Encuentro del Movimiento La Red, una Iglesia online, con una meditación contrastando al Rey Saul con Jesús de Nazaret, basada en 1 S 10.10.
Los líderes en el antiguo Israel eran ungidos, es decir, consagrados echándole aceite por encima por la cabeza. Tanto los reyes como los sumo sacerdotes eran ungidos antes de comenzar sus respectivos ministerios. Saúl, un hombre joven de la tribu de Benjamín, fue consagrado como el primer rey de Israel. Además, intentó ser profeta y hasta sacerdote. Tristemente, fracasó en todas esas empresas. En contraste, Jesús de Nazaret, el mesías tan esperado por Israel, cumplió con su “triple oficio”, dando su vida para cumplir la misión que Dios le encomendó.
El texto base de la reflexión es 1 Samuel 10.9-12:
9 Aconteció luego, que al volver él la espalda para apartarse de Samuel, le mudó Dios su corazón; y todas estas señales acontecieron en aquel día. 10 Y cuando llegaron allá al collado, he aquí la compañía de los profetas que venía a encontrarse con él; y el Espíritu de Dios vino sobre él con poder, y profetizó entre ellos. 11 Y aconteció que cuando todos los que le conocían antes vieron que profetizaba con los profetas, el pueblo decía el uno al otro: ¿Qué le ha sucedido al hijo de Cis? ¿Saúl también entre los profetas? 12 Y alguno de allí respondió diciendo: ¿Y quién es el padre de ellos? Por esta causa se hizo proverbio: ¿También Saúl entre los profetas?
Vídeo: Iglesia Online
Audio: Prediquemos Podcast
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Eran días malos; tiempos de crisis donde la tormenta se veía bordeando
el horizonte.
Israel, el Reino del Norte compuesto por diez tribus hebreas, había
caído en las manos de los Asirios. Los ejércitos extranjeros habían arrasado la
ciudad, asesinado a los hombres jóvenes y adultos y violado a las mujeres. De
Israel ya no quedaba nada.
Pasados casi cien años, los ejércitos babilonios acechaban al reino de
Judá. La pregunta era: ¿Pasará aquí lo que pasó allá? ¿Caerá Jerusalén como
cayó Samaria? ¿Será Judá borrada de la faz de la tierra?
El tema del futuro de Jerusalén dividía al liderazgo religioso de Jerusalén.
La mayor parte de los sacerdotes afirmaban que Jerusalén no podía caer en manos
de los ejércitos extranjeros. Afirmaban que Dios intervendría milagrosamente
para garantizar la seguridad de la Ciudad Santa.
Sin embargo, el profeta Jeremías tenía una visión distinta. El profeta
afirmaba que Dios había entregado la ciudad en las manos de los invasores
extranjeros, debido a los muchos pecados de la comunidad. Acusaba a los reyes y
las familias de los poderosos de haber violado el pacto con Dios, robando al
pueblo inocente. También acusaba al pueblo de haber caído en el pecado de la
idolatría, adorando a las divinidades de los pueblos extranjeros. Sus palabras
eran muy duras.
Jeremías anunció que los ejércitos extranjeros
invadirían Jerusalén: «Del norte se soltará el mal sobre todos los moradores de
esta tierra. Porque yo convoco a todas las familias de los reinos del norte,
dice Jehová; vendrán, y pondrá cada uno su campamento a la entrada de las
puertas de Jerusalén, junto a todos sus muros en derredor y contra todas las
ciudades de Judá (Jer. 1:14-15).
Y sobre la idolatría del pueblo, el
Profeta decía: «Cómo te he de perdonar por esto? Tus
hijos me dejaron y juraron por lo que no es Dios. Los sacié y adulteraron, y en
casa de prostitutas se juntaron en compañías. Como caballos bien alimentados,
cada cual relinchaba tras la mujer de su prójimo. ¿No había de castigar esto?,
dice Jehová. De una nación como esta, ¿no se había de vengar mi alma? Escalad
sus muros y destruid, pero no del todo; quitad las almenas de sus muros porque
no son de Jehová. Porque resueltamente se rebelaron contra mí la casa de Israel
y la casa de Judá, dice Jehová» (Jer. 5:7-11).
El pueblo estaba muy confundido. ¿Cómo discernir la verdad entre estos
dos mensajes? Los profetas de la corte del rey decían que Jerusalén no podía
caer en manos extranjeras. Pero Jeremías anunciaba juicio, diciendo: «No
confíen en esos que los engañan diciendo: ¡Aquí está el templo del Señor, aquí
está el templo del Señor!» (Jer. 7:4)
Los profetas acostumbraban acompañar sus mensajes con actos proféticos
que, de alguna manera, ilustraban sus enseñanzas. Jeremías hizo varios actos
proféticos, pero quizás el más memorable es el que hizo en la casa del
alfarero.
Jeremías escuchó la voz de Dios que le decía: «Levántate y desciende a
casa del alfarero, y allí te haré oír mis palabras» (18:2). Al llegar allí, el
profeta vio al alfarero de la vecindad que estaba trabajando en el torno.
El torno de alfarero es una máquina que
tiene una superficie redonda y plana (también llamada la «platina») sobre un
eje que la hace girar. Sobre la platina, el alfarero modela o tornea el barro
con las manos mojadas en una substancia llamada «barbotina» (una pasta con alto
contenido de agua). El artesano moldea el barro por medio de apretones y
estiramientos.
En la
antigüedad, el torno era movido por el pie del alfarero, que actuaba sobre una
pesada rueda de madera. Esto le daba al sistema suficiente inercia para girar
constantemente a pesar de la presión y el freno que ejercía el alfarero sobre
el barro.
Mientras el profeta veía al alfarero trabajar, notó que la vasija le
estaba saliendo mal (v. 4). Entonces, usando el mismo barro, el alfarero unió
la masa y volvió a empezar. Esta vez, la vasija quedó bien y el alfarero pudo
colocarla en el horno (v. 5).
En ese momento, Dios volvió a hablarle al profeta, diciendo: «¿No
podré yo hacer con vosotros como este alfarero, casa de Israel?, dice Jehová.
Como el barro en manos del alfarero, así sois vosotros en mis manos, casa de
Israel.» (v. 6).
Ese día el pueblo de Judá comprendió el mensaje que Dios le había dado
a Jeremías. Dios no deseaba destruir a su pueblo. Del mismo modo que el
alfarero podía hacer otra vasija de la misma masa de barro, Dios quería darle
una nueva forma a su pueblo. Como el alfarero no desecha el barro, Dios no
deseaba desechar a su pueblo.
Dios desea que su pueblo comprenda que ha pecado y que, arrepentido,
regrese a la comunión con Dios. Dios no desea destruir a su pueblo, como
tampoco desea substituirlo por otro pueblo. Dios desea darnos una forma nueva,
un camino nuevo, un futuro nuevo.
Lamentablemente, el pueblo de Judá no
cambió sus caminos y terminó oprimido por los babilonios. El liderazgo político,
cívico y religioso fue deportado a Babilonia, donde fue encarcelado en campos
de concentración. El liderazgo militar fue asesinado. Pasaron varias décadas
antes que el pueblo judío pudiera volver a su tierra.
Lamentablemente, muchas personas hoy
leen este pasaje como una pieza arqueológica. Lo ven como una reliquia del
pasado, que habla de las tribulaciones del antiguo pueblo de Israel. No piensan
que tiene pertinencia alguna para sus vidas.
Yo les propongo otro camino. Leamos este
pasaje bíblico como lo que es: palabra de Dios para nosotros hoy. Dios le dice
hoy a nuestro pueblo que debe mejorar sus caminos y sus obras si quiere un
futuro de paz y prosperidad. Por mucho tiempo nos hemos amparado en la idea de
que «nada malo nos puede pasar». Mientras tanto, el crimen arropa nuestra tierra,
derramando la sangre de personas inocentes.
Basta ya; basta ya de usar el nombre de
Dios en vano para justificar nuestros excesos. La corrupción tiene un precio
muy alto. La crisis de valores que carcome nuestro pueblo nos está matando a
plazos cómodos. Si no cambiamos nuestros caminos, enfrentaremos el juicio de
Dios.
La buena noticia es que el juicio de
Dios no destruye, sino que transforma. Dios no quiere destruirte, sino que
quiere darle una vida nueva.
Dios no quiere destruir a la iglesia, sino que
quiere transformarla en una comunidad de fe vibrante que bendiga a toda nuestra
comunidad tanto con sus palabras como con sus obras de misericordia.
Dios no quiere destruir al pueblo, sino que quiere darle un nuevo futuro, en el nombre del Señor. AMÉN.
En este episodio de PREDIQUEMOS exploramos la obra de Cristo, enfocando su “triple oficio” como profeta, sacerdote y rey. Para ver más episodio de nuestro podcast, visite www.prediquemos.com
En esta ocasión consideramos algunas de las lecciones que ofrecen las narrativas del Profeta Eliseo, que se encuentran en 2 Reyes, sobre el liderazgo cristiano. Veremos que el liderazgo efectivo requiere visión & misión.
“¡Nuestro bálsamo no proviene del árbol del terebinto, sino del árbol de la cruz!
¡No es resina de árbol tallado, sino la sangre de aquel que “herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53.5)!
¡Es la sangre de Jesucristo, el hijo de Dios! Y por eso la Iglesia de Jesucristo hoy proclama sin temor que “hay bálsamo en Galaad”, en el nombre del Señor. AMÉN”
Tema:Jesucristo cumple el “triple oficio” de ser profeta, sacerdote y rey.
Área: Desarrollo espiritual
Propósito: Explorar quién es Jesucristo.
Diseño: Temático
Lógica: Deductiva
Introducción
Las encuestas lo dicen con toda claridad. Las nuevas generaciones no creen en iglesias, ni en instituciones religiosas ni en sus líderes. La gente hoy ya no cree en la religión.
Sin embargo, esas mismas encuestas también reflejan que Jesús de Nazaret sigue siendo una de las figuras más respetadas, y amadas y admiradas de la historia. Para decirlo con toda claridad: Hoy la mayor parte de la gente cree en Jesús, pero no creen en la iglesia.
El problema es que el conocimiento que esas nuevas generaciones tienen de Jesús es limitado. A pesar del aprecio que le tienen a su figura, la gente que dice admirarle no sabe quién es Jesús. No conoce su historia ni comprende sus enseñanzas.
Declaración del tema
Esto nos lleva a plantear una pregunta crucial: ¿Quién es Jesús?
Aunque hay varias maneras de responder a esa pregunta, hoy responderé usando un acercamiento muy viejo, pero siempre vigente, sobre quién es Jesucristo. Es tan viejo que hunde sus raíces en los escritos de Eusebio de Cesarea, el primer historiador de la Iglesia Antigua, y en la reflexión de Juan Calvino, el gran teólogo de la Reforma Protestante. Me refiero a la doctrina conocida como el Triple Oficio de Cristo. Esta perspectiva afirma que Jesucristo cumple tres roles cruciales en la historia de la salvación: Jesucristo es profeta, sacerdote y rey.
Transición
Pasemos a considerar cada uno de los “oficios” de Cristo, de acuerdo a esta forma de entender su vida y su ministerio.
Puntos a desarrollar
A. Jesús es el profeta por excelencia
En primer lugar, esta doctrina afirma que Jesús es el profeta por excelencia.
Un profeta es una persona que habla en nombre de Dios, llamando al pueblo a la fidelidad. Su mensaje no siempre habla del futuro. Por lo regular, menciona el futuro solo cuando afirma que Dios ha de hacer algo extraordinario o cuando advierte sobre el posible juicio que acarrea la infidelidad a Dios.
Jesús es el profeta por excelencia por dos razones. Primero, es de quien hablan y en quien se cumplen las profecías del Antiguo Testamento. Por ejemplo, en Mateo 2 encontramos el relato de la visita de los Magos, que recalca el cumplimiento de las profecías en Jesús.
Jesús nació en Belén de Judea en los tiempos del rey Herodes. En aquel tiempo, unos sabios que venían desde el oriente llegaron a Jerusalén y preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en el oriente, y venimos a adorarlo.” Cuando el rey Herodes oyó esto, se turbó, y toda Jerusalén con él. Convocó entonces a todos los principales sacerdotes y a los escribas del pueblo, y les preguntó dónde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: «En Belén de Judea; porque así está escrito por el profeta: “Y tú, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un guía que apacentará a mi pueblo Israel.”
Mateo 2.1-6
Segundo, Jesús es el poderoso profeta que habla de Dios como nadie lo ha hecho jamás. Esto lo vemos en pasajes bíblicos tales como Juan 7.45-46.
Los guardias fueron adonde estaban los principales sacerdotes y los fariseos, y éstos les dijeron: “¿Por qué no lo han traído?” Los guardias respondieron: “¡Nunca antes alguien ha hablado como este hombre!”
B. Jesús es el gran Sumo Sacerdote
El segundo oficio de Cristo es el de sacerdote.
El sacerdote es la persona dedicada y consagrada a hacer, celebrar y ofrecer sacrificios ante Dios. Además, es la persona que sirve como mediador entre Dios y la humanidad.
Jesús es “sacerdote” porque fue la víctima perfecta ofrecida en sacrificio perfecto ante Dios. Dado que Jesús dio su vida voluntariamente, cumplió con el rol de “sacerdote” y con el rol del cordero ofrecido en sacrificio ante Dios.
Lo que es más, Jesús viene a ser el gran Sumo Sacerdote que intercede ante Dios por todos nosotros.
Por lo tanto, y ya que en Jesús, el Hijo de Dios, tenemos un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, retengamos nuestra profesión de fe. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado.
Hebreos 4.14-15
Hebreos afirma contundentemente que Jesús es el mediador entre Dios y la humanidad
Pero nuestro Sumo Sacerdote ha recibido un ministerio mucho mejor, pues es mediador de un pacto mejor, establecido sobre mejores promesas.
Hebreos 8.6
C. Jesús es Rey
En tercer y último lugar, Jesús cumple con el oficio de ser rey de todo lo creado.
Un rey es el monarca soberano de un reino. En este caso, Jesús es el príncipe del Reino de Dios. Ese reino marca la presencia y el gobierno de Dios sobre el mundo.
Jesús es rey porque “Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios el Padre” (Fil. 2.9-11).
El libro de Apocalipsis anticipa la victoria final que Jesús, nuestro rey, tendrá sobre las fuerzas del mal, del pecado y de la muerte. El texto dice:
Entonces vi el cielo abierto, y había un caballo blanco. El que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Sus ojos eran como llama de fuego, en su cabeza tenía muchas diademas y tenía escrito un nombre que ninguno conocía sino él mismo. Estaba vestido de una ropa teñida en sangre y su nombre es: La Palabra de Dios. Los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, lo seguían en caballos blancos. De su boca sale una espada aguda para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro. Él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso. En su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de señores.
Apocalipsis 19.11-16
Conclusión
En resumen, la doctrina cristiana nos enseña que Jesús es profeta, sacerdote y rey.
Es profeta porque nos enseña la palabra de Dios.
Es sacerdote porque intercede ante Dios por nosotros.
Y es rey porque ha vencido a los poderes del mal.
¡Celebremos hoy la obra de Cristo y confesémosle como Señor y Salvador, en el nombre de Jesús! AMÉN
Tema: Dios salvará a su pueblo usando los pocos recursos que tenemos en nuestras manos.
Área: Desafío profético
Propósito: Dar ánimo y esperanza a nuestro pueblo.
Diseño: Sermón expositivo, para la cuarta semana de Adviento.
Lógica: Inductiva
Les regalo este manuscrito de sermón esperando que alguien lo predique en su congregación. Si lo hacen, le ruego que me envíe un mensaje comentando cómo la audiencia lo recibió. ¡Dios les cuide!
Muchas veces las personas que enfrentan las más grandes adversidades de la vida se conviertan en nuestras maestras. De una manera u otra, nos enseñan a vivir. Nos vemos reflejados en su dolor y comprendemos nuestro “poco” comparado con el “mucho” de ellas. Y así descubrimos lo mucho que tenemos.
He estado meditando sobre esto recientemente porque una pastora amiga, que está gravemente enferma, recientemente escribió una frase en las redes sociales que me sacudió. Traducida al español, la frase dice: “Es difícil vivir rodeado de gente que solo desea sobrevivir”.
La frase me sacudió por dos razones. Por un lado, afirma el deseo de vivir que tiene esta valiente sierva de Dios. Por otro lado, dice una gran verdad: hay personas que solo están empeñadas en sobrevivir.
No disfrutan la vida a plenitud.
No valoran la hermosura de un nuevo día.
No pueden ver el futuro con esperanza.
Solo están empeñadas en sobrevivir un día más.
En tiempos de crisis
Este sentimiento es común en tiempos de crisis, como el que vive nuestra sociedad. Como desgraciadamente me he visto obligado a decir centenares de veces, la crisis social puertorriqueña es larga, es vieja y es pesada. Nuestro país sufre una crisis integral que afecta todas las áreas de nuestra vida comunitaria.
La economía está en crisis.
La ética gubernamental está en crisis.
La seguridad pública está en crisis.
La familia está en crisis.
Y la salud mental está en crisis.
Quizás lo que hace más dura la crisis es que, al examinar nuestras vidas, comprendemos que los recursos que tenemos para lidiar con la crisis son relativamente pocos. Las herramientas que tenemos en nuestras manos parecen sencillas, pobres y hasta torpes para enfrentar los enormes problemas que la vida nos presenta.
Miqueas en su contexto histórico
El pueblo de Israel pasó por problemas similares. El estado de Israel, aun en su momento de mayor esplendor, era un reino pequeño. En particular, era pequeño comparado con los grandes reinos de Egipto, de Asiria y de Babilonia. La situación se agravó con la división del Reino, que dejó 10 tribus en el Reino del Norte, cuya capital era Samaria, y 2 tribus en el Reino del Sur, cuya capital era Jerusalén.
¿Cómo enfrentar las presiones internacionales?
¿Cómo luchar contra ejércitos tan grandes?
¿Cómo pagar el tributo, los impuestos, que imponían los grandes imperios?
El profeta Miqueas habla de todos estos temas en su libro. El mismo contiene dos tipos de profecías. Por un lado, contiene profecías de juicio contra el Reino del Norte, contra el Reino del Sur y contra los líderes políticos y religiosos de ambos pueblos. Por otro lado, contiene profecías de vida y salvación.
Quizás la profecía más dura es aquella que habla de cómo el Reino del Sur sería conquistado por el Imperio Babilónico. ¿Por qué? Porque ese Imperio acostumbraba llevarse presa toda la clase dirigente de los países conquistados a Babilonia, condenándoles a vivir en campos de concentración.
Escuchen lo que dice Miqueas 4.10 al 5.1:
¡Pues sufre y llora, hija de Sión, con dolores de parturienta, porque ahora vas a salir de la ciudad, y vivirás en el campo, y llegarás hasta Babilonia. Allí serás liberada; allí el Señor te salvará del poder de tus enemigos. Muchas naciones se han juntado ahora contra ti, y dicen: “¡Que Sión sea profanada! ¡Que se nos conceda ver eso con nuestros propios ojos!” Pero esas naciones no conocen los planes del Señor; no entienden sus designios, ni que él los junta como a manojos de trigo, para trillarlos. ¡Levántate y tríllalos, hija de Sión! ¡Yo te daré cuernos de hierro y garras de bronce, para que desmenuces a muchos pueblos! Y las riquezas que les arrebates las consagrarás al Señor de toda la tierra. ¡Levanta murallas a tu alrededor, ciudad de guerreros, porque nos han sitiado y con su cetro golpearán al juez de Israel en la mejilla.
De ti saldrá
Es precisamente después de esta profecía de juicio que encontramos una promesa de vida y salvación. Y no es meramente “una promesa”, es la promesa de que Dios habría de enviar un salvador a redimir a su pueblo de todos sus sufrimientos.
La promesa se encuentra en Miqueas 5.2 hasta la primera parte del versículo 5, y dice de la siguiente manera:
Tú, Belén Efrata, eres pequeña para estar entre las familias de Judá; pero de ti me saldrá el que será Señor en Israel. Sus orígenes se remontan al principio mismo, a los días de la eternidad. El Señor los entregará hasta el momento en que dé a luz la que ahora está encinta y el resto de sus hermanos vuelva con los hijos de Israel. Se levantará para guiarlos con el poder del Señor, con la grandeza del nombre del Señor su Dios; y ellos vivirán tranquilos porque él será engrandecido hasta los confines de la tierra. Y él será nuestra paz.
Belén es una ciudad del sur de Israel, ubicada a pocas millas de Jerusalén. Era la ciudad de donde surgió David, el más grande rey de Israel. La región también era conocida por el nombre “Efrata”, que de acuerdo a 1 Crónicas 2.50 fue la madre un hombre llamado Belén, hijo de Judá, que le dio nombre a la ciudad.
Hasta el sol de hoy, Belén es una ciudad pequeña. Y el texto dice que de ella saldrá un bebé que llegará a guiar a su pueblo “con el poder del Señor, con la grandeza del nombre del Señor su Dios; y ellos vivirán tranquilos porque él será engrandecido hasta los confines de la tierra” (v. 4). Ese bebé traerá la paz (v. 5).
Empero, una vez más, encontramos el mismo problema. ¿Qué puede hacer un bebé tan pequeño para corregir los enormes males que enfrenta la sociedad?
Un país pequeño y sin recursos.
Una ciudad pequeña alejada de los centros de poder.
Un bebé indefenso que acaba de nacer.
Conclusión
Parece que no tenemos nada en nuestras manos. Sin embargo, la promesa de Dios persiste: Dios salvará a su pueblo usando los pocos recursos que tenemos en nuestras manos. ¿Por qué? Porque lo poco de Dios es mucho más que lo abundante del mundo y que los recursos de los hombres.
La Iglesia entiende que esta profecía se cumplió a cabalidad con el nacimiento de Jesús de Nazaret, a quien confesamos como Señor y salvador. Sobre la base de esta profecía, podemos ver el futuro con esperanza, no importa lo nefasto que pueda parecer. ¿Por qué? Porque el nacimiento de Jesús de Nazaret nos capacita para vivir, no meramente para sobrevivir.