Principios de evangelización es una conferencia sobre cómo evangelizar, con el propósito de revitalizar una iglesia local.
La conferencia titulada “Principios de evangelización” presenta un marco integral para entender y mejorar el proceso de evangelización en contextos eclesiales. Inicia estableciendo el propósito de la conferencia, que es explorar principios básicos sobre la evangelización, centrada en la transmisión del mensaje salvador en Cristo mediante el poder del Espíritu Santo.
La idea central de la conferencia titulada “Principios de evangelización” es que el crecimiento de la iglesia no puede ser forzado. El crecimiento es algo que Dios otorga, de acuerdo al NT. Sin embargo, la iglesia puede y debe crear condiciones propicias para dicho crecimiento, como “preparar el terreno” y “sembrar la semilla”, dejando el fruto en manos de Dios.
Christian A. Schwarz identifica ocho características de iglesias saludables en su libro “Desarrollo Natural de la Iglesia”. Estas características incluyen: capacitación y desarrollo de liderazgo, reconocimiento y uso de dones espirituales, fomento de una espiritualidad ferviente, estructuras funcionales que faciliten el trabajo de la iglesia, un culto inspirador, células integrales que activen a la congregación, evangelismo orientado a las necesidades específicas de los no-creyentes, y la promoción de relaciones afectivas saludables y abiertas.
El factor mínimo
Además, se introduce el concepto del “factor mínimo”, que se refiere a la calidad más baja en cualquier área de la iglesia, limitando su crecimiento general. Se propone identificar y superar estos factores mínimos mediante estrategias específicas que incluyen: recalcar la importancia de la espiritualidad, establecer metas cualitativas, y estar atentos a nuevos desafíos que puedan surgir.
“Principios de evangelización” concluye con un llamado a superar estos factores mínimos sin perder de vista los principios cualitativos que fomentan el crecimiento saludable de la iglesia, motivando a los participantes a seguir creciendo en su fe y práctica.
Una perspectiva homilética en forma de ensayo sobre la gracia y predicación, escrito por el Dr. Pablo A. Jiménez.
Introducción
El tema de la gracia une y divide al pueblo de Dios. Mientras todos los grupos cristianos afirman la centralidad de la gracia divina, por medio de la cual los seres humanos alcanzamos salvación, los diversos acercamientos a este tema también evidencian las diferencias teológicas que sufre la cristiandad. (Continúa abajo)
Medios
Divididos por la gracia
En primer lugar, el tema de la gracia divide a católicos y a protestantes. En el 1997 Mary Catherine Hilkert publicó una visión teológica de la predicación, desde una perspectiva católica. Lo llamó Naming Grace: Preaching and the Sacramental Imagination.[1]El
libro afirma que el propósito principal de la predicación cristiana es enseñarle al pueblo de Dios a
discernir la presencia divina en nuestros medios. Es decir, a identificar cuándo, dónde y cómo se manifiesta la gracia divina en nuestro mundo.
Esta perspectiva contrasta con la visión protestante, que recalca la centralidad de Jesucristo. Este contraste
quedó claro con la publicación, también en el 1997, de Preaching Jesus: New Directions for
Homiletics in Hans Frei’s Postliberal Theology, de Charles L. Campbell.[2] La
predicación protestante ve a Jesús como la más clara manifestación de la gracia divina. Jesús es
el salvador, con quien cada creyente debe establecer una relación íntima y personal. De ahí el énfasis evangélico en la pública confesión de fe, aceptando a Jesús
como salvador personal.
Como podemos ver, el tema de la gracia se convierte así en campo de batalla ideológica
entre católicos y protestantes. Mientras
unos reafirman la presencia de la gracia divina en todo el orden creado, los
otros recalcan la importancia de la experiencia íntima y personal con Dios.
En segundo lugar, el tema de la gracia también divide al mundo protestante.[3] En
particular, el movimiento reformado, el movimiento wesleyano y el movimiento
pentecostal tienen visiones distintas de la manifestación de la gracia divina y, por lo tanto, de la teología de la predicación.
La visión reformada afirma la iniciativa
divina.[4] El
ser humano responde a la gracia irresistible que Dios manifiesta hacia la
humanidad, particularmente a las personas electas por decreto divino. Empero,
la gracia divina se manifiesta de manera limitada; sólo se manifiesta plenamente en las vidas de las personas que han sido
electas por Dios.
La visión arminiana,[5] prevalente en el ámbito wesleyano, recalca la
gracia preveniente. En esta visión,
Dios manifiesta su gracia a toda la humanidad, llamando a todo ser humano a
tomar una decisión de fe. Sin embargo, cada ser
humano tiene libertad para aceptar o para rechazar esta gratuita oferta de
salvación.
Los debates entre calvinistas y arminianos son legendarios. La visión calvinista critica la arminiana, afirmando que devalúa el valor de la gracia divina. Y la visión arminiana critica la calvinista, horrorizada ante la idea de que
Dios pueda predestinar a un ser humano a la condenación.
El movimiento wesleyano también recalca la importancia de la gracia santificante. Este don divino le
permite al creyente crecer en obediencia a Dios. La santificación es un proceso, pero ese proceso comienza con una experiencia
personal.
El Pentecostalismo, hijo espiritual del movimiento wesleyano, también es mayoritariamente arminiano.[6] No
obstante, su sello distintivo es la afirmación de que la gracia santificante se manifiesta de manera especial a
partir del bautismo en el Espíritu Santo.[7] En el Pentecostalismo clásico,
el bautismo en el Espíritu va acompañado de la glosolalia; quien recibe el bautismo habla en lenguas,
aunque sea una sola vez en la vida.
La doctrina de la gracia y la teología de la predicación
Las diferencias en torno a la doctrina de la gracia tienen un impacto
directo en la teología y la práctica de la predicación.
Como veremos a continuación, nuestro concepto de la gracia
determina, en muchos sentidos, el contenido de nuestros sermones.
El mundo católico tiende a ver la predicación como el anuncio de la gracia divina a la humanidad; a toda la
humanidad. Por eso, la predicación
católica trata de evangelizar la
cultura, en general. Esto explica por qué las emisoras radiales y televisivas católicas transmiten programas seculares de valor cultural. También explica por qué el Papa, cuando visita un país, oficia servicios religiosos en grandes estadios y ofrece
conferencias de prensa para todos los medios de comunicación.
El mundo protestante tiende a ver la predicación como un llamado a tomar una decisión personal por Cristo, aceptando la salvación que Dios nos ofrece gratuitamente.[8] En términos generales, el protestantismo trata de evangelizar al individuo, no a la cultura. La mayoría de las personas que se definen a sí mismas como «evangélicas», piensan que antes de transformar la sociedad es necesario transformar el corazón de cada ser humano.
El mundo pentecostal entiende que la predicación es el anuncio de la poderosa palabra de Dios que transforma al individuo por medio de la acción pastoral del Espíritu Santo en nuestros medios. Entiende, pues, que la transformación de la sociedad ocurrirá por medio de la acción sobrenatural del Espíritu en el corazón de las personas que aceptan el Señorío de Cristo. A esto debemos añadir que algunos líderes del movimiento neopentecostal, que difiere en muchos puntos del pentecostalismo clásico, convocan reuniones multitudinarias donde miles de creyentes interceden por un país, pidiéndole a Dios que le libre de la acción demoniaca y de las «maldiciones generacionales» que empobrecen la calidad de vida del pueblo.[9]
Estas diferencias doctrinales explican los diversos acercamientos de la comunidad cristiana a los problemas sociales. La predicación católica, como parte de su énfasis en la evangelización de la cultura, tiende a hablarle a toda la sociedad. Cuando habla sobre el pecado, bien puede atacar el «pecado estructural» que se manifiesta en diversas formas de opresión social. Por eso, la Iglesia Católica sostiene organizaciones que ofrecen servicios sociales a toda la sociedad, tales como hospitales, escuelas y orfanatos, entre muchos otros.
Por su parte, la predicación protestante y pentecostal tiende a referirse a los problemas sociales como evidencia de la crisis social; crisis que debe motivarnos a entrar cuanto antes en una relación personal con Cristo Jesús. Aunque son muchas las Iglesias protestantes que sostienen programas de servicios sociales para la comunidad, debemos reconocer que algunas usan ese tipo de programas como medios de evangelización y que otras entienden que la «obra social» es innecesaria, ya sea porque distrae a la Iglesia de la tarea misionera o porque son relativamente inútiles ante la inminencia de la segunda venida de Cristo .
Un llamado a la acción
Creo que después de este corto resumen podrán comprobar la veracidad de mi aseveración inicial: el tema de la gracia divina une y divide a la comunidad
cristiana en Puerto Rico. Para decirlo más claramente, nuestros acercamientos a la proclamación del Evangelio dividen a la comunidad cristiana en el país.
La comunidad cristiana en Puerto Rico necesita superar las divisiones que le aquejan. Mientras sigamos separados por luchas doctrinales, estilos de adoración y énfasis pastorales, la Iglesia no podrá trabajar unida para fomentar el cambio social que necesita nuestra Isla para atajar la severa crisis social que la aqueja.
La predicación cristiana—tanto católica como protestante—debe ejercer su ministerio profético, denunciando los pecados estructurales y llamando a forjar una
sociedad más justa. Y debe hacer esto sin
obviar la importancia que tiene el cultivo de la espiritualidad para el
crecimiento espiritual de cada creyente.
Lo que es más, los problemas sociales que enfrenta el Puerto Rico del Siglo XXI requieren que el pueblo cristiano se una, a pesar de las diferencias, para desarrollar estrategias que fomenten el cambio social. Para trabajar unidos necesitamos tolerancia y comprensión. Y si recalco la palabra «tolerancia», es porque los proyectos interdenominacionales o ecuménicos no deben ser vehículos para criticar o convertir a las personas que pertenecen a otros grupos cristianos. El objetivo es crear un ambiente de cooperación, respetando los énfasis teológicos y pastorales de los demás.
Conclusión
La predicación cristiana es un instrumento
poderoso tanto para la formación
espiritual del pueblo como para la transformación positiva de la sociedad. Es importante, pues, reflexionar sobre la
teoría y práctica de la predicación
del evangelio en Puerto Rico, analizando el impacto de nuestra prédica en nuestro país.
Y si digo «analizar», es porque Puerto Rico vive una gran paradoja. El momento cuando hay más iglesias en el país, coincide con el momento cuando el crimen ha llegado a su punto más alto en la historia de la Isla. A mi juicio, esto es una evidencia clara de la inefectividad de nuestra predicación.
Recalco, entonces, la necesidad de crear espacios para el diálogo teológico amplio, para el análisis del contenido de nuestros mensajes y para el análisis de nuestra acción
pastoral. Puerto Rico lo necesita.
Notas bibliográficas
[1] Mary
Catherine Hilkert, Naming Grace: Preaching
and the Sacramental Imagination (Continuum: 1997).
[2] Charles
L. Campbell, Preaching Jesus: New
Directions for Homiletics in Hans Frei’s Postliberal Theology (Grand Rapids: Eerdmanns, 1997).
Hilkert y Campbell participaron en un debate sobre sus libros en la reunión de la Societas Homiletica—organización que agrupa expertos en el arte
cristiano de la predicación de distintas partes del mundo—que se llevó a cabo en 1998 en el Virginia
Theological Seminary, una escuela teológica relacionada a la Iglesia Episcopal.
[3] Véase el artículo
sobre el tema de la gracia en la obra de Justo L. González, Diccionario
Manual Teológico [en adelante, DMT]
(Barcelona: Editorial CLIE, 2010), 132-134.
[4] Véase el artículo
sobre la predestinación
en el DMT, 234-236.
[5] Véase el artículo
sobre el arminianismo en el DMT, 41-42.
[6] Para
una introducción
al pentecostalismo, véase
Manda Fuego: Introducción al Pentecostalismo,
el nuevo libro de Eldin Villafañe,
a ser publicado próximamente
por Abingdon Press y Libros AETH.
[7] Véase el artículo
sobre la santificación
en el DMT, 265-266.
[8] Para
una visión
evangélica
de la teología
de la predicación,
véase
a Donald English, An Evangelical Theology
of Preaching (Nashville: Abingdon Press, 1996).
[9] Sobre este tema véase a C. Peter Wagner, Territorial Spirits: Practical Strategies for How to Crush the Enemy through Spiritual Warfare (Shippensburg, PA: Destiny Image, 2012).
Ficha bibliográfica
Si desea citar este escrito en un ensayo académico, puede usar el siguiente formato:
Jiménez, Pablo A. «Gracia y predicación en Puerto Rico» Disponible en: https://www.drpablojimenez.com/2020/08/18/gracia-y-predicacion-en-puerto-rico/
Recuerde incluir el día en el cual accedió al escrito.
Un ensayo sobre el peligro de caer en el pecado de la idolatría cuando se trata de hacer teología sin misericordia, olvidando que Dios es amor.
El Internet y las redes de interacción social han facilitado el desarrollo de los grupos extremistas. El anonimato que proveen las redes cibernéticas permite que un joven confundido comparta sus ideas sobre cualquier tema, por mas descabelladas que sean, sabiendo que ha de encontrar alguien que concuerde con él.
Medios
La religión no escapa de esta realidad. Tanto los grupos que postulan la supremacía blanca como los que afirman la supremacía islámica usan el Internet para reclutar adeptos, adiestrar nuevos simpatizantes y coordinar actividades.
Los extremistas religiosos odian, abusan, roban, matan y se destruyen los unos a los otros en el nombre de Dios. El problema es que la fe de esos extremistas es falsa, tan falsa como un billete de tres dólares.
El error de los extremistas religiosos es simple: Quieren observar las leyes divinas, pero no desean mostrar compasión por los demás. Tienen teología, pero no tienen misericordia.
La teología sin misericordia nos lleva a despreciar a quienes no comparten nuestras creencias y prácticas religiosas.
La teología sin misericordia justifica la persecución, el hostigamiento y hasta el asesinato del «infiel» que no comparte nuestra fe.
La teología sin misericordia lleva a hombres violentos a pensar que cumplen con la justicia divina cuando odian a los demás “en el nombre de Dios”.
La teología sin misericordia justifica el abuso infantil, la violencia contra la mujer y la discriminación contra el inmigrante.
La teología sin misericordia mueve a los extremistas a estrellar aviones contra edificios llenos de gente inocente.
Y, repito, esa teología sin misericordia es falsa. ¿Por qué? Porque la Biblia nos enseña que Dios es amor (1 Jn. 4:8). En esto todas las teologías concuerdan. Por esta razón, quien desea hacer teología sin amor desea forjar una teología sin Dios. Eso explica por qué justifican la maldad. Olvidan la enseñanza de Santiago 1.20: «La ira del hombre no obra la justicia de Dios». Los religiosos que carecen de misericordia viven tan lejos del Dios de amor que terminan cayendo en la idolatría.
El capítulo 10, versículo 10 del Evangelio según San Juan dice: «El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia».
Esas palabras de Jesús son cruciales. El que hurta, mata y destruye hace las obras del Diablo, aunque lo haga “en el nombre de Dios”. Quien justifica la violencia en nombre de la teología cristiana no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.
Por eso afirmo hoy, con toda libertad, que la teología sin amor es idolatría. En parte, esto explica por qué nuestra sociedad atraviesa su peor crisis social en el momento cuando más líderes religiosos tiene. ¿Por qué tanta violencia, si hoy tenemos más iglesias, páginas web, y escuelas de teología que nunca antes? Porque necesitamos aprender esta verdad: la única teología que transforma el corazón humano es la que conduce a la práctica del amor y de la misericordia.
Jesús, el refugiado es una reflexión sobre la huída de Jesús y su familia a Egipto, escapando de la tiranía de Herodes el Grande.
El 6 de enero, en la tradición puertorriqueña, es el día especial cuando recordamos la llegada de hombres sabios quienes, guiados por una estrella, llegaron hasta la tierra de Judea buscando al Mesías enviado por Dios para salvar a la humanidad.
Siguiendo la tradición española, en Puerto Rico celebramos la llegada de los Tres Reyes Magos. Esta es una tradición hermosa, aunque se aleja un tanto de la tradición bíblica. El Evangelio según San Mateo, el único que recoge esta historia, no dice el número de los hombres sabios que buscaban al niño Dios, no menciona sus nombres y nunca les llama “reyes”.
A pesar de su disparidad con el testimonio bíblico, la tradición puertorriqueña es hermosa y debe guardarse con amor. Sin embargo, dicha tradición no debe distraernos del profundo mensaje que tiene la historia de los Magos en el testimonio bíblico.
La historia bíblica, en Mateo 2, afirma lo siguiente:
Jesús nació al final del reinado de Herodes, el Grande (Mt. 2.1). Este era un extranjero—proveniente de Idumea—que había llegado al trono de Judá gracias a las maquinaciones de Antípatro, su padre, y su matrimonio con Mariammé, una princesa Asmonea, hija de Juan Hircano II.
Unos hombres sabios llegaron a Judea de tierras lejanas buscando al “rey de los judíos”, orientados por una estrella (v. 1). Se cree que estos hombres eran astrónomos provenientes de Persia. Evidentemente, habían estudiado las Sagradas Escrituras hebreas y la promesa del Mesías venidero, pues conocían la promesa de Números 24:17: “Yo lo veré, pero no en este momento; lo contemplaré, pero no de cerca. De Jacob saldrá una estrella; un cetro surgirá en Israel…”.
También es evidente que no conocían a Herodes, un rey hábil, pero sanguinario, quien había mandado a asesinar a dos de sus hijos con Mariammé, llamados Alejandro y Aristóbulo (7 a.c.). Del mismo modo, estuvo involucrado en el arresto y ejecución de su hijo mayor, Antípatro, a quien tuvo con Doris, su primera esposa. Antípatro falleció solo cinco días antes que su padre en el año 4 a.c.
Herodes recibió a los sabios extranjeros con amabilidad, fingiendo interés en su búsqueda (v. 2). Sin embargo, las palabras de los sabios le estremecieron (v. 3), pues Herodes sabía muy bien que no tenía derecho al trono de Judea.
El Rey recurrió a líderes religiosos versados en la teología para escudriñar las profecías bíblicas (v. 4). Correctamente, estos le indicaron que el Mesías habría de nacer en la ciudad de Belén (v. 5), como indica la profecía de Miqueas 5.2 (v. 6).
6. Con esta información en mano, Herodes llamó a los sabios y les pidió que encontraran al Mesías y que, a su regreso, pasaran por Jerusalén para informarle donde estaba el niño (vv. 7-8)
Los sabios siguieron la estrella hasta donde estaba el niño (vv. 9-10). Entraron a la casa donde estaba María de Nazaret, junto a Jesús, y le adoraron (v. 10).
También le dieron tres regalos: Oro, incienso y mirra (v. 11). El oro representa la realeza de Jesús, el incienso evoca el culto a Dios y la mirra, la amargura que sufren los profetas. De esta manera, los regalos de los sabios profetizan el “Triple Oficio” de Cristo, como profeta, sacerdote y rey.
Por medio de una revelación en sueños, Dios le dice a los sabios que regresen a su tierra “por otro camino”, sin informar a Herodes sobre el paradero del Mesías recién nacido (v. 12).
Del mismo modo, Dios le dijo en sueños a José que emigrara a Egipto para escapar de la ira de Herodes (v. 13). Tan pronto despertó, viajó con su familia a Egipto, donde encontraron refugio hasta que Herodes murió (vv. 14-15).
Cuando notó que los sabios no regresaban a decirle donde estaba el niño, Herodes mandó a asesinar a todos los niños menores de dos años en la ciudad de Belén (v. 16). Dado que la ciudad era relativamente pequeña, contando con unos 150 a 200 habitantes, se calcula que el número de niños asesinados debió oscilar entre 5 a 7. Claro está, no hay evidencia histórica de esta masacre, pues la historia no recuerda la muerte de los pobres. Sin embargo, nadie duda que Herodes—quien mató a dos de sus propios hijos—era capaz de asesinar a los hijos de otros personas.
Un ángel dio la noticia sobre la muerte de Herodes a José (vv. 19-20), quien pronto regresó al territorio de Israel (v. 21).
Sin embargo, cuando supo que Arquelao, uno de los hijos de Herodes, era el rey de Judea, José decidió ubicarse en Galilea, una provincia al norte del territorio nacional (v. 22).
Específicamente, la familia se mudó a la aldea de Nazaret, razón por la cual Jesús era llamado “Nazareno” (v. 23).
El mensaje teológico de este pasaje bíblico es claro: Los sabios extranj eros representan a todas las personas no-judías que vendrían a la fe de Jesucristo.Confirman, de manera milagrosa, que Jesús era el Mesías enviado por Dios para salvar a la humanidad. Además, de manera profética, anuncian el “Triple oficio” de Cristo como profeta, sacerdote y rey.
Sin embargo, el texto también contiene otra enseñanza, pertinente para todo tiempo y lugar. Por medio de esta historia, Dios en Cristo se identifica con la niñez perseguida, que escapa buscando refugio. Sí, Jesús es el rostro humano de Dios, encarnado en un niño pobre, quien escapa junto a su familia de un dictador desalmado.
Desgraciadamente, a través de los tiempos la niñez ha sufrido a causa de la pobreza y de la violencia. Regímenes, tanto de derecha como de izquierda, han perseguido y asesinado a niños y niñas sin defensa. Y líderes religiosos sin escrúpulos se han vendido al mejor postor, usando su conocimiento teológico para facilitar la violencia y la persecución de las personas más vulnerables de la sociedad.
Ante esta dura realidad, Mateo 2 anuncia la buena noticia del Evangelio: Que Dios se hizo humano en la persona histórica de Jesús de Nazaret, quien nació pobre, fue perseguido y eventualmente asesinado. ¡La buena noticia es que Dios ha provisto salvación a la humanidad precisamente por medio de ese niño refugiado!
Demos gracias a Dios, pues, por Cristo Jesús y luchemos en favor de la niñez pobre, perseguida y refugiada. ¿Por qué? Porque cuando bendecimos a un niño o a una niña, estamos bendiciendo a Dios mismo. “De cierto les digo, que si ustedes no cambian y se vuelven como niños, no entrarán en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humilla como este niño es el mayor en el reino de los cielos; y cualquiera que recibe en mi nombre a un niño como éste, me recibe a mí.” (Mateo 18.3-5 RVC)
Una reflexión teológica y pastoral en formato podcast audio, apropiada la Despedida de Año y el día de Año Nuevo.
La temporada de fin de año nos invita a reflexionar sobre nuestras vidas, evaluando nuestras acciones. En esta reflexión, Eclesiastés 3.3 nos invita a ver el nuevo año como “tiempo de edificar” tanto nuestras vidas como la de los demás.
Todo tiene su tiempo, dice la Escritura. Si eso es así, ¿qué tiempo es este? Con mucha humildad, les sugiero que es tiempo de edificar.La palabra “edificar” tiene un referente concreto: quiere decir “construir”, primordialmente un edificio. También tiene un referente simbólico: quiere decir “bendecir”; quiere decir procurar que una persona, organización o grupo alcance su pleno potencial de desarrollo.
Les propongo, pues, que es tiempo de edificar. Dios desea que invirtamos tiempo y recursos en la edificación de los demás, particularmente de al Iglesia como cuerpo de Cristo.
El Salmo 23 es una de las porciones bíblicas más conocidas. En esta ocasión, meditamos sobre el contenido de este hermoso cántico espiritual. Este sermón fue grabado en vivo, en la Iglesia Evangélica Ministerio Sanador que pastorea Moisés Román.