Una conferencia que le ayudará a determinar lo que anda mal con su predicación, a corregir errores y a desarrollar nuevas estrategias homiléticas. Media:
No te alejes de mi es un sermón expositivo sobre el Salmo 22, que es un salmo de lamentación. Fue predicado el 12 de enero de 2020 en la Iglesia Cristiana Nueva Vida, en East Boston, MA.
La Iglesia es la comunidad que vive entre la venida del Señor Jesucristo en carne, y la venida del Señor Jesucristo en gloria. Es la comunidad que vive en el «todavía otro poco de tiempo» del cual habla Jesús en el Evangelio según San Juan (Juan 7.33). Es comunidad que vive en la espera de un Mesías que ya vino, pero que vendrá y nos tomará a sí mismo para él (Juan 14.3). ¡Esta es la Iglesia del Señor!
La Iglesia espera. Espera ser redimida de la vida en el mundo. Espera la renovación del tiempo antiguo (Isaías 37.26), viviendo con su Señor. Espera la manifestación de las últimas cosas (Romanos 8.19), cuando Jesucristo vendrá en gloria.
La Iglesia ha sido redimida del mundo, porque vive en una historia que sufre «dolores de parto» a causa de la maldad humana (Romanos 8.22). Un mundo donde reina «el principe de la potestad del aire» (Efesios 2.2), trayendo a su paso daño y destrucción. Como dijo Jesús: «el ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir» ( Jn. 10.10).
Vivimos en cautiverio. Del mismo modo que el pueblo de Israel estuvo en cautiverio en tierra extraña (Salmo 137.4), nosotros, el pueblo de Dios, vivimos en la tierra extraña del pecado. Somos peregrinos. Nuestro hogar se encuentra en «lugares celestiales» (Efesios 1.3, 20 y 2.6), «escondido con Cristo en Dios» (Colosenses 3.3). Y como pueblo que no tiene donde «recostar su cabeza» (Mateo 8.20), a veces nos sentamos a las orillas del río sin deseos de continuar viviendo (Salmo 137.1-2), mientras las personas del mundo que nos oprime nos piden que les cantemos algunos de los cánticos de Sión (Salmo 137.3); que les mostremos la alegría del Evangelio mientras vivimos en la pena del exilio.
La Iglesia aguarda. Aguarda ser redimida de un mundo de pecado en el cual se siente extraña y no encuentra lugar.
Pero la Iglesia no sólo aguarda. También recuerda. Recuerda que fue llamada por Dios a predicar un mensaje de salvación a un mundo en crisis. Recuerda que fue llamada a ser sal para preservar al mundo de la destrucción (Mateo 5.13). Recuerda que fue llamada a ser luz para alumbrar a un mundo en tinieblas (Mateo 5.14-16). Recuerda que fue llamada a ser el heraldo que se levanta sobre un monte alto y anuncie que se ha cumplido el tiempo de castigo y que los pecados son perdonados (Isaías 40.9-10).
La Iglesia es heredera del llamamiento de Isaías, que Cristo hace suyo en el libro de Lucas cuando toma el rollo de la sinagoga y dice:
El Espíritu del Señor está sobre mí,
Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres;
Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón;
A pregonar libertad a los cautivos,
Y vista a los ciegos;
A poner en libertad a los oprimidos;
A predicar el año agradable del Señor.
Lucas 4.18-19
La Iglesia lleva en su memoria colectiva la encomienda del Señor Jesús de ir a predicar el Evangelio (Marcos 16.15), de ir a hacer discípulos (Mateo 28.19), de ser testigos en Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra (Hechos 1.8).
La Iglesia recuerda el rostro del Señor Jesús diciendo: «No temáis, manada pequeña, porque a vuestro padre le ha placido daros el reino» (Lucas 12.32).
La presencia de nuestro Señor Jesucristo corta la pena de nuestros corazones. Es sal que quema la herida y cura el dolor. Cristo es camino (Juan 14.6) que nos lleva por la vida, dirigiendo nuestros pasos hasta la presencia misma de Dios (Hebreos 2.10). Espera que nos resucita de la muerte con que nos pagó el pecado (Romanos 6.23). Es verdad, es novedad de vida ante las mentiras del mundo.
Empero, aún así nos preguntamos qué debemos hacer. ¿Qué será de nosotros como pueblo peregrino? ¿Pasaremos el resto de nuestras vidas entre el bien el mal, entre la bendición y la maldición? ¿Soportaremos la vida en un mundo oscuro siendo nosotros hijos e hijas de luz? ¿Venceremos los embates del pecado, que quieren destruir nuestras casas?
La respuesta es positiva: ¡Venceremos! Porque la Iglesia es la comunidad de la esperanza. Porque si la Iglesia aguarda y recuerda es porque el Señor misericordioso ha derramado su amor en nuestros corazones (Romanos 5.5) en forma de promesa. La promesa de que «este mismo Jesús…así vendrá como le habéis visto ir al cielo» (Hechos 1.11), según le dijeron los ángeles a los varones galileos.
Tenemos promesa de labios de Señor Jesús, registrada en Juan 14.1-3.
No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.
Tenemos la certeza de ser «más que vencedores por medio de aquel que nos amó» (Romanos 8.37). Sabemos que nada «nos podrá separar del amor de Cristo» (Romanos 8.39). Ni tribulación, ni angustia, ni persecución, ni hambre, ni peligros, ni espada o desnudez (Romanos 8.38-39). Sabemos que la victoria es nuestra porque «esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe» (1 Juan 5.4).
¡Venceremos! No por nuestra fuerza, porque no es con espada ni con ejércitos ni con carros de a caballo que se gana la batalla, sino con el Espíritu de Dios (Oseas 1.7).
¡Venceremos! Porque «más son los que están con nosotros los que están» contra nosotros (2 Reyes 6.16).
¡Venceremos! Porque «las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas» (2 Corintios 10.4).
¡Venceremos! Porque Jesús dijo: «En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo» (Juan 16.33).
¡Venceremos! Porque «pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque él es Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con él son llamados y elegidos y fieles» (Apocalipsis 17.14).
La Iglesia vive en fe, con la certeza de que el Señor es fiel; con la esperanza de que cumplirá sus promesas.
Por eso la Iglesia guarda muy cerca de su corazón la expresión del salmista:
Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sion,
Seremos como los que sueñan.
Entonces nuestra boca se llenará de risa,
Y nuestra lengua de alabanza;
Entonces dirán entre las naciones:
Grandes cosas ha hecho Jehová con éstos.
Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros;
Estaremos alegres.
Haz volver nuestra cautividad, oh Jehová,
Como los arroyos del Neguev.
Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán.
Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla;
Mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas.
Las Iglesias en deterioro corren el peligro de cerrar sus puertas pronto. En gran parte, esto se debe a dos condiciones negativas. Por un lado, viven enamoradas de su pasado, que se ha convertido en un “héroe” para la feligresía. Por otro lado, han abandonado la evangelización y el discipulado.
En lugar de enseñar las disciplinas espirituales a los nuevos creyentes, estas congregaciones les enseñan las “Las cuatro P’s”:
A preocuparse por la PROPIEDAD (el templo, las instalaciones y los terrenos de la Iglesia).
A apoyar el PROGRAMA tradicional de la Iglesia, rechazando todo tipo de actualización, modificación o cambio.
A conocer la POLITICA de la Iglesia local y de la denominación, prestando atención a la elección de quienes han de servir en distintos puestos de autoridad.
A supervisar al PERSONAL, particularmente a la figura pastoral, a quien consideran como una empleada de la congregación. Esto implica que el liderazgo laico de la Iglesia tiene un rol de supervisión sobre el pastor o la pastora.
A estos cuatro elementos se unen tres más:
La HERENCIA, recalcando la importancia de conocer la historia de la Iglesia local, los nombres de feligreses fallecidos, los nombres de quienes donaron propiedades o terrenos, etc.
La HIMNODIA CLASICA, afirmando que los himnos tradicionales son superiores a los cánticos contemporáneos. Esto puede causar una “guerra de adoración” en la congregación, obligando a la facción “perdedora” a irse de la Iglesia.
Las PREFERENCIAS PERSONALES, entendidas como la insistencia en que el programa, los horarios de las actividades, el orden del culto de adoración, la música y hasta la longitud de los sermones sean del agrado de la mayoría de la feligresía. Quienes llevan mucho tiempo en la Iglesia, entienden que tienen “derechos adquiridos” y que, por lo tanto, el ministro está obligado complacerlos.
¿Por qué afirmo que estos elementos son negativos? Son peligrosos para la vida de la Iglesia local porque miran “hacia adentro”, no “hacia afuera”. Crean condiciones donde la congregación deja de enfocarse en la misión, en la evangelización y en el discipulado, que son las prácticas que distinguen a la Iglesia de Jesucristo. Cuando la Iglesia se enfoca en sus propias preferencias y necesidades, olvida el mandato de Jesús de “Ir y hacer discípulos” (Mateo 28.19). La congregación que abandona la evangelización y el discipulado, entra en un ciclo de deterioro, crisis y, eventualmente, cierre.
¡La buena noticia es que su Iglesia local no tiene que morir! Para crecer, solo tiene que enfocarse en la misión de alcanzar a la comunidad circundante con el poderoso mensaje del Evangelio de Jesucristo, evangelizando a las personas no creyentes y discipulando a quienes reconozcan a Jesús como Señor y Salvador.
El mundo se va tras Él (Juan 12.19): Manuscrito de sermón gratuito para el Domingo de Ramos, Semana Santa, por el Dr. Jiménez.
Texto: Juan 12.19
Idea Central: La gracia de Dios es irresistible.
Área: Evangelización
Propósito: Llamar a la audiencia al compromiso cristiano.
Diseño: Expositivo, para el Domingo de Ramos, Semana Santa
Lógica: Inductiva
Introducción
Jerusalén no sólo era la capital de Judea, sino que era también el centro espiritual de la fe de Israel. Como tal, Jerusalén era el hogar de los principales líderes políticos y religiosos judíos, tales como el Sumo Sacerdote, los Saduceos, los Herodianos, los Escribas y los Rabinos Fariseos más importantes de Judea.
Los grupos religiosos judíos
La relación entre los líderes de estos grupos era ciertamente difícil. En realidad, eran enemigos, dado que cada grupo aspiraba alcanzar metas distintas para el país.
El Sumo Sacerdote era el líder espiritual más importante de Judea. Además, era el líder de los Saduceos, un grupo conservador que representaba los intereses de los sacerdotes y los levitas que laboraban en el Templo de Jerusalén. Por eso, privilegiaban la interpretación literal de los primeros cinco libros de la Biblia—el Pentateuco—que hablan de las leyes y las ceremonias relacionadas al culto de Israel. No creían en la resurrección, doctrina central para los Fariseos, a quienes consideraban enemigos.
Los Herodianos eran el partido político que estaba a favor de que gobernaran los hijos y los nietos de Herodes el Grande. El detalle es que Herodes no era judío, sino Idumeo. Por lo tanto, estaban a favor de que Judea fuera gobernada por extranjeros. Veían a los religiosos como enemigos, pues tanto los Saduceos como los Fariseos se oponían a su mandato.
Y los Fariseos eran los líderes de las sinagogas. Eran expertos en la interpretación de la ley, pero enfocaban en los aspectos éticos y morales de la misma. No le daban importancia a los sacrificios de animales ni a las ceremonias del Templo. Eran muy piadosos y creían en la resurrección de los muertos.
¿Por qué la gente seguía a Jesús?
Los líderes de la fe de Israel, a pesar de ser enemigos, tenían algo en común: ninguno comprendía por qué la gente seguía a Jesús de Nazaret.
Jesús era distinto a cualquier otro líder político o religioso de la época.
No era sacerdote ni levita.
No era partidario de Herodes ni se relacionaba con la política judía.
Tampoco había estudiado teología con los rabinos de Jerusalén.
Si Jesús no formaba parte de ninguno de los grupos tradicionales, ¿por qué la gente le seguía?
Los líderes tradicionales pensaban que Jesús tenía poco que ofrecer al pueblo:
No era un líder político, lo que le impedía construir grandes edificios o repartir pan a las masas pobres.
No era un sacerdote, lo que le impedía ofrecer sacrificios a favor del pueblo o hacer ritos de purificación por sus pecados.
Y no era un rabino adiestrado en Jerusalén, lo que le impedía enseñar en las mejores sinagogas del país o relacionarse con los grandes líderes religiosos.
Entonces, la pregunta persiste: ¿Por qué la gente le seguía?
Lo que es innegable es que Jesús tenía algo especial, un don particular que le permitía relacionarse con la masa del pueblo.
Sus enseñanzas eran sencillas, explicadas en el lenguaje de la gente pobre. Jesús le hablaba a la masa del pueblo del reino de Dios, comparándolo con cosas tan sencillas como una semilla de mostaza o con un pastor de ovejas.
Sus oraciones eran poderosas, trayendo sanidad y liberación a quienes estaban sufriendo.
Y su presencia pastoral, acompañando al pueblo en crisis, traían aliento y esperanza al corazón.
Empero, hay otro elemento que no podemos olvidar: Jesús tenía una gran valentía motivada por un profundo sentido de misión. Y esa valentía le condujo a hacer un acto profético que evocaba las acciones de los antiguos profetas de Israel.
La Entrada Triunfal
Era el domingo antes de la Pascua, el día cuando parte de la Legión X Fretensis entraba a Jerusalén para evitar que surgieran rebeliones durante la fiesta de la Pascua, que evocaba la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto.
Ese día, ese mismo día, Jesús entró a Jerusalén el mismo día que entraron los refuerzos militares romanos a la ciudad. Es evidente que Jesús se estaba jugando la vida, porque su acto profético sería interpretado por las autoridades romanas como un desafío a gobierno militar.
Y si digo «acto profético», es porque Jesús no puede hacer más evidente el contraste entre los dos desfiles.
Los romanos entraban armados; Jesús entraba humilde.
Los romanos usaban caballos; Jesús entraba en un burrito, símbolo de paz.
Los romanos buscaban infundir temor en el pueblo; Jesús entraba para dar esperanza.
El texto es claro:
El siguiente día, grandes multitudes que habían venido a la fiesta, al oír que Jesús venía a Jerusalén, tomaron ramas de palmera y salieron a recibirle, y clamaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel! Y halló Jesús un asnillo, y montó sobre él, como está escrito: «No temas, hija de Sion; He aquí tu Rey viene, Montado sobre un pollino de asna». (Juan 12.12-15)
Este acto de Jesús fue tan atrevido, que ni sus propios discípulos lo comprendieron en ese momento, como dice el v. 16: «Estas cosas no las entendieron sus discípulos al principio; pero cuando Jesús fue glorificado, entonces se acordaron de que estas cosas estaban escritas acerca de él, y de que se las habían hecho».
No obstante, el sencillo acto de Jesús trajo esperanza al pueblo porque era un desfile de la vida. Sí, era una afirmación de la vida ante las amenazas del ejército extranjero. Y ese grito de vida levantó el ánimo del pueblo, como dicen los vv. 17 y 18:
Y daba testimonio la gente que estaba con él cuando llamó a Lázaro del sepulcro, y le resucitó de los muertos. Por lo cual también había venido la gente a recibirle, porque había oído que él había hecho esta señal.
La gracia irresistible
Desde Jerusalén, al otro lado de las murallas, los líderes de los distintos partidos políticos y grupos religiosos examinaban el acto profético de Jesús, quien bajaba desde el Monte de los Olivos para entrar a la ciudad por la Puerta del Mesías. Y ante la locura del Galileo, la pregunta persistía: ¿Por qué la gente le seguía?
El elemento que no podían comprender era la gracia, la gracia divina, la gracia irresistible del Dios de la Vida. Jesús era la encarnación de Dios, y por lo tanto, era la presencia de Dios hecha carne. Como tal, también era el amor y la gracia de Dios hecha hombre. Y la gracia de Dios es irresistible.
Cuando una persona siente la presencia de Dios, tiene que rendirse ante ella. Comprender que Dios está aquí, a nuestro lado, es algo maravilloso. Su presencia nos llena de esperanza, y eso nos da valentía para enfrentar el futuro. Dios está con nosotros por las sendas del mundo, caminando hacia el Reino; por los caminos de la vida está Dios acompañando nuestros pasos.
Por eso le seguimos.
Por eso nos rendimos ante él.
Por eso, porque sentimos su amor latiendo en nuestro propio pecho.
Conclusión
Los líderes fariseos nunca llegaron a comprender por qué la gente seguía a Jesús, aunque sí llegaron a comprender que toda su oposición eran vana. Sí, Juan 12.19 enseña que los principales fariseos comprendieron que oponerse a Jesús era una pérdida de tiempo. El texto dice que «los fariseos dijeron entre sí: “Ya veis que no conseguís nada. Mirad, el mundo se va tras él”».
Y sus palabras fueron proféticas, dado que el mundo continúa yéndose tras Jesús. Aquel pequeño grupo de creyentes que acompañaron a Jesús mientras entraba a Jerusalén, quizás estaba compuesto por algunos cientos de personas. Hoy, más de 2,000 millones de personas en el mundo confiesan que Jesucristo es el Señor.
«El mundo se va tras él»; así me sentía yo cuando no era creyente. De repente, todas las personas que yo admiraba o amaba se convertían a la fe de Jesús. Sentía que todo y todos me hablaban de Dios. Mientras más yo lo rechazaba, más cerca sentía su presencia.
Hasta que un día, un domingo, un Domingo de Ramos, dejé de pelear con Dios. Ese día, yo también me fui tras él. Y casi cuatro décadas después, reafirmo que Jesucristo es el Señor.
Hoy Jesús te invita a seguirle con fe; hoy Jesús te invita a irte tras él.
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Jesús Rodríguez-Cortés, productor y mantenedor del podcast TeoBytes, sugiere cinco pasos para el desarrollo de una estrategia digital para una iglesia local, un ministerio o una denominación. Los pasos son:
Determinación de las tecnologías que han de usarse (página web, redes sociales, podcast, webcast, etc.)
Programación de las actividades en los distintos medios.
Periodicidad: Asegurarse de mantener un ritmo confiable de las publicaciones en los distintos medios.
Determinar la imagen que desea emplear, incluyendo logos, estilo y sonidos específicos para su ministerio.
Escoger el liderazgo, asignar tareas y establecer el orden de sucesión.
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La espiritualidad es parte de todas las culturas del mundo. No hay sociedad humana que, de alguna manera, carezca de algún tipo de pensamiento religioso. De una u otra manera, toda la humanidad–en algún momento de la vida–piensa en la espiritualidad.
El ser humano ha sido creado por Dios. Esto explica porqué, de manera instintiva, el ser humano busca lo espiritual. Toda persona necesita cultivar la espiritualidad para poder llegar a alcanzar la plenitud de su potencial humano.
Esta meditación explora la relación entre la espiritualidad, la creación y la vida cotidiana, prestando particular atención al lugar de la oración en el desarrollo espiritual.
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