Encuentro de Adoración y Predicación del Movimiento La Red para el 14 de noviembre de 2021.
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Meditación basada en Hechos 9.1-19 sobre la transformación experimentada por Saulo de Tarso, quien pasó de ser un “nacionalista nativista” a ser un misionero a los pueblos no-judíos (gentiles). Dios puede transformar al ser humano, capacitándole para recibir el perdón de Dios, perdonarse a sí mismo y para perdonar a los demás.
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La frase que sirve de título a esta reflexión es una que he escuchado centenares de veces. Personas que vienen a hablar conmigo, buscando algún alivio a la angustia emocional y espiritual que sufren, me cuentan sus respectivas historias personales. Por lo regular, esas historias tienen aspectos dolorosos; momentos tristes que ocasionaron la tristeza que tanto les pesa hoy.
Es interesante lo que ocurre cuando llegan al tema de mamá. Con dolor, me explican cómo mamá, en el peor de los casos, les abandonó o les maltrató. O me cuentan, en el mejor de los casos, de cómo mamá permitió que otra persona les abusara, ya fuera porque no se daban cuanta de la situación o porque ellas mismas también eran víctimas.
“Mami hizo lo mejor que pudo”, me dicen con dolor, tratando de excusar a esa mujer que tanto han amado. Es como si se sintieran obligados a defender a sus madres, porque no quieren que yo piense mal de ellas.
Y el hecho es que todas las personas que hemos tenido la dicha y aceptado la responsabilidad de tener hijos e hijas hacemos “lo mejor que podemos”, dentro de nuestras respectivas circunstancias. Y el hecho también es que en muchas ocasiones “lo mejor que podemos” se queda corto; sencillamente, no es suficiente para satisfacer las necesidades de nuestros seres queridos.
Los hijos a veces no comprendemos que nuestros padres y nuestras madres no lo saben todo. Esperamos que nos críen proveyendo todo lo que necesitamos, como lo necesitamos y cuando lo necesitamos. Cuando crecemos, comprendemos que no hicieron todo lo que debieron y eso causa resentimientos.
Cuando llegamos a ser padres o madres, nos damos cuenta de cuán difícil es esta tarea. Nos damos cuenta que tendemos a cometer los mismos errores que cometieron con nosotros. Y, a medida que pasa el tiempo, nos damos cuenta que no tratamos a los hijos y las hijas tenidos en la juventud de la misma manera como tratamos a los que hemos tenido en la edad madura. Los primeros pagan el precio de nuestras novatadas; los postreros se benefician de nuestra experiencia.
Una de las cosas más duras que puedo decirle a una persona es: “Sí, tu mamá hizo lo mejor que pudo, pero eso no fue suficiente”. La respuesta, por lo regular, es el llanto. Esa persona sabe que digo la verdad. Sabe que mamá tenía buenas intenciones, pero que su buena fe no pudo protegerle de los errores que cometió.
Por eso, es tan importante perdonar como pedir perdón. Sí, mamá hizo lo mejor que pudo, y se quedó corta. Papá también hizo lo mejor que pudo, y también se quedó corto. ¿Y yo? Yo también he hecho “lo mejor que he podido”, sabiendo que en algunos aspectos estoy fallando también.
En este Día de las Madres perdonemos los errores que otros cometieron con nosotros, y pidámosle perdón a quienes hemos defraudado. Al final, lo importante no es la perfección en la conducta y el carácter. Al final, lo más importante es el amor (1 Corintios 13.13).
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