El año cuando dejamos de ser humanos

El año cuando dejamos de ser humanos es un ensayo sobre las raíces del racismo y la discriminación racial en las Américas.

El año cuando dejamos de ser humanos
San Juan, PR
San Juan, PR

Cuando los europeos llegaron por primera vez al Caribe estaban completamente perdidos. Al principio, pensaron que habían llegado a la India, lo que explica por qué las islas todavía se llaman «Las Indias Occidentales». Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que estaban equivocados.

Según el Derecho Internacional, un país no puede invadir otra nación sin una razón válida. Esta situación desencadenó una pregunta fundamental: ¿Son los indígenas plenamente humanos? Si lo fueran, entonces España tendría que reconocer sus territorios como naciones y relacionarse con ellos de acuerdo con el Derecho Internacional. Sin embargo, si no eran completamente humanos, las tierras estaban «inhabitadas» y España podría reclamarlas como suyas.

Durante estos años, algunos filósofos habían comenzado a teorizar que las personas «de color» tenían un origen diferente al de los «caucásicos». Pensaban que la «gente blanca» descendía de Adán y Eva, mientras las personas «de color» descendían del mono. De acuerdo con estas teorías, solo los caucásicos eran completamente humanos, ya que las personas de color eran humanoides o primates altamente evolucionados.

¿Quién podría resolver la disputa? Entendiendo que se trataba de una cuestión metafísica, la Corona española llamó a la Iglesia a dirimir el asunto. Las deliberaciones comenzaron en 1511 y se extendieron hasta 1512. Juan López de Palacios Burgos y Matías de Paz escribieron trabajos defendiendo la idea de que la Iglesia tenía derechos espirituales sobrenaturales que reemplazaban a los derechos naturales. Por lo tanto, la Iglesia podría comisionar a los dueños de haciendas—llamados «Encomenderos»—a «evangelizar» a grupos de pueblos indígenas, que debían demostrar su «gratitud» por el «don de la salvación» trabajando en las haciendas sin salario, solo por alojamiento y comida. Por supuesto, el sistema de las «Encomiendas» era simplemente otra forma de esclavitud.

En 1512, concretamente el 27 de diciembre, el rey Fernando II firmó un documento titulado Las Capitulaciones de Burgos. El documento detallaba las leyes que regularían el manejo de las tierras y las relaciones con los indígenas del «Nuevo Mundo». Las Capitulaciones establecieron claramente que los habitantes de las Américas eran efectivamente humanos. Sin embargo, tenían que someterse (o ser sometidos por la fuerza) a los españoles. El documento también legitimó el uso de la violencia para «evangelizar» a los indígenas. Los conquistadores solo tenían que leer un documento que les «requería» convertirse —titulado «Requerimiento»— antes de emprender la guerra. Por supuesto, el documento estaba escrito y era leído en español, idioma ajeno a los grupos indígenas. Así se legitimaba el uso de la violencia contra los indígenas.

En conclusión, 1512 es el año en que los habitantes del Caribe dejaron de ser plenamente humanos a los ojos de la Iglesia. Eran considerados personas de «segunda clase», cuya inteligencia era limitada. Eran vistos como «niños» que necesitaban estar bajo la tutela de los Conquistadores, lo que explica por qué a los nativos varones adultos se les llamaba «muchachos».

Desde un punto de vista teológico, lo más triste es que este proceso racista fue facilitado por la Iglesia, que prestó a sus teólogos para crear el mito de la inferioridad moral e intelectual de las personas de los grupos indígenas y, eventualmente de los africanos, para legitimar la guerra, el genocidio y la esclavitud. Hoy lamentamos la forma como la Iglesia manchó su testimonio legitimando ideologías y acciones indefendibles. Como parte de la Iglesia, a través del tiempo y el espacio, también nos arrepentimos y pedimos perdón, en el nombre de Jesucristo.

La buena noticia es que, dentro de la misma Iglesia, hubo brillantes voces de esperanza que afirmaron la plena humanidad de los pueblos indígenas. Sacerdotes católicos, como Antonio de Montesinos, confrontaron valientemente a los hacendados en sus sermones y en sus prácticas pastorales. Más adelante en el siglo, Bartolomé de Las Casas se convirtió en el «apóstol» de los pueblos indígenas y otras órdenes católicas sirvieron a los grupos indígenas en América del Sur. Incluso en el «valle de las sombras de la muerte», la Iglesia siempre ha tenido profetas de esperanza que proclaman el Evangelio liberador de Jesucristo.

Tomando estas dos opciones como paradigmas, hoy Dios llama a la iglesia a fomentar el amor, la unidad y la esperanza, afirmando la humanidad plena de toda persona, particularmente de las deshumanizadas por los poderes del mal, del pecado y de la muerte. Proféticamente, celebramos el triunfo definitivo del Dios de la Vida, pues «la salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero» (Ap. 7.10b).

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