¡Maestro! – Un sermón para Resurrección

 Texto: Juan 20:11-18

Tema: Por medio del ministerio del Cristo resucitado, Dios nos llama a reconocer su señorío sobre nuestras vidas.

Área: Evangelización

Propósito: Que la audiencia sienta que Dios “la llama por su nombre”.

Lógica: Inductiva

Tipo: Narrativo (Preferiblemente para ser usado en la Semana Santa)

Audio:

Vídeo: http://www.drpablojimenez.com/video/Maestro.3gp

La búsqueda

La vida tiene muchos puntos irónicos. La vida tiene muchas vueltas que nos detienen en el camino y nos hacen pensar. A veces, es como si jugara al esconder con nosotros.

Tome por ejemplo, el siguiente caso, que más que un caso parece ser una ley de la vida: cuando uno tiene prisa nunca encuentra lo que busca. Usted lo sabe. Si dejamos la tarea de buscar algo para la última hora, a la hora de salir de nuestra casa o de nuestra oficina no podemos encontrarlo. 

Y si difícil es buscar una cosa, más difícil es buscar una persona. ¿O es que acaso usted nunca ha cometido el error de ir a un centro comercial y decirle a la persona que le acompaña “te encuentro en tal sitio”? Después de media hora de búsqueda, la encontramos sentada tomándose un café.

En casos como estos, parece que mientras más buscamos, más nos perdemos. Es por eso que no debe extrañarnos la confusión de María Magdalena.

1. Por razones que el texto no deja claras, María va al sepulcro (v. 1).
2. Al encontrarlo vacío, avisa a Pedro y al “discípulo amado” (v. 2).
3. Estos ven el sepulcro vacío y comprenden el milagro de la resurrección (vv. 3-10). 
4. “Pero María estaba fuera, llorando junto al sepulcro”, nos dice el v. 11.

La acción de Dios

En su desesperación por encontrar a Jesús, María no podía comprender el milagro ocurrido. En medio del dolor de su pérdida, María no podía entender el misterio de la acción de Dios.

Y su dolor era real. Perder a un ser amado no es fácil. Y si perder un ser amado es difícil, perder a la persona que da sentido a nuestras vidas es muy doloroso. Es tan doloroso que nos deja aturdidos, atontados ante la profundidad de la pérdida. Por eso María no podía entender; porque había perdido su maestro; porque había perdido la persona que daba norte a su vida.

María no entiende el milagro de la tumba vacía. María no entiende lo sobrenatural de la presencia de los ángeles. El dolor no la deja. Así se da un intercambio de palabras entre los ángeles y María. Ellos le hacen la única pregunta que se le puede hacer a una persona que llora: ¿Por qué? María responde: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto” (v. 13). Esa respuesta nos da la clave para comprender su tristeza. María cree que el cuerpo de Jesús había sido robado.

Así somos nosotros: Nos aferramos a nuestras propias explicaciones, negándonos a reconocer la posibilidad de la acción de Dios en nuestras vidas.

Encuentro con Dios

Entonces la historia llega a un punto alto; María encuentra a Jesús. Ella voltea a ver quién está a su lado. Al voltearse, logra ver a Jesús. Sin embargo, no logra reconocerlo. Aunque ella le conoce, no lo re-conoce.
Jesús le hace una misma pregunta muy parecida a la de los ángeles: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?” (v. 14a). Sin embargo, María sigue confundida. Por eso responde a las preguntas con Jesús con una acusación y con un reproche: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo llevaré” (v. 14b).

Así somos nosotros. Aunque conocemos a Dios, somos incapaces de reconocer su presencia en nuestras vidas y en nuestro mundo. En lograr de reconocerle, lo confundimos a Dios hasta con la persona más humilde. Lo que es más, en ocasiones hasta culpamos a Dios de nuestros problemas, de nuestra confusión y de nuestro dolor. Al igual que María, quedamos sumidos en la tristeza y en la soledad.El llamado de Dios

Pero Jesús no deja a María en su confusión. Jesús viene a su auxilio en la forma más sencilla posible: llamándola por su nombre (v. 16a).
Esto no es una casualidad. Al contrario, es un acto de profundo significado teológico

De cierto, de cierto os digo: El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador. Más el que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es. A éste abre el portero, y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre, y las saca. Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Más al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños. Esta alegoría les dijo Jesús; pero ellos no entendieron qué era lo que les decía.

Juan 10:1-6 

Jesús llama por su nombre a los que le pertenecen. Y al hablar de “nombre”, nos referimos aquí a algo mucho más profundo que la forma de llamar a alguien. En el mundo antiguo, el “nombre” identificaba la esencia de la persona.

Jesús llamó a María por su nombre, porque le conocía. Conocía su vida, su identidad, su historia, su esencia y su confusión. La conocía, y aún así la amaba. La conocía, como te conoce a ti y me conoce a mí. Sí, Jesús nos conoce, y aún así nos ama.

Nuestra respuesta

María reaccionó cuando escuchó su nombre en la voz de Jesús. Ella respondió de la única manera que puede reaccionar un ser humano cuando escucha la voz divina. María reconoció el señorío de Jesús sobre su vida, llamándolo “¡Maestro!”

Hoy, en este Domingo de Pascua de Resurrección, Jesús te llama por tu nombre. Responde hoy mismo, llamándole: “¡Maestro!”

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