La quinta palabra es: “Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliera: ¡Tengo sed!” Juan 19.28
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La quinta palabra no puede ilustrar mejor la humanidad de Jesucristo. El crucificado no es un fantasma que aparenta sufrir en la cruz. Jesús no es una aparición que cumple una formalidad en el plan divino. Jesús de Nazaret es un ser humano verdadero. Su dolor fue tan real como el nuestro; su sufrimiento tan duro como el de cualquier otra persona.
Jesús tiene sed. Tiene sed para que se cumplan las profecías: «Y mi lengua se pegó a mi paladar» (Sal 22.15); «Y en mi sed me dieron a beber vinagre» (Sal 69.21).
Su sed es real. Es la sed de un torturado que se levanta en el árbol de la cruz en representación de todo el género humano.
Ahora bien, escondido en este episodio hay un pasaje que considero pertinente para nuestro contexto. El Evangelio de Marcos afirma que el vinagre que le ofrecen a Jesús es la cruz es vino mezclado con mirra (15.23). En el mundo antiguo, esta mezcla se hacía con el propósito de endrogar al penitente. Se le daba el brebaje para que la pena del crucificado no fuera tan amarga. Al parecer, se entendía que el vino podía ayudar al crucificado a olvidar su dolor.
¿No les parece conocido este cuadro? Nuestro país vive momentos tan amargos que muchas personas desean escapar de la realidad. Por eso tantas personas abusan del alcohol, de las drogas ilegales y de los medicamentos recetados. Están buscando medicina que cure el alma; y la están buscando en los lugares equivocados. Por eso tantas personas buscan en la música, en el baile y en el “vacilón”, la felicidad que no encuentran en sus vidas diarias. Lo que es más, por eso tantas personas buscan en la iglesia un escape para sus problemas. Estas quieren una adoración que le ayude a desconectarse del mundo; no una que les ayude a confrontar las situaciones difíciles en el nombre del Señor.
Pero el Crucificado nos enseña otro camino. Jesús no escapó de las situaciones difíciles, al contrario, “afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (Lc. 9.51b). Aun sabiendo que en Jerusalén podría encontrar la muerte; aun sabiendo que en Sión le esperaban sus enemigos, Jesús va a la Ciudad Santa a enfrentar su futuro.
En el momento difícil de Getsemaní enfrenta la copa amarga y enfrenta la turba que viene a arrestarle. Y enfrenta estas situaciones con valentía, sin la violencia de Pedro y sin la cobardía de los discípulos que huyeron.
Después va a la cruz. Y aún allí, en el agudo dolor del madero, se niega a escapar. Se niega a tomar el vino drogado. Se niega a dejarse vencer por la cobardía. Jesús sabe que la única manera de vencer los problemas es dándoles el frente.
La cuarta palabra es: “Y a la hora novena Jesús clamó a gran voz, diciendo: ¡Eloi, Eloi! ¿lama sabactani? (que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?).” Marcos 15.34
En este momento, llegamos al punto más profundo de la cruz: Jesús se siente desamparado por su Dios, su padre.
Este es probablemente el texto más misterioso de los siete que estamos explorando hoy. ¿Cómo es posible que Dios abandone al justo? ¿Cómo es posible que el Padre abandone al Hijo amado en el cual se complace? ¿Cómo es posible que Dios se desampare a sí mismo?
Aquí tocamos el misterio de la encarnación. Jesús, en su vida terrenal, nunca se identificó con los poderosos; nunca se identificó con los grandes de este mundo. ¡Todo lo contrario! Nació humilde, en un establo, hijo de una familia pobre. Vivió en una pequeña aldea galilea, no en la grandeza de Jerusalén. Y en el momento en que Satanás le tienta, ofreciéndole los reinos del mundo, Jesús toma una decisión.
Le dice NO a la riqueza,
Le dice NO al poder,
Le dice NO a los príncipes de este mundo.
Su opción es por otro reino, el de Dios. Entonces se lanza a predicar diciendo: “El tiempo se ha cumplido; arrepentíos y creed en el Evangelio” (Mr. 1.15).
Este nuevo reino se distingue de los reinos de este mundo porque afirma que la justicia y la paz de Dios han comenzado a manifestarse en la tierra. Y en esa manifestación, Dios viene a identificarse con el ser humano pecador y desamparado.
Por eso Jesús sana enfermos;
Por eso echa fuera demonios;
Por eso consuela al triste;
Por eso predica el evangelio a los pobres.
El reino nos llama a identificarnos con la persona perdida y desamparada.
Creo que ahora podemos comenzar a entender el significado de las palabras del Crucificado. Jesús cita el Salmo 21.1 porque vino a identificarse con el ser humano perdido; con la persona pecadora, con aquel que está separado de Dios, con quien se sabe imposibilitado de alcanzar salvación.
En este sentido, el grito de Jesús en la cruz tiene el propósito de señalar el abismo que existe entre Dios y la humanidad. Al clamar en desamparo, Jesús revela que, en el sentido más profundo de la palabra, todos nosotros somos desamparados. Todos estamos necesitados de salvación.
Por lo tanto, Jesús vino a identificarse contigo y conmigo. Su desamparo es nuestro desamparo. Su muerte es el castigo que debimos llevar tú y yo.
La tercera palabra es: “Cuando vio Jesús a su madre y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.”Juan 19.26-27
De todos los discípulos de Jesús, sólo uno estuvo con él durante el proceso judicial. Pero, para ser justos, debemos decir que no tuvo que enfrentarse a las autoridades judías ni a las romanas. La tradición nos dice que entró al patio de la casa del Sumo Sacerdote porque conocía a su familia. Este discípulo fiel es llamado “el discípulo amado” en el evangelio que lleva su nombre. Allí se indica que su relación con Jesús era tan cercana que acostumbraba recostar su cabeza sobre el pecho del Maestro. Este discípulo amado no es otro que Juan, el mismo que recibió a María en su casa después de la muerte de Jesús.
Muchas conjeturas se han hecho sobre por qué Jesús le encomendó el cuidado de su madre a Juan. Algunos dicen que sucedió porque José había muerto, lo cual probable. Otros dicen que sucedió porque Juan era hijo de Zebedeo y Salomé, la hermana de María. Por lo tanto, Juan era primo-hermano de Jesús. Esto también es probable. Pero se me antoja pensar que la razón es aún más profunda. Veamos lo que dice el Evangelio de Juan, capítulo 7, versículo 5: “Porque ni aún sus propios hermanos creían en él [Jesús]”.
María fue encomendada por Jesús a su discípulo Juan porque fue rechazada por su familia a causa de su fe. La madre fue echada a un lado por la falta de fe de sus hijos.
Esto tiene dos ribetes importantes. En primer lugar, vemos una vez más que el Evangelio es un mensaje para aquellas personas que son rechazadas. Es palabra de Dios para quienes no tienen lugar en la sociedad. Es buena noticia para el que está desamparado y necesita consuelo, ayuda, protección y abrigo. Al morir Jesús, María quedaba desamparada. Por eso Jesús le brinda protección.
Sí, escuchó bien, el Crucificado aún en su dolor puede consolar y proteger al desamparado.
En segundo lugar, debemos señalar que la experiencia de María y Juan es la vivencia de muchos de nosotros. Nuestra familia más cercana es la familia de la fe. Al colocar a su propia madre al cuidado de un discípulo suyo, Jesús inaugura una nueva comunidad: la iglesia. Esa iglesia de Cristo es la que ama y cuida al necesitado; la que se preocupa por el desamparado; la que consuela al afligido. Esa es la iglesia donde todos somos hermanos y hermanas, en el nombre del Señor.
Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen es una meditación sobre la Primera de Las Siete Palabras, adecuada para la Semana Santa.
Introducción
El viernes es el día de la muerte. Temprano en la mañana, Jesús es arrestado y llevado preso ante los líderes religiosos de Jerusalén. Estos le juzgan–ilegalmente, por cierto–por los delitos de sedición y blasfemia. Poco después, el Galileo es llevado ante un gobernante cobarde—Poncio Pilatos—y ante un político corrupto—Herodes Antipas—para ser azotado, golpeado, torturado y condenado a muerte. Entonces, es presentado ante el pueblo junto a Barrabás—un criminal habitual—para que la masa escogiera uno para ser liberado. Y la turba, sedienta de sangre inocente, escoge al justo como la víctima que había de morir en la cruz.
No hay esperanza; el galileo se dirige a la cruenta muerte en la cruz. Allí, entre los clavos y el madero, encontrará la voluntad de Dios para su vida. Allí, dirá las siete “palabras”, siete frases que resumirán su obra, su trabajo, su labor en beneficio de la humanidad.
La primera palabra es: “Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” Lucas 23.34
La primera frase nos revela la bondad de Jesús. En el momento de agonía y de muerte, su primera palabra es una oración dirigida—en forma personal—al Padre celestial; oración por medio de la cual intercede aún por los asesinos que le crucificaban.
Jesús llama a Dios “Padre”, hablándole en forma íntima y personal. Jesús le llama “padre” para subrayar su profunda comunión con el Creador de todo. Y en su oración al Padre, pide misericordia para sus victimarios.
Jesús intercede por aquellos soldados que se repartían sus vestidos al pie del árbol de la cruz y echaban suertes sobre su manto. Soldados que “no sabían lo que hacían” porque sólo obedecían la férrea disciplina militar del ejército romano. Sólo seguían las órdenes de Pilatos, el gobernador militar. Este había cedido a las presiones políticas de los líderes religiosos que deseaban ver muerto al profeta galileo. Por eso hoy los soldados asesinan a Jesús, considerándolo un reo más; otro condenado a muerte por el regente romano.
Jesús intercede, además, por aquellos que le condenaron. En su oración, el caminante de Nazaret intercede ante Dios por Pilatos, quien le condenó a la cruz después de una profunda lucha consigo mismo. Del mismo modo, intercede por Herodes Antipas, el desquiciado gobernante que veía a Jesús como la reencarnación de Juan el Bautista.
Jesús intercede por los fariseos y los saduceos—los líderes religiosos de la época—quienes le mataban pensando que hacían un servicio a Dios. El Maestro pide por aquellos religiosos que en su esfuerzo de salvarse a sí mismos, se encuentran de frente con Dios en la persona de Jesucristo. Lo contradictorio es que una vez encuentran al Dios encarnado, en vez de adorarle deciden asesinarle.
Jesús intercede por la masa del pueblo, por esa muchedumbre que aún hoy es llevada de un lado para otro por cualquier líder hábil que presente lo malo como bueno y lo bueno como malo (Isaías 5.20).
En fin, Jesús intercede desde la cruz por la humanidad perdida, dejando claro que esa será su labor por toda la eternidad: el representar a la humanidad ante el Padre celestial. En este sentido, Jesús intercede por ti, por mí, por todos nosotros delante de Dios. Intercede porque cuando pecamos contra Dios y el prójimo, tú y yo tampoco “sabemos lo que hacemos”.
Un sermón sobre la oración de Jesús en Getsemani, basado en Marcos 14:32-42, apropiado para el Jueves Santo, de la Semana Santa.
Getsemani
Rudimentos
Texto: Marcos 14:32-42
Idea Central: En Getsemaní, nos encontramos con Jesús como el hijo obediente hasta la muerte, muerte de cruz por un pueblo que lo deja en la absoluta soledad.
Área: Desafío profético
Propósito: Que la audiencia se identifique con los discípulos de Jesús.
Diseño: Expositivo, apropiado para el Jueves Santo, de la Semana Santa
Lógica: Inductiva
Media
Manuscrito
Introducción
El jueves es el comienzo del fin. Al salir del “aposento alto ya dispuesto” (Mr. 14:15) donde tomaban la cena, Jesús y sus discípulos se enfrentan a la escena final que comienza y que les lleva al sufrimiento de la cruz.
Difícilmente hubieran podido encontrar un sitio más adecuado. Getsemaní, que significaba “molino de aceite”, era un pequeño jardín de olivos donde Jesús acostumbraba a meditar y que hoy se convierte en el lugar de encuentro con la voluntad de Dios.
Puntos a desarrollar
A. En Getsemaní, encontramos al Jesús-Hombre que se enfrenta a la exigencia terrible de Dios.
Al llegar al jardín, el Señor divide a sus discípulos en dos grupos. Por un lado están Pedro, Juan y Jacobo, quienes siempre le acompañaban en los momentos más difíciles, y les insta a orar. Por otro, están el resto de los discípulos.
En esos momentos Jesús hace una revelación que nos parece extraña: Jesús está angustiado y tiene miedo. El Señor se enfrenta—en su carácter de “Dios-ser humano”—con la realidad del futuro. Le espera una muerte terrible a manos de un grupo religioso dispuesto a romper su ley, por prenderle, y de un gobierno impersonal e injusto. Jesús se enfrenta a las consecuencias de su mensaje: Ha predicado la vida y el mundo le depara la muerte.
Esta revelación de la angustia de Jesús debe parecernos extraña. Por lo regular, la historia celebra a aquellas personas que enfrentan la muerte en forma heroica o estoica, es decir, sin mostrar dolor o angustia. La historia recuerda a Sócrates por tomar la cicuta y morir plácidamente, sin mostrar sentimiento alguno. Pero ese no es el caso de Jesús.
Tampoco tenemos en Jesús al místico para quien el cuerpo no importa porque lo importante es lo “espiritual”. El Señor no es un “gurú” que vive en el mundo como si la creación fuera la cárcel del alma.
Mucho menos encontramos en Jesús la actitud de algunos “super espirituales” que se han metido en la Iglesia de Cristo y que ven a todo aquel que sufre, que llora y que está triste como un creyente de segunda categoría, que está enfermo porque no tiene suficiente fe.
No, Jesús no se encuentra en ninguna de estas categorías. Jesús sufre porque es verdadero hombre, porque su humanidad no es un juego. El Señor se enfrenta a una muerte cruel e injusta que le obliga a dejar atrás la compañía y el amor de sus amigos. Jesús sufre porque es hombre, porque es siervo de Dios y porque el ministerio que Dios da en el mundo no evita el sufrimiento, sino que nos lleva a través del valle de la sombra de la muerte (Sal. 23:3).
La humanidad de Cristo es sumamente importante para nosotros, porque no tenemos en él a un “Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Hebreos 4:15).
B. En Getsemaní encontramos a Jesús-siervo el que está dispuesto a obedecer al Padre hasta la muerte.
Ahora bien este siervo que sufre es uno que tiene una relación especial con su amo. Este “siervo” no es esclavo, es hijo. Es uno que tiene una relación más profunda de la que ha tenido ningún otro con Dios. El Siervo que sufre es el Mesías, el Cristo, el Hijo del Dios viviente, el Santo de Israel.
Jesús es el único personaje en la historia de Israel que llamó a Dios “Padre” en forma personal. La palabra “abba ” es una expresión del lenguaje arameo, que era utilizada solamente por los niños pequeños para dirigirse a su padre. En este sentido, Jesús hace lo que sería la herejía frente a los fariseos de su época. Jesús llama a Dios “papa” o “papito”, algo que no había hecho ningún otro personaje en la historia de Israel, donde Dios aparece como el Padre del pueblo en su totalidad.
Es este hombre con una relación especial con Dios el que se enfrenta con la copa amarga. Copa que no era otra cosa que el destino que Dios le tenía deparado para el futuro. Esto es importante, no es un destino preparado por los hombres, por las instituciones o poderes de su época. Nadie le quita la vida a Jesús, él la da voluntariamente (Jn. 10:18). La muerte de Jesús no es una muerte forzada por el pecado, sino que es instrumento de Dios en la revelación su justicia.
En este sentido, es importante el uso de la palabra “copa” y de la frase “la hora señalada”. Los judíos utilizaban estas frases para hablar del tiempo futuro, en el cual el Reino de Dios se haría una realidad para todo el pueblo. Con la palabra “copa” se hablaba del momento en que la salvación llegaría a todo el mundo, en la manifestación del momento de Dios.
En este sentido, vemos claro el motivo de la obediencia del Hijo. Jesús obedecía la exigencia de Dios porque su muerte sería instrumento, camino, puente por el cual llegaría la manifestación poderosa del Reino de Dios para todo el mundo. Su muerte—el tomar la “copa”—marcaría “la hora señalada” por la cual Dios llegaría a la humanidad y todo creyente recibiría el “Espíritu de Adopción” que le capacitaría para decir “abba, Padre” (Ro. 8:15; Gal. 4:16).
C. En Getsemaní vemos a Jesús dispuesto a sufrir por el pueblo pecador que lo deja solo.
En este momento, hemos llegado al punto de preguntar cuál fue el significado para los discípulos de aquella noche de oración. Si para Jesús el jardín de oración es angustia y obediencia, debemos preguntarnos que significó el Monte de los Olivos para aquellos que acompañaban al Señor en aquella noche crucial. Este es el momento de ver qué significa Getsemaní para los discípulos del Señor.
Getsemaní es lugar de llamado, de vocación y de comisión. El monte es el lugar escogido por Dios para asignar a los discípulos una tarea especial: Getsemaní es llamado divino a velar en oración. Velar no solo en el sentido de “romper una noche” sino, de vigilar y estar atento a la voluntad que Dios que nos revela. De este modo, el “velad” que les ordena el Maestro a sus discípulos transciende el tiempo y se convierte en un mandato a seguir la voluntad de Dios en forma inquebrantable.
Pero si bien, por un lado, Getsemaní es lugar de llamado y comisión, por otro, el monte es también lugar de flaqueza. Flaqueza que se expresa en el sueño, en la dejadez, y en la ceguera ante la llegada de los acontecimientos que se temían. La “debilidad” de los discípulos consiste en no tener la sabiduría de Dios y el discernimiento para leer en los signos de los tiempos que el mal estaba a la mano, dispuesto a destruir a su Maestro. La “debilidad de la carne” no consiste sólo en el cansancio físico sino que nos habla principalmente de la condición humana; del pecador que se resiste a hacer la voluntad divina y que siembre busca su propia comodidad.
Es precisamente esa debilidad la que nos lleva al fracaso. Fracaso de no poder velar una hora; fracaso de resistir el Espíritu de Dios—el cual está siempre dispuesto—y seguir la pereza; fracaso de dejar solo al Maestro en la lucha; fracaso de no poder resistir a los pecadores que se llevan a nuestro Señor; fracaso que nos lleva a salir corriendo desnudos (Mr. 14:52) y a negar a nuestro Señor (Mr. 14:66-72).
Getsemaní es el lugar donde todos abandonamos a Jesús—donde todos le fallamos—y le dejamos absolutamente solo, luchando contra el pecado por nosotros.
Conclusión
Como Iglesia, el Señor que se da por nosotros nos llama a velar en oración por un mundo que se pierde. Somos con quien único el Señor cuenta a su lado en esta lucha contra los elementos del mundo. Pudiera usar ángeles, legiones de ángeles, con sólo una palabra suya. Empero, nos ha escogido como mensajeros suyos. El Señor cuenta con nosotros. Sin embargo, hoy le hemos fallado; le hemos dejado solo: “Ahora ya podéis dormir y descansar, Basta ya. Llegó la hora. Mirad que el hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores” (v. 41).
El mundo se va tras Él (Juan 12.19): Manuscrito de sermón gratuito para el Domingo de Ramos, Semana Santa, por el Dr. Jiménez.
Texto: Juan 12.19
Idea Central: La gracia de Dios es irresistible.
Área: Evangelización
Propósito: Llamar a la audiencia al compromiso cristiano.
Diseño: Expositivo, para el Domingo de Ramos, Semana Santa
Lógica: Inductiva
Un sermón para el Domingo de Ramos
Introducción
Jerusalén no sólo era la capital de Judea, sino que era también el centro espiritual de la fe de Israel. Como tal, Jerusalén era el hogar de los principales líderes políticos y religiosos judíos, tales como el Sumo Sacerdote, los Saduceos, los Herodianos, los Escribas y los Rabinos Fariseos más importantes de Judea.
Los grupos religiosos judíos
La relación entre los líderes de estos grupos era ciertamente difícil. En realidad, eran enemigos, dado que cada grupo aspiraba alcanzar metas distintas para el país.
El Sumo Sacerdote era el líder espiritual más importante de Judea. Además, era el líder de los Saduceos, un grupo conservador que representaba los intereses de los sacerdotes y los levitas que laboraban en el Templo de Jerusalén. Por eso, privilegiaban la interpretación literal de los primeros cinco libros de la Biblia—el Pentateuco—que hablan de las leyes y las ceremonias relacionadas al culto de Israel. No creían en la resurrección, doctrina central para los Fariseos, a quienes consideraban enemigos.
Los Herodianos eran el partido político que estaba a favor de que gobernaran los hijos y los nietos de Herodes el Grande. El detalle es que Herodes no era judío, sino Idumeo. Por lo tanto, estaban a favor de que Judea fuera gobernada por extranjeros. Veían a los religiosos como enemigos, pues tanto los Saduceos como los Fariseos se oponían a su mandato.
Y los Fariseos eran los líderes de las sinagogas. Eran expertos en la interpretación de la ley, pero enfocaban en los aspectos éticos y morales de la misma. No le daban importancia a los sacrificios de animales ni a las ceremonias del Templo. Eran muy piadosos y creían en la resurrección de los muertos.
¿Por qué la gente seguía a Jesús?
Los líderes de la fe de Israel, a pesar de ser enemigos, tenían algo en común: ninguno comprendía por qué la gente seguía a Jesús de Nazaret.
Jesús era distinto a cualquier otro líder político o religioso de la época.
No era sacerdote ni levita.
No era partidario de Herodes ni se relacionaba con la política judía.
Tampoco había estudiado teología con los rabinos de Jerusalén.
Si Jesús no formaba parte de ninguno de los grupos tradicionales, ¿por qué la gente le seguía?
Los líderes tradicionales pensaban que Jesús tenía poco que ofrecer al pueblo:
No era un líder político, lo que le impedía construir grandes edificios o repartir pan a las masas pobres.
No era un sacerdote, lo que le impedía ofrecer sacrificios a favor del pueblo o hacer ritos de purificación por sus pecados.
Y no era un rabino adiestrado en Jerusalén, lo que le impedía enseñar en las mejores sinagogas del país o relacionarse con los grandes líderes religiosos.
Entonces, la pregunta persiste: ¿Por qué la gente le seguía?
Lo que es innegable es que Jesús tenía algo especial, un don particular que le permitía relacionarse con la masa del pueblo.
Sus enseñanzas eran sencillas, explicadas en el lenguaje de la gente pobre. Jesús le hablaba a la masa del pueblo del reino de Dios, comparándolo con cosas tan sencillas como una semilla de mostaza o con un pastor de ovejas.
Sus oraciones eran poderosas, trayendo sanidad y liberación a quienes estaban sufriendo.
Y su presencia pastoral, acompañando al pueblo en crisis, traían aliento y esperanza al corazón.
Empero, hay otro elemento que no podemos olvidar: Jesús tenía una gran valentía motivada por un profundo sentido de misión. Y esa valentía le condujo a hacer un acto profético que evocaba las acciones de los antiguos profetas de Israel.
La Entrada Triunfal
Era el domingo antes de la Pascua, el día cuando parte de la Legión X Fretensis entraba a Jerusalén para evitar que surgieran rebeliones durante la fiesta de la Pascua, que evocaba la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto.
Ese día, ese mismo día, Jesús entró a Jerusalén el mismo día que entraron los refuerzos militares romanos a la ciudad. Es evidente que Jesús se estaba jugando la vida, porque su acto profético sería interpretado por las autoridades romanas como un desafío a gobierno militar.
Y si digo «acto profético», es porque Jesús no puede hacer más evidente el contraste entre los dos desfiles.
Los romanos entraban armados; Jesús entraba humilde.
Los romanos usaban caballos; Jesús entraba en un burrito, símbolo de paz.
Los romanos buscaban infundir temor en el pueblo; Jesús entraba para dar esperanza.
El texto es claro:
El siguiente día, grandes multitudes que habían venido a la fiesta, al oír que Jesús venía a Jerusalén, tomaron ramas de palmera y salieron a recibirle, y clamaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel! Y halló Jesús un asnillo, y montó sobre él, como está escrito: «No temas, hija de Sion; He aquí tu Rey viene, Montado sobre un pollino de asna». (Juan 12.12-15)
Este acto de Jesús fue tan atrevido, que ni sus propios discípulos lo comprendieron en ese momento, como dice el v. 16: «Estas cosas no las entendieron sus discípulos al principio; pero cuando Jesús fue glorificado, entonces se acordaron de que estas cosas estaban escritas acerca de él, y de que se las habían hecho».
No obstante, el sencillo acto de Jesús trajo esperanza al pueblo porque era un desfile de la vida. Sí, era una afirmación de la vida ante las amenazas del ejército extranjero. Y ese grito de vida levantó el ánimo del pueblo, como dicen los vv. 17 y 18:
Y daba testimonio la gente que estaba con él cuando llamó a Lázaro del sepulcro, y le resucitó de los muertos. Por lo cual también había venido la gente a recibirle, porque había oído que él había hecho esta señal.
La gracia irresistible
Desde Jerusalén, al otro lado de las murallas, los líderes de los distintos partidos políticos y grupos religiosos examinaban el acto profético de Jesús, quien bajaba desde el Monte de los Olivos para entrar a la ciudad por la Puerta del Mesías. Y ante la locura del Galileo, la pregunta persistía: ¿Por qué la gente le seguía?
El elemento que no podían comprender era la gracia, la gracia divina, la gracia irresistible del Dios de la Vida. Jesús era la encarnación de Dios, y por lo tanto, era la presencia de Dios hecha carne. Como tal, también era el amor y la gracia de Dios hecha hombre. Y la gracia de Dios es irresistible.
Cuando una persona siente la presencia de Dios, tiene que rendirse ante ella. Comprender que Dios está aquí, a nuestro lado, es algo maravilloso. Su presencia nos llena de esperanza, y eso nos da valentía para enfrentar el futuro. Dios está con nosotros por las sendas del mundo, caminando hacia el Reino; por los caminos de la vida está Dios acompañando nuestros pasos.
Por eso le seguimos.
Por eso nos rendimos ante él.
Por eso, porque sentimos su amor latiendo en nuestro propio pecho.
Conclusión
Los líderes fariseos nunca llegaron a comprender por qué la gente seguía a Jesús, aunque sí llegaron a comprender que toda su oposición eran vana. Sí, Juan 12.19 enseña que los principales fariseos comprendieron que oponerse a Jesús era una pérdida de tiempo. El texto dice que «los fariseos dijeron entre sí: “Ya veis que no conseguís nada. Mirad, el mundo se va tras él”».
Y sus palabras fueron proféticas, dado que el mundo continúa yéndose tras Jesús. Aquel pequeño grupo de creyentes que acompañaron a Jesús mientras entraba a Jerusalén, quizás estaba compuesto por algunos cientos de personas. Hoy, más de 2,000 millones de personas en el mundo confiesan que Jesucristo es el Señor.
«El mundo se va tras él»; así me sentía yo cuando no era creyente. De repente, todas las personas que yo admiraba o amaba se convertían a la fe de Jesús. Sentía que todo y todos me hablaban de Dios. Mientras más yo lo rechazaba, más cerca sentía su presencia.
Hasta que un día, un domingo, un Domingo de Ramos, dejé de pelear con Dios. Ese día, yo también me fui tras él. Y casi cuatro décadas después, reafirmo que Jesucristo es el Señor.
Hoy Jesús te invita a seguirle con fe; hoy Jesús te invita a irte tras él.
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Sermones para el Domingo de Ramos y la Semana Santa
Un sermón sobre el tema del llamado al servicio cristiano, basado en Romanos 8.1-2, predicado en vivo en la Iglesia Bautista el Redentor, en Bayamón, PR.
¿Cómo discernir la voluntad De Dios? ¿Puede Dios llamarnos adonde no queremos ir? Escuche este sermón sobre el tema, grabado en vivo en la Iglesia de Dios Pentecostal MI “Emmanuel” (The Harbor Church) en East Chicago, IL, que pastorea Johnny Bonilla, el 9 de marzo de 2019.
El tema de la esperanza es central en la Biblia. En esta ocasión presentamos un sermón sobre la esperanza, en formato bilingüe. Fue grabado en vivo, en el Simposio de Adoración & Predicación 2019, organizado por el Instituto Calvin, en Grand Rapids, Michigan.