Redes al mar (Lucas 5.1-11)

Un sermón sobre Lucas 5.1-11, el relato de «La Pesca Milagrosa». 

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Dios cuenta de manera diferente (Lucas 15.1-10)

Un sermón sobre la mayordomía cristiana, basado en las Parábolas de la Oveja Perdida y de la Moneda Perdida que se encuentran en Lucas 15.1-10.

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Lucas 15.4
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El valor de la planificación (Lucas 14.25-33)

Un sermón sobre la mayordomía cristiana, recalcando la importancia de hacer planes efectivos para alcanzar nuestros proyectos, basado en Lucas 14.25-33.

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Parábola de la Torre
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Mujer, eres libre (Lucas 13.10-17)

Un sermón expositivo sobre Lucas 13.10-17.

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Lucas 13.12
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¡Candela! (Lucas 12.49-56)

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Texto: Lucas 12.49-56

Lucas 12.49
Lucas 12.49

Tema: Jesús nos llama a tomar una decisión radical a favor del proyecto de Dios.

Área: Desafío profético

Propósito: “Problematizar” la figura de Jesús.

Diseño: Temático

Lógica: Inductiva

Introducción

Una de las grandes contradicciones de la fe cristiana es la cantidad de imágenes de Jesús de Nazaret que podemos encontrar en nuestra cultura.

Y si digo “contradicción”, es porque los Diez Mandamientos prohiben el uso de imágenes de Dios en el culto. Escuchen lo que dice Éxodo 20 sobre el tema:

Dios habló y dijo todas estas palabras: Yo soy el Señor tu Dios. Yo te saqué de la tierra de Egipto, donde vivías como esclavo. No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.No te inclinarás ante ellas, ni las honrarás, porque yo soy el Señor tu Dios, fuerte y celoso. Yo visito en los hijos la maldad de los padres que me aborrecen, hasta la tercera y cuarta generación, pero trato con misericordia infinita a los que me aman y cumplen mis mandamientos. No tomarás en vano el nombre del Señor tu Dios, porque yo, el Señor, no consideraré inocente al que tome en vano mi nombre. 

Éxodo 20.1-7, RVC

Múltiples imágenes de Jesús

A pesar de esta clara prohibición, la Iglesia comenzó a producir imágenes de Jesús muy temprano en su historia. Por ejemplo, la historia recuerda que Helena de Constantinopla, la madre del Emperador Constantino, hizo la primera peregrinación a Palestina. En su viaje, Helena identificó varios lugares santos y encontró varias reliquias del tiempo de Jesús. Entre los objetos que encontró, identificó las ruinas de una estatua de Jesús, supuestamente comisionada por la mujer anónima que Jesús sanó de una hemorragia. Aparentemente, “la mujer con el flujo de sangre” (véase Marcos 5.21-43; Mateo 9.18-26; Lucas 8.40-56) fue la primera persona que mandó hacer una imagen de Jesús.

A partir de ese punto, cada cultura ha representado a Jesús a su manera, identificándole con sus rasgos étnicos y raciales.

Los europeos pintaban a Jesús blanco y rubio.

Los asiáticos lo describían con ojos rasgados.

Los africanos lo imaginaban con la piel oscura.

Claro está, el problema es que los países europeos usaron la fe cristiana como una herramienta para colonizar, domesticar y oprimir a otras culturas. Tomaron la evangelización como una excusa para quitarle las tierras a los indígenas, para esclavizar a los pueblos africanos y para imponer su voluntad en Asia.

Esto explica por qué la imagen del Jesús “europeo”—alto, blanco y rubio—se ha convertido en la figura dominante en el mundo. Sí, a pesar de que Jesús probablemente era bajo de estatura, tenía la piel quemada por el sol y peinaba pelo negro y ondulado.

La carga ideológica de las imágenes de Jesús

Esas imágenes no son inocentes. Por el contrario, esas figuras de Jesús tienen una carga ideológica.

Para decirlo con más claridad, el Jesús “europeo” afirmaba la superioridad de los países que estaban colonizando el mundo. Era un Jesús “dócil” ante la dominación, que en lugar de rebelarse contra la autoridad afirmaba el poder de las monarquías europeas, de sus representantes regionales y de los ejércitos que imponían sus políticas colonialistas.

La imagen del Jesús “europeo” nos llegó no solo a través de las artes plásticas, tales como la pintura y la escultura. También nos llegó por medio de la literatura y hasta de la música. Por ejemplo, algunos podemos recordar un “corito” titulado “El rubio de Galilea pasando va”, cuya letra decía: “El rubio de Galilea pasando va, déjalo que te toque, recibe la bendición”.

Jesús, ¿el incendiario?

Debe quedar claro que esa imagen del Jesús “europeo”, domesticado y colonialista es falsa. Y, como afirma Éxodo 20, las imágenes falsas de Dios conducen a la idolatría.

Por eso es tan importante examinar todas las imágenes de Jesús que presentan los Evangelios. ¿Y por qué digo “todas”? Porque nuestra tendencia es a privilegiar algunas imágenes de Jesús, mientras rechazamos otras:

  • Hablamos de Jesús de Nazaret como el bebé indefenso que nace en un establo en Belén de Judea.
  • Hablamos de Jesús como el joven predicador a quien Juan el Bautista presenta en el Río Jordán.
  • Hablamos de Jesús como el rabino que comenta la Ley de Moises.
  • Hablamos de Jesús como el hombre fuerte que hace milagros.
  • Y hablamos del Jesús débil que sufre la muerte, pero al final goza de la resurrección.

Ahora bien, ¿cuántas veces hemos escuchado de Jesús, el incendiario? Sí, ¿del Jesús que viene a traer candela para transformar la sociedad? Escuchen lo que dice el Evangelio según San Lucas:

Yo he venido a lanzar fuego sobre la tierra. ¡Y cómo quisiera que ya estuviera en llamas! Hay un bautismo que debo recibir, ¡y cómo me angustio esperando que se cumpla! ¿Creen ustedes que he venido a la tierra para traer paz? Pues les digo que no, sino más bien división. Porque de ahora en adelante una familia de cinco estará dividida en tres contra dos, y en dos contra tres. El padre se enfrentará con el hijo, y el hijo con el padre. La madre estará en contra de la hija, y la hija en contra de la madre. La suegra estará en contra de su nuera, y la nuera en contra de su suegra.

Lucas 12.49-53, RVC

Como vemos, este no es un Jesús dócil y pasivo. No, mis hermanos y mis hermanas, este es el Jesús que viene a traer “candela” al mundo.

Jesús viene a confrontarnos con nuestro propio pecado, con nuestro egoísmo y con nuestra violencia.

Jesús viene a denunciar la injusticia, la impunidad y la maldad.

Jesús viene a llamarnos a tomar una decisión; a tomar una opción radical a favor del proyecto de Dios.

Conclusión

Jesús nos llama directamente a confrontar la realidad. Nos llama a dejar de engañarnos a nosotros mismos y a leer “los signos de los tiempos”:

Jesús decía también a la multitud: Cuando ustedes ven que se levanta una nube en el poniente, dicen: “Va a llover”; y así sucede. Cuando sopla el viento del sur, dicen: “Va a hacer calor”; y así sucede. ¡Hipócritas! Si saben discernir el aspecto del cielo y de la tierra, ¿cómo es que no saben discernir el tiempo en que viven?

Lucas 12.54-56, RVC

Aprendamos, pues, a discernir quién fue Jesús de Nazaret y quién es Jesucristo hoy. Apreciemos la seriedad de su mensaje y consideremos las consecuencias de seguirle con dedicación. Rechacemos las imágenes equivocadas de Jesús y las representaciones falsas de Dios.

Recordemos que Jesús vino a denunciar la idolatría y la injusticia, rechazando todas las ideas religiosas falsas que promueven la explotación.

Recordemos que Jesús vino a desenmascarar las falsas representaciones de la paz.

Recordemos que Jesús vino a traer fuego; a traer “candela” para transformar la sociedad.

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El hombre a quien Jesús llamó “tonto” – Lucas 12.16-21

Versión libre de un sermón de Martin Luther King, Jr., predicado por Jesús Rodríguez Cortés, basado en la parábola que se encuentra en Lucas 12.16-21:  “El Rico Insensato”.

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Lucas 12.20
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Y el hombre lo perdió todo (Lucas 12.13-21)

Y el hombre lo perdió todo: Un sermón que explora el significado de las parábolas de Jesús, basado en Lucas 12.13-21.

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Lucas 12.20
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Con vino y aceite (Lucas 10.25-37)

Un sermón narrativo, en primera persona, sobre la Parábola del Buen Samaritano (Lucas 10.25-37).

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Predicación Siglo XXI
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Al partir el pan – Un sermón para Resurrección

Un sermón para el Domingo de Pascua de Resurrección, basado en  Lucas 24:28-35, escrito por el Dr. Pablo A. Jiménez.

Rudimentos del Sermón

Texto: Lucas 24:28-35

Idea Central: El experimentar la presencia efectiva del crucificado lleva a los discípulos a concluir que Jesús de Nazaret había sido resucitado por Dios, creando así la Iglesia.

Área: Evangelización

Propósito: Confrontar a la audiencia con el mensaje de la Resurrección.

Diseño: Doctrinal (Preferiblemente para ser usado en la Semana Santa)

Lógica: Inductiva

Manuscrito del Sermón
Introducción

El domingo es el día de la victoria. Después de una espera callada a la sombra de la derrota, del miedo y las esperanzas rotas, los discípulos experimentan una realidad que no pueden creer: La presencia del crucificado.

Puntos a desarrollar

A. La experiencia de ver al crucificado lleva a los discípulos a concluir que Dios había resucitado a Jesús de Nazaret de entre los muertos.

1. El domingo era otro día sin esperanzas. La mañana sorprendería a los discípulos escondidos, llenos de miedo, esperando que la gente olvidara los eventos del viernes para volver derrotados cada uno a su hogar. El nuevo día despierta a unas autoridades político-religiosas que dormían plácidamente creyendo que la muerte del Galileo sería el fin de su movimiento. Quizás quedaba en alguno algún tipo de remordimiento o temor. De hecho, la tradición dice que Herodes se ahorcó cuando años después llegó a ser gobernador de Austria. Empero, la desaparición de Jesús de Nazaret indudablemente tenía un sentido de paz personal y de victoria a sus enemigos. En este sentido, el domingo se levanta como otro día sin sentido, ya que la esperanza había muerto en la cruz del calvario.

2. Es por esto que la noticia que se esparce como el fuego es difícil de creer. El rumor de que Jesús esta vivo es lo que se desea, pero lo que no se puede creer. Lo podrán creer las mujeres que fueron a ungir el cuerpo con perfume, pero los discípulos no lo creyeron. La muerte de Jesús era definitiva; los muertos no resucitaran hasta el día postrero: Jesús se llevó con él a la tumba la esperanza de vida y redención.

3. Vemos claro este cuadro en el relato de viaje de los dos discípulos a Emaús. El evangelista nos cuenta que “el primer día de la semana” que es decir, el domingo, las mujeres vieron a “dos hombres en vestidos resplandecientes” y corrieron adonde se hallaban ocultos los discípulos para decirles que habían hallado la tumba vacía. También Pedro había visto la tumba vacía. Pero estos dos discípulos, según el relato de Lucas, confundidos por las noticias caminaban a un pueblito a unos once kilómetros de Jerusalén.

4. Es en este momento en el que se aparece el crucificado en medio de ellos. Jesús los encuentra caminando entristecidos y les conforta, demostrándoles por medio de las Sagradas Escrituras que era necesario que el ungido de Dios padeciera “y entrara así en su Gloria”. Finalmente, los discípulos le piden al personaje que pose con ellos y compartiendo la mesa con él le reconocen como el Señor. Entonces, al desaparecer Jesús, corren a Jerusalén para compartir con los discípulos la expresión más antigua del mensaje cristiano: “El Señor resucitó y se le apareció a Pedro” (Lc. 24:34).

5. En este momento debemos entender que los discípulos se vieron invadidos por la poderosa presencia del crucificado. Si bien, por un lado, nadie había visto a Jesús resucitar de entre los muertos, por otro lado era indudable que Jesús se estaba apareciendo a sus discípulos. En una palabra, el Crucificado seguía experimentándose como vivo entre sus discípulos. Es esta presencia eficaz del Crucificado entre sus discípulos la que les lleva a concluir, a aceptar la idea, de que Jesús de Nazaret había sido resucitado por Dios mediante el poder de su Espíritu Santo. Son estas apariciones de Jesús a Céfas (Pedro), a los doce, a más de quinientos personas a la vez, a Santiago y más tarde a todos los apóstoles (véase I Co. 15:5-8) el elemento que saca a los discípulos de sus escondites y les convierte en “testigos de la resurrección” (Hch. 1:22; 2:32).

B. La certeza de que Jesús había sido resucitado implica un nuevo entendimiento del evento de la cruz y de la persona de Jesús.

1. Ahora bien, debemos tener presente que la idea de que Jesús ha sido resucitado tiene implicaciones prácticas para la fe. Si los discípulos pierden el temor y salen a hablarle al mundo, es porque la interpretación de que Jesús ha sido resucitado de entre los muertos provocó un nuevo entendimiento de la muerte del Maestro en la cruz del calvario. Por medio de la fe, la cruz pierde su sentido trágico y final. Si Jesús resucitó es porque la muerte no le retuvo, porque el sepulcro no pudo mantenerlo cautivo. Vista desde la fe, la cruz ya no sólo significa un juicio injusto y una condena indebida: Vista desde la fe, la cruz también marca el momento de nuestra salvación.

2. La cruz es el evento por medio del cual Dios entra en el mundo a buscar al ser humano perdido. La cruz es un grito que señala nuestro pecado, pero que también señala la voluntad salvífica de Dios. En la cruz vemos la condición del ser humano. La humanidad cree que la salvación puede ser alcanzada por las obras de la ley, por el esfuerzo personal o, en una palabra, por la “religión”. Una religión de obras que en su esfuerzo de llegar a Dios se encuentra de frente con Dios asesina al Mesías enviado a salvarnos. En este sentido, la cruz nos enseña que el esfuerzo personal es inútil; que el deseo de lograr la salvación a fallado; que es imposible para el ser humano lograr la salvación por sí mismo. Pero si bien, por un lado, la cruz le grita al mundo que la religión de la Ley no es camino, por otro lado, nos revela que Dios, ha venido a buscar a la humanidad que se pierde; que Dios está en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo (II Co. 5: ).

3. Por eso es que ahora vemos la cruz como un encuentro salvífico, como el evento por medio del cual se alcanza la salvación. Si ahora celebramos la Semana Santa, si guardamos el día viernes de la semana mayor con actitud de recogimiento espiritual, es porque vemos en el hecho de la muerte de Jesús el sendero, la puerta y el puente que nos lleva a Dios. Este nuevo entendimiento de la cruz cambia la muerte en vida; la maldición en bendición; la condena en libertad. En la cruz, Dios revela su justicia, esto es, su deseo de relacionarse con nosotros. Su deseo de que la pared que levanta el pecado entre Dios y el ser humano se caiga, de modo que todos podamos decir en unión al apóstol: “Justificados, pues por la fe tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Ro. 5:1).

4. Pero debemos dar todavía un paso más; el paso que nos da la clave para ver en la cruz el camino de salvación. Si creemos que Jesús de Nazaret fue levantado de entre los muertos “como dice la escritura” (I Co. 15:4) ya no podemos ver en él un joven carpintero de Galileo, un predicador de itinerante, un taumaturgo, un revolucionario, un místico religioso o un filósofo. Desde la fe no podemos ver en Jesús un hombre muerto injustamente, y nada más. Visto por medio de la fe, aún los títulos “Rabí”, “Maestro” y “Maestro bueno” son insuficientes. La fe del domingo de Pascua no acepta la sola humanidad de Jesús.

5. Cuando Jesús de Nazaret es visto por la fe y desde la fe, tenemos que confesar que aquel que se levanta victorioso de la muerte es “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn I:29). Aceptar la resurrección de Jesús como un hecho indudable es entender “que Dios ha constituido Señor y Cristo a este a quien vosotros habéis crucificado (Hch. 2:36). El Jesús que se ve desde la fe es Jesús el Cristo, declarado hijo de Dios con poder. Es el Señor y salvador del mundo. Es Señor porque es amo, porque es Rey, porque es el único digno (Ap. 5:9,12) de recibir poder, honor, gloria y alabanza. En una palabra. aceptar el hecho de la resurrección tiene como consecuencia práctica aceptar a Jesús el Cristo como dueño y Señor de nuestras vidas.

C. La presencia del Jesús crucificado, ahora entendido como Señor resucitado, se manifiesta en forma efectiva en la comunidad de fe que Dios ha apartado para si.

1. En el camino a Emaús encontramos a dos desanimados discípulos que van lamentando la muerte de su Maestro. Pero al final de la narrativa, encontramos a los dudosos convertidos en testigos de la resurrección. Testigos a quienes no les importó correr 11 kilómetros de vuelta a Jerusalén para dar testimonio de su fe. Ahora bien, ¿qué les paso a los discípulos en su trayecto a Emaús? ¿Qué provocó semejante cambio? ¿Acaso fue el encuentro con el resucitado? ¿Donde ocurrió ese encuentro con el Crucificado? Y si ocurrió ese encuentro, ¿qué provocó el cambio? 

2. El encuentro con el crucificado ocurre en el camino. Es un encuentro que les da ánimo a los entristecidos discípulos, que les abre las Escrituras y les quema el corazón. Los caminantes viajan con Cristo, y eso los llena de una presencia gloriosa, pero aún eso no es suficiente. No es hasta que los discípulos reconocen en el caminante al Crucificado que se renuevan sus entendimientos y que alcanzan por la fe el conocimiento de Jesús como Señor. No es hasta que se reconoce la resurrección del Crucificado que hay conversión, que se cambia nuestra mente, que se renueva nuestro entendimiento (Ro. 12:1). No es hasta que confesamos con nuestros labios la fe en el Señor resucitado que somos salvos, o como dijera el Apóstol Pablo: “Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos serás salvo” (Ro. 10:9).

3. Del mismo modo, muchos de nosotros caminamos con nuestro Señor, somos consolados por él, somos fortalecidos y bendecidos con su presencia. Empero, no le reconocemos como Señor y dador de vida. Hermanos, es necesario algo más que llamarse “discípulo” como lo hacían los caminantes a Emaús.

  • Es necesario tener un encuentro glorioso con el Jesús crucificado, con el Cristo resucitado.
  • Es necesario que tengas un encuentro con aquel que dio su vida por ti.

Es momento de que habrás tus ojos y te entregues a los pies del maestro. Ahora bien, ¿donde podemos encontrarle para entregarnos a él?.

4. Para esto sugiero que contestemos primero dónde los discípulos encontraron al Señor resucitado. Los discípulos no vieron a su Señor en el camino, o mejor dicho, los discípulos no le reconocieron en el camino al poblado. A Jesús no se le reconoce en el camino. Al Nazareno no se le puede ver como Señor y Salvador en la calle. Al Señor crucificado se le encuentra en un acto especifico, en un compartir, en una comunidad. Los discípulos de Emaús encuentran al Señor crucificado en la comunidad de mesa, al compartir la cena, en el partimiento del pan. Las palabras que emplea Lucas para describir la acción de Jesús nos recuerdan la institución de la cena como acto memorial (Lc. 24:30), diciéndonos de este modo que la presencia de Jesús Cristo está en forma efectiva en el acto de la comunión.

5. Eso tiene implicaciones muy importante para nosotros, en especial porque la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) es la única denominación evangélica que toma la cena del Señor todos los domingos. El hecho de que el Señor Resucitado esté en el memorial de la cena nos convierte en la comunidad donde se encuentra el Espíritu de Cristo. La resurrección del Señor nos convierte en Iglesia, esto es, en la comunidad que Dios apartó del mundo para andar en comunión con él. De este modo la Iglesia se convierte en el cuerpo de Cristo, en la encarnación de Dios para un mundo necesitado, en un cuerpo de personas diferentes que están unidas por la experiencia de haberse encontrado con el Señor Resucitado, por medio del Espíritu de Cristo, O como dijera el Apóstol Pablo: “Así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo, porque en un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, tanto judíos como griegos, tanto esclavos como libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (I Co. 12: 12-13).

Conclusión

El día de Pascua de Resurrección es día de victoria, es el día en que Jesús vence la muerte para darnos la vida. El Domingo de Resurrección es un día para renovar nuestras mentes, viendo la salvación que recibimos en la cruz por medio de la muerte del Señor en el Calvario. Pero, sobre todas las cosas, el Domingo de Pascua de Resurrección es día de encuentro. Es día de encontrarse con el Señor que ha viajado toda la vida con nosotros, consolándonos y enseñándonos en el camino. Hoy es el día de abrir los ojos para ver la presencia efectiva de Jesús en medio nuestro. Hoy es día de abrir el corazón, dándole cabida en él al Señor resucitado para recibir la vida que él nos da por su muerte.

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Sermones para resurrección y  Semana Santa
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Un sermón apropiado para el Domingo de Resurrección, de la Semana Santa, basado en Lucas 24.28-35, el relato de la caminantes a Emaús.

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Introducción

El domingo de Pascua de Resurrección es el día de la victoria. Después de una espera callada a la sombra de la derrota, del miedo y las esperanzas rotas, los discípulos experimentan una realidad que no pueden creer: La presencia del crucificado.

Puntos a desarrollar

A. La experiencia de ver al crucificado lleva a los discípulos a concluir que Dios había resucitado a Jesús de Nazaret de entre los muertos.

  1. Ese domingo comenzó como otro día sin esperanzas. La mañana sorprendería a los discípulos escondidos, llenos de miedo, esperando que la gente olvidara los eventos del viernes para volver derrotados cada uno a su hogar. El nuevo día despierta a unas autoridades político-religiosas que dormían plácidamente creyendo que la muerte del Galileo sería el fin de su movimiento. Quizás quedaba en alguno algún tipo de remordimiento o temor. De hecho, la tradición dice que Herodes se ahorcó cuando años después llegó a ser gobernador de una provincia en el sur de Europa. Empero, la desaparición de Jesús de Nazaret indudablemente trajo paz a sus enemigos. Por eso, el domingo se levanta como otro día sin sentido, ya que la esperanza había muerto en la cruz del calvario.
  2. Es por esto que la noticia que se esparce como el fuego es difícil de creer. El rumor de que Jesús esta vivo es lo que se desea, pero lo que no se puede creer. Lo podrán creer las mujeres que fueron a ungir el cuerpo con perfume, pero los discípulos no lo creyeron. La muerte de Jesús era definitiva, pues se pensaba que los muertos no resucitarán hasta el día postrero. Jesús se había llevado con él a la tumba la esperanza de vida y redención.
  3. Vemos claro este cuadro en los relatos de la resurrección. El evangelista cuenta que “el primer día de la semana” que es decir, el domingo, las mujeres vieron a “dos hombres en vestidos resplandecientes” y corrieron adonde se hallaban ocultos los discípulos para decirles que habían hallado la tumba vacía. También Pedro había visto la tumba vacía. Pero otros dos discípulos, confundidos por las noticias, caminaban a un pueblito a unos once kilómetros de Jerusalén.
  4. Es en este momento en el que se aparece el Crucificado en medio de ellos. Jesús los encuentra caminando entristecidos y les conforta, demostrándoles por medio de las Sagradas Escrituras que era necesario que el ungido de Dios padeciera “y entrara así en su Gloria”. Finalmente, los discípulos le piden al personaje que pose con ellos y le reconocen como el Señor cuando comparten la mesa con él. Entonces, al desaparecer Jesús, corren a Jerusalén para compartir con los discípulos la expresión más antigua del mensaje cristiano: “El Señor resucitó y se le apareció a Pedro” (Lc. 24:34).
  5. En este momento debemos entender que los discípulos se vieron invadidos por la poderosa presencia del crucificado. Si bien, por un lado, nadie había visto a Jesús resucitar de entre los muertos, por otro lado era indudable que Jesús estaba apareciendo ante sus discípulos. En una palabra, el Crucificado seguía experimentándose como vivo entre sus discípulos. Es esta presencia eficaz del Crucificado entre sus discípulos la que les lleva a concluir que Jesús de Nazaret había sido resucitado por Dios mediante el poder de su Espíritu Santo. Son estas apariciones de Jesús a Céfas (Pedro), a los doce, a más de quinientos personas a la vez, a Santiago y más tarde a todos los apóstoles (véase I Co. 15:5-8) el elemento que saca a los discípulos de sus escondites y les convierte en “testigos de la resurrección” (Hch. 1:22; 2:32).

B. La certeza de que Jesús había sido resucitado implica un nuevo entendimiento del evento de la cruz y de la persona de Jesús.

  1. Ahora bien, debemos tener presente que la idea de que Jesús ha resucitado tiene implicaciones prácticas para la fe. Si los discípulos pierden el temor y salen a hablarle al mundo, es porque la resurrección provocó un nuevo entendimiento de la muerte del Maestro en la cruz del calvario. Por medio de la fe, la cruz pierde su sentido trágico y final. Si Jesús resucitó es porque la muerte no le retuvo, porque el sepulcro no pudo mantenerlo cautivo. Vista desde la fe, la cruz ya no sólo significa un juicio injusto y una condena indebida. Vista desde la fe, la cruz también marca el momento de nuestra salvación.
  2. La cruz es el evento por medio del cual Dios se identifica con el ser humano perdido. La cruz es un grito que señala nuestro pecado, pero que también señala la voluntad salvífica de Dios. En la cruz vemos la condición del ser humano. La humanidad cree que la salvación puede ser alcanzada por las obras de la ley, por el esfuerzo personal o, en una palabra, por la “religión”. Una religión de obras que en su esfuerzo de llegar a Dios se encuentra de frente con Dios asesina al Mesías enviado a salvarnos. La cruz nos enseña que el esfuerzo personal es inútil; que el deseo de lograr la salvación por nuestro propio esfuerzo ha fallado; que es imposible para el ser humano lograr la salvación por sí mismo. Pero si bien, por un lado, la cruz le grita al mundo que la religión de la Ley no es camino, por otro lado, nos revela que Dios, ha venido a buscar a la humanidad que se pierde; que Dios está en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo (II Co. 5: ).
  3. Por eso es que ahora vemos la cruz como un encuentro salvífico, como el evento por medio del cual se alcanza la salvación. Si ahora celebramos la Semana Santa, si guardamos el día viernes de la Semana Mayor con actitud de recogimiento espiritual, es porque vemos en la muerte de Jesús el sendero, la puerta y el puente que nos lleva a Dios. Este nuevo entendimiento de la cruz cambia la muerte en vida; la maldición en bendición; y la condena en libertad. En la cruz, Dios revela su justicia, esto es, su deseo de relacionarse con nosotros. Su deseo de que la pared que levanta el pecado entre Dios y el ser humano se caiga, de modo que todos podamos decir en unión al apóstol: “Justificados, pues por la fe tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Ro. 5:1).
  4. Pero debemos dar todavía un paso más; el paso que nos da la clave para ver en la cruz el camino de salvación. Si creemos que Jesús de Nazaret fue levantado de entre los muertos “como dice la escritura” (I Co. 15:4) ya no podemos ver en él un joven carpintero de Galileo, un predicador de itinerante, un revolucionario, un místico religioso o un filósofo. Desde la fe no podemos ver en Jesús un hombre muerto injustamente, y nada más. Visto por medio de la fe, aún los títulos “Rabí”, “Maestro” y “Maestro bueno” son insuficientes. La fe del domingo de Pascua proclama la divinidad de Jesús.
  5. Cuando Jesús de Nazaret es visto por la fe y desde la fe, tenemos que confesar que aquel que se levanta victorioso de la muerte es “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn I:29). Aceptar la resurrección de Jesús como un hecho indudable es entender “que Dios ha constituido Señor y Cristo a este a quien vosotros habéis crucificado” (Hch. 2:36). Jesús es el Cristo, declarado hijo de Dios con poder. Es el Señor y salvador del mundo. Es Señor porque es amo, porque es Rey, porque es el único digno (Ap. 5:9,12) de recibir poder, honor, gloria y alabanza. En una palabra, creer en la resurrección nos lleva a aceptar a Jesús el Cristo como dueño y Señor de nuestras vidas.

C. La presencia del Jesús crucificado, ahora entendido como Señor resucitado, se manifiesta en forma efectiva en la comunidad de fe que Dios ha apartado para si.

  1. En el camino a Emaús encontramos a dos desanimados discípulos que van lamentando la muerte de su Maestro. Pero al final de la narrativa, encontramos a los dudosos convertidos en testigos de la resurrección. Testigos a quienes no les importó correr 11 kilómetros de vuelta a Jerusalén para dar testimonio de su fe. Ahora bien, ¿qué les paso a los discípulos en su trayecto a Emaús? ¿Qué provocó semejante cambio?
  2. El encuentro con el Crucificado ocurre en el camino. Es un encuentro que les da ánimo a los entristecidos discípulos, que les abre las Escrituras y les quema el corazón. Los caminantes viajan con Cristo, y eso los llena de una presencia gloriosa, pero aún eso no es suficiente. No es hasta que los discípulos reconocen en el caminante al Crucificado que se renuevan sus entendimientos y que alcanzan por la fe el conocimiento de Jesús como Señor. No es hasta que se reconoce la resurrección del Crucificado que hay conversión, que se cambia nuestra mente, que se renueva nuestro entendimiento (Ro. 12:1). No es hasta que confesamos con nuestros labios la fe en el Señor resucitado que somos salvos, o como dijera el Apóstol Pablo: “Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos serás salvo” (Ro. 10:9).
  3. Del mismo modo, muchos de nosotros caminamos con nuestro Señor, somos consolados por él, somos fortalecidos y bendecidos con su presencia. Empero, no le reconocemos como Señor y dador de vida. Hermanos y hermanas, es necesario algo más que llamarse “discípulo” como lo hacían los caminantes a Emaús. Es necesario tener un encuentro glorioso con el Jesús crucificado, con el Cristo resucitado. Es necesario que tengas un encuentro con aquel que dio su vida por ti. Es momento de que habrás tus ojos y te entregues a los pies del maestro. Ahora bien, ¿donde podemos encontrarle para entregarnos a él?.
  4. Para esto sugiero que contestemos primero dónde los discípulos encontraron al Señor resucitado. Los discípulos no le reconocieron en el camino al poblado. Los discípulos de Emaús encuentran al Señor crucificado en la comunidad de mesa, al compartir la cena, en el partimiento del pan. Las palabras que emplea Lucas para describir la acción de Jesús nos recuerdan la institución de la cena como acto memorial (Lc. 24:30), diciéndonos de este modo que la presencia de Jesús Cristo está en forma efectiva en el acto de la comunión.
  5. Eso tiene implicaciones muy importante para nosotros, en especial porque la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) toma la cena del Señor semanalmente. El Señor Resucitado está en el memorial de la cena y su presencia nos convierte en la comunidad donde se encuentra el Espíritu de Cristo. La resurrección del Señor nos convierte en Iglesia, esto es, en la comunidad que Dios apartó del mundo para andar en comunión con él. De este modo, la Iglesia se convierte en el cuerpo de Cristo, en la encarnación de Dios para un mundo necesitado, en un cuerpo de personas diferentes que están unidas por la experiencia de haberse encontrado con el Señor Resucitado, por medio del Espíritu de Cristo, O como dijera el Apóstol Pablo: “Así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo, porque en un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, tanto judíos como griegos, tanto esclavos como libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (I Co. 12: 12-13).
Conclusión

La Resurrección es victoria, pues en ella Jesús vence la muerte para darnos la vida. La Resurrección nos llama a renovar nuestras mentes, aceptando la salvación que recibimos en la cruz por medio de la muerte del Señor en el Calvario. Pero, sobre todas las cosas, la Resurrección es encuentro. Es encontrarse con el Señor que ha viajado toda la vida con nosotros, consolándonos y enseñándonos en el camino.

Por todas estas razones, creo en la resurrección de Jesús de Nazaret. Creo que Dios le resucitó con poder y hoy vive para siempre. Creo que su resurrección es primicia de nuestra resurrección. Y creo que lo que vivimos hoy, lo vivimos en el poder de la resurrección de Jesucristo.

Hoy es día de abrir los ojos para ver la presencia efectiva de Jesús en medio nuestro. Hoy es día de abrir el corazón, dándole cabida en él al Señor resucitado para recibir la vida que él nos da.

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