Cómo orar por los gobernantes

Como orar por los gobernantes, aún en momentos de crisis, es un ensayo escrito por el Dr. Pablo A. Jiménez.

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Cómo orar por los gobernantes

La iglesia de Jesucristo, a través de los tiempos, ha tenido una relación paradójica con los gobiernos de este mundo. Por un lado, la iglesia nace a consecuencia de un asesinato político: La crucifixión de Jesús de Nazaret por el gobierno colonial y el ejercito romano en Judea. Por otro lado, con el correr del tiempo, la iglesia adquirió poder político, llegando a gozar del favor de gobernantes y reyes. Esto quiere decir que, en distintos momentos de su historia, la Iglesia ha sido tanto perseguida como favorecida por los gobiernos de este mundo.

Esta situación nos obliga a reflexionar sobre preguntas importantes: ¿Cómo puede la iglesia orar por los gobernantes terrenales? ¿Debe una iglesia perseguida orar por quienes le hostigan y oprimen? ¿Puede una Iglesia favorecida por el gobierno de turno orar de manera efectiva tanto por el partido en el poder como por la oposición?

La naturaleza humana nos dice que orar por nuestros enemigos es imposible. Nuestra naturaleza pecaminosa nos lleva a pedir el juicio de Dios en contra de quienes nos oprimen.

Empero, aquellas personas que confesamos a Jesucristo como Señor y Salvador no podemos doblegarnos ante nuestra naturaleza pecaminosa (Romanos 7.5-6). Por el contrario, debemos buscar «las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios» (Colosenses 3.1, RVC). Lo que para el «hombre natural» parece locura, es posible para quienes viven bajo la dirección del Espíritu de Dios (1 Corintios 2.14).

No debe sorprendernos, pues, que la Biblia nos ordene orar por los gobernantes, como indica 1 Timoteo 2.1-4 (RVR 1960):

Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.

Aquí encontramos una enseñanza que el Apóstol Pablo dejó como un legado a Timoteo, su hijo espiritual. El viejo Apóstol recomienda que la Iglesia persevere en la oración por todo ser humano (v. 1). Nótese que Pablo menciona cuatro tipos de oraciones: súplicas o «rogativas», oraciones, peticiones y acciones de gracias. De esta manera, el Apóstol cubre el amplio campo que abarca la oración.

En el v. 2, Pablo exhorta a extender esas oraciones a quienes ocupan puestos de autoridad en los gobiernos terrenales. De primera intención, esto parece un mero buen consejo que todo ciudadano y que toda ciudadana debe seguir. Sin embargo, una lectura más profunda nos recuerda el contexto histórico del pasaje. 

El Emperador Nerón gobernó Roma desde el año 54 hasta el 68 del primer siglo. Nerón comenzó su principado a los 16 años. Por un tiempo estuvo bajo la tutela de su madre, Agripina, y de su tutor, el filósofo Séneca. Sin embargo, después de la muerte de su madre, en el año 59, Nerón se tornó cada vez más violento y sanguinario. De hecho, Nerón decretó la primera persecución organizada contra la Iglesia, después del fuego que destruyó parte de la ciudad de Roma en el año 64. Sus desmanes fueron tantos, que finalmente le pidió a uno de sus secretarios que lo asesinara después de que sus propios guardaespaldas—la Guardia Pretoriana—se revelaran en su contra, en el año 68.

Ahora podemos comprender cuán sorprendente es la exhortación del Apóstol. ¡Pablo le pide a la iglesia que interceda ante Dios por Nerón, el emperador que ordenó su ejecución! Nos pide que oremos aun por aquellos gobernantes que procuran aumentar el dolor del pueblo. ¿Con qué propósito? Debemos orar por la paz, pidiendo tranquilidad y reposo para el pueblo. Debemos pedir que Dios bendiga a nuestros gobernantes, transformando sus corazones, para que puedan actuar de manera cónsona con los valores del Evangelio.

¿Y cuáles son esos valores evangélicos, valores del Reino de Dios? La Biblia nos da un excelente resumen de estas virtudes en Gálatas 5.22-23: «Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Contra tales cosas no hay ley.»

Esto quiere decir que nuestras oraciones deben estar dirigidas a Dios, pidiendo que su Espíritu Santo transforme a nuestro liderazgo civil, infundiéndole estos valores evangélicos. Deseamos que exhiban el fruto del Espíritu Santo en sus vidas. En fin, deseamos que tengan una experiencia espiritual que les lleve a la conversión.

Además, debemos pedirle a Dios que nuestro liderazgo civil pueda conocer la verdad y actuar conforme a ella. ¿Por qué? Porque la Biblia deja claro que la verdad es una persona; la verdad es Jesús: Jesús le dijo: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí» (Juan 14.6). Quien se aparta de la verdad, se aparta de Jesucristo.

Oremos por el liderazgo social y político de nuestros países, particularmente por aquellas personas que usan el odio como un arma política para dividir al pueblo y incitar a la violencia. Oremos por su conversión al Evangelio de Jesucristo y por su transformación, en el poder del Espíritu Santo. Si nuestro liderazgo civil cultiva una relación con Dios por medio de Jesucristo, cosecha el fruto del Espíritu y conoce la verdad, podremos vivir quieta y reposadamente, en el nombre de Jesús, AMÉN.

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Cómo bosquejar el sermón textual

Una lección homilética sobre el diseño del sermón textual, escrita por el Dr. Pablo A. Jiménez


Índice:

  1. Ensayo
  2. Presentación en audio
  3. Bosquejo listo para predicar

Homilética – Prediquemos Podcast


Homilética: Tres modelos para bosquejar el sermón textual 


El sermón textual es aquel que presenta un aspecto del mensaje de un texto bíblico corto, en fidelidad a su contenido, forma y función. Decimos «corto», porque la atención al detalle que requiere este tipo de sermón nos obliga a examinar sólo uno o dos versículos de las Sagradas Escrituras a la vez.

Aunque no todos los textos bíblicos se prestan para el sermón textual, hay infinidad de versículos que bien pueden servir como punto de partida para nuestras reflexiones. Entre los muchos textos «clásicos» que podemos señalar, destacamos pasajes bíblicos tales como Mateo 28.18 al 20, Juan 3.16 y Romanos 5.1.

En esta ocasión, sugiero tres modelos básicos para bosquejar sermones textuales. En particular, les presento tres técnicas homiléticas:

  • Bosquejos basados en palabras clave
  • Bosquejos basados en las frases principales del texto
  • Bosquejos basados en las ideas fundamentales del pasaje bíblico

Tomemos Romanos 5.1 para ilustrar estas técnicas. Ese hermoso pasaje bíblico dice de la siguiente manera, en la versión Reina-Valera Revisión del 1960: «Justificados, pues, por la fe tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.»

1. Bosquejos basados en palabras clave

Si analizamos el texto, podemos identificar varios conceptos importantes, tales como:

  • Justificar 
  • Fe
  • Paz
  • Dios
  • Jesucristo.

Es necesario, pues, buscar en un buen diccionario bíblico el significado de estas palabras tan importantes. Si posible, se debe identificar el vocablo hebreo o griego que está en la base de nuestra traducción. En este caso, como el Nuevo Testamento fue escrito en griego, encontramos que el verbo «justificar» es la traducción de «diakaióo»; «fe» la de «pístis»; y «paz» la de «eiréne».

Claro está, las divisiones centrales o «puntos» del pasaje bíblico deben enunciarse en oraciones completas, no en palabras sueltas o frases carentes de verbos. Por lo tanto, es importante desarrollar puntos que, basados en estos conceptos, transmitan ideas completas. Por ejemplo:

  1. Justificar significa ser declarado por Dios como una persona «justa», es decir, que está en una relación correcta tanto con el Señor como con la comunidad.
  2. Fe significa desarrollar una relación de fidelidad a y de confianza en Dios.
  3. Paz, en el sentido griego de la palabra «eiréne», marca el fin de un conflicto y el comienzo de una relación sana con el Señor.
2. Bosquejos basados en las frases principales del texto

Un análisis gramatical nos lleva a considerar los verbos principales, los secundarios y los implícitos, así como las cláusulas independientes y dependientes del texto. Esto nos permite identificar las frases clave del texto. Por ejemplo:

  • Justificados, pues, por la fe
  • Tenemos paz para con Dios
  • Por medio de nuestro Cristo Jesús

Aunque esto facilita la tarea de bosquejar el pasaje, es necesario recordar que los puntos o divisiones principales del sermón deben ser enunciados en oraciones completas, con sujeto, verbo y predicado. Por ejemplo:

  1. Dios justifica a la humanidad por medio de la fe.
  2. La gracia de Dios elimina los conflictos que separan a la humanidad de su Señor.
  3. La obra de Cristo ha hecho posible la justificación de la humanidad.
3. Bosquejos basados en las ideas fundamentales del pasaje

La tercera alternativa presupone el análisis semántico—es decir, de las palabras y conceptos del texto—y el gramatical. Aunque diferentes personas tendrán diversas maneras de interpretar las ideas teológicas centrales del texto, a continuación presento un posible bosquejo basado en Romanos 5.1: 

  1. La justificación por la fe es el medio de la salvación.
  2. La paz con Dios es uno de los beneficios principales de la salvación. 
  3. Cristo Jesús es el agente de la salvación.

Conclusión

Como podemos ver, estas técnicas pueden ser muy útiles a la hora de bosquejar un sermón textual. Esperamos, pues, que estas sugerencias sean de bendición para usted y para su ministerio homilético.

Si usted desea leer, escuchar o ver más bosquejos de sermones acceda a: Sermones

Vea otros materiales sobre teoría homilética


Apéndice

A manera de apéndice, comparto una nota homilética con un bosquejo de un sermón textual basado en Hebreos 11.1, esperando que las mismas también puedan motivarles a redactar bosquejos para sermones textuales:

LA FE

Un bosquejo homilético listo para predicar

Texto: Hebreos 11:1

Tema: La fe es fidelidad, confianza y compromiso con Dios.

Área: Formación espiritual

Propósito: Exhortar a la iglesia a ampliar su definición del concepto «fe».

Diseño: Textual-Expositivo

Introducción: La Iglesia usa la palabra «fe» en dos maneras distintas, pero complementarias. Por un lado, la «fe» es el acto de creer en Dios. Por otro lado, se refiere al contenido de nuestra religión. 

Puntos a desarrollar:

  1. La fe es «confianza». Tener fe significa confiar en Dios. La fe implica una relación de amor a y de confianza en Dios, quien nos ama. Esa confianza nos permite conocer el carácter y la naturaleza de Dios. Más importante aún, la fe nos permite amar a Dios y vivir en el mundo que ha creado para nosotros.
  2. Hebreos 11:1 define la fe como esperanza y como convicción. Tener fe implica estar convencido o convencida de la existencia y la veracidad de las realidades espirituales. La fe es fidelidad, confianza y compromiso con Dios. 
  3. Tener fe en Dios implica serle fiel a Dios. Quien deposita su confianza en Dios, descubre que Dios es fiel a quienes le aman. Debemos, pues, responder con fidelidad a la fidelidad divina.

Conclusión: En resumen, la fe es confianza y fidelidad. Empero, la fe también es compromiso. Tener fe, implica estar comprometido con una causa. Quien tiene fe en algo, invierte su vida en eso. Por eso, quien tiene fe en el Señor, invierte su vida en el servicio a Dios, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.

*Estas notas homiléticas se basan en el bosquejo que publiqué en LA BIBLIA PARA LA PREDICACION, editada por las Sociedades Bíblicas Unidas en el 2012, p. 894.

homilética
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En las manos del alfarero (Jeremías 18)

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Eran días malos; tiempos de crisis donde la tormenta se veía bordeando el horizonte.

Israel, el Reino del Norte compuesto por diez tribus hebreas, había caído en las manos de los Asirios. Los ejércitos extranjeros habían arrasado la ciudad, asesinado a los hombres jóvenes y adultos y violado a las mujeres. De Israel ya no quedaba nada.

Pasados casi cien años, los ejércitos babilonios acechaban al reino de Judá. La pregunta era: ¿Pasará aquí lo que pasó allá? ¿Caerá Jerusalén como cayó Samaria? ¿Será Judá borrada de la faz de la tierra?

El tema del futuro de Jerusalén dividía al liderazgo religioso de Jerusalén. La mayor parte de los sacerdotes afirmaban que Jerusalén no podía caer en manos de los ejércitos extranjeros. Afirmaban que Dios intervendría milagrosamente para garantizar la seguridad de la Ciudad Santa.

Sin embargo, el profeta Jeremías tenía una visión distinta. El profeta afirmaba que Dios había entregado la ciudad en las manos de los invasores extranjeros, debido a los muchos pecados de la comunidad. Acusaba a los reyes y las familias de los poderosos de haber violado el pacto con Dios, robando al pueblo inocente. También acusaba al pueblo de haber caído en el pecado de la idolatría, adorando a las divinidades de los pueblos extranjeros. Sus palabras eran muy duras.

Jeremías anunció que los ejércitos extranjeros invadirían Jerusalén: «Del norte se soltará el mal sobre todos los moradores de esta tierra. Porque yo convoco a todas las familias de los reinos del norte, dice Jehová; vendrán, y pondrá cada uno su campamento a la entrada de las puertas de Jerusalén, junto a todos sus muros en derredor y contra todas las ciudades de Judá (Jer. 1:14-15).

Y sobre la idolatría del pueblo, el Profeta decía: «Cómo te he de perdonar por esto? Tus hijos me dejaron y juraron por lo que no es Dios. Los sacié y adulteraron, y en casa de prostitutas se juntaron en compañías. Como caballos bien alimentados, cada cual relinchaba tras la mujer de su prójimo. ¿No había de castigar esto?, dice Jehová. De una nación como esta, ¿no se había de vengar mi alma? Escalad sus muros y destruid, pero no del todo; quitad las almenas de sus muros porque no son de Jehová. Porque resueltamente se rebelaron contra mí la casa de Israel y la casa de Judá, dice Jehová» (Jer. 5:7-11).

El pueblo estaba muy confundido. ¿Cómo discernir la verdad entre estos dos mensajes? Los profetas de la corte del rey decían que Jerusalén no podía caer en manos extranjeras. Pero Jeremías anunciaba juicio, diciendo: «No confíen en esos que los engañan diciendo: ¡Aquí está el templo del Señor, aquí está el templo del Señor!» (Jer. 7:4)

Los profetas acostumbraban acompañar sus mensajes con actos proféticos que, de alguna manera, ilustraban sus enseñanzas. Jeremías hizo varios actos proféticos, pero quizás el más memorable es el que hizo en la casa del alfarero.

Jeremías escuchó la voz de Dios que le decía: «Levántate y desciende a casa del alfarero, y allí te haré oír mis palabras» (18:2). Al llegar allí, el profeta vio al alfarero de la vecindad que estaba trabajando en el torno.

El torno de alfarero es una máquina que tiene una superficie redonda y plana (también llamada la «platina») sobre un eje que la hace girar. Sobre la platina, el alfarero modela o tornea el barro con las manos mojadas en una substancia llamada «barbotina» (una pasta con alto contenido de agua). El artesano moldea el barro por medio de apretones y estiramientos.

En la antigüedad, el torno era movido por el pie del alfarero, que actuaba sobre una pesada rueda de madera. Esto le daba al sistema suficiente inercia para girar constantemente a pesar de la presión y el freno que ejercía el alfarero sobre el barro.

Mientras el profeta veía al alfarero trabajar, notó que la vasija le estaba saliendo mal (v. 4). Entonces, usando el mismo barro, el alfarero unió la masa y volvió a empezar. Esta vez, la vasija quedó bien y el alfarero pudo colocarla en el horno (v. 5).

En ese momento, Dios volvió a hablarle al profeta, diciendo: «¿No podré yo hacer con vosotros como este alfarero, casa de Israel?, dice Jehová. Como el barro en manos del alfarero, así sois vosotros en mis manos, casa de Israel.» (v. 6).

Ese día el pueblo de Judá comprendió el mensaje que Dios le había dado a Jeremías. Dios no deseaba destruir a su pueblo. Del mismo modo que el alfarero podía hacer otra vasija de la misma masa de barro, Dios quería darle una nueva forma a su pueblo. Como el alfarero no desecha el barro, Dios no deseaba desechar a su pueblo.

Dios desea que su pueblo comprenda que ha pecado y que, arrepentido, regrese a la comunión con Dios. Dios no desea destruir a su pueblo, como tampoco desea substituirlo por otro pueblo. Dios desea darnos una forma nueva, un camino nuevo, un futuro nuevo.

Lamentablemente, el pueblo de Judá no cambió sus caminos y terminó oprimido por los babilonios. El liderazgo político, cívico y religioso fue deportado a Babilonia, donde fue encarcelado en campos de concentración. El liderazgo militar fue asesinado. Pasaron varias décadas antes que el pueblo judío pudiera volver a su tierra.

Lamentablemente, muchas personas hoy leen este pasaje como una pieza arqueológica. Lo ven como una reliquia del pasado, que habla de las tribulaciones del antiguo pueblo de Israel. No piensan que tiene pertinencia alguna para sus vidas.

Yo les propongo otro camino. Leamos este pasaje bíblico como lo que es: palabra de Dios para nosotros hoy. Dios le dice hoy a nuestro pueblo que debe mejorar sus caminos y sus obras si quiere un futuro de paz y prosperidad. Por mucho tiempo nos hemos amparado en la idea de que «nada malo nos puede pasar». Mientras tanto, el crimen arropa nuestra tierra, derramando la sangre de personas inocentes.

Basta ya; basta ya de usar el nombre de Dios en vano para justificar nuestros excesos. La corrupción tiene un precio muy alto. La crisis de valores que carcome nuestro pueblo nos está matando a plazos cómodos. Si no cambiamos nuestros caminos, enfrentaremos el juicio de Dios.

La buena noticia es que el juicio de Dios no destruye, sino que transforma. Dios no quiere destruirte, sino que quiere darle una vida nueva.

Dios no quiere destruir a la iglesia, sino que quiere transformarla en una comunidad de fe vibrante que bendiga a toda nuestra comunidad tanto con sus palabras como con sus obras de misericordia.

Dios no quiere destruir al pueblo, sino que quiere darle un nuevo futuro, en el nombre del Señor. AMÉN.

Con vino y aceite: Un sermón narrativo sobre el Buen Samaritano (Lucas 10.25-37)

Un sermón narrativo en primera persona sobre el Buen Samaritano, una parábola que se encuentra en Lucas 10.25 al 37.

Sobre el Buen Samaritano – Medios

El Buen Samaritano – Lucas 10.25-37

En ese momento, un intérprete de la ley se levantó y, para poner a prueba a Jesús, dijo: «Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?» 26 Jesús le dijo: «¿Qué es lo que está escrito en la ley? ¿Qué lees allí?»27 El intérprete de la ley respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo.» 28 Jesús le dijo: «Has contestado correctamente. Haz esto, y vivirás.»

29 Pero aquél, queriendo justificarse a sí mismo, le preguntó a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?» 30 Jesús le respondió: «Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos ladrones, que le robaron todo lo que tenía y lo hirieron, dejándolo casi muerto. 31 Por el camino descendía un sacerdote, y aunque lo vio, siguió de largo. 32 Cerca de aquel lugar pasó también un levita, y aunque lo vio, siguió de largo. 33 Pero un samaritano, que iba de camino, se acercó al hombre y, al verlo, se compadeció de él 34 y le curó las heridas con aceite y vino, y se las vendó; luego lo puso sobre su cabalgadura y lo llevó a una posada, y cuidó de él. 35 Al otro día, antes de partir, sacó dos monedas, se las dio al dueño de la posada, y le dijo: “Cuídalo. Cuando yo regrese, te pagaré todo lo que hayas gastado de más.” 36 De estos tres, ¿cuál crees que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?» 37 Aquél respondió: «El que tuvo compasión de él.» Entonces Jesús le dijo: «Pues ve y haz tú lo mismo.»

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el Buen Samaritano - Lucas 10.25-37
Vea otros sermones narrativos

Recordando a Roberto Amparo Rivera

Video conmemorando la inauguración de la Sala Roberto & Mery Rivera, en la Biblioteca Juan L. Lugo, de la Universidad Teológica del Caribe en St. Just, Puerto Rico.

Escuche otras grabaciones del Dr. Rivera.

Roberto Amparo Rivera
Roberto Amparo Rivera

Transforme su predicación

Una conferencia que le ayudará a determinar lo que anda mal con su predicación, a corregir errores y a desarrollar nuevas estrategias homiléticas.
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No te alejes de mi (Salmo 22)

No te alejes de mi es un sermón expositivo sobre el Salmo 22, que es un salmo de lamentación. Fue predicado el 12 de enero de 2020 en la Iglesia Cristiana Nueva Vida, en East Boston, MA.

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Salmo 22
Salmo 22

La memoria herida por la angustia (Salmo 77)

La memoria herida por la angustia contiene el audio, el video y el manuscrito listo para predicar de un sermón sobre el Salmo 77.

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El dolor es una experiencia común a toda la humanidad. Todos los seres humanos experimentamos dolor, tanto al nivel físico como al nivel emocional.

El idioma español tiene una palabra que se refiere, específicamente, al dolor emocional. Esta palabra es sinónimo de la aflicción, la congoja y la ansiedad. Se define como un temor opresivo que, en muchas ocasiones, no tiene una causa precisa. Es la sensación de estar en un aprieto, en un apuro. Y ese dolor emocional es tan intenso que puede provocar síntomas físicos, tales como la sofocación y la sensación de opresión en el pecho o en el estómago. Ese tipo de dolor emocional tiene un nombre: angustia.

La Biblia contiene varios textos que describen la angustia que puede sentir un ser humano. Sin embargo, hoy deseo compartir con ustedes un ejemplo en particular. Se trata del Salmo 77.

El Salmo 77 es un Salmo de Lamentación. Comienza con un lamento profundo, donde el poeta expresa toda una serie de dudas sobre su vida y sobre su relación con Dios. Estas dudas le atormentan. La tensión y la angustia del salmista son tan grandes que le han quitado el sueño (v. 4); ha permanecido despierto clamando a Dios y tratando de encontrarle una explicación a su problema (vv. 1-3).

Los versículos 5 al 9 nos permiten ver el terrible estado de angustia del salmista. Después de haber examinado su pasado (v. 5) y de cantar y orar al Señor (v. 6), la duda permanece: ¿Volverá el Señor a tratarnos con bondad? ¿Se han terminado su amor y su misericordia? ¿Acaso el Señor ya no es un Dios bueno?

En distintos momentos de la vida, todos dudamos del amor y la misericordia divina. Se hace difícil mantenerse firme en momentos de prueba. A veces nos entristecemos pensando que el Señor no escucha nuestra oración y que ha faltado a sus promesas. Oramos y no escuchamos respuesta a nuestras plegarias. Aún hay momentos cuando peleamos con Dios, reclamándole que cumpla las promesas que nos ha hecho. ¿Qué podemos hacer en momentos como esos?

El versículo 10 marca un cambio de dirección en el poema sagrado. Y esto no debe sorprendernos, porque cuando uno exterioriza sus dudas puede cambiar su perspectiva de la vida; cuando uno da voz a sus temores, uno puede encontrar nuevas formas de ver sus problemas. Hablar con una persona que puede ofrecer un consejo sabio nos permite asimilar las experiencias pasadas. Por eso, después de expresar sus temores en los primeros nueve versículos del texto, el salmista recapacita y dice: «Enfermedad mía es ésta; traeré, pues, a la memoria los años de la diestra del Altísimo.»

Este versículo recoge el momento cuando el salmista encuentra la clave para salir de la angustia que le aquejaba. «Enfermedad mía es esta»: Dios no le había fallado al salmista. En realidad, el salmista era víctima de sus propias dudas y de su propia desesperación. En realidad, el salmista tenía «la memoria herida».

Los seres humanos tenemos tres tipos de memoria. La memoria sensorial se refiere a la experiencia de revivir una sensación física pasada. La mente «archiva» la sensación y, ante el estímulo adecuado, usted vuelve a experimentarla. Pero esto sólo dura un segundo. La memoria a corto plazo es la conciencia de los eventos y las sensaciones experimentadas en las últimas horas. Y la memoria a largo plazo es el recuerdo de eventos y sensaciones del pasado. Empero, nunca recordamos el ayer de manera perfecta. En realidad, lo que recordamos es nuestra interpretación del ayer.

Cuando recordamos los eventos pasados, los traemos de la memoria larga a la corta; del lugar dónde están «archivados» hoy. Y esos recuerdos del ayer vienen acompañados por sensaciones físicas. Usted no sólo recuerda ideas o palabras, sino que también recuerda golpes, olores y temperaturas.

Por eso, cuando uno recuerda eventos dolorosos del ayer, bien puede experimentar dolor hoy. Y ese dolor es real. Cuando usted recuerda el grito, la amenaza o el golpe recibido, usted vuelve a experimentar miedo, aprehensión y dolor.

¿Por qué el salmista siente que Dios lo ha desechado? Porque tiene la memoria herida. Porque sólo puede recordar el dolor de ayer. Y porque ese recuerdo le provoca angustia hoy, aquí y ahora.

El poeta comprende que para sanar su memoria herida debe aprender una nueva manera de recordar. En lugar de evocar el dolor de ayer, debe recordar de los actos portentosos que, a través de los años, Dios ha hecho en su vida (vv. 10-12).

Así la oración del salmista es contestada. El Poeta que comenzó dudando del amor de Dios, termina afirmando la existencia de Dios (v. 13). Una vez mas, el salmista ha recibido una nueva orientación en su vida, pasando del lamento a la alabanza.

El Salmo 77 nos enseña que no tenemos que andar en angustias, sufriendo porque tenemos la memoria herida. Dios desea sanar nuestros recuerdos. Dios desea librarnos de la angustia. Dios desea que pasemos del lamento a la alabanza.

Salmo 77
La memoria herida (Salmo 77)
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Misericordia quiero (Mateo 12.1-7)

Esta meditación sobre lo que significa ser santo, basada en Mateo 12.1-7, define la santidad como la imitación del carácter de Dios en la vida cotidiana.

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Preocupación

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En esta ocasión hablaremos sobre la preocupación. En especial, hablaremos del lugar que tiene la preocupación en la vida de un creyente. Este tema puede parecer algo extraño para una reflexión. ¿Acaso no venimos a la Iglesia buscando la forma de enfrentarnos más eficazmente a nuestros problemas y preocupaciones? ¿Porqué, pues, hablar de algo que todos deseamos evitar? Hermanos y hermanas, en esta ocasión hablaremos de la preocupación porque tiene tres áreas que requieren que siempre nos mantengamos alertas. 

En primer lugar, todos debemos preocuparnos por los eventos que ocurren en el mundo y, muy en especial, en nuestro país. La persona cristiana debe estar alerta; debe estar informada; debe estar pendiente a estos sucesos. Ahora bien, ¿por qué el creyente debe preocuparse por estas cosas? Es necesario preocuparse porque Dios le ha dado a los seres humanos la tarea de ser mayordomos del mundo. Al crear al ser humano, Dios le dio la orden de llenar la tierra y “sojuzgarla” (Gen. 1:28). Es decir, Dios puso al hombre y a la mujer como guardianes y administradores del planeta. De este modo, sabemos que Dios nos pedirá cuentas de cómo hemos administrado su mundo. 

Además, debemos estar pendientes de los eventos que ocurren en nuestro mundo porque Dios nos ha dado su Espíritu Santo para juzgar entre lo bueno y lo malo. Si nosotros no velamos por la ética, por la moral y el buen juicio; si la Iglesia no vela por la honestidad y por el derecho a disfrutar la vida, entonces, ¿quién lo hará? 

En segundo lugar, los creyentes debemos vivir preocupados por la Iglesia. Esto es necesario porque la Iglesia no sólo es una institución divina, sino que es, además, una organización humana. Como la Iglesia es una organización humana hay que velar porque en ella haya orden, honestidad, decencia y decoro. Hay que evitar las riñas, los deseos malvados, el abuso de confianza y la manipulación. En una palabra, hay que cuidar de que el pecado y la maldad humana no entorpezcan las relaciones en la Iglesia. Es necesario evitar que lo negativo y lo malo se enseñoreen de la Iglesia de Cristo 

En tercer y último lugar, hay una preocupación que todos debemos tener. Una preocupación que debe tener cada persona cristiana. Cada creyente debe preocuparse por su vida espiritual. Cada cual debe preocuparse por mantener una buena relación con Dios. 

Quiera Dios que siempre podamos estar preocupados por vivir en forma agradable a Dios. 

¡Así nos ayude Dios! 

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