Primera de las Siete Palabras: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen

La primera palabra es:

Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. (Lucas 23.34)

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La primera frase nos revela la bondad de Jesús. En el momento de agonía y de muerte, su primera palabra es una oración dirigida—en forma personal—al Padre celestial; oración por medio de la cual intercede aún por los asesinos que le crucificaban.

Jesús llama a Dios “Padre”, hablándole en forma íntima y personal. Jesús le llama “padre” para subrayar su profunda comunión con el Creador de todo. Y en su oración al Padre, pide misericordia para sus victimarios.

Jesús intercede por aquellos soldados que se repartían sus vestidos al pie del árbol de la cruz y echaban suertes sobre su manto. Soldados que “no sabían lo que hacían” porque sólo obedecían la férrea disciplina militar del ejército romano. Sólo seguían las órdenes de Pilatos, el gobernador militar. Este había cedido a las presiones políticas de los líderes religiosos que deseaban ver muerto al profeta galileo. Por eso hoy los soldados asesinan a Jesús, considerándolo un reo más; otro condenado a muerte por el regente romano.

Jesús intercede, además, por aquellos que le condenaron. En su oración, el caminante de Nazaret intercede ante Dios por Pilatos, quien le condenó a cruz después de una profunda lucha consigo mismo. Del mismo modo, intercede por Herodes Antipas, el desquiciado gobernante que veía a Jesús como la reencarnación de Juan el Bautista.

Jesús intercede por los fariseos y los saduceos—los líderes religiosos de la época—quienes le mataban pensando que hacían un servicio a Dios. El Maestro pide por aquellos religiosos que en su esfuerzo de salvarse a sí mismos, se encuentran de frente con Dios en la persona de Jesucristo. Lo contradictorio es que una vez encuentran al Dios encarnado, en vez de adorarle deciden asesinarle.

Jesús intercede por la masa del pueblo, por esa muchedumbre que aún hoy es llevada de un lado para otro por cualquier líder hábil que presente lo malo como bueno y lo bueno como malo.

En fin, Jesús intercede desde la cruz por la humanidad perdida, dejando claro que esa será su labor por toda la eternidad: el representar a la humanidad ante el Padre celestial. En este sentido, Jesús intercede por ti, por mí, por todos nosotros delante de Dios. Intercede porque cuando pecamos contra Dios y el prójimo, tú y yo tampoco “sabemos lo que hacemos”.

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Segunda de las Siete Palabras: Hoy estarás conmigo en el paraíso

La segunda palabra es:

Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso. (Lucas 23.43)

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Imaginen el cuadro: el justo, el fiel, el verdadero, el santo de Dios está crucificado entre dos criminales en el monte de la calavera.

Y si digo “criminales” es por una razón justificada. La cruz era el castigo más violento y despiadado que se conocía en el mundo romano. Al crucificado se le colocaba en lo alto de una cruz para morir asfixiado por el peso de sus músculos desgarrados sobre su pecho. En la cruz, el hambre, la sed, la infección y la gangrena carcomían al condenado. Además, los judíos consideraban que cualquier persona crucificada quedaba “maldita” por la ley de Moisés (Dt. 21.22-23). Por eso le crucificaban alto, para que no contaminara la tierra. Por estas razones sólo eran crucificados los extranjeros, los sediciosos y los criminales más despiadados; porque el castigo de la cruz era algo inhumano.

Jesús es colocado en el Gólgota entre dos crucificados; es llevado a lo alto del monte de la cruz entre dos malhechores que padecían justamente, según confiesa uno de ellos (v. 41).

El cuadro es interesante. En el momento en que los tres condenados a padecer fueron elevados en sus cruces, comienza una dolorosa conversación. Uno de los criminales se burla de Jesús, sugiriéndole que se salve a sí mismo y que le salve a él también. El malhechor le pide a Jesús que haga un milagro, que llame a sus discípulos, en fin, que haga algo para detener la ejecución. Entonces entra en escena el otro criminal, quien reprende al primero por equipararse con Jesús. Después de callar a su compañero, se dirige a Jesús, hablando seguramente con gran dificultad. Este otro criminal reconoce la grandeza de Jesús y le pide “posada”; le pide humildemente que se acuerde de él cuando venga en su reino.

Si, lo oyeron bien, el primero en reconocer al Crucificado como Señor fue otro crucificado. Un marginado, desecho por la sociedad, es quien recibe la revelación divina que le permite reconocer en Jesús al Mesías prometido. A este compañero de cruz, Jesús le ofrece la esperanza de vida eterna. Y esta vida no se pospone a un futuro lejano. La vida abundante que Jesús ofrece comienza aquí y ahora.

Esta es una buena noticia para toda aquella persona que ha sufrido en la vida. Todos aquellos que han sido “crucificados” por el dolor, la pobreza, el desamor y el sufrimiento, pueden encontrar la vida plena en Jesús.

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Tercera de las Siete Palabras: Mujer, he ahí tu hijo

La tercera palabra es:

Cuando vio Jesús a su madre y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa. (Juan 19.26-27)

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De todos los discípulos de Jesús, sólo uno estuvo con él durante el proceso judicial. Pero, para ser justos, debemos decir que no tuvo que enfrentarse a las autoridades judías ni a las romanas. La tradición nos dice que entró al patio de la casa del Sumo Sacerdote porque conocía a su familia. Este discípulo fiel es llamado “el discípulo amado” en el evangelio que lleva su nombre. Allí se indica que su relación con Jesús era tan cercana que acostumbraba recostar su cabeza sobre el pecho del Maestro. Este discípulo amado no es otro que Juan, el mismo que recibió a María en su casa después de la muerte de Jesús.

Muchas conjeturas se han hecho sobre por qué Jesús le encomendó el cuidado de su madre a Juan. Algunos dicen que sucedió porque José había muerto, lo cual probable. Otros dicen que sucedió porque Juan era hijo de Zebedeo y Salomé, la hermana de María. Por lo tanto, Juan era primo-hermano de Jesús. Esto también es probable. Pero se me antoja pensar que la razón es aún más profunda. Veamos lo que dice el Evangelio de Juan, capítulo 7, versículo 5: “Porque ni aún sus propios hermanos creían en él [Jesús]”.

María fue encomendada por Jesús a su discípulo Juan porque fue rechazada por su familia a causa de su fe. La madre fue echada a un lado por la falta de fe de sus hijos.

Esto tiene dos ribetes importantes. En primer lugar, vemos una vez más que el Evangelio es un mensaje para aquellas personas que son rechazadas. Es palabra de Dios para quienes no tienen lugar en la sociedad. Es buena noticia para el que está desamparado y necesita consuelo, ayuda, protección y abrigo. Al morir Jesús, María quedaba desamparada. Por eso Jesús le brinda protección.

Sí, escuchó bien, el Crucificado aún en su dolor puede consolar y proteger al desamparado.

En segundo lugar, debemos señalar que la experiencia de María y Juan es la vivencia de muchos de nosotros. Nuestra familia más cercana es la familia de la fe. Al colocar a su propia madre al cuidado de un discípulo suyo, Jesús inaugura una nueva comunidad: la iglesia. Esa iglesia de Cristo es la que ama y cuida al necesitado; la que se preocupa por el desamparado; la que consuela al afligido. Esa es la iglesia donde todos somos hermanos y hermanas, en el nombre del Señor.

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Cuarta de las Siete Palabras: ¿Por qué me has desamparado?

La cuarta palabra es:

Y a la hora novena Jesús clamó a gran voz, diciendo: ¡Eloi, Eloi! ¿lama sabactani? (que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?). (Marcos 15.34)

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En este momento, llegamos al punto más profundo de la cruz: Jesús se siente desamparado por su Dios, su padre.

Este es probablemente el texto más misterioso de los siete que estamos explorando hoy. ¿Cómo es posible que Dios abandone al justo? ¿Cómo es posible que el Padre abandone al Hijo amado en el cual se complace? ¿Cómo es posible que Dios se desampare a sí mismo?

Aquí tocamos el misterio de la encarnación. Jesús, en su vida terrenal, nunca se identificó con los poderosos; nunca se identificó con los grandes de este mundo. ¡Todo lo contrario! Nació humilde, en un establo, hijo de una familia pobre. Vivió en una pequeña aldea galilea, no en la grandeza de Jerusalén. Y en el momento en que Satanás le tienta, ofreciéndole los reinos del mundo, Jesús toma una decisión.

  • Le dice NO a la riqueza,
  • Le dice NO al poder,
  • Le dice NO a los príncipes de este mundo.

Su opción es por otro reino, el de Dios. Entonces se lanza a predicar diciendo: “El tiempo se ha cumplido; arrepentíos y creed en el Evangelio” (Mr. 1.15).

Este nuevo reino se distingue de los reinos de este mundo porque afirma que la justicia y la paz de Dios han comenzado a manifestarse en la tierra. Y en esa manifestación, Dios viene a identificarse con el ser humano pecador y desamparado.

  • Por eso Jesús sana enfermos;
  • Por eso echa fuera demonios;
  • Por eso consuela al triste;
  • Por eso predica el evangelio a los pobres.

El reino nos llama a identificarnos con la persona perdida y desamparada.

Creo que ahora podemos comenzar a entender el significado de las palabras del crucificado. Jesús cita el Salmo 21.1 porque vino a identificarse con el ser humano perdido; con la persona pecadora, con aquel que está separado de Dios, con quien se sabe imposibilitado de alcanzar salvación.

En este sentido, el grito de Jesús en la cruz tiene el propósito de señalar el abismo que existe entre Dios y la humanidad. Al clamar en desamparo, Jesús revela que en el sentido más profundo de la palabra todos nosotros somos desamparados. Todos estamos necesitados de salvación.

Por lo tanto, Jesús vino a identificarse contigo y conmigo. Su desamparo es nuestro desamparo. Su muerte es el castigo que debimos llevar tú y yo.

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Quinta de las Siete Palabras: ¡Tengo sed!

La quinta palabra es:

Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliera: ¡Tengo sed! (Juan 19.28)

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La quinta palabra no puede ilustrar mejor la humanidad de Jesucristo. El crucificado no es un fantasma que aparenta sufrir en la cruz. Jesús no es una aparición que cumple una formalidad en el plan divino. Jesús de Nazaret es un ser humano verdadero. Su dolor fue tan real como el nuestro; su sufrimiento tan duro como el de cualquier otra persona.

Jesús tiene sed. Tiene sed para que se cumplan las profecías: «Y mi lengua se pegó a mi paladar» (Sal 22.15); «Y en mi sed me dieron a beber vinagre» (Sal 69.21).

Su sed es real. Es la sed de un torturado que se levanta en el árbol de la cruz en representación de todo el género humano.

Ahora bien, escondido en este episodio hay un pasaje que considero pertinente para nuestro contexto. El Evangelio de Marcos afirma que el vinagre que le ofrecen a Jesús es la cruz es vino mezclado con mirra (15.23). En el mundo antiguo, esta mezcla se hacía con el propósito de endrogar al penitente. Se le daba el brebaje para que la pena del crucificado no fuera tan amarga. Al parecer, se entendía que el vino podía ayudar al crucificado a olvidar su dolor.

¿No les parece conocido este cuadro? Nuestro país vive momentos tan amargos que muchas personas desean escapar de la realidad. Por eso tantas personas abusan del alcohol, de las drogas ilegales y de los medicamentos recetados. Están buscando medicina que cure el alma; y la están buscando en los lugares equivocados. Por eso tantas personas buscan en la música, en el baile y en el “vacilón”, la felicidad que no encuentran en sus vidas diarias. Lo que es más, por eso tantas personas buscan en la iglesia un escape para sus problemas. Estas quieren una adoración que le ayude a desconectarse del mundo; no una que les ayude a confrontar las situaciones difíciles en el nombre del Señor.

Pero el Crucificado nos enseña otro camino. Jesús no escapó de las situaciones difíciles, al contrario, “afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (Lc. 9.51b). Aun sabiendo que en Jerusalén podría encontrar la muerte; aun sabiendo que en Sión le esperaban sus enemigos, Jesús va a la Ciudad Santa a enfrentar su futuro.

En el momento difícil de Getsemaní enfrenta la copa amarga y enfrenta la turba que viene a arrestarle. Y enfrenta estas situaciones con valentía, sin la violencia de Pedro y sin la cobardía de los discípulos que huyeron.

Después va a la cruz. Y aún allí, en el agudo dolor del madero, se niega a escapar. Se niega a tomar el vino drogado. Se niega a dejarse vencer por la cobardía. Jesús sabe que la única manera de vencer los problemas es dándoles el frente.

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Sexta de las Siete Palabras: ¡Consumado es!

La sexta palabra es:

            Cuando Jesús tomó el vinagre, dijo: ¡Consumado es! (Juan 19.30)

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Dos palabras. Nunca dos palabras habían dicho tanto como éstas. Nunca una frase tan corta había tenido un sentido tan profundo como ésta.

“Consumado es.” Esta es una declaración de victoria. La obra salvífica de Jesús estaba sellada. El mundo perdido ahora tiene oportunidad de salvación. Jesús ha obedecido al Padre hasta lo sumo y éste lo ha declarado “Hijo de Dios con poder”, como dijo el Apóstol Pedro en Hechos 2. Con obediencia perfecta, Jesús ha demostrado que el mal no es absoluto; que es posible vivir en comunión con Dios. Con su obediencia perfecta, Jesús ha llevado la humanidad hasta el seno del Padre. Ahora la humanidad tiene en Jesús un intermediario, un intercesor.

Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, pero alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.

Hebreos 4.14-16

“Consumado es” es la declaración de la derrota del mal. Ya la vida ha triunfado sobre la muerte. Ya la esperanza ha triunfado sobre el dolor. Ya la justicia ha triunfado sobre el pecado. Ya Dios ha triunfado sobre el Adversario y sus huestes del mal. Ahora:

…ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo alto, ni lo bajo, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada podrá separarnos del amor de Dios, que es en Cristo Jesús.

Ro 8.38-39

Pero, en un sentido más profundo, “consumado es” significa que ya no hay abismo. El grito de Jesús desde la cruz le dice al mundo que el abismo que creó el pecado entre Dios y el ser humano ya no existe. Ahora hay un punto de contacto entre la divinidad y el género humano. La cruz es el puente.

La cruz es el puente que lleva al ser humano hasta la presencia de Dios. La cruz de Jesús ha revelado la justicia divina y ahora es posible ser salvo por gracia. La salvación es, pues, don divino; regalo de vida para todo aquel que cree.

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Séptima de las Siete Palabras: En tus manos encomiendo tu espíritu

Séptima de las Siete Palabras, para el viernes de la semana santa: En tus manos encomiendo tu espíritu, Lucas 23.46.


La séptima palabra es:

Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo tu espíritu. Habiendo dicho esto, expiró. (Lucas 23.46)

las siete palabras

Media – Las Siete Palabras

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Texto

Después de haber cumplido su obra en el mundo, ¿qué le resta a Jesús? Sólo queda invocar al Padre para ser restaurado a la gloria que tuvo con él desde “antes que el mundo existiera” (Jn 17.5).

Jesús vuelve a llamar a Dios “Padre”, en forma íntima y personal. Probablemente usó la palabra aramea “abba” para referirse a Dios en esta ocasión. Esta es la misma palabra que aparece en Romanos 8.15 y Gálatas 4.6. Este vocablo se utilizaba sólo en la intimidad del hogar, ya que implica una íntima relación de amor y cariño sentido. En este sentido, es como si Jesús llamara a Dios “papi” o “papito”, como un bebé llama a su padre.

Jesús invoca al Dios “Padre” para volver a él, para entregarle su espíritu. De este modo, se cumple la profecía del Salmo 22.8: “Se encomendó a Jehová: líbrele él; sálvele, puesto que en él se complacía”.

Jesús se entrega a Dios para ser restaurado, para ser reivindicado ante los ojos de los pecadores que le habían llevado a la cruz. En una palabra, Jesús se entrega a Dios para ser levantado de entre los muertos por medio del poder del Espíritu Santo.

El Galileo no quedó colgado en la cruz. Fue sepultado el viernes en la tarde, pero no resucitó hasta el domingo—día del Señor—en la mañana.

El Hijo entrega su espíritu al Padre en esperanza. Con la esperanza de resucitar de entre los muertos a una vida incorruptible. Y con su resurrección, Jesús abre el camino para toda aquella persona que cree. Y con él la iglesia tiene la esperanza gloriosa de vida abundante y eterna con su Señor. Desde ahora, nadie tendrá que morir en desesperanza.

Al leer este relato, una pregunta surge en mi mente. ¿Tendría yo la valentía necesaria para enfrentar la muerte con tanta valentía? ¿Tendría yo la fe necesaria para enfrentar la muerte con tanta paz? ¿Podría yo expirar confiado en quedar en las manos de Dios? ¿Podría yo? ¿Podría usted?

Conclusión

El viernes es el día de la muerte. Temprano en la tarde, el cuerpo de Jesús cuelga del madero. Ha expirado; ha muerto. Ha muerto

  • Por mis pecados,
  • Por tus pecados,
  • Y por los pecados de toda la humanidad.

En sus palabras finales ha resumido su obra salvífica. Jesús nos perdona, nos ofrece la gloria, nos da una nueva familia, afirma que ahora tenemos libre acceso a Dios, se identifica con nosotros y nos da esperanza de salvación.

Ahora sólo me resta invitarle a aceptar la invitación que Jesús nos hace desde la cruz. Jesús te invita a dejar atrás la vida vieja, a aceptar su perdón y a caminar hacia el futuro con esperanza. Jesús te invita a imaginar un nuevo futuro, dirigido hacia la vida plena que se encuentra cuando se vive en comunión con Dios. Jesús te invita. Jesús te invita.

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Un mandamiento nuevo – Un sermón para la Semana Santa

Texto: Juan 13:31-35

Tema: La presencia de Jesús se manifiesta a través del amor de la comunidad de discípulos y discípulas que es la Iglesia.

Área: Pastoral.

Propósito: Que la audiencia comience a entender el amor en términos prácticos.

Lógica: Inductiva.

Tipo: Expositivo (Preferiblemente para ser usado en la Semana Santa)

Para establecer el tono

Decir adiós no es fácil. Los momentos de despedida siempre tienen un tanto de tensión. Se sabe que después del adiós vendrá la separación, y procesar eso no es fácil.

Decir adiós es particularmente difícil cuando nos despedimos de personas que amamos. ¿Cuántos no hemos llorado alguna vez en la vida diciendo “adiós”? Más aún, ¿cuántos hemos tenido que decir adiós con señas, porque la tristeza nos impide la palabra?

Ahora bien, si decir adiós a un ser querido es difícil, decir adiós en forma definitiva a un ser querido es doloroso. Decir un último adiós quema el alma y nos deja un sabor amargo en la boca. Decir adiós cuando no se desea la separación nos deja pintados en negro, en medio de una profunda soledad.

El problema

Pero esos últimos “adiós” llegan –a veces sin pedir permiso– a la vida de todos. Y hasta en la vida de Jesús, llegó el momento de la despedida final.

Era el día antes de la Pascua (13:1) cuando Jesús se reunió con sus discípulos a cenar. En medio de esa cena, Jesús dio una última lección a sus seguidores al lavar los pies de sus discípulos, como si fuera un esclavo (13:2-20). Después, Jesús anunció la presencia de un traidor en medio del grupo selecto (13:21-30). Oportunidad que Judas aprovecho para abandonar el grupo.

Así llegamos a Juan 13:31. “Entonces, cuando hubo salido, dijo Jesús…” Este era el comienzo del fin. Jesús se sabía traicionado por uno de sus discípulos amados. La muerte no se haría esperar. Por lo tanto, era el momento de dar el paso dilatado hasta hoy. Era el momento de preparar a los discípulos para su ausencia. Era momento para el último adiós.

Hijitos, aún estaré con vosotros un poco. Me buscaréis; pero como dije a los judíos, así os digo ahora a vosotros: A donde yo voy, vosotros no podéis ir.

Juan 13:33

Así se planteaba el problema de manera clara y definitiva: Jesús se iría. Su partida era inminente. Entonces:

•¿Dónde quedaban los discípulos?

•¿Cuál sería el futuro de la comunidad fiel?

•¿Que pasaría con la misión que los discípulos debían realizar?

Preguntas como éstas azotaron la mente y el corazón de los discípulos. Sin embargo, ninguna de estas dudas era la principal. La pregunta básica de los discípulos era aún más sencilla: ¿Cómo vivir sin ti, Señor? ¿Cómo vivir sin tu presencia? ¿Cómo vivir sin tu guía y dirección?

Los discípulos recordaban el pasado y reconocían la diferencia. Vivir sin Jesús era como vivir en la oscuridad; Jesús era la luz misma del mundo. Los discípulos habían aprendido a vivir en luz. El cambio ocurrido en sus vidas había sido tan radical, que era como haber nacido de nuevo (Jn 3:6).

La posibilidad de la ausencia de Jesús no era agradable. Ya en el 6:67-69 los discípulos se habían expresado sobre el asunto. En ese pasaje bíblico Jesús les pregunta a los discípulos si deseaban renunciar a su discipulado y volver atrás. Entonces Simón Pedro le respondió:

Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.

Juan 6:68b-69

Pero hoy era el mismo Jesús quien anunciaba la mala noticia de su partida. Al parecer, el grupo de discípulos y la comunidad cristiana había llegado a su final.

La solución

Sin embargo, el temor de los discípulos carecía de fundamento. Jesús conocía la necesidad de dirección de sus discípulos. Jesús sabía que nunca debía abandonarlos. Por eso les dice:

Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.

Juan 13:34-35

Ahora bien, ¿cómo el mandamiento del amor mitigaría el dolor de la ausencia de Jesús? El nuevo mandamiento funcionaría de diversas maneras.

A. Un mandamiento nuevo.

En primer lugar, este mandamiento no era una repetición de los llamados al amor del Antiguo Testamento. ¡No! Este mandamiento era nuevo en diversas maneras. Por un lado, era nuevo porque sería la norma por la cual los discípulos se dejarían llevar durante el período de separación. Así que era un nuevo mandamiento otorgado para la nueva situación en que se vería la comunidad cristiana.

Por otro lado, el mandamiento era nuevo porque era la base del “nuevo pacto”. ¿Qué queremos decir con esto? Queremos decir que la Iglesia cristiana siempre se ha visto a sí misma como una comunidad que vive en relación con Dios. Podemos describir esa relación como un acuerdo, un convenio, una alianza, un pacto entre Dios y los demás seres humanos. Pero todo acuerdo tiene condiciones y nuestro pacto no es la excepción. ¿Cuáles son las condiciones que Dios nos presenta para formar parte de la comunidad del pacto? Dios sólo nos pide una condición: Que nos amemos los unos a los otros.

B. Pero, ¿qué es el amor?

Ahora bien, ese amor que Dios requiere no es un sentimiento amorfo, bobo e indefinido. ¡No! El amor que Dios exige tiene una base y un modelo claro. Por eso nuestro texto nos indica lo siguiente:

Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.

Juan 13:34b

La base de nuestro amor no es otra que el sacrificio de Jesús en la cruz. Es el testarudo y obstinado amor de Dios lo que nos da pie para amar a los demás. Otra forma de afirmar este principio es el siguiente: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Jn 4:19).

El modelo de nuestro amor no es otro que Jesús mismo. Es la práctica de Jesús lo que nos enseña qué es el amor. Amar es demostrar cuidados y afectos con nuestros hechos, con nuestras acciones. Aquí la palabra y el sentimiento toman un segundo puesto ante la acción. Amar es un verbo. Y por lo tanto, se ama verdaderamente cuando demostramos el amor. Sólo se ama cuando hacemos algo en bien de las personas amadas.

El ejemplo no puede ser más claro. Jesús pudo haberles dicho a sus discípulos: “Les amo”. Sin embargo, escogió una acción concreta para demostrar su amor.

Se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido.

Juan 13:4-5

Así llegamos a la conclusión de que el amor cristiano se vive, se practica, se demuestra con acciones en beneficio de los demás.

C. La marca del cristianismo

Este tipo de amor es tan importante que Juan lo presenta como la marca distintiva de los seguidores de Jesús.

En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.

Juan 13:35

Al vivir en amor, la Iglesia vive como Jesús vivió. Es decir, al vivir en amor la presencia de Jesús se hace patente en medio nuestro.
Esta es la clave, la solución, la respuesta al temor de los discípulos. Jesús nos ordena amarnos los unos a los otros, porque su presencia se haría sentir por medio de ese amor.

•Ese amor nos libera de un pasado de oscuridad y muerte, llevándonos a la vida y a la luz.

•Ese amor nos guía en nuestro caminar, conduciéndonos por sendas de luz.

•Ese amor nos marca, en lo más profundo, convirtiéndose así en señal definitiva de que somos “hijos e hijas de luz”.

Conclusión

Sí, mis hermanos y hermanas, el amor es la marca del cristianismo. La señal de nuestra fe se encuentra en nuestra forma de tratar a los demás.

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