Comparto el audio de un sermón grabado en vivo, en la Iglesia “La Misión”, en Mazatlán Sinaloa, cuyo pastor es Elías Páez. El sermón se titula “Eres libre” y se basa en Lucas 13.10-17. Su tema central es: “Dios desea salvar y bendecir a toda la humanidad, particularmente a las personas que son menospreciadas por la sociedad.”
Este sermón le habla, de manera particular, a las personas que se han sentido abandonadas e ignoradas en la vida. la buena noticia es: NO ERES INVISIBLE PARA DIOS.
Cuando conversamos con alguien, podemos verificar si estamos comprendiendo lo que la persona quiere decir. La interrumpimos y hacemos preguntas para clarificar dudas. El proceso es activo y dinámico. Empero, al acercarnos a un texto, enfrentamos una realidad distinta. El texto es un discurso separado de su autor. Más aún, es un discurso colocado en un nuevo contexto–el nuestro–que, posiblemente, es muy distinto a su contexto original.
La pregunta se impone en este punto es: ¿Cómo se interpreta un texto bíblico? A continuación presento un breve resumen del método de interpretación bíblica para la predicación llamado el sistema deLos Tres Pasos.Su objetivo principal es guiar al intérprete–por medio de actividades y preguntas específicas–a una interpretación válida del texto. Veamos cada uno de estos pasos en detalle.
A. El Punto de Contacto
El Punto de Contacto es el espacio donde nuestra experiencia está íntimamente ligada al texto bíblico; donde el texto nos toca personalmente. El Punto de Contacto es un momento devocional donde el estudio de las Escrituras se entrelaza con la adoración.
Establecer su Punto de Contacto con el texto del cual desea predicar es muy importante por varias razones. En primer lugar, hemos oído un sinnúmero de sermones y estudios bíblicos. Por eso, cuando nos acercamos a un texto tenemos ideas concebidas de antemano sobre su contenido, su mensaje y su reclamo teológico. Esta metodología reconoce que toda persona se acerca a las Sagradas Escrituras con una serie de supuestos en la mente. Al establecer el Punto de Contacto dejamos claro cuáles son dichas presuposiciones.
Segundo, establecer el Punto de Contacto nos permite tener un momento de devociones personales con el texto bíblico antes de pasar al análisis crítico del pasaje. La lectura de la Biblia en voz alta, permite escuchar las distintas «voces» del texto, filtradas a través de la entonación y el sentimiento con los cuales nos acercamos a las Escrituras.
El Punto de Contacto puede establecerse de distintas maneras. Quizás baste con un rato de meditación. Otra alternativa es escribir el texto en el centro de una hoja de papel, rodeándolo con nuestros comentarios. Algunas personas hasta prefieren hacer un dibujo inspirado por el texto. Sin embargo, la metodología más efectiva es la de contestar una serie de preguntas guías.
Aparte cerca de 30 minutos para su encuentro con el texto. Comience con unos momentos de oración. Lea el pasaje escogido varias veces, por lo menos, en dos versiones distintas de la Biblia. Tome nota de las diferencias significativas entre las mismas. Después, lea el texto en voz alta con entonación y sentimiento. Entonces, conteste las siguientes preguntas:
¿Qué preguntas surgen de la lectura del texto?
¿Qué sentimientos experimenta al leer el pasaje bíblico?
¿Qué recuerdos le trae?
Imagine que está en el mundo que propone el texto: ¿Qué ve? ¿Qué oye? ¿Qué huele? ¿Qué saborea? ¿Qué toca? En resumen, ¿qué siente al estar en el mundo que propone el texto?
¿Qué cambios han ocurrido en su forma de entender el texto?
¿Qué temas para la predicación le sugiere este pasaje bíblico?
Tome tiempo para familiarizarse con el método. Más adelante podrá añadir actividades y preguntas que respondan a su propia perspectiva teológica y a su personalidad.
B. La validación
La validación es el momento donde el intérprete toma distancia del texto. Esta es una distancia crítica, cuyo propósito es dar espacio para el análisis cuidadoso del texto. La validación es el momento donde recurrimos a fuentes secundarias, tales como los comentarios bíblicos, los diccionarios bíblicos y otros libros de teología bíblica.
En este paso, podemos dirigir nuestro estudio por medio de las siguientes preguntas guías.
En lo posible, identifique el contexto histórico, social, político y religioso del texto. ¿Cuál era la condición social de la comunidad a la que se dirigió originalmente?
¿Cuál es el género literario del texto? (e.g., narración, poesía, profecía, texto legal, Evangelio, epístola o Apocalipsis) ¿Cuál es su forma? (e.g., parábola, historia de milagro, discurso profético de juicio o salvación, código legal, exhortación, exposición doctrinal, visión apocalíptica, etc.) ¿Qué función tiene esta forma?
¿Cuáles son las características literarias de este texto?
¿Qué palabras clave debe buscar en el diccionario bíblico? ¿Cuáles son los conceptos teológicos más importantes del pasaje?
¿Qué respuestas ha encontrado a sus preguntas sobre el texto? (Las preguntas que usted escribió en respuesta a la primera pregunta del Punto de Contacto) ¿Qué elementos importantes ha encontrado en su investigación?
Finalmente, resuma el mensaje central del pasaje. También puede escribir otras ideas secundarias que se deriven de su lectura, estudio e interpretación del texto.
C. La interpretación
La interpretación es el momento donde logramos un entendimiento más profundo del texto. La interpretación es una «relectura» informada del texto que toma como punto de partida las conclusiones obtenidas en la validación. Esta segunda lectura debe ser más completa, más profunda y más crítica que la primera.
Debemos señalar que hay una gran diferencia entre la explicación y la comprensión. El hecho de que una persona pueda explicar un texto no quiere decir que lo comprenda. La explicación es posible cuando se maneja en detalle el contexto, la forma y el contenido del texto. Sin embargo, la comprensión no ocurre hasta que se escucha el reclamo teológico del pasaje bíblico. Por ejemplo, después de analizar críticamente La parábola del buen samaritano (Lc. 10:29-37) podremos explicar lo peligroso del camino a Jericó, las razones por las cuales el sacerdote y el levita no ayudaron al herido y la enemistad que separaba a los judíos de los samaritanos. Ahora bien, sólo comprenderemos el texto cuando la frase «Ve, y haz tú lo mismo» (v. 37b) nos llame a ser misericordiosos con aquellas personas necesitadas en nuestro entorno.
Podemos usar las siguientes preguntas guías para interpretar el texto en este tercer paso.
Compare el contexto social e histórico del texto con el nuestro. ¿Qué elementos de conflicto presenta? ¿Qué elementos salvíficos? ¿Hay en nuestro mundo elementos parecidos a éstos? Al hacer esto estaremos usando la «hermenéutica de analogía», es decir, estaremos haciendo una comparación entre nuestro mundo y el mundo bíblico para determinar la pertinencia del texto.
¿Acaso la forma o la estructura literaria del texto sugieren una estructura específica para su sermón?
¿Acaso la función del pasaje sugiere un propósito específico para su sermón?
Para escuchar el mensaje de este texto en forma apropiada, ¿con cuál personaje debemos identificarnos? Si el texto es narrativo, podemos identificarnos con alguno de los personajes; si es discursivo, con la persona que escribe o con quienes reciben la enseñanza. Nunca debemos identificarnos con el héroe de la historia. Por ejemplo, si predicamos La parábola del buen samaritano diciendo que la iglesia representa al viajero misericordioso, no hay desafío para la audiencia. Si, por el contrario, nos identificamos con los religiosos que siguieron de largo, el llamado de la parábola a ser compasivos y misericordiosos será evidente.
¿Qué pautas sugiere este texto para la práctica de la fe y para la acción pastoral? A la hora de interpretar el texto debemos considerar sus implicaciones prácticas; debemos preguntar qué cosas el texto llama a hacer aquí y ahora, tanto a nivel personal como comunitario. Así nuestra predicación será pastoral y contextual.
¿Cuál es el mensaje del texto para hoy? ¿Cuáles son las «buenas nuevas» del pasaje? En este punto debemos recordar que la palabra «Evangelio» viene del vocablo griego que significa «buena noticia».
Sólo es verdaderamente cristiana la predicación que transmite la buena noticia de que por medio de la obra redentora de Jesucristo podemos pasar de la esclavitud bajo las fuerzas de la muerte a la libertad que da al Dios de la Vida. La predicación que carece de buena noticia, por definición, no es proclamación cristiana.
Conclusión
Espero, pues, que el estudio y las práctica del método de Los Tres Pasos le ayude a preparar sermones bíblicos que comuniquen con claridad la «buena noticia» del Evangelio de Jesucristo, nuestro Señor. AMÉN.
Resumen de las preguntas guías sobre Los Tres Pasos
Primer paso: El Punto de contacto
¿Qué preguntas surgen de su lectura del texto?
¿Qué sentimientos experimenta al leer el texto?
¿Qué recuerdos le trae a la memoria este texto?
Imagine que está en el mundo que propone el texto: ¿Qué ve? ¿Qué oye? ¿Qué huele? ¿Qué saborea? ¿Qué toca? En resumen, ¿qué se siente al estar en el mundo que propone el texto?
¿Que cambios han ocurrido en su forma de entender el texto?
¿Qué temas e ideas le sugiere el texto?
Segundo Paso: Validación
En lo posible, identifique el contexto histórico, social, político y religioso del texto. ¿Cuál era la condición social de la comunidad a la que se dirigió originalmente?
¿Cuál es el género literario del texto? ¿Cuál es su forma? ¿Qué elementos la caracterizan? ¿Qué función tiene esta forma?
¿Cuáles son las características literarias de este texto?
¿Qué palabras difíciles de entender contiene el texto? ¿Cuáles son los conceptos teológicos claves del pasaje? ¿Qué significado tienen?
¿Qué respuestas ha encontrado a sus preguntas sobre el texto? ¿Qué elementos importantes para la interpretación del pasaje ha encontrado usted en su investigación?
Resuma el mensaje central del pasaje. Exprese sencilla y claramente los temas e ideas de este texto para su audiencia original.
Tercer paso: Interpretación
Haga una comparación entre nuestro mundo contemporáneo y el mundo que propone el texto. ¿Cómo compara el contexto socio-histórico del texto con el nuestro? ¿Qué elementos de conflicto presenta el pasaje? ¿Qué elementos hablan sobre salvación? ¿Hay en nuestro mundo elementos parecidos a éstos?
¿Acaso la forma o la estructura literaria del texto le sugiere una estructura específica para su sermón?
¿Acaso la función del texto le sugiere un propósito específico para su sermón?
Para escuchar el mensaje de este texto en forma apropiada, ¿con qué personaje debemos identificarnos?
¿Qué pautas le sugiere este texto para la práctica de la fe y para la acción pastoral?
¿Cuál es el mensaje del texto para nosotros hoy? ¿Cuáles son las “buenas nuevas” del pasaje?
El “podcast” es la nueva radio. Permite grabar programas de radio y colocarlos en archivos de audio o vídeo que se pueden descargar a un dispositivo móvil, a una tableta electrónica o a una computadora.
Este tutorial enfoca en el uso del podcast para la producción de programas de mensaje cristiano en audio, con el propósito de avanzar la difusión del Evangelio de Jesucristo.
Espero que haya disfrutado de este vídeo tutorial.
En la vida de todo ser humano hay un momento clave cuando nos preguntamos si la vida puede ser distinta. Es un momento donde podemos en duda lo que la gente considera “normal”. Es el nacer de una pequeña esperanza de cambio.
Preguntar “¿Y si al vida fuera distinta?” nos lleva a considerar posibilidades de cambio, atrevernos a hacer lo antes impensado, y a soñar con un nuevo futuro.
Sin embargo, la mera pregunta sobre la posibilidad de cambio no basta. Falta un elemento adicional: la fe. Es la fe en Dios, revelado en la persona de Jesucristo en el poder del Espíritu Santo, lo que nos permite considerar un nuevo futuro.
Jesús recompensó tanto los valores como la acción de esta mujer visionaria, que se atrevió a decir la verdad que todos conocían, pero que nadie quería nombrar. Eso le llevó a aceptar con humildad su regalo tan extravagante.
Y hoy, ese mismo Jesús—quien vive para siempre—está aquí, presto a darte “las fuerzas necesarias por medio de la fe, de manera que puedas transformar tu vida, en el nombre del Señor.”
Versión libre del sermón titulado “Amar a los enemigos”, escrito por Martin Luther King, Jr., y publicado en su libro “Strength to Love”.
Introducción
“Amad a vuestros enemigos”: quizás esta sea la enseñanza de Jesús más difícil de seguir.
Algunos piensan que es imposible cumplir este mandamiento. ¿Cómo amar a una persona que se empeña en hacernos daño, sea de frente o a nuestras espaldas? Otros piensan que el mandato a amar los enemigos prueba que la ética cristiana está diseñada para personas débiles y cobardes, no para las fuertes y valientes. Estas personas piensan que Jesús fue un idealista.
A pesar de estas objeciones, el mandato de Jesús nos desafía con urgencia. La inestabilidad de la sociedad nos recuerda que el hombre moderno viaja por una carretera llamada “odio”, en un viaje con destino a la destrucción y a la condenación. Lejos de ser la declaración piadosa de un soñador, el mandato a amar a nuestros enemigos es un absoluto necesario para nuestra supervivencia. Amar aun a los enemigos es la clave para la solución de los problemas de nuestro mundo. Por eso, afirmo que Jesús no era un idealista, sino un realista.
Jesús comprendía la dificultad inherente al acto de amar a los enemigos. Sabía que toda expresión genuina de amor encuentra su origen en el acto de rendirse a Dios. Por lo tanto, Jesús dijo “amad a vuestros enemigos” con toda seriedad. Y nosotros, como cristianos, tenemos la responsabilidad de descubrir el significado de este mandato para hoy y de cumplirlo con pasión.
¿Cómo amar a los enemigos?
Ahora bien, ¿cómo es que uno demuestra el amor por los enemigos?.
Primero, demostramos el amor por medio de nuestra capacidad para perdonar. Quien no sabe perdonar, tampoco sabe amar. Es imposible amar a los demás sin primero aceptar la necesidad de perdonar las injurias recibidas. Por eso, debemos comprender que sólo la persona ofendida puede perdonar. Le toca, pues, a la víctima iniciar el proceso del perdón. El ofensor puede bien puede pedir perdón, pasando por un proceso similar al del Hijo Pródigo, quien “volvió en sí” después de sufrir las consecuencias de su pecado. Empero, sólo la persona ofendida puede perdonar al ofensor.
Perdonar no quiere decir que uno ignora la ofensa. Por el contrario, quiere decir que la ofensa ya no es impedimento para entrar en y mantener una relación. El perdón crea la atmósfera necesaria para volver a empezar, libres de las cargas del ayer. El perdón conduce a la reconciliación. Nuestra capacidad para perdonar determina nuestra capacidad para amar.
Segundo, debemos comprender que el ofensor es mucho más que su ofensa. Hasta la persona más repulsiva tiene alguna característica positiva. El problema es que los seres humanos tenemos personalidades divididas, ya que le mostramos amor a algunas personas a la misma vez que le hacemos daño a otras. Y esto lo vemos aún en el testimonio bíblico, cuando el Apóstol Pablo expresa:
Yo sé que en mí, esto es, en mi naturaleza humana, no habita el bien; porque el desear el bien está en mí, pero no el hacerlo.Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero.Y si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mí. – Romanos 8.18-20
Tercero, no debemos tratar de derrotar ni de humillar al enemigo, sino de ganar su amistad. A veces la vida nos da la oportunidad de vengarnos de aquellos que nos han hecho daño. Sin embargo, esto termina haciéndonos daño a nosotros mismos. Debemos recordar que Pablo también dijo: “No busquemos vengarnos, amados míos. Mejor dejemos que actúe la ira de Dios, porque está escrito: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12.19).
¿Por qué amar a los enemigos?
Ahora vayamos del “cómo” a “¿por qué debemos amar a nuestros enemigos?”
La primera razón es evidente: Pagar odio con odio sólo multiplica el odio. El odio no puede vencer al odio; sólo el amor puede vencerlo.
El odio multiplica el odio.
La rudeza sólo multiplica la rudeza.
Y la violencia multiplica la violencia.
Por lo tanto, cuando Jesús nos ordena amar a los enemigos, nos está pidiendo que rompamos la cadena de violencia que destruye al “otro” y, por ende, a la sociedad.
Otra razón para amar al enemigo es que el odio ensucia el alma y distorsiona la personalidad. Todos sabemos los estragos que causa el odio en la mente y el corazón de nuestros enemigos; pero pocos reconocemos el daño que puede causarnos a nosotros mismos; a nuestra mente y a nuestro corazón.
Si permitimos que las ofensas recibidas siembren odio en nuestros corazones, ese sentimiento negativo crecerá en nuestras almas. El odio es como un cáncer que corroe la personalidad y mina nuestra vitalidad. El odio destruye nuestros valores. Lo que es más, el odio causa tanta corrupción que terminamos llamando bueno a lo malo, bello a lo grotesco y verdadero a lo falso (compare con Isaías 5.20).
Tercero, debemos amar a nuestros enemigos porque el amor es la única fuerza que puede transformar al enemigo en un amigo. Recuerden que no deseamos destruir a la persona que nos ha ofendido, sino deshacernos de la enemistad que nos separa. Dios, quien es amor, es quien cambia al ser humano con su poder transformador.
Conclusión
Finalmente, hay una razón aún más importante para amar a nuestros enemigos. La encontramos en Mateo 5.43-45:
Oíste que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.
Por lo tanto, es por medio del amor que llegamos a ser hijos e hijas de Dios. Aunque todo ser humano es hijo de Dios en potencia, esa relación se actualiza cuando amamos a los demás. Debemos amar a nuestros enemigos, porque sólo por medio del amor podemos experimentar la belleza y la santidad de Dios.
Sobre esta base, el Dr. Martin Luther King Jr. dirigió el siguiente mensaje a sus muchos oponentes:
Enfrentaremos su capacidad de hacernos daño con nuestra fuerza para amar. Enfrentaremos su fuerza física con nuestra fuerza espiritual. Desobedeceremos las leyes injustas, porque nuestra conciencia nos obliga a luchar por la justicia. No importa el mal que lancen contra nosotros, vamos a perseverar en el amor. Vamos a triunfar algún día; obteniendo una victoria que no será para sólo para nosotros. Y triunfaremos dos veces, porque no solo vamos a ganar nuestros derechos civiles; también ganaremos su corazón.
Y, a pesar de que King ofrendó su vida en el proceso de asegurar los derechos civiles de la comunidad afroamericana en los Estados Unidos, su mensaje se tornó en profecía. La resistencia pacífica resultó una táctica efectiva para combatir la brutalidad del sistema racista. La gente pudo ver con sus propios ojos, por medio de los reportajes de televisión, cómo la policía y las turbas racistas abusaban de personas que protestaban en paz. Los perseguían, los golpeaban, los mojaban con agua a presión, los acosaban con perros bravos y hasta los encarcelaban. Mientras tanto, quienes protestaban sólo reclamaban sus derechos a tomar agua de las mismas fuentes, a estudiar en las mismas escuelas y a comer en los mismos restaurantes que la gente blanca de herencia anglo-europea.
Esto llevó a presidentes como Kennedy y Johnson a oponerse al sistema racista en el cual habían sido criados para defender los derechos de los afroamericanos. Y eso abrió el camino para reconocer los derechos de las comunidades hispanas.
¿Por qué debemos amar a nuestros enemigos? Porque el amor es la fuerza espiritual más grande del universo, porque Dios es amor.
El debate sobre quién mató a Jesús nos obliga a considerar cuestiones políticas y étnico-raciales, no solo cuestiones teológicas. El hecho es que durante siglos el cristianismo culpó al pueblo judío por matar a Dios en Cristo. Los judíos fueron acusados de «deicidio», vocablo que significa «matar a un dios». Esta falsa acusación legitimó la persecución y el genocidio del pueblo judío. Fue simplemente una estratagema malvada para justificar actitudes racistas contra todo un grupo étnico. Como comunidad cristiana, debemos arrepentirnos de nuestra herencia racista y rechazar cualquier nuevo intento de legitimar la intolerancia contra los judíos.
Habiendo dicho esto, la pregunta persiste: ¿Quién mató a Jesús? En cierto sentido, la respuesta es simple: Jesús de Nazaret fue asesinado por oficiales del Imperio Romano, porque lo vieron como una amenaza para la estabilidad política de Judea. En particular, las fuerzas de seguridad romanas decidieron asesinar a Jesús por tres razones, que lo convirtieron en un hombre marcado:
Su predicación del Reino de Dios (véase Marcos 1.14-15, Mateo 4.12-17 & Lucas 4.1-13).
Su acto profético de dirigir un desfile de personas que lo aclamaban como el «Hijo de David» y, por lo tanto, como heredero al trono de Judea (Marcos 11.1-11, Mateo 21.1-11, Lucas 19.28-40 & Juan 12.12-19).
Y, finalmente, por el alboroto que provocó en el Templo, donde prácticamente lideró un motín, cuando condenó la explotación económica de quienes iban al Templo de Jerusalén para presentar ofrendas y sacrificios. (Marcos 11.15-19, Mateo 21.12-17 & Lucas 19.45-48, compárelo con Juan 2.13-22).
En fin, ¿quienes mataron a Jesús? A Jesús lo mataron oficiales extranjeros de un ejército extranjero de ocupación que servía a un rey extranjero.
Sin embargo, no podemos entender de manera cabal la ejecución de Jesús aparte de ese fenómeno político llamado «colonialismo». Este es el sistema político y económico por medio del cual un estado extranjero domina y explota a un estado más débil. Como cualquiera que haya vivido en una colonia puede testificar, las colonias están gobernadas por dos grupos de personas: Los representantes de la potencia extranjera (generalmente oficiales políticos, financieros y militares); y personas locales que apoyan a los invasores extranjeros. Algunos de estos líderes locales apoyan a los invasores porque los ven como liberadores que traerán progreso y prosperidad. Sin embargo, muchos de los líderes locales que colaboran con las potencias extranjeras lo hacen simplemente porque se lucran de la invasión. Su «oficio» es ser los mediadores entre el imperio y la colonia. Si están en el poder, es porque son los portavoces de los extranjeros.
Durante el primer siglo de la Era Cristiana, Judea era una colonia de Roma. Por lo tanto, Jesús fue asesinado por oficiales judíos que servían a los romanos; por oficiales romanos que consideraban que «solo estaban haciendo su trabajo» y por un Imperio asesino que buscaba mantener la hegemonía sobre una tierra extranjera.
Para decirlo con mayor claridad, Jesús fue asesinado por un sistema político colonialista y racista, que decidió eliminarlo por considerarlo como una amenaza a su hegemonía política, financiera y militar.
A la distancia, es fácil juzgar a quienes participaron en el asesinato de Jesús. La claridad que nos dan los casi dos milenios que han pasado desde su ejecución, nos permitan ver que los enemigos de Jesús de Nazaret tomaron la decisión equivocada.
Lo difícil es ver que usted y yo estamos en una situación similar a la del pueblo judío en el primer siglo de la Era Cristiana. Al igual que ayer, hoy todo ser humano tiene que escoger a quién ha de servir: Al único y verdadero Dios o a los imperios de este mundo. El dilema es claro: Podemos servir al Dios de la Vida o podemos servir a las fuerzas del mal, del pecado y de la muerte. Quienes escogemos servir al Dios revelado en Jesucristo debemos estar preparados para sufrir por la causa del Evangelio. Empero, quienes escojan servir a las fuerzas del mal, seguirán matando gente en nombre de los imperios de este mundo. De forma metafórica, podemos decir que seguirán crucificando a Jesús, quien se solidariza con todas las víctimas de la violencia, del pecado y del mal.
El llamado de Dios es claro:
Hoy pongo a los cielos y a la tierra por testigos contra ustedes, de que he puesto ante ustedes la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge, pues, la vida, para que tú y tu descendencia vivan; y para que ames al Señor tu Dios, y atiendas a su voz, y lo sigas, pues él es para ti vida y prolongación de tus días.
Deuteronomio 30.19-20a (RVC)
¡Escojamos, pues, la Vida, en el nombre del Señor Jesucristo. AMÉN!
Una reseña bibliográfica del libro escrito por Ronald J. Allen y Gilbert Bartholomew, titulado Preaching Verse by Verse. Louisville: Westminster / John Knox Press, 2000, 144 pp.
El sermón donde se comenta una porción de las escrituras versículo por versículo es uno de los estilos más antiguos de predicación. Esta forma sermonaria encuentra sus raíces en los “sermones” que se predicaban en la sinagoga judía, donde fieles tenían la responsabilidad de leer el texto bíblico en hebreo y comentarlo en arameo. Además, es uno de los estilos más populares de predicación expositiva. En distintos manuales de predicación en español se le llama “homilía” (particularmente en la tradición anglo-católica) o “lectura bíblica”, entre otros nombres.
Allen y Bartholomew nos ofrecen una interesante introducción a este estilo de predicación. Más que una introducción, el libro es una defensa o apología de esta forma sermonaria, la cual ha caído en desuso en los púlpitos de las denominaciones tradicionales en los Estados Unidos. La tesis del libro es precisamente que el sermón que ofrece un breve comentario continuo de una porción bíblica ayuda tanto a quien predica como a la congregación a crecer y a madurar en la fe. Este tipo de sermón es un antídoto a la “analfabetismo bíblico” que exhiben muchas congregaciones anglo-europeas. El propósito del libro es, pues, ayudar al lector o a la lectora a poder preparar y predicar con excelencia esta forma sermonaria.
El libro está dividido en seis capítulos. El primero afirma la continua utilidad del sermón que comenta un pasaje bíblico versículo por versículo. El segundo, explora la historia de la predicación, ofreciendo ejemplos de las figuras que usaron con provecho este estilo de sermón. El tercero ofrece consejos prácticos sobre la preparación del sermón; el cuarto, sobre la estructura del sermón; y el quinto, sobre la presentación o entrega del sermón. El capítulo final sugiere ocasiones cuando es deseable predicar este tipo de sermón expositivo. La metodología sugerida en los capítulos cuatro y cinco se ilustra con cinco trabajos exegéticos cortos que sirven de base a cinco sermones anotados. Cada autor produjo dos sermones y Linda Milavec el quinto.
Es evidente que los autores están en diálogo con la historia de la predicación cristiana, pues en el segundo capítulo hacen un resumen histórico que comienza con la predicación en la sinagoga, pasa por la Reforma Protestante, y llega a la tradición británica y estadounidense que representan los autores. Del mismo modo, el libro ofrece un correctivo para aquellas personas que han abandonado la predicación expositiva para explorar nuevos modelos de predicación, como la inductiva expuesta por Fred B. Craddock o la narrativa defendida por Eugene Lowry, entre otros autores contemporáneos.
Este manual presenta su idea central de manera clara y elocuente, logrando su objetivo de entusiasmar al lector o a la lectora a practicar este estilo tradicional de predicación. Ahora bien, desde un punto de vista hispano, la utilidad del libro es menor. Esto se debe a que la predicación expositiva, en general, y la predicación versículo por versículo, en particular, siguen vivas en el púlpito hispano. En este sentido, aquellas personas hispanas que lean este libro o que lo usen como texto en cursos de predicación bíblica deberán adaptar su contenido a nuestro contexto. Específicamente, deberán leer el libro con el doble propósito de afirmar su compromiso con la predicación bíblica y de mejorar tanto la preparación como el diseño del sermón que comenta una porción bíblica versículo por versículo.
Un sermón apropiado para el Domingo de Resurrección, de la Semana Santa, basado en Lucas 24.28-35, el relato de la caminantes a Emaús.
Introducción
El domingo de Pascua de Resurrección es el día de la victoria. Después de una espera callada a la sombra de la derrota, del miedo y las esperanzas rotas, los discípulos experimentan una realidad que no pueden creer: La presencia del crucificado.
Puntos a desarrollar
A. La experiencia de ver al crucificado lleva a los discípulos a concluir que Dios había resucitado a Jesús de Nazaret de entre los muertos.
Ese domingo comenzó como otro día sin esperanzas. La mañana sorprendería a los discípulos escondidos, llenos de miedo, esperando que la gente olvidara los eventos del viernes para volver derrotados cada uno a su hogar. El nuevo día despierta a unas autoridades político-religiosas que dormían plácidamente creyendo que la muerte del Galileo sería el fin de su movimiento. Quizás quedaba en alguno algún tipo de remordimiento o temor. De hecho, la tradición dice que Herodes se ahorcó cuando años después llegó a ser gobernador de una provincia en el sur de Europa. Empero, la desaparición de Jesús de Nazaret indudablemente trajo paz a sus enemigos. Por eso, el domingo se levanta como otro día sin sentido, ya que la esperanza había muerto en la cruz del calvario.
Es por esto que la noticia que se esparce como el fuego es difícil de creer. El rumor de que Jesús esta vivo es lo que se desea, pero lo que no se puede creer. Lo podrán creer las mujeres que fueron a ungir el cuerpo con perfume, pero los discípulos no lo creyeron. La muerte de Jesús era definitiva, pues se pensaba que los muertos no resucitarán hasta el día postrero. Jesús se había llevado con él a la tumba la esperanza de vida y redención.
Vemos claro este cuadro en los relatos de la resurrección. El evangelista cuenta que “el primer día de la semana” que es decir, el domingo, las mujeres vieron a “dos hombres en vestidos resplandecientes” y corrieron adonde se hallaban ocultos los discípulos para decirles que habían hallado la tumba vacía. También Pedro había visto la tumba vacía. Pero otros dos discípulos, confundidos por las noticias, caminaban a un pueblito a unos once kilómetros de Jerusalén.
Es en este momento en el que se aparece el Crucificado en medio de ellos. Jesús los encuentra caminando entristecidos y les conforta, demostrándoles por medio de las Sagradas Escrituras que era necesario que el ungido de Dios padeciera “y entrara así en su Gloria”. Finalmente, los discípulos le piden al personaje que pose con ellos y le reconocen como el Señor cuando comparten la mesa con él. Entonces, al desaparecer Jesús, corren a Jerusalén para compartir con los discípulos la expresión más antigua del mensaje cristiano: “El Señor resucitó y se le apareció a Pedro” (Lc. 24:34).
En este momento debemos entender que los discípulos se vieron invadidos por la poderosa presencia del crucificado. Si bien, por un lado, nadie había visto a Jesús resucitar de entre los muertos, por otro lado era indudable que Jesús estaba apareciendo ante sus discípulos. En una palabra, el Crucificado seguía experimentándose como vivo entre sus discípulos. Es esta presencia eficaz del Crucificado entre sus discípulos la que les lleva a concluir que Jesús de Nazaret había sido resucitado por Dios mediante el poder de su Espíritu Santo. Son estas apariciones de Jesús a Céfas (Pedro), a los doce, a más de quinientos personas a la vez, a Santiago y más tarde a todos los apóstoles (véase I Co. 15:5-8) el elemento que saca a los discípulos de sus escondites y les convierte en “testigos de la resurrección” (Hch. 1:22; 2:32).
B. La certeza de que Jesús había sido resucitado implica un nuevo entendimiento del evento de la cruz y de la persona de Jesús.
Ahora bien, debemos tener presente que la idea de que Jesús ha resucitado tiene implicaciones prácticas para la fe. Si los discípulos pierden el temor y salen a hablarle al mundo, es porque la resurrección provocó un nuevo entendimiento de la muerte del Maestro en la cruz del calvario. Por medio de la fe, la cruz pierde su sentido trágico y final. Si Jesús resucitó es porque la muerte no le retuvo, porque el sepulcro no pudo mantenerlo cautivo. Vista desde la fe, la cruz ya no sólo significa un juicio injusto y una condena indebida. Vista desde la fe, la cruz también marca el momento de nuestra salvación.
La cruz es el evento por medio del cual Dios se identifica con el ser humano perdido. La cruz es un grito que señala nuestro pecado, pero que también señala la voluntad salvífica de Dios. En la cruz vemos la condición del ser humano. La humanidad cree que la salvación puede ser alcanzada por las obras de la ley, por el esfuerzo personal o, en una palabra, por la “religión”. Una religión de obras que en su esfuerzo de llegar a Dios se encuentra de frente con Dios asesina al Mesías enviado a salvarnos. La cruz nos enseña que el esfuerzo personal es inútil; que el deseo de lograr la salvación por nuestro propio esfuerzo ha fallado; que es imposible para el ser humano lograr la salvación por sí mismo. Pero si bien, por un lado, la cruz le grita al mundo que la religión de la Ley no es camino, por otro lado, nos revela que Dios, ha venido a buscar a la humanidad que se pierde; que Dios está en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo (II Co. 5: ).
Por eso es que ahora vemos la cruz como un encuentro salvífico, como el evento por medio del cual se alcanza la salvación. Si ahora celebramos la Semana Santa, si guardamos el día viernes de la Semana Mayor con actitud de recogimiento espiritual, es porque vemos en la muerte de Jesús el sendero, la puerta y el puente que nos lleva a Dios. Este nuevo entendimiento de la cruz cambia la muerte en vida; la maldición en bendición; y la condena en libertad. En la cruz, Dios revela su justicia, esto es, su deseo de relacionarse con nosotros. Su deseo de que la pared que levanta el pecado entre Dios y el ser humano se caiga, de modo que todos podamos decir en unión al apóstol: “Justificados, pues por la fe tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Ro. 5:1).
Pero debemos dar todavía un paso más; el paso que nos da la clave para ver en la cruz el camino de salvación. Si creemos que Jesús de Nazaret fue levantado de entre los muertos “como dice la escritura” (I Co. 15:4) ya no podemos ver en él un joven carpintero de Galileo, un predicador de itinerante, un revolucionario, un místico religioso o un filósofo. Desde la fe no podemos ver en Jesús un hombre muerto injustamente, y nada más. Visto por medio de la fe, aún los títulos “Rabí”, “Maestro” y “Maestro bueno” son insuficientes. La fe del domingo de Pascua proclama la divinidad de Jesús.
Cuando Jesús de Nazaret es visto por la fe y desde la fe, tenemos que confesar que aquel que se levanta victorioso de la muerte es “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn I:29). Aceptar la resurrección de Jesús como un hecho indudable es entender “que Dios ha constituido Señor y Cristo a este a quien vosotros habéis crucificado” (Hch. 2:36). Jesús es el Cristo, declarado hijo de Dios con poder. Es el Señor y salvador del mundo. Es Señor porque es amo, porque es Rey, porque es el único digno (Ap. 5:9,12) de recibir poder, honor, gloria y alabanza. En una palabra, creer en la resurrección nos lleva a aceptar a Jesús el Cristo como dueño y Señor de nuestras vidas.
C. La presencia del Jesús crucificado, ahora entendido como Señor resucitado, se manifiesta en forma efectiva en la comunidad de fe que Dios ha apartado para si.
En el camino a Emaús encontramos a dos desanimados discípulos que van lamentando la muerte de su Maestro. Pero al final de la narrativa, encontramos a los dudosos convertidos en testigos de la resurrección. Testigos a quienes no les importó correr 11 kilómetros de vuelta a Jerusalén para dar testimonio de su fe. Ahora bien, ¿qué les paso a los discípulos en su trayecto a Emaús? ¿Qué provocó semejante cambio?
El encuentro con el Crucificado ocurre en el camino. Es un encuentro que les da ánimo a los entristecidos discípulos, que les abre las Escrituras y les quema el corazón. Los caminantes viajan con Cristo, y eso los llena de una presencia gloriosa, pero aún eso no es suficiente. No es hasta que los discípulos reconocen en el caminante al Crucificado que se renuevan sus entendimientos y que alcanzan por la fe el conocimiento de Jesús como Señor. No es hasta que se reconoce la resurrección del Crucificado que hay conversión, que se cambia nuestra mente, que se renueva nuestro entendimiento (Ro. 12:1). No es hasta que confesamos con nuestros labios la fe en el Señor resucitado que somos salvos, o como dijera el Apóstol Pablo: “Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos serás salvo” (Ro. 10:9).
Del mismo modo, muchos de nosotros caminamos con nuestro Señor, somos consolados por él, somos fortalecidos y bendecidos con su presencia. Empero, no le reconocemos como Señor y dador de vida. Hermanos y hermanas, es necesario algo más que llamarse “discípulo” como lo hacían los caminantes a Emaús. Es necesario tener un encuentro glorioso con el Jesús crucificado, con el Cristo resucitado. Es necesario que tengas un encuentro con aquel que dio su vida por ti. Es momento de que habrás tus ojos y te entregues a los pies del maestro. Ahora bien, ¿donde podemos encontrarle para entregarnos a él?.
Para esto sugiero que contestemos primero dónde los discípulos encontraron al Señor resucitado. Los discípulos no le reconocieron en el camino al poblado. Los discípulos de Emaús encuentran al Señor crucificado en la comunidad de mesa, al compartir la cena, en el partimiento del pan. Las palabras que emplea Lucas para describir la acción de Jesús nos recuerdan la institución de la cena como acto memorial (Lc. 24:30), diciéndonos de este modo que la presencia de Jesús Cristo está en forma efectiva en el acto de la comunión.
Eso tiene implicaciones muy importante para nosotros, en especial porque la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) toma la cena del Señor semanalmente. El Señor Resucitado está en el memorial de la cena y su presencia nos convierte en la comunidad donde se encuentra el Espíritu de Cristo. La resurrección del Señor nos convierte en Iglesia, esto es, en la comunidad que Dios apartó del mundo para andar en comunión con él. De este modo, la Iglesia se convierte en el cuerpo de Cristo, en la encarnación de Dios para un mundo necesitado, en un cuerpo de personas diferentes que están unidas por la experiencia de haberse encontrado con el Señor Resucitado, por medio del Espíritu de Cristo, O como dijera el Apóstol Pablo: “Así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo, porque en un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, tanto judíos como griegos, tanto esclavos como libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (I Co. 12: 12-13).
Conclusión
La Resurrección es victoria, pues en ella Jesús vence la muerte para darnos la vida. La Resurrección nos llama a renovar nuestras mentes, aceptando la salvación que recibimos en la cruz por medio de la muerte del Señor en el Calvario. Pero, sobre todas las cosas, la Resurrección es encuentro. Es encontrarse con el Señor que ha viajado toda la vida con nosotros, consolándonos y enseñándonos en el camino.
Por todas estas razones, creo en la resurrección de Jesús de Nazaret. Creo que Dios le resucitó con poder y hoy vive para siempre. Creo que su resurrección es primicia de nuestra resurrección. Y creo que lo que vivimos hoy, lo vivimos en el poder de la resurrección de Jesucristo.
Hoy es día de abrir los ojos para ver la presencia efectiva de Jesús en medio nuestro. Hoy es día de abrir el corazón, dándole cabida en él al Señor resucitado para recibir la vida que él nos da.