado a Jesús.
El Evangelio de Juan nos dice que en medio de las sombras Simón Pedro hirió a un militar llamado Malco, siervo del Sumo Sacerdote (18:10-11). Y ahora Simón estaba precisamente en la casa del jefe del siervo herido; rodeado –como dice el v. 18– por los mismos militares que habían arrestado a Jesús.
Trama
Pero la historia sólo comienza. Los discípulos habían llegado a casa del Sumo Sacerdote aprovechando la amistad del discípulo anónimo con su familia (v. 15). Al principio, Pedro se quedó fuera (v. 16a), pero el otro discípulo habló con la portera y consiguió la entrada de Pedro al patio de la casa de los asesinos.
Allí encontramos el nudo de la acción. La criada a cargo de la puerta reconoció a Simón: “Entonces la criada portera dijo a Pedro: “¿No eres tú también de los discípulos de este hombre?” (v. 17). El momento, ciertamente, no era cómodo para Pedro. Su vida dependía de su respuesta: “¿No eres tú también de los discípulos de este hombre?”
Lo interesante es que casi 2,000 años después ustedes y yo nos encontramos en la misma posición de Pedro: nuestro futuro depende de nuestra respuesta a la misma pregunta. Rodeados por las fuerzas del mal, el mundo cuestiona la profundidad y solidez de nuestro compromiso con Cristo: “¿No eres tú también de los discípulos de este hombre?”
Y nuestra respuesta es muy importante. Es más, nuestra respuesta es crucial. Al contestar esta pregunta estamos tomando una opción; estamos indicando cual será el sendero que tomará nuestra vida.
“¿No eres tú también de los discípulos de este hombre?” es una pregunta cargada. En ella se nos pide que tomemos la decisión más importante de nuestras vidas.
¿Eres tú seguidor de la vida o de la muerte? ¿Del bien o del mal? ¿De la luz o de las tinieblas? ¿De Dios o del maligno? No hay términos medios. No hay zonas grises. No hay vías alternas. ¿Eres tú también de los discípulos de este hombre? ¿Si o No?
Punto culminante
Entonces, un Pedro paralizado por el miedo a la muerte le contestó a la portera: “No lo soy”. Sí, oyeron bien. Simón Pedro contestó: “No lo soy”.
El mismo Pedro que había confesado que sólo en Jesús había palabras de vida eterna (6:68);
El Pedro que ante la amenaza de no poder compartir más con Jesús si no se dejaba lavar los pies por el maestro le había pedido a Jesús que no sólo le lavara los pies, sino las manos y la cabeza (13:9);
El Pedro que había defendido con la espada a su maestro (18:10
El Pedro que había dicho que daría aún la vida por Jesús (13:37);
Este mismo Pedro ahora dice: “No lo soy”.
De nada valió la advertencia de Jesús (13:36-38) ante la actitud quijotesca del Apóstol: “¿Tú vida pondrás por mí? De cierto te digo: No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces.” Pedro negaba a su maestro.
Y esto nos ofrece un interesante contraste. En la narrativa del arresto de Jesús, el Maestro fue confrontado con una situación similar a la experimentada por Pedro. Decir la verdad podía costarle la vida. Sin embargo, Jesús actuó con resolución ante la turba asesina, diciendo: “¿A quien buscáis?” Entonces, dice la Biblia que Jesús les dijo: “Yo soy”. Otra vez en el v. 6 Jesús les dice “Yo soy”, y Juan nos indica a renglón seguido que cuando los soldados y los religiosos escucharon su voz, éstos cayeron a tierra. Y, aún una tercera vez, en el v. 8, Jesús insiste diciendo “Yo soy”. Entonces es arrestado.
¿Ven el contraste? Ante tres “Yo soy” de Jesús, Pedro niega al Señor tres veces (18:17, 25-27): No lo soy; No lo soy; No lo soy.
Quizás usted se plantee la misma pregunta que yo ante la actitud de Pedro: ¿Por qué? ¿Qué llevo al Apóstol a ceder tan vilmente ante el miedo? No sé, no conozco la respuesta, pero cuando leo este pasaje recuerdo las veces cuando yo mismo he negado al Señor.
No lo soy. Decimos “no lo soy” cuando anteponemos nuestros propios intereses al amor que le profesamos tanto a Dios como a los demás. Cuando buscamos nuestro propio bienestar es lugar del bienestar de la persona amada.
Y, ¿será eso amor? Sí y no. No es amor en el sentido del que habla Juan en 13:31-35; ese amor que tiene como modelo la práctica de Jesús; ese amor es perfecto. Pero, en otro sentido, sí es amor. Es un amor tierno que acaba de nacer; un amor débil que aún comienza a desarrollarse. Otra vez es necesario recurrir a I Juan para explicar conceptos del Evangelio. Allí, en el 4:18, leemos:
En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en si castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor.
I Juan 4:18
Interesantemente, en griego la palabra “perfecto” es sinónimo de “maduro”, Esto explica muchas cosas. Sí, Pedro amaba a Jesús. Pero lo amaba con un amor joven, débil e inmaduro. Por eso el miedo, y como consecuencia del miedo, el castigo. Por otra parte, el amor de Jesús era fuerte, maduro, perfecto. De ahí que a la hora de la confrontación, el maestro no dudó en decir “Yo soy”.
Desenlace
Con toda seguridad, podemos afirmar que Pedro lloró amargamente su acción. Y merecía llorar. _Acaso no había traicionado a su Maestro? Quizás ustedes y yo le hubiéramos dado la espalda en una situación como esta. Sin embargo, Sin embargo Jesús le buscó en señal de comprensión, en señal de amor.
Terminado el desayuno, Jesús le preguntó a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? Pedro le contestó: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: apacienta mis corderos. Volvió a preguntarle: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro le contestó: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: Cuida de mis ovejas. Por tercera vez le preguntó: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro, triste porque la le había preguntado por tercera vez si lo quería, le contestó: Señor, tu lo sabes todo: tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: Cuida de mis ovejas.
Juan 21.15-18 (DHH)
Esa es la palabra de Dios para hoy. No importa cuantas veces hayas dicho: “No lo soy”, Dios te plantea una nueva pregunta: ¿Me amas? No importa las veces que hayas dicho: “No lo soy”, Dios te llama hoy.
Tema: En Getsemaní, nos encontramos con Jesús como el hijo obediente hasta la muerte, muerte de cruz por un pueblo que lo deja en la absoluta soledad.
Área: Desafío profético
Propósito: Que la audiencia se identifique con los discípulos de Jesús.
Diseño: Expositivo
Lógica: Inductiva
Introducción
El Jueves es el comienzo del fin. Al salir del “aposento alto ya dispuesto” (Mr. 14:15) donde tomaban la cena, Jesús y sus discípulos se enfrentaban a la escena final que comienza y que les llevaba al sufrimiento de la cruz.
Difícilmente hubieran podido encontrar un sitio más adecuado. Getsemaní, que significaba “molino de aceite”, era un pequeño jardín de olivos donde Jesús acostumbraba a meditar y que hoy se convierte en el lugar de encuentro con la voluntad de Dios.
Puntos a desarrollar
A. En Getsemaní, encontramos al Jesús-Hombre que se enfrenta a la exigencia terrible de Dios.
1. Al llegar al jardín, el Señor divide a sus discípulos en dos grupos. Por un lado están Pedro, Juan y Jacobo, quienes siempre le acompañaban en los momentos más difíciles, y les insta a orar. Por otro, están el resto de los discípulos.
2. En esos momentos Jesús hace una revelación que nos parece extraña: Jesús está angustiado y tiene miedo. El Señor se enfrenta en su carácter de “Dios-ser humano” con la realidad del futuro. Le espera una muerte terrible a manos de un grupo religioso dispuesto a romper su ley, por prenderle, y de un gobierno impersonal e injusto. Jesús se enfrenta a las consecuencias de su mensaje: Ha predicado la vida y el mundo le depara la muerte y el sufrimiento.
3. Esta revelación de la angustia de Jesús debe parecernos extraña. Por lo regular la historia celebra a aquellos que enfrentan la muerte en forma heroica o estoica, es decir, sin mostrar dolor o angustia. La historia recuerda a Sócrates por tomar la cicuta y morir plácidamente, sin mostrar sentimiento alguno. Pero ese no es el caso de Jesús.
Tampoco tenemos en Jesús el místico para quien el cuerpo, no importa porque lo importante son las “cosas espirituales”. El Señor no es un “gurú” que vive en el mundo como si la creación fuera la cárcel del alma.
Mucho menos encontramos en Jesús, la actitud de algunos “super-espirituales” que se han metido en la Iglesia de Cristo y que ven a todo aquel que sufre, que llora y que está triste como un creyente de segunda categoría, que está enfermo porque no ora lo suficiente.
4. No hermanos míos, Jesús no se encuentra en ninguna de estas categorías Jesús sufre porque es verdadero hombre, porque su humanidad no es un juego. El Señor se enfrenta a una muerte cruel e injusta que le obliga a dejar atrás la compañía y el amor de sus amigos. Jesús sufre porque es hombre, porque es siervo de Dios y el ministerio que Dios da en el mundo no es uno que nos lleva a evitar el sufrimiento, sino que nos lleva a través del valle de la sombra de la muerte (Sal. 23:3).
5. Este hecho de la humanidad de Cristo es sumamente importante para nosotros, porque significa que tenemos en él no un “Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Hebreos 4:15).
B. En Getsemaní encontramos a Jesús-siervo el que está dispuesto a obedecer al Padre hasta la muerte.
1. Ahora bien hermanos, este siervo que sufre es uno que tiene una relación especial con su amo. Este “siervo” no es esclavo, es hijo. Es uno que tiene una relación más profunda de la que ha tenido ningún otro con Dios. El Siervo que sufre es el Mesías, el Cristo, el Hijo del Dios viviente, el Santo de Israel.
2. Jesús es el único personaje en la historia de Israel que llamó a Dios “Padre” en forma personal. La palabra “abba ” es una expresión del lenguaje arameo, que era utilizada solamente por los niños pequeños para dirigirse a su padre. En este sentido, Jesús hace lo que sería la herejía frente a los fariseos de su época. Jesús llama a Dios “papi” o “papito”, algo que no había hecho ningún otro personaje en la historia de Israel, donde Dios aparece como el Padre del pueblo en su totalidad.
3. Es este hombre con una relación especial con Dios el que se enfrenta con la copa amarga. Copa que no era otra cosa que el destino que Dios le tenía deparado para el futuro. Esto es importante, no es un destino preparado por los hombres, por las instituciones o poderes de su época. Nadie le quita la vida a Jesús, el la da voluntariamente (Jn. 10:18). La muerte de Jesús no es una muerte forzada por el pecado, sino que es instrumento de Dios en la revelación su justicia.
4. En este sentido es importante el uso de la palabra “copa” y de la frase “la hora señalada” los judíos utilizaban estas frases, para hablar del tiempo futuro, en el cual el Reino de Dios se haría una realidad para todo el pueblo. Con la palabra “copa” se hablaba del momento en que la salvación llegaría a todo el mundo, en la manifestación del momento de Dios.
5. En este sentido, vemos claro el motivo de la obediencia del Hijo. Jesús obedecía la exigencia de Dios porque su muerte sería instrumento, camino, puente por el cual llegaría la manifestación poderosa del Reino de Dios para todo el mundo. Su muerte –el tomar la “copa”– marcaría “la hora señalada” por la cual Dios llegaría a la humanidad y todo creyente recibiría el “Espíritu de Adopción” que le capacitaría para decir “abba, Padre” (Ro. 8:15; Gal. 4:16).
C. En Getsemaní vemos a Jesús dispuesto a sufrir por el pueblo pecador que lo deja solo.
1. En este momento, hemos llegado al punto de preguntarnos el significado para los discípulos de esta noche de oración. Si para Jesús el jardín de oración es angustia y obediencia, debemos preguntarnos que significó el monte para aquellos que acompañaban al Señor en aquella noche crucial. Este es el momento de ver, que significa Getsemaní para los discípulos del Señor.
2. En este sentido, Getsemaní es lugar de llamado, de vocación y de comisión. El monte es el lugar escogido por Dios para asignar a los discípulos una tarea especial: Getsemaní es llamado divino a velar en oración. Velar no solo en el sentido de “romper una noche orando” sino, de vigilar y estar atento a la voluntad Dios que nos revela. De este modo el “velad” que les dice el Maestro a sus discípulos transciende el tiempo y se convierte en un mandato a seguir la voluntad de Dios en forma inquebrantable.
3. Pero si bien por un lado, Getsemaní es lugar de llamado y comisión, por otro, el monte es también lugar de flaqueza. Flaqueza que se expresa en el sueño, en la dejadez, en la ceguera ante la llegada de los acontecimientos que se temían. La “debilidad” de los discípulos consiste en no tener la sabiduría de Dios y el discernimiento para leer en el tiempo que el mal estaba a la mano, dispuesto a destruir a su Maestro. La “debilidad de la carne” no consiste sólo en el cansancio físico sino que nos habla principalmente de la condición humana; del pecador que se resiste a hacer la voluntad divina y busca siempre su propia comodidad.
4. Es precisamente esa debilidad la que nos lleva al fracaso. Fracaso de no poder velar una hora; fracaso de resistir el Espíritu de Dios –el cual está siempre dispuesto– y seguir la pereza; fracaso de dejar solo al Maestro en la lucha; fracaso de no poder resistir los pecadores que se llevan a nuestro Señor; fracaso que nos lleva a salir corriendo desnudos (Mr. 14:52) y a negar a nuestro Señor (Mr. 14:66-72).
5. Getsemaní es el lugar donde todos abandonamos a Jesús –donde todos le fallamos– y le dejamos absolutamente solo, luchando contra el pecado por nosotros.
Conclusión
Como Iglesia, el Señor que se da por nosotros nos llama a velar en oración por un mundo que se pierde. Somos con quien único el Señor cuenta a su lado en esta lucha contra los elementos del mundo. Pudiera usar ángeles –legiones de ángeles– con sólo una palabra suya. Empero nos ha escogido a nosotros como mensajeros suyos. El Señor cuenta con nosotros. Sin embargo, hoy le hemos fallado; le hemos dejado solo: “Ahora ya podéis dormir y descansar, Basta ya. Llegó la hora. Mirad que el hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores” (v. 41).
Sin darse cuenta:Un sermón apropiado para la Semana Santa, basado en la Parábola del Juicio a las Naciones en Mateo 25.31-40, por el Dr. Pablo A. Jiménez.(Audio & Vídeo).