En este sermón basado en Lucas 15:11-24, Pablo A. Jiménez explora la parábola del Hijo Pródigo para ilustrar el amor y la misericordia de Dios. Jesús, un maestro excepcional, utilizaba parábolas para enseñar sobre el reino de Dios, comparándolo con situaciones cotidianas. En esta parábola, un padre judío tiene dos hijos, y el menor pide su herencia anticipadamente, un acto que implica un gran desprecio y dolor para el padre. A pesar de que la ley permitía un castigo severo para los hijos rebeldes, el padre elige la ruta de amor y concede la petición de su hijo.
El hijo menor se marcha y desperdicia su herencia en una vida disoluta. Cuando se queda sin dinero encuentra trabajo cuidando cerdos, una ocupación despreciable para un judío. Finalmente se da cuenta de su error y decide regresar a casa, dispuesto a ser tratado como un obrero. Sin embargo, su padre, lleno de amor, lo ve desde lejos, corre hacia él, lo abraza y organiza una fiesta para celebrar su regreso.
El padre pide ropa nueva, un anillo y sandalias para su hijo, símbolos de restauración de su dignidad y posición en la familia. La reacción del padre subraya que lo importante es que el hijo ha regresado, no las razones detrás de su retorno.
Eta prédica concluye afirmando que la parábola muestra cómo, a pesar de la rebeldía humana, Dios nos espera con amor. Dios está dispuesto a perdonarnos y a recibirnos con los brazos abiertos, reflejando el carácter redentor y misericordioso del reino de Dios.
El Salmo 46 nos exhorta a reconocer la presencia y poder de Dios en nuestras vidas, capacitándonos para enfrentar cualquier adversidad sin temor. Este mensaje se centra en la seguridad y fortaleza que encontramos en Dios, alentando a la audiencia a vivir su fe con valentía.
Salmo 46.10: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; Seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra. Jehová de los ejércitos está con nosotros; Nuestro refugio es el Dios de Jacob.” Selah
El poder de Dios
El Salmo 46 comienza declarando que Dios es nuestro amparo y fortaleza, un auxilio siempre presente en la tribulación. La palabra “fortaleza” aquí se refiere a un refugio seguro, un castillo protector en tiempos de peligro. El salmista describe escenarios catastróficos como terremotos y tsunamis para ilustrar que, incluso en las peores situaciones imaginables, Dios nos protege y fortalece.
La realidad de la vida
Todos enfrentamos dificultades y desafíos diarios, independientemente de nuestra posición social o económica. Incluso personas exitosas y adineradas pueden experimentar crisis severas. En medio de estas dificultades, el salmista nos recuerda que Dios es nuestro refugio y fuerza, alentándonos a no temer ni vivir dominados por el miedo.
Los peligros del miedo
El miedo, una reacción natural ante amenazas reales o imaginarias, puede ser útil para evitar peligros. Sin embargo, el miedo excesivo paraliza y nos impide actuar. El Señor nos llama a vivir sin miedo, confiando en su protección y guiados por la fe. El miedo al fracaso no debe detenernos, pues necesitamos valor para iniciar nuevos proyectos y alcanzar nuestras metas.
El llamado de Dios
El versículo central, “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Sal 46.10), nos invita a detenernos y reconocer la presencia de Dios en nuestras vidas. Este alto nos permite apreciar la acción divina y abrir nuestros corazones a su intervención sobrenatural.
Conclusión
Dios nos invita a detenernos y confiar en Él, entregándole nuestras vidas para experimentar su protección, sanidad y fortaleza. La promesa de su acompañamiento se cumple a través del Espíritu Santo, como enseñó Jesús. Por tanto, no estamos solos; Dios está con nosotros. Unimos nuestras voces al salmista para declarar: “Jehová de los ejércitos está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob” (Sal 46.11).
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Venid a las aguas es un sermón expositivo sobre Isaías 55 que proclama la buena noticia: ¡Dios nos ofrece una nueva oportunidad para alcanzar vida y salvación!
Esta prédica cristiana, basada en Isaías 55:1-2, destaca que Dios nos ofrece una oportunidad gratuita de vida y salvación. Enfatiza la invitación al arrepentimiento y la promesa de vida. A través de un enfoque expositivo con lógica inductiva, el autor presenta la invitación divina con una notable expresión de alegría.
A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. 2 ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura.– Isaías 55.1-2, RVR 1960
El capítulo 55 de Isaías, escrito durante el exilio israelita, refleja la esperanza y el perdón de Dios. Este gozo culmina con la invitación divina a un banquete espiritual. La imagen del banquete es una metáfora de la salvación, similar a otras referencias bíblicas en los Evangelios y en Apocalipsis. Isaías 55:1-2 resalta que la salvación es un regalo gratuito, accesible tanto para los pobres como para los ricos, y advierte contra perseguir distracciones vacías en lugar de la verdadera satisfacción espiritual ofrecida por Dios.
La prédica titulada “Venid a las aguas” también subraya la fidelidad de Dios a sus promesas, recordando el pacto con David, que persiste a pesar de los errores humanos. Los versículos 3-5 renuevan esta promesa, reafirmando el continuo amor de Dios. Los versículos 6-7 urgen a buscar a Dios mientras se pueda, enfatizando que el tiempo para el arrepentimiento es ahora.
En conclusión, el mensaje central de Isaías 55 es que Dios ofrece una nueva oportunidad de vida y salvación disponible hoy. Es un llamado a arrepentirse y vivir una nueva vida en Cristo, asegurando que si lo buscamos con fe, podemos establecer una relación eterna con el Creador. La invitación de Dios es clara y accesible para todos: “Venid, todos los sedientos, venid a las aguas; venid, comprad y comed sin dinero ni precio.”
“Una espada traspasará tu alma” es un sermón narrativo en primera persona sobre María de Nazaret, basado en textos de Lucas y en Juan 2.1-11, apropiado para el Día de las Madres.
La prédica titulada “Una espada traspasará tu alma” por Pablo A. Jiménez, narra una interpretación dramatizada y en primera persona de la vida de María, madre de Jesús. Destaca su perspectiva sobre los eventos significativos de la vida de su hijo, desde su nacimiento hasta su muerte.
A partir del anuncio del ángel y hasta el nacimiento en Belén, el texto enfoca en cómo María, a pesar de ser una joven de Nazaret, acepta con fe su papel en la concepción y crianza del Mesías. La trama empieza alrededor de la presentación de Jesús en el Templo, donde el anciano Simeón profetiza el sufrimiento tanto de Jesús como de María, indicando que su alma sería “traspasada” por una espada, simbolizando el dolor que enfrentaría.
La historia también cubre la infancia y juventud de Jesús, resaltando un episodio clave cuando Jesús, a los doce años, se separa de sus padres. Lo encuentran debatiendo con maestros de la ley en el Templo, mostrando su creciente sabiduría y destino.
El relato alcanza un punto crucial en las bodas de Caná, donde Jesús realiza su primera señal milagrosa al convertir agua en vino, marcando el inicio de su ministerio público. El relato presenta este evento como un momento de revelación divina donde participa María, quien instiga a Jesús a mostrar su verdadera naturaleza.
La prédica culmina con la crucifixión de Jesús, descrita desde la dolorosa perspectiva de María que, a pesar de su sufrimiento, reconoce la importancia divina y redentora de los actos de su hijo. Este acto de sacrificio no solo subraya la misión mesiánica de Jesús sino también la profunda fe y la angustia maternal de María, quien, aunque atormentada por la pérdida, encuentra un propósito en su dolor.
En resumen, la prédica ilustra no solo los aspectos bíblicos de la vida de Jesús, sino también el impacto emocional y espiritual de estos eventos en su madre, ofreciendo una reflexión sobre el sacrificio, la fe y la obediencia a Dios.
La prédica cristiana titulada “Rutas de restauración” basada en Juan 3.16 aborda el tema de la restauración espiritual a través de Jesucristo. Apropiado para el Viernes Santo, refleja cómo la tecnología, aunque útil, ha simplificado experiencias que antes eran comunes, como perderse, sirviendo como metáfora de cómo a menudo las personas no reconocen estar espiritualmente perdidas.
Jiménez utiliza el relato bíblico de Adán y Eva para ilustrar cómo, tras el pecado, no solo se perdieron, sino que comenzaron a experimentar emociones negativas como la vergüenza y el miedo, no dándose cuenta de su estado hasta enfrentar una crisis. Esta historia sirve para enfocarse en cómo el pecado ha roto relaciones fundamentales del ser humano: con Dios, con otros, con la naturaleza y consigo mismo.
El sermón avanza discutiendo cómo, a lo largo de la historia, Dios ha intentado restaurar estas rupturas a través de pactos y leyes, especialmente mediante la Torá dada a Israel. Sin embargo, Jiménez señala que la ley por sí sola no fue suficiente para la restauración completa, lo que llevó a Dios a establecer un nuevo pacto, prometido en Jeremías 31, que implicaba una relación más profunda y personal mediante la escritura de la ley en los corazones de las personas y una nueva relación con el Espíritu Santo, conforme a Joel 2.
El foco del sermón es el sacrificio de Jesucristo, visto como la culminación de los esfuerzos de Dios por salvar a la humanidad. Jesucristo no solo vino a enseñar y predicar, sino a ofrecer su vida como un sacrificio final, cumpliendo las funciones tanto de sacerdote como de víctima perfecta. Este acto abre un camino nuevo y vivo hacia la salvación, según la enseñanza de la Epístola a los Hebreos.
En conclusión, el sermón enfatiza que la oferta de salvación a través de Cristo está disponible ahora. Es un mensaje de esperanza que ofrece a los oyentes una “ruta hacia la restauración” sin más sacrificios necesarios, ya que Cristo ya ha pagado el precio completo por la salvación. El mensaje termina con un llamado a responder con amor al que lo ha dado todo por amor.
La prédica cristiana titulada “No sabía que me tocaba a mí”, escrita por el Dr. Pablo A. Jiménez interpreta la narrativa bíblica de Marcos 6.30-44, destacando la comisión de Jesús a sus discípulos para ser colaboradores activos en la misión de salvar a la humanidad. El texto utiliza una estructura narrativa para recalcar la tarea misionera de la Iglesia y enfatiza el llamado a la acción personal en el ministerio.
Este ejemplo de predicación narrativa comienza describiendo el agotamiento de los discípulos tras predicar el mensaje del Reino de Dios en Galilea, donde experimentaron éxito en su ministerio, con conversiones y milagros. Sin embargo, su regreso se ve empañado por la noticia del asesinato de Juan el Bautista por Herodes Antipas, lo que marca un punto de inflexión emocional en la historia.
Jesús, consciente del cansancio de sus seguidores, les invita a descansar en un lugar apartado, evocando su propio retiro en el desierto. Al llegar, se encuentran con una multitud que los ha seguido, deseosa de escuchar a Jesús. Al ver a la multitud desorientada y necesitada, Jesús se conmueve y decide enseñarles, destacando su compasión y su rol como pastor de aquellos que están perdidos.
El clímax de la historia ocurre cuando Jesús desafía a sus discípulos a alimentar a la multitud, a pesar de su inicial resistencia y preocupación por la falta de recursos. Jesús les pide que revisen lo que tienen, encontrando solo cinco panes y dos peces. A través de un acto de fe y la bendición de Jesús, estos alimentos se multiplican milagrosamente, alimentando a todos y dejando sobras, lo que simboliza una provisión abundante.
El milagro se interpreta como una manifestación del Salmo 23, con Jesús como el Buen Pastor que provee para su rebaño. El episodio culmina con una lección vital para los discípulos: ellos también están llamados a ser pastores, evaluando y atendiendo las necesidades materiales y espirituales de la gente. La multiplicación de los panes no solo atiende una necesidad física inmediata, sino que también enseña sobre la responsabilidad de cuidar a los demás, un principio central en la misión de la Iglesia.
En resumen, el sermón utiliza la narrativa del milagro de los panes y los peces para ilustrar la importancia del liderazgo compasivo y proactivo en el ministerio cristiano, enfatizando el llamado a cada creyente a participar activamente en la misión de la Iglesia, tanto en el plano espiritual como en el material.
Reseña del sermón titulado “Restauración, El testimonio del apóstol Pedro”
Por Yeury Ferreira
El sermón “Restauración” por Pablo A. Jiménez se enfoca en el poder restaurador de Jesús a través del testimonio de Pedro, desde su llamado inicial hasta su restauración tras negar a Jesús. El sermón utiliza la narrativa bíblica, comenzando con el encuentro de Pedro con Jesús y siguiendo su viaje de fe, incluyendo su liderazgo entre los discípulos, su falla durante la crucifixión de Jesús, y su restauración final por Jesús después de la resurrección. Este recorrido destaca la capacidad de Jesús para transformar y restaurar la vida espiritual, presentando a Pedro como un ejemplo de cómo la gracia puede superar la falla y el arrepentimiento conduce a la renovación. Ahora, destaquemos cinco comentarios positivos y relevantes tanto del contenido como de la técnica homilética utilizada:
Uso de la narrativa en primera persona: La técnica de narrar el sermón desde la perspectiva de Pedro permite una inmersión profunda y personal en la historia, facilitando la identificación del oyente con las experiencias de Pedro. Esta aproximación narrativa en primera persona hace que el mensaje sea más accesible y emotivo.
Enfoque en la restauración: La idea central de que Jesús puede y quiere restaurar nuestra vida espiritual es un mensaje de esperanza universalmente relevante. La historia de Pedro sirve como un poderoso testimonio del amor incondicional y la gracia restauradora de Jesús, ofreciendo consuelo y esperanza a los oyentes que enfrentan sus propias luchas espirituales.
Inclusión de detalles bíblicos y culturales: El sermón se enriquece con detalles bíblicos y contextuales que profundizan la comprensión de la historia de Pedro. La explicación de los nombres, los rituales, y las costumbres de la época aporta una capa adicional de significado y autenticidad al relato.
Aplicación práctica y personal: Al final del sermón, se hace un llamado directo a la audiencia, invitándola a experimentar la misma restauración que Pedro. Este llamado a la acción personaliza el mensaje, alentando a los oyentes a reflexionar sobre su propia vida espiritual y a buscar su propia restauración en Jesús.
Estructura clara y fluidez narrativa: El sermón está bien estructurado, siguiendo una línea narrativa clara que guía a los oyentes a través de los eventos de la vida de Pedro de manera lógica y emotiva. La fluidez de la narración mantiene el interés y facilita la comprensión del mensaje central.
Estos aspectos destacan la efectividad del sermón en comunicar su mensaje central de restauración y transformación espiritual a través de una técnica homilética narrativa e inmersiva.
Un sermón listo para predicar del Dr. Pablo A Jiménez sobre la Parábola de la viña, texto también conocido como el Cantar de la vida.
La Biblia, aparte de su valor religioso, tiene valor literario. En ella encontramos prosa, narración, leyes, poemas y cánticos. Estos pasajes bíblicos hablan de Dios, de la relación entre Dios y la humanidad, de la relación entre los seres humanos y de la relación que toda persona tiene consigo misma. Y entre esas porciones bíblicas se encuentran algunas de las piezas literarias más hermosas producidas jamás.
El capítulo 5 del libro del profeta Isaías contiene una de esas porciones bíblicas “clásicas”: el poema o canción de la viña.
Isaías 5 tiene una forma literaria particular, dado que el texto es una canción de amor. Sí, es una canción de amor que Dios, el “novio”, le dedica a su “amada”, la comunidad de fe. Es una canción de amor que comunica los sentimientos divinos hacia la humanidad.
En la primera línea, el profeta presenta el cántico y lo dedica al pueblo de Dios (v. 1a). A partir de la segunda frase (v. 1b), el profeta habla en nombre de Dios, dando voz a las sentimientos divinos. El profeta habla a nombre de un “amigo”, quien será identificado más adelante. Todo comienza con una afirmación muy sencilla: El amigo plantó una viña en terreno fértil (v. 1b-c).
En la literatura hebrea, es común comparar a la persona amada con una viña, es decir, con un sembradío de uvas. Esta imagen aparece en varias veces en el libro del Cantar de los Cantares, específicamente en 1:6, 2:15 y 8:12.
El v. 2 describe los cuidados que el “amigo” tiene para con su viña. Todas las imágenes recalcan el cuidado que tiene el amado por su amada. El “amigo” ha colocado una cerca alrededor de la viña, para evitar la entrada de ladrones y de animales salvajes (v. 2a). También ha quitado las piedras que estorban el proceso de sembrar (v. 2a). Aunque toda persona que desea sembrar debe quitar las piedras del terreno, esto es una referencia al terreno israelita, particularmente en la zona noroeste, que está lleno de rocas de basalto, es decir, de piedras negras de origen volcánico.
Una vez preparado el terreno, el “amigo” plató las semillas de mejor calidad (v. 2b). Además, construyó una torre desde la cual vigilantes podían proteger la viña (v. 2c) y un “lagar”, es decir, un pequeño edificio donde había recipientes para aplastar las uvas maduras, extrayendo su jugo (v. 2d).
Como es evidente, el “amigo” había invertido tanto tiempo y dinero en este proyecto porque esperaba que su viñedo produjera uvas dulces, de buena calidad (v. 2e). Sin embargo, el “amigo” no recibió lo esperado. En lugar de uvas dulces, su viña produjo uvas agrias, es decir, uvas que no eran adecuadas para producir vino (v. 2f).
En el v. 3, el profeta presenta la situación ante la consideración de sus amigos y vecinos para que juzguen el caso, diciendo “juzgad entre mí y mi viña”. Este es un ejemplo de la justicia popular israelita, donde los vecinos de una comunidad—particularmente los líderes de los clanes y las familias prominentes—se reunían para impartir justicia. El profeta pregunta qué más hubiera podido hacer su amigo en este caso (v. 4a-b). Y, por segunda vez, usa el verbo esperar (compare con v. 2e): ¿Cómo es posible que la buena semilla hubiera dado uvas comunes y corrientes? ¿De dónde salieron estas uvas agrias y, por lo tanto, inútiles?
La justicia divina
Sin esperar respuesta, el “amigo” toma la palabra e indica cómo ha de responder a la situación (v. 5a-b). El dueño va a quitar la verja que protegía la viña, para que los vecinos se coman las uvas y los animales se coman las plantas (v. 5c-d).
Además, el dueño planea abandonar la viña, es decir, no ha de cultivarla más (v. 6a-b). Por lo tanto, la viña antes bien cuidada ahora estará llena de hierba mala, de cizaña, de matojo (v. 6c). Y, en la primera referencia al poder divino del “amigo”, hasta mandará a las nubes que no derramen más lluvia sobre la viña (v. 6d-e). Así la identidad del amigo queda clara: El “amigo” enamorado es Dios.
El v. 7 ofrece una interpretación clara del cantar de la vida, dejando clara la identidad de la viña. Israel es la viña y sus habitantes son las uvas. Este pueblo desciende de Abraham, de Isaac, de Jacob y del resto de las personas llamadas por Dios, de acuerdo al libro del Génesis. Por lo tanto, el pueblo es fruto de “semillas escogidas”. Esto explica por qué Dios esperaba buenos frutos de su pueblo. Es lógico esperar que las personas descendientes de Abraham, el padre de la fe, sean fieles a Dios.
No obstante, el pueblo no dio buen fruto, es decir, no cumplió con las expectativas que Dios tenía. El v. 7 termina con dos juegos de palabras, en el idioma hebreo original. El texto dice: “Esperaba juicio, y hubo vileza; justicia, y hubo clamor.”
Primero, la palabra traducida como “juicio”, es la palabra hebrea “mishpat”, que tradicionalmente se traduce como “justicia” pero que también significa “buena obra” o “acto de justicia”. Y la palabra hebrea traducida como “vileza” es la palabra hebrea “mispah”, que significa derramamiento (de sangre). Segundo, la palabra traducida como “justicia” es la palabra “tsedaka” y la palabra “clamor” o grito es “tse’aka”.
Ahora podemos comprender mejor la calidad literaria del texto. El cantar de la viña termina denunciando los pecados del pueblo, afirmando que en lugar de justicia (“mishpat”) el pueblo derrama sangre inocente (“mispah”); que en lugar de justicia (“tsedaka”) el pueblo desesperado grita (“tse’aka”).
Las expectativas divinas
Queda claro que, aún en medio de la crisis social que arropa nuestro mundo, Dios espera que su pueblo de buen fruto. Aún en medio de derramamiento de sangre que continúa manchando nuestras calles, Dios desea que el pueblo actúe con justicia. Aún en medio de los gritos de desesperación de la gente inocente, Dios desea que su pueblo sea un agente de justicia.
Sí, Dios espera grandes cosas de su pueblo. Si usted se identifica como creyente, Dios espera buenos frutos de usted. Por eso, nos atrevemos a afirmar que el mensaje que Dios lanzó al antiguo pueblo de Israel por medio del profeta Isaías sigue vigente. Hoy, Dios espera que su Iglesia produzca buen fruto, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Esta prédica gira en torno los temas del discipulado y el desarrollo de liderazgo. Recalca que el liderazgo pastoral experimentado tiene la responsabilidad de servir como mentores y mentoras a personas llamadas y talentosas para que puedan llegar a ser líderes también.
Escuche El Manto de Elías en Prediquemos Podcast
El sermón presenta a Elías como ese líder experimentado que, después de un momento de crisis (1 Reyes 19.4), recibe un mandato de parte de Dios: preparar a Eliseo para que tome su lugar (1 Reyes 19.16). Inmediatamente, Dios utiliza a Elías para comisionar a Eliseo (1 Reyes 19.19-21).
Al final de su ministerio, Elías usa su manto para abrir las aguas del río Jordán (2 Reyes 2.8), evocando las hazañas hechas por Dios en el pasado por medio de Moisés y de Josué. Eliseo le pide ser su heredero espiritual, pero Elías le dice que sólo Dios puede conceder esa petición (2 Reyes 2.9-10). Elías sube al cielo en un torbellino (2 Reyes 2.11), dejando su manto en el suelo. Eliseo toma el manto de quien fuera su mentor y repite el milagro de partir las aguas del Jordán (2 Reyes 2.14). Esto confirma que Dios concedió la petición de Eliseo, dándole una “doble porción”, es decir, la primogenitura espiritual que pidió.
En resumen, así como Elías sirvió como mentor de Eliseo, cada líder cristiano debe servir como mentor a nuevos líderes cristianos. Así como Eliseo tomó el manto de quien fuera su mentor, cada uno de nosotros debe tomar el manto de nuestros mayores para continuar proclamando la Palabra de Dios.
Bosquejo o manuscrito de un sermón listo para predicar sobre Juan 3.16
Introducción
Hace un tiempo asistí a un taller de capacitación para personas que están organizando nuevas congregaciones. Una de las actividades del taller consistió en una conferencia sobre métodos de evangelización. Como parte de la conferencia, la persona recurso le pidió al grupo de pastores y pastoras que describieran las frases que usan para invitar a personas nuevas a asistir a la iglesia. Las respuestas a tal pregunta fueron muy interesantes.
Algunas personas contestaron que, cuando invitan a alguien a visitar su iglesia local, recalcan el entusiasmo de la congregación, la música movida y la adoración contemporánea.
Otras indicaron que motivaban a la gente a visitar su iglesia porque su pastor era un buen predicador y un excelente maestro de la Palabra de Dios.
Aún otros señalaban el amor y el compañerismo cristiano como la razón principal para visitar su congregación.
Lo que me sorprendió de estas respuestas no fue lo que dijeron, sino lo que callaron. Ninguna de las personas presentes mencionó a Dios en su respuesta. Es decir, nadie motivaba a los demás a asistir a la iglesia para conocer a Dios, para establecer una relación más profunda con Dios, o para vivir más cerca de Dios. En todos estos casos, Dios estaba ausente del discurso de la iglesia local.
El carácter de Dios
Esta experiencia me ha hecho reflexionar sobre el lugar que ocupa Dios en la predicación y la enseñanza de la Iglesia contemporánea. Con tristeza, he llegado a la conclusión de que muchos de nosotros hemos olvidado que el propósito principal de la Iglesia es anunciar quién es Dios y proclamar las grandes cosas que ha hecho en beneficio de la humanidad. Es decir, la Iglesia Cristiana tiene la tarea de proclamar el carácter de Dios.
¿Cómo se comporta Dios?
¿Qué es importante para Dios?
¿Qué es agradable a Dios?
¿Qué desea Dios para humanidad?
En fin, ¿cuál es el carácter del Dios que revela el Evangelio de Jesucristo?
Quizás comprendan mejor lo que estoy tratando de decir si comparamos nuestra relación con Dios con nuestras relaciones humanas. Los seres humanos podemos afirmar que conocemos a otra persona cuando podemos dar fe de su carácter. Si conocemos una persona a profundidad, podemos decir si es paciente o colérica, si es activa o pasiva, si es misericordiosa o egoísta. Del mismo modo, la persona que conoce a Dios puede dar testimonio de su carácter, afirmando que es bueno, paciente, misericordioso, honesto, justo, alegre, y bondadoso.
Algunos se preguntarán, ¿cómo podemos conocer el carácter de Dios? La respuesta es obvia: por medio de la Biblia. Las Sagradas Escrituras nos revelan a este Dios que liberó al pueblo de Israel del cautiverio en Egipto y que envió a su único hijo a salvarnos. De hecho, podemos decir que el texto bíblico que mejor revela el carácter de Dios es Juan 3.16, que dice:
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna
El Dios misionero
Juan 3.16 nos habla del carácter de Dios de manera elocuente.
1. En primer lugar, afirma que Dios ama al mundo, un concepto que reitera la Primera carta de Juan 4.8 cuando declara que «Dios es amor».
2. En segundo lugar, afirma que Dios es misericordioso, dado que ha enviado a su único hijo a salvar a la humanidad que se encuentra esclavizada por las fuerzas de la maldad, el pecado y la muerte.
3. En tercer lugar, afirma que Dios es vida. El Dios revelado en el ministerio, la muerte, pasión y resurrección de Jesucristo es el Dios de la Vida (sí, con «v» mayúscula). Este Dios desea salvarnos de la muerte espiritual y emocional que sufren aquellas personas que viven esclavas de la maldad.
Este corto versículo de la Biblia nos enseña todos estos conceptos acerca de Dios. Creo que esto sería suficiente para comenzar a conocer el carácter divino. Sin embargo, cuando tomamos el texto en su contexto nos damos cuenta que Juan 3.16 tiene un mensaje aún más profundo. Este versículo afirma que el Dios de Jesucristo es el «misionero» por excelencia.
Basta re-leer las primeras líneas del texto para ver que Dios desea salvar a la humanidad perdida. Desea salvarla de la influencia de las fuerzas del pecado y de la muerte. Estas fuerzas malignas nos llevan a la destrucción, tanto de nosotros mismos como de las personas que nos rodean. Existe el mal en el mundo, y los seres humanos necesitamos la ayuda de Dios para superar su influencia.
La buena noticia es que Dios ha enviado a Jesucristo, su hijo, a salvarnos del poder de las fuerzas del mal. Jesús de Nazaret nos enseña a vivir de forma agradable a Dios, sirviendo a los demás y alcanzando plena madurez como seres humanos. Por medio del ministerio del Espíritu Santo, la presencia del Cristo Resucitado continúa en nuestros medios salvando y sanando a la humanidad perdida. Es esta presencia divina lo que nos permite resistir, enfrentar, y hasta desenmascarar tanto a las fuerzas de la muerte como a las personas e instituciones que le sirven de instrumentos.
Notemos, pues, que es Dios quien ha tomado el primer paso.
Dios es quien se ha revelado en la historia de Israel.
Dios es quien ha enviado a Jesucristo, su hijo.
Dios es quien nos capacita con su Espíritu Santo.
Dios es quien llama a la Iglesia a colaborar en la misión de alcanzar al mundo perdido.
En fin, Dios es el «misionero» que salva y libera a la humanidad.
Anunciar al Dios de la Vida
La tarea principal de la Iglesia Cristiana es anunciar el carácter de Dios a un mundo perdido. Tenemos la responsabilidad de proclamar al Dios de la vida en medio de un mundo esclavizado por las fuerzas de la muerte.
Por esto me preocupa tanto nuestro extraño silencio sobre Dios. A veces me pregunto si estamos avergonzados de hablar de Dios en medio de una sociedad que, para todos los efectos prácticos, es atea. Lo que es más, a veces me pregunto si muchos de nosotros también somos funcionalmente ateos, es decir, si vivimos como si Dios no existiera.
Para explicar mi punto, permítanme volver al ejemplo con el cual empecé estas reflexiones.
¿Por qué no le decimos a la gente que deben ir a la Iglesia porque necesitan conocer a Dios?
¿Por qué no le decimos a nuestras amistades, nuestros vecinos y nuestros seres amados que necesitan la presencia de Dios para poder vivir con provecho?
¿Por qué presentamos tantas excusas, tratando de llamarle la atención a la gente con trucos o con técnicas de mercadeo?
Me temo que la respuesta a estas preguntas puede ser que nosotros mismos no estamos dedicando suficiente tiempo a conocer a Dios. Me temo que algunos de nosotros todavía funcionamos con falsos conceptos de Dios, tales como.
«Papá» Dios: Cuando niños, algunos de nuestros familiares nos hablaban de Dios como si éste fuera un ancianito celeste. Nos decían: «Pórtate bien, porque si te portas mal ‘Papá’ Dios llora». Esto fijaba una falsa idea de Dios en nuestras mentes, como un ser débil e impotente.
El Dios violento: Otros aprendimos que Dios era una especie de policía omnisciente que nos castigaba con rudeza cuando hacíamos algo malo. Este tipo de Dios carecía de misericordia, trayendo a la gente al «buen camino» por medio de calamidades y de castigos.
El Dios ausente: Aún otros aprendimos que Dios había creado el mundo para que corriera por sí solo. Una vez terminada la creación, Dios se retiró y desde entonces se mantiene al margen de la actividad humana.
Conclusión
Sí, hay muchas personas que operan con falsos conceptos de Dios, tales como los que acabamos de enumerar. Creo que son más las personas que no dedican tiempo alguno a pensar en Dios, viviendo como si Dios no existiera.
La Iglesia de Jesucristo tiene la tarea de predicar al Dios verdadero en medio de un mundo que tiene tantos conceptos falsos sobre Dios. Tenemos que combatir los «ídolos» que la gente adora, pensando equivocadamente que están adorando al Dios de Jesucristo.
Dios invita a la Iglesia a compartir su ministerio misionero, recalcando su amor por la humanidad perdida. En este sentido, cuando hablamos de la «misión» de la Iglesia, en realidad estamos hablando de la misión de Dios. La misión es de Dios, no es nuestra.
Aceptemos, pues, la invitación y el mandato de Dios a compartir su misión de salvar a un mundo perdido.
Prediquemos a este Dios misionero, paciente y amoroso.
Anunciemos el carácter de Dios, dando a conocer su obra en medio de los tiempos.
Hagamos el esfuerzo de conocer más y mejor a Dios cada día de nuestra vidas.
¡Dediquemos nuestras vidas a anunciar y a conocer al Dios que «de tal manera» nos amó!